Lunes, 14 de noviembre 2016
Juan José Aguirre es misionero comboniano y obispo de la diócesis de Bangassou, una superficie en República Centroafricana de 233.000 kilómetros cuadrados, más de un tercio del país. “Nuestras prioridades pastorales son la formación evangélica de los cristianos, la búsqueda de la paz y la atención a los pobres”, expresa Aguirre cuando habla de un país castigado por diferentes conflictos armados y olvidado por el resto del mundo. A su paso por la redacción de Mundo Negro le preguntamos por el momento actual que viven los centroafricanos y el trabajo de los misioneros combonianos, que en 2016 cumplen 50 años de presencia en el país.

 

Visita del Papa Francisco
a República Centroafricana,
29-30 de noviembre de 2015.

 

“No es el momento de irse.
Es el momento de estar con ellos”


¿Cómo está actualmente la República Centroafricana?

La República Centroafricana, antes del mes de noviembre del año pasado era un infierno. Llevábamos tres años en un laberinto del que no podíamos salir. Llegó el papa Francisco y tuvo gestos preciosos que abrieron la situación y nos ayudaron a salir del laberinto. Entonces la ciudad de Bangui se pacificó. Antes había francotiradores en ciertas calles, pero se fueron y musulmanes y no musulmanes pudieron convivir. Después de la llegada del Papa, se abrió un paréntesis de cuatro meses, donde se celebraron elecciones democráticamente preparadas y hubo una campaña electoral para elegir al presidente Touadéra, que es el que actualmente está. Terminaron las elecciones, Touadéra se fijó esencialmente, aparte de hacer su equipo, en desarmar a los Seleka, todavía armados en el centro del país. A día de hoy no ha conseguido desarmarlos. Todo el centro del país, desde Bambari hasta arriba, Birau,  en la frontera con Chad, está llena de militares armados y hay una problemática muy grande, con una población completamente pisoteada, diferentes fracciones de la Seleka, algunos muy violentos como la etnia Mbororo, y que será muy difícil desarmarlos. Este proceso es el que está llevando ahora mismo el presidente Touadéra, ayudado por la ONU y por consejeros militares que vienen de diferentes sitios. Por otra parte, todo el este de Centroáfrica es la diócesis de Bangassou, que es donde yo estoy. Por otra parte los Seleka llegaron hasta la diócesis de Bangassou, en el este del país, donde yo estoy, tomaron el 25 por ciento del territorio, pusieron barreras y nos complicaron la vida. Además en el 75 por ciento de la diócesis hasta la frontera con Sudán, un grupo brutal fundado por un criminal llamado Joseph Kony, el LRA, nos está haciendo la vida muy difícil, un calvario en el que estamos desde hace 8 años con cantidad de ataques, secuestros, robos, intimidaciones, incluso gente degollada en el camino. Esto lo estamos viviendo allí con los dientes apretados y con mucho dolor.

La visita del Papa puso a República Centroafricana en el mapa. ¿Tenéis la impresión de que una vez que se va el Papa, otros conflictos (Boko Haram, el Estado Islámico y demás) silencian un conflicto latente como el vuestro, además de la reaparición o continuación de la actividad del LRA, del que nadie vuelve a hablar? ¿República Centroafricana vuelve a estar olvidada por parte de todo el mundo?

Nos da la impresión de que República Centroafricana es un país olvidado, sus cuestiones no importan a nadie. Muchas ONG han venido en busca de algún sitio donde poder trabajar, pero los grandes organismos dicen que con 4 millones de habitantes que habitan Centroáfrica (Centroáfrica es un país grande como España y Portugal) no vale la pena invertir allí. Las guerras que tenemos próximas, Boko Haram que nos está casi arañando (estamos en la otra parte de Camerún) y la presencia de Chad y de todos los grupos islámicos que pelean, pululan, que se preparan en las zonas del desierto, hacen que en Centroáfrica sigamos teniendo una problemática muy difícil de resolver, pero se habla muy poco en la prensa. El conflicto centroafricano es un conflicto que tiene miles y miles de desplazados todavía en campos de refugiados en la zona de Camerún, sobre todo, y en la frontera con Chad. Hay miles y miles de personas que viven en campos de desplazados una situación de infierno. La impresión que tengo es que se quiere silenciar Centroáfrica porque tiene todavía muchas materias primas sin explotar y como dice el refrán: a río revuelto, ganancia de pescadores. Quieren que no se haga ruido, que no se sepa, para que América pueda llegar a buscar su petróleo, para que Areva pueda llegar a escondidas para buscar su uranio, que otras compañías puedan llegar a diamantes, a oro de muy buen precio y poder seguir saqueando Centroáfrica como auténticos depredadores. Merece la pena silenciar los problemas políticos, no hacer mucho ruido. Esa es mi impresión.

Con esa reflexión da la impresión de que República Centroafricana se puede convertir en otro Goma, en el otro este de Congo, con una guerra que lleva oculta 20 años. Con ese panorama, ¿se puede tener esperanza de que de una u otra manera el país pueda ir avanzando?

La geopolítica no la comprendemos nosotros los misioneros ni podemos tener acceso a ella. Hay alguien desde arriba que mueve los hilos para que lleguen o se vayan los cascos azules, que mueve los hilos para que se tomen ciertas decisiones, que mueve los hilos para que el presidente dé cancha a empresas americanas y no a las francesas, por ejemplo. Y eso nosotros no lo dominamos. Lo que podemos nosotros es estar allí con la gente. No es el momento de irse, es el momento de estar con ellos. Están llorando. Es el momento de responder de una manera activa a la provocación de los violentos. Por ejemplo, en una zona de la diócesis de Bangassou donde está atacando masivamente el LRA, hemos resuelto atacar la violencia con proyectos de desarrollo y hemos empezado la con una escuela que no existía. Ahora los musulmanes y no musulmanes se juntan en esta escuela.

Mons. Aguirre dice que los que no se van son los misioneros. Precisamente los combonianos cumplen 50 años de presencia ininterrumpida en el país.
Salieron de Sudán de un conflicto tremendo y han ido a caer, ya llevan medio siglo, en un país que en los últimos años vive en un conflicto permanente. ¿Qué valoración hacen como combonianos de su presencia de estos 50 años y qué significa la presencia de la congregación allí para el país?

Los combonianos llegamos a Centroáfrica hace cincuenta años, siguiendo a desplazados sudaneses que huían de la guerra de Sudan. Hoy hay otra guerra en Sudan fratricida, brutal. Han llegado entre ocho y diez mil desplazados a la zona de Bambuti, en la diócesis de Bangassou. Así llegaron los combonianos hace cincuenta años. Nos instalamos y nos dieron parroquias. Creo que la presencia ha sido muy valorada por la sociedad, por el mundo religioso y por el mundo académico de Centroáfrica. Personas que se han educado con los combonianos y que hoy son ministros o ayudantes de ministros forman una cierta élite y esto nos da gran alegría. Además, los combonianos han dado dos obispos ahora mismo a la Iglesia centroafricana, cantidad de religiosos que están naciendo, centroafricanos que se están formando y que van a salir de África para evangelizar a otros países fuera de Centroáfrica. Tenemos todavía bastantes parroquias, estamos presentes en varias diócesis, trabajamos en zonas donde otros no quieren trabajar, donde otros tienen más problemas para trabajar. En general, la conferencia episcopal aprecia mucho a los combonianos y estamos muy contentos de estar allí. Ojalá sigamos todavía muchos años más.

De esa misión con mayúsculas en República Centroafricana, ¿el primer punto ahora mismo es la paz y el diálogo entre confesiones, culturas, pueblos y comunidades?

Ahora mismo, la cohesión social es un trabajo de todos. Buscar la cohesión social para que, a través de la reconciliación y el perdón, musulmanes y no musulmanes (ese fue el conflicto que nos ha llevado a tres años de guerra) puedan convivir en paz. Para ello los cursos, los encuentros de cohesión, las plataformas de mujeres. Muchas veces trabajamos con las mujeres para que ellas convenzan a sus maridos, a sus hijos, a sus nietos, a sus novios. Y muchas veces trabajamos con un grupo de paz y reconciliación y lo hacemos para llegar a momentos en que una cerilla que ya se ha encendido en un conflicto en un barrio pueda ser apagada antes de que se transforme en un incendio. Pero fijaos que el trabajo es mucho más denso. Acabamos de terminar las escuelas, por ejemplo, donde se juntan en las mismas bancas musulmanes y no musulmanes, católicos y sectas, todos juntos. Esto ya es una manera ideal de la sociedad que querríamos tener cuando sean adultos. Y ahora acabamos de terminar una campaña de oftalmologí. Han ido dos oftalmólogas de Jaén a hacer operaciones de catarata; 95 han hecho en tres semanas. Es muy bonito el hecho de que muchos enfermos que ya estaban operados de cataratas y esperaban una semana para ser operados del segundo ojo, estaban en las mismas habitaciones musulmanes, católicos, protestantes, sectas, animistas, todos unidos por un denominador común: el dolor, el sufrimiento y la operación y la esperanza de salir adelante. Y cuando uno cualquiera, musulmán o no, recuperaba la vista, cuando a uno le quitaban el parche que tenía en el ojo, con el que no veía desde hacía muchos años, que tocaba a su nieto y lo conocía por el tacto de sus manos, esa primera vez después de 10 años en que empieza a ver y la luz empieza a entrar por sus pupilas, todo el mundo exultaba, todos, musulmanes y no musulmanes exultaban por la alegría de esta persona. Es como recrear en un microclima el modelo de sociedad que queremos todos para Centroáfrica y que hoy, desgraciadamente, no hemos conseguido.

Escuela de Niakari, en Centroáfrica.

Para terminar, Juanjo, ¿qué recuerda de su primer día en República Centroafricana?

Recuerdo perfectamente la primera vez que llegué a Obo, que fue mi primera misión durante 7 años. Estábamos a 7 días de coche del primer teléfono, del primer médico y del primer dentista. Recuerdo la gracia que tuve de tener un hermano comboniano mayor que me inició durante tres años. Recuerdo cómo dijimos la misa y después de la misa, él me ayudó a quitarme los ornamentos y me dijo:

  • Vete ahora fuera porque la gente te está esperando.
  • ¿Para qué?
  • Te van a bendecir.
  • ¿Cómo?
  • Tú les has bendecido a ellos en la misa. Ahora ellos te quieren bendecir a ti.
  • ¿Qué hago? ¿Me pongo allí?
  • Y pon las manos así, en cuenco, porque ellos te quieren escupir. Pequeñas perlitas de saliva, esa es su bendición.

Fui, me puse y me bendijeron. El pueblo me bendijo. Después me dijo el hermano: “Ahora ve a ese árbol”. En cada misión en Centroáfrica hay un árbol, un mango enorme que hace de eje, que une la tierra con el cielo, un árbol donde la palabra tiene un peso, no se la lleva el viento. Es algo muy bonito. Entonces el hermano me empujó y me dijo:

  • Vete allí porque están los enfermos.
  • ¿Los enfermos de la parroquia?
  • Hay muchos enfermos que tienen lepra y no pueden entrar en la iglesia porque sus cuerpos huelen mal.

Y ya vi que a alguno las manos les terminaban en las muñecas, los pies les terminaban en los tobillos. Algunos habían perdido las partes blandas del cuerpo, la nariz, las orejas, los labios. Eran personas que olían mal. “Te quieren bendecir. Vete que te quieren bendecir”. Se me acercó al oído y me dijo en italiano: “Mira, con el mismo cariño con que tú has tocado la forma durante la misa, tócalos también a ellos y déjate tocar por ellos porque es el mismo Cristo a quien vas a tocar”. Me fui hacia ellos y ellos me abrazaron. Ese es el primer pensamiento que tengo de mi llegada a Centroáfrica.
Mundo Negro [revista comboniana]. Entrevista de Javier Fariñas Martín.
Vídeo: Javier Sánchez Salcedo. Fotografías cedidas por Juan José Aguirre.