Entrevista con Enrique Sánchez, superior general de los Misioneros Combonianos. De paso por Ciudad de México, el P. Enrique fue entrevistado sobre aspectos e impresiones de lo que le espera en el nuevo cargo.
1.- ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones al saberte escogido, por mayoría calificada, como primer superior general latinoamericano? ¿Cómo viviste ese momento?
– El nombramiento como superior general se dio en un contexto de nuestro Capítulo general que fue muy especial desde que comenzamos, porque había una preocupación sana, intensa y constante durante los casi dos meses que duró el capítulo por ver qué era lo que el mundo, la Iglesia y el Instituto estaba pidiendo de nosotros como capitulares, sobre todo para hacer un trabajo serio de discernimiento, de búsqueda de la voluntad del Espíritu para nosotros como combonianos en el hoy del mundo, en el hoy de Dios que quiere manifestarse.
El Capítulo había empezado con la idea de partir del plano de Comboni para llegar a ser lo que podría ser el plano de los combonianos hoy, y una idea que nos acompañó mucho fue esa de la hora de Dios, que fue lo que provocó y lo que movió a Comboni a imaginar su plan para África. En ese contexto, entramos a hacer el trabajo de mucha búsqueda, y por momentos de mucho cansancio, pero lo que quedaba claro era que queríamos llegar a objetivos, a pistas claras de lo que debe ser la vida del instituto, la vida de nuestra familia misionera en los próximos años. De ahí, como consecuencia, pasar a la elección de las personas que pudieran ayudar al Instituto a realizar ese plan que se pretendió elaborar.
Entonces, mi elección como superior general, llegó a escasos tres días de terminarse el Capítulo. Fue una experiencia que, en lo personal, lo viví como una gran sorpresa, nunca pensé que el Instituto me fuera a pedir este servicio, pensé que posiblemente me llamaría a otra función, a otro trabajo, pero no a darme la responsabilidad de acompañarlo, de tomar sobre la espalda la conducción del Instituto.
2.- ¿Fue una sorpresa agradable?
– Fue agradable en el sentido de que vi en el momento de la votación un consenso muy amplio con respecto a mi persona, había una sensibilidad muy clara en la que muchos cohermanos manifestaron la confianza y el deseo de que pudiera yo dar este servicio. Fue una sensación de gratitud, de satisfacción en el sentido de que no fue algo que yo busqué o para lo cual me haya preparado, sino que lo sentí verdaderamente como un movimiento del Espíritu que se manifestó a través de mis hermanos, y creo que eso fue lo en un cierto momento me dio la fuerza de aceptarlo. No escondo que en el momento en que me preguntaron que, si viendo los resultados de la votación, aceptaba el cargo, pues sí sentí un cierto nerviosismo, una cierta aprehensión en el corazón, más que dudas, esa sensación de pensar que si no era demasiado lo que me pedían. Creo que, como en otros momentos de mi vida, pues he vivido como en un abandono en el que he querido poner lo que soy, lo que he vivido en el Instituto, lo he querido poner en las manos de Dios, diciendo que también esto puede ser una experiencia o momento en el que me tocará vivir la misión de otra manera. Entonces, lo veo como un servicio misionero.
3.- En el próximo mes celebrarás tus bodas de plata sacerdotales. Dejando por un momento de lado tu nuevo nombramiento, háblanos un poco sobre cuáles han sido tus mayores alegrías como misionero…
– Haciendo la retrospectiva, no diría sólo 25 años, porque mi historia comienza en septiembre de 1971, quería ingresar al Instituto, y que el padre Ángel D'Apice me decía que fuera unos días después, que se realizarían unos preseminarios y, que si me gustaba, con gusto me aceptarían. A partir de entonces, y recordando los que fueron mis años de formación, las experiencias que me tocaron vivir, el trabajo y el servicio misionero que durante estos 25 años me ha tocado realizar, el sabor que me queda en la boca es de años vividos en una gran sencillez, sea en el exterior y en los trabajos que me han tocado hacer, pero también en el interior, siempre me he sentido muy sereno, muy libre, contento de lo que Dios ha ido haciendo en mi vida. No escondo que ha habido momentos de prueba, de dolor, de caídas, que no los veo como tragedia, sino como oportunidades que Dios me ha dado para dejarle que hiciera su obra.
Estos 25 años siento que han sido una experiencia de dejarme moldear y trabajar, esto ha sido muy satisfactorio porque, volteando hacia atrás, veo que Dios ha hecho cosas muy bellas en mí y a través de mí porque mi sacerdocio no ha sido algo que he vivido solamente en función de mi propia realización o de mi proyecto personal, sino que, a través de todos estos años he tratado de que sea algo que tiene que ver con los demás.
4.- Personas que consideras que han tocado de manera fundamental tu vida… ¿ personas que admiras?
– Veo tres grupos de personas. Un grupo más estrecho es el de mi familia, mis padres y mis hermanos han sido el primer encuentro con esa mano bondadosa de Dios, con esa experiencia de fe profunda sencilla, vivida; con ese amor hecho de pequeños detalles pero profundos y que es la base de mi vocación. Veo mi sacerdocio como una respuesta a un gesto de amor de Dios.
Un segundo grupo que ha sido mi familia son los combonianos. Ingresé con ellos cuando yo tenía apenas 13 años. La mayor parte de mi vida la he vivido con esta otra familia, y ahí me he encontrado con padres, con madres, con hermanos, con todo un grupo de personas que ha sido estupendo conmigo. Personas que yo recuerdo y que guardo con cariño han sido: muchos de mis formadores: Joaquín Orozco, Enzo Canonici y Enrique Cordioli. Durante el escolasticado: Luciano Benetazzo y Sandro Cadei (que intervino en mi vida en un momento muy especial en la cuál tuve qué hacer mi opción de vida y él supo ayudarme, acompañarme con muchísima paciencia y cariño). Estas fueron personas muy bellas durante mi vida. Los hermanos, pues son muchos con quienes compartí el ideal, con quienes me formé, con quienes pude compartir mi vocación sacerdotal, misionera y comboniana y con quienes me siento feliz de estar porque algunos de ellos también son combonianos. Madres, son todas esas damas combonianas, todas esas personas que muy discretamente han venido a ocupar un lugar único de servicio, de atención, de cariño, de cuidado a mi persona, a mi vocación, en especial las damas combonianas de Sahuayo, de Guadalajara, de Zapopan, grupos de bienhechores que he encontrado en San Francisco del Rincón, con quienes he establecido lazos de amistad que se prolongan en el tiempo y son muy bellos. A ellos les debo muchísimo de mi vocación.
El tercer grupo que también siento muy cercano está formado por todos aquellos que he encontrado en la misión. No he tenido la oportunidad de pasar mucho tiempo en la pastoral, corriendo por los caminos de la selva. La manera de vivir la misiòn no depende de los años sino de la intensidad con que uno vive el encuentro y se da a la gente. En esto, desde mi etapa de noviciado, los pocos meses que viví en la Chinantla, en Quetzalapa, en la sierra de Oaxaca, como después en los tantos campos misión. Por último, en el norte de la República Democrática del Congo, en Mungbere, la gente que encontré ha sido para mí el rostro de Dios que me hablaba y me hacía sentir que valía la pena dejar todo, sacrificar cualquier cosa y vivir las 24 horas del día por esas personas. Yo he aprendido de toda esta gente que Dios no es una idea, no es algo abstracto; es la vida que pasa a través del encuentro de esas personas que lo llevan en el corazón y que me han ayudado a entender, a creer.
5.- A nivel ideológico o formativo, personas que admiras y que consideras que han contribuido a formar tu línea de pensamiento, ¿a quién nombrarías?
– En este momento no me ienen a la mente muchos nombres. En estos últimos años yo admiro y he aprendido de muchas personas que ven a Dios como alguien que está muy cercano a la humanidad. Ello me ha ayudado a entender que la experiencia espiritual y humana no son dos cosas que se contrapongan, porqe más vivo mi humanidad con todas sus consecuencias de grandeza y de miseria, y más estoy en condiciones también de vivir lo misterioso, lo sorprendente, lo único de Dios. De las lecturas que me han acompañado, me gusta mucho Anselmo Grün, me fascina la figura de la Madre Teresa de Calcuta, alguien quien desde muy joven me ha acompañado. Me ha inspirado también el padre de Foucault por su espíritu contemplativo, su radicalidad, su deseo de estar en África y dar la vida por los africanos; y por supuesto Comboni, quien ha sido el que más me ha acompañado a lo largo de mi vida y he recibido este empuje, esta confianza y entusiasmo que siento por la misión, por África y por los más pobres y abandonados. Otras personas, que más he admirado y he tratado imitar son aquellos que se han esforzado por ser honestos y coherentes, transparentes. Ese ha sido uno de mis grandes ideales y de mis grandes metas de vida: querer ser lo más honesto posible, coherente y libre. Y aquí es donde muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi incoherencia, mi fragilidad, mis fracasos.
6.- Detrás del sacerdote –y ahora del superior general– subyace el hombre concreto que siente, que vive, que sufre. ¿Has tenido desilusiones en tu vocación misionera?
– Desilusiones, no. Lo que he vivido ha sido muy intenso, consciente y profundo; he tratado de no hacer “economías” con respecto a mi sacerdocio. Siempre he considerado que mi tiempo y mi vida son de Dios y para Dios. Tal vez eso me ha ayudado, porque nunca me he hecho el problema de pensar en que tengo derechos exclusivos o que puedo disponer arbitrariamente de mi tiempo. Soy feliz dándome donde he estado y con todo lo que Dios me ha dado. Humanamente hablando, el tener que haber renunciado a un proyecto de “misión idealista”. Uno entra al seminario para ir a África. Sin embargo, la vida me ha llevado por otros rumbos. La misión para mí ha sido gastar mi vida de otra manera sirviendo a la misión desde otros lugares, no tanto en lo gratificante que podría ser estar en una comunidad de pastoral, sino dedicarme a servir a los demás, y muchas veces han sido mis propios cohermanos. De los 25 años de vida sacerdotal, 15 los he dedicado al servicio del Instituto como provincial, superior o delegado. Todas han sido experiencias muy gratificantes porque he podido tocar con mi mano lo que significa poner de pie a muchos, darle la oportunidad a otros, acompañar, sostener para que pudieran vivir la misión que yo soñaba. Así que, de una u otra manera, siento que yo también he vivido y me siento satisfecho. Creo que son gracias, dones que descubro en mí y que Dios los ha puesto en mi persona.
7.- Pero, ¿alguna vez dudaste de que Dios te llamaba a este tipo de vida?
– La crisis que todos vivimos, pensar que hay otras alternativas y posibilidades, yo también la viví, sobre todo cuando estaba por comenzar la teología, cuando me di cuenta que podía desarrollar otros proyectos en la vida profesional que me ofrecían, una vida afectiva y sentimental que también veía como una posibilidad. Entonces me planteé qué rumbo dar a mi vida, pero gracias a Dios, siempre encontré las personas indicadas, incluso a nivel afectivo, incluso, si en algún momento me enamoré, porque esta es la pregunta que a todos nos hacen. Yo tuve la dicha de enamorarme de personas que supieron entender qué era y quién era y para quién era. Entonces, en lugar de intervenir en mi vida como obstáculos, se transformaron en apoyo; me sostuvieron y han mantenido una relación muy bella conmigo hasta ahora. Me han ayudado a valorar más el don de mi vocación sacerdotal sin despreciar ni negar lo que pudo haber sido en otro rumbo mi vida.
8.- Entonces estás convencido de que esto, en vez de haber sido algo que te alejara de tu vocación, te fortaleció y te sirvió.
– Sí, fue un momento de purificación interior muy intensa, de hacer la verdad conmigo mismo. Es una experiencia que no queda puntal, que sucedió hace 25 o 30 años, sino que se repite a lo largo de toda la vida. Incluso, en este momento, creo que debo responder también a eso.
9.- ¿Cuáles son los desafíos que el Instituto comboniano –desde tu punto de vista– está enfrentando y enfrentará a un corto plazo?
– Veo como un gran reto la necesidad de detenernos a reorganizar lo que podemos hacer como servicio misionero a la Iglesia y al mundo hoy. No podemos seguir adelante si dejamos a un lado la realidad que estamos viviendo como Instituto a nivel de personal, con una disminución de vocaciones. Es un problema pero no dramático pues tenemos como 200 estudiantes de teología.
Existe el grupo fuerte de hermanos nuestros que están entrando en la ancianidad, una etapa de la vida en donde las fuerzas disminuyen. Seguramente muchos compromisos que tenemos no pueden ser mantenidos con esas fuerzas. Por lo tanto, uno de los retos es buscar la manera de cualificar nuestras presencias sin entrar en un discurso fatalista o pensar que estamos en retirada. La misión no es de ese orden, tiene una lógica y una dinámica distintas: es «punta de lanza», apertura y esperanza. Estos son los criterios que deben movernos, pero debemos ser realistas.
El momento que vive el Instituto nos llama a repensar todo. Después debemos decidir dónde queremos estar y cómo queremos estar. Podemos estar en todas partes, cierto, pero tal vez no respondiendo a lo que nos es específico. Ciertas estructuras que pueden ser muy bien atendidas hoy por las diócesis o por otros institutos, debemos tener el coraje de irlas pasando y dedicarnos más a lo específico nuestro; a aquellas realidades en donde otros no pueden o no quieren ir, situaciones de emergencia, de abandono. Todo aquello que para Comboni era fundamental: con los más pobres y abandonados de hoy. El discernimiento nos permitirá ver dónde están los más pobres y abandonados por los que Comboni apostaría hoy y dedicaría todas sus fuerzas y energías. Estas son como las luces que nos llaman la atención para que fijemos nuestra mirada.
A nivel interno, parte de mi servicio será buscar la manera de crear cercanía y contacto con todos los hermanos para que cada uno diga lo que siente, lo que lleva dentro. Creo que el hecho de que el grupo de capitulares haya pensado en mí, es porque de alguna manera represento esos grupos emergentes en el Instituto que necesitan tener un espacio más significativo también dentro de nuestra familia. Toda esta riqueza que es el Instituto a través de la pluriculturalidad era lo que Comboni soñaba al afirmar que “su misión que no seria italiana, francesa, española… sino católica”. Eso se está dando hoy en el Instituto con la riqueza de las culturas, tan variadas.
10.- Eres el primer general no europeo. ¿Qué crees que tu latinoamericanidad pueda aportar al instituto?
– Yo no haría el discurso subrayando que soy latinoamericano, europeo, africano o asiático porque en el Instituto no se da, no existe ese “problema” de contrastes. Afortunadamente somos un instituto internacional, pluricultural en donde hasta ahora se vive con mucha serenidad ese valor. Esta es una gran riqueza que tenemos como Instituto. Que yo llegue como latinoamericano, no responde a la llegada de un cierto grupo que llegue a ser como un contrapeso a otros grupos que han estado anteriormente.
En mi ser latinoamericano o mexicano, muchos valores de los que soy heredero como la sensibilidad, la religiosidad, la experiencia de fe que he vivido, la tradición cristiana de donde vengo. No podemos ignorar que como mexicanos, cargamos dentro de nuestro corazón, una tradición que está marcada por la persecución, por el anticlericalismo, por tantas situaciones de cruz que ha vivido la Iglesia mexicana en las que ha dado prueba de una gran entereza y grandeza humana y espiritual.
Creo que mi aporte al Instituto y a la Iglesia desde mi ser latinoamericano es esto: mi modo de vivir y expresar la fe tiene que vivir con este estrato, en esta realidad en que yo crecí.
11.- Como representante de este grupo “emergente”, para citar el adjetivo que utilizaste, ¿qué acciones te gustaría privilegiar dentro de este próximo sexenio?
– Una de las principales cosas en las que me siento comprometido es favorecer el contacto personal, dar espacio al encuentro con los demás. Yo no quisiera meterme en la camisa del General y actuar desde ahí, no. Yo quiero ser un hermano más en medio de todos que, por la sensibilidad que tengo, me permitan estar atento, escuchar, tratar de entender lo que pasa en el corazón de los demás para buscar juntos lo que sea mejor para las personas; sobre todo para la misión y para el Instituto.
Después, hay toda una experiencia de vida que nos caracteriza: el aspecto de acogida, de simplicidad en las relaciones. Eso no es mío, sino de nuestro ser latinoamericano y mexicano. Yo creo que esto puede ser un elemento que puede enriquecer y complementar otros valores que ya se viven en el Instituto. Creo que dentro del Consejo, mi experiencia puede ser una riqueza que se va a complementar con los valores que vienen de África y de Europa; de esta manera podremos ofrecer al Instituto algo más.
Entre otras cosas, me pasa seguido por la mente la idea de que nuestro continente, a pesar de que es mayoritariamente católico, no acaba de decidirse a vivir su compromiso con la misión ad gentes. Me gustaría empujar un poco esa línea, decir: “tenemos mucho que dar, muchas experiencias que contar y compartir, tenemos una fe maravillosa qué vivir, ¡compartámosla!”. Esto lo podemos hacer con mucha sencillez.
12.- ¿Hay alguna promesa que te haces a ti mismo ahora que comienzas este nuevo servicio?
– Sí. Una de las cosas que me digo y me repito en silencio y delante del Señor es que me gustaría ser el que he sido hasta ahora, alguien que está dispuesto a poner al servicio del Instituto y de la misión los dones y las cualidades que Dios me ha dado. Me gustaría mantener la sencillez que reconozco como valor en mi persona. Me gustaría vivir este servicio con gran disponibilidad y confianza. El compromiso que me hago conmigo mismo es no perder de vista lo fundamental: me han puesto ahí para servir y no para otras cosas.
13.- Alguna palabra que desees dirigir a los lectores de nuestras revistas…
– Diría que Esquila y Aguiluchos han sido a lo largo de mi vida unos instrumentos muy importantes de animación, formación y de vida misionera. A través de estas revistas he podido acercarme a la misión y vivir de ella, he podido contribuir con ella durante los tiempos que me tocó gastar algùn tiempo en la dirección de las dos revistas.
Yo sigo considerando a estas dos publicaciones como instrumentos muy válidos para la misión. No son revistas cualquiera. Trabajar en ellas es una misión tan importante como puede ser estar en Jartum o en la misión más abandonada de Congo. Es una misión en la que podemos realmente prestar un servicio extraordinario a todas aquellas personas a las que les llega.
A través de Esquila y Aguiluchos veo una multitud de personas que hacen parte de nuestra misión. Las revistas son el pretexto para descubrir todo un mundo misionero que está en contacto con nosotros; y a todas esas personas que trabajan por la revista, que la difunden, que la leen, que la esperan cada mes.
Gracias a todas ellas yo soy misionero, sacerdote y comboniano. Gracias de corazón porque nos siguen apoyando con mucho cariño, siguen creyendo en nuestra misión.
14.- Su tuvieras que decir lo primero que se te viene a la mente al escuchar las siguientes palabras, ¿qué dirías?