Roma, Martes 8 de enero 2013
Como se estableció al comienzo de su mandato, el Consejo General recuerda que el tema de la formación permanente de los hermanos combonianos para el año 2013 es “Fraternidad: caminos de reconciliación” en el contexto del Año de la Fe. A continuación publicamos la carta del Consejo General.
CARTA DEL CONSEJO GENERAL
FRATERNIDAD: CAMINOS DE RECONCILIACIÓN
“Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno. Amaos cordialmente unos a otros…” (Rm 12,9-10)
Queridos hermanos,
Os escribimos al alborear un nuevo año sobre e invocamos – en particular para todas nuestras comunidades combonianas diseminadas por el mundo – las bendiciones y la paz del Señor Jesús.
“Fraternidad: caminos de reconciliación” es el tema que hemos elegido como Consejo General a fin de que nos acompañe a lo largo de todo el 2013, trazándonos un camino personal y comunitario vivido bajo el signo de la conversión del corazón, medio indispensable para poder seguir creciendo hacia una vida fraterna cada vez más plena y fructífera. Por este estilo de vida nos reconocerán como discípulos suyos, nos recuerda el Evangelio de Juan (cf. Jn 13,35).
Esta carta quiere ser una simple introducción al tema elegido. Le seguirán cinco aportaciones, con un ritmo bimensual, que iluminarán aspectos e invitaciones varias.
En la primera aportación nos interrogaremos sobre qué puede significar para nosotros, hoy, hablar de la fraternidad en la vida común. En la segunda nos interrogaremos sobre la reconciliación personal como requisito previo para la fraternidad. Fraternidad como misión y compromiso de fraternidad y reconciliación en un mundo dividido (JPIC) será el horizonte de la tercera aportación. La que le sigue presentará algunas llamadas a la reconciliación tal como surgen de nuestra historia, misión y vida combonianas, así como de los cambios generacionales, sociológicos y culturales que caracterizan el aspecto de nuestro Instituto hoy.
La última aportación ofrecerá una pista para un retiro y/o una liturgia comunitaria de la penitencia en la que vamos a tratar de recordar todo aquello que habrá salido a la luz en el camino propuesto y que debe desembocar en una oración común, en una petición explícita de perdón y una invitación a la reconciliación fraterna. La pista tendrá presente, por supuesto, hipotéticas adaptaciones y contextualizaciones locales.
Al proponeros este tema y camino no podemos dejar de recordar las indicaciones evangélicas sobre la vida fraterna de la que nuestra Regla de Vida tomó los temas fundamentales de la vida comunitaria comboniana (RV 36-45).
También somos conscientes de que varios Capítulos Generales han tocado varias veces el tema de la vida fraterna en la comunidad comboniana. Recordamos aquí, por ejemplo, el XVI Capítulo General (2003) que, con toda una sección de las Actas dedicada a la Comunidad comboniana, don y camino (69-96), nos ofrece muchos puntos de reflexión y claves de lectura plenamente válidas y significativas.
Dos años atrás una Carta del Consejo General subrayó que “en el ámbito comunitario vemos la experiencia de comunidad que, a pesar de las diferencias en la edad, el carácter, la formación o la cultura comparten la propia vida… comunidades que van más allá de un simple vivir bajo un mismo techo para formar verdaderos ‘cenáculos de apóstoles’” (Atención a la Persona, Carta del CG, Roma, 2001).
El XVII Capítulo General ha vuelto sobre el tema que nos ocupa, recordándonos que: “La vida fraterna es un elemento fundamental e indispensable para el crecimiento espiritual y el servicio misionero. Para alcanzar estos objetivos tenemos que dedicar el tiempo y la atención necesarios” (AC ’09, n. 32).
El mismo Capítulo General, de hecho, nos sugiere que este tema sobre la fraternidad sea uno de los temas específicos y anuales de la espiritualidad propuestos a todo el Instituto (AC ’09, n. 34).
El XVII Capítulo General enlaza la espiritualidad de la vida fraterna también con otras acciones concretas de promoción y corrección fraterna: “La promoción de la corrección fraterna y la reconciliación con Dios y con los hermanos en un clima de celebración, sobre todo en los tiempos fuertes del año litúrgico, son medios ideales para evaluar y acrecentar nuestra vida comunitaria” (AC ’09, n. 32.4). Estas celebraciones deberían encontrar un lugar privilegiado en la programación del proyecto comunitario: “Las comunidades favorezcan y cultiven momentos de mutua escucha e intercambio, identificando modalidades diarias que ayudan a crear un ambiente familiar y un sentido de pertenencia. Planifiquen también en su carta de la comunidad, el ejercicio de la promoción y corrección fraternas” (AC ’09, n. 143.1).
Acogemos esta invitación durante el Año de la Fe, que nos hace aún más conscientes de cómo la vida comunitaria en el nombre de Jesús y de su Evangelio son signos esenciales de nuestro discipulado de Cristo y de la construcción del Reino de Dios que viene. Nuestro compromiso con la vida comunitaria es en sí mismo un acto de fe, un acto que edifica la fe y un testimonio para un anuncio eficaz de la fe, como se destaca en la Ratio Missionis (Roma, septiembre 2012, p. 17, 3.2.1).
Nuestra fe nos enseña que el vivir juntos es nuestra llamada. El Evangelio nos enseña que Jesús quiso llamar a sus apóstoles y discípulos como grupo, como una pequeña comunidad y cenáculo. San Daniel Comboni quería que sus misioneros viviesen juntos “Nuestros misioneros, tanto sacerdotes como laicos, viven juntos como hermanos en la misma vocación...” (Escritos, 1859, 2495).
Palabras que traduce la Regla de Vida: “Los Misioneros Combonianos acogen con gratitud el don de la vida comunitaria a la que el Espíritu del Señor los ha llamado, a través de la inspiración originaria del Fundador… (que) es un signo visible de la nueva humanidad nacida del Espíritu, y se convierte en una proclamación concreta de Cristo: ‘que sean perfectos en la unidad y el mundo conozca que tú me has enviado’”(RV 36).
Aunque la fraternidad es un gran don, es un regalo que vivimos en el signo de nuestras historias humanas, bellas y frágiles al mismo tiempo. La convivencia no evita la fatiga, la tensión y los malentendidos. Por eso Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso, “sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,32).
El hecho de que nacimos como un Instituto internacional e intercultural (“católico”) es un regalo añadido que nos pone frente a nuevos desafíos: “El Instituto, que está creciendo rápidamente en su internacionalidad e interculturalidad, experimenta cambios radicales generacionales, sociales y culturales. Este fenómeno inevitablemente provoca tensiones y un sentido de malestar que requieren una conversión por parte de todos” (AC ’09, n. 53).
Como Instituto agradecemos al Señor el don de los hermanos de diferentes culturas, edades y experiencias eclesiales y caminos de fe en los que viven y trabajan juntos. Al mismo tiempo, haciendo memoria de nuestras experiencias pasadas, como Instituto, tenemos que confesar compungidamente que en nuestra larga historia también ha habido experiencias negativas de división, conflictos, juicios mezquinos, episodios de intolerancia y estrechez de miras mentales y culturales. Historia e historias que todavía pueden afectar a nuestro presente. No en vano el último Capítulo se dirigía a las comisiones de FP para que ofrezcan “Las herramientas necesarias para ayudar a identificar y curar las heridas entre nosotros, a menudo causadas por el prejuicio y la discriminación, y animen a las Circunscripciones a organizar seminarios o utilizar otros programas existentes en la resolución de conflictos” (AC ’09, n. 143.3).
Recientemente, Suráfrica, un país y una Iglesia en donde estamos presentes, nos recordó con firmeza que no hay reconciliación sin verdad. La tradición cristiana nos libera del miedo a mirar algunas verdades difíciles y dolorosas, abriéndonos a la esperanza y al futuro, porque “por sus llagas fuimos nosotros curados” (cf. 1Pe 2,24). Las heridas de nuestra historia común y, dentro de ésta, nuestras historias personales – que Jesús cargó sobre sus espaldas – han sido redimidas.
Con este espíritu y expectativa nos volvemos a poner en el camino de la verdad y la reconciliación, para una nueva vida, cada vez más fraterna y más fruto de la gracia. Tenemos siempre muy presente que es como reconciliados que vivimos y servimos juntos la misión de Dios.
“Unidos con María, la Madre de Jesús, nuestras comunidades invocan al Espíritu, el que tiene el poder de crear fraternidades que irradien el gozo del Evangelio, capaces de atraer nuevos discípulos, siguiendo el ejemplo de la comunidad primitiva ‘perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones’ (He 2,42), ‘crecía el número de los creyentes’ (He 5,14)” (Vida Fraterna en la Comunidad, 1994, 71).
Roma, 1 de enero 2013
P. Enrique Sánchez G.
P. Alberto Pelucchi
P. Antonio Villarino R.
P. Tesfaye Tadesse G.
Hno. Daniele Giusti