Lunes, 10 de agosto 2020
En el contexto de Formación permanente o continua aporto una reflexión breve sobre el tema de la capacidad apropiada para los misioneros Combonianos, haciéndome eco de la preocupación de nuestro fundador que quería misioneros “santos y capaces”. (…)
CAPACES COLABORADORES
DEL ESPÍRITU SANTO
(Para ser capaces colaboradores en la misión que el Espíritu Santo ha encomendado a los misioneros combonianos)
INTRODUCCION
En el contexto de Formación permanente o continua aporto una reflexión breve sobre el tema de la capacidad apropiada para los misioneros Combonianos, haciéndome eco de la preocupación de nuestro fundador que quería misioneros “santos y capaces”.
Nuestra Regla de Vida hace a cada uno de nosotros responsable de nuestra formación continua (RV 99-101), aunque ésta también se organice en la comunidad y en la provincia. La formación permanente de la comunidad cae bajo la responsabilidad del superior local, de la provincia bajo la responsabilidad o supervisión del Superior Provincial.
La Ratio Fundamentalis nos pide que tengamos un programa personal de formación personal (RFIS 543, 547). Eso implica una programación que aparece en nuestro proyecto personal de vida. En dicho proyecto determinamos el qué, cuando, como y donde vamos a realizar nuestra formación continua. Es decir, necesitamos concretizar en los aspectos que conciernen mi persona, mi vida espiritual, y mis capacidades para el ministerio. Para esa programación personal, la comunidad puede aportar una contribución positiva pues nos puede indicar cómo hacerlo y en qué aspectos nos vendría bien concentrarnos, dentro del marco de las dimensiones humanas, espirituales y pastorales. Según qué tema la aportación de la comunidad, y la información que demos a ella, resultará más profundo o menos.
Hoy en día, un riesgo muy común para todos nosotros es la dispersión. Disponemos de tantos medios que con facilidad nos perdemos, y andamos picando de aquí allá como las abejas. Mucho de lo que recibimos nos ayuda; pero, al no asimilarlo metódicamente, no contribuye a nuestra formación eficazmente. Se suele mencionar que en cada persona hay deseos y acciones. Los primeros son siempre buenos, las segundas a veces, no tanto. Los deseos apuntan a la excelencia, incluso cuando parecen utópicos. Las acciones son excelentes cuando se ponen en práctica los buenos deseos sistemáticamente, metódicamente y con eficacia.
Los temas centrales que recibimos de la Dirección General y de nuestras provincias nos sirven para crear un “sentir común” y seguir creciendo al unísono de modo que tengamos cierta consistencia institucional que nos da identidad y facilita la unidad. Pero eso no quiere decir que no tenga temas en los que necesite cultivar mi formación personal, en cualquiera de las dimensiones mencionadas anteriormente (humana, espiritual, pastoral).
A modo de pro-memoria copio y pego cuatro frases de la RFIS, puesto que no es un documento que todos utilicemos con frecuencia.
530. La formación es necesariamente permanente, en cuanto responde al carácter evolutivo y dinámico de la persona humana, a la exigencia de mantenerse creativamente fiel a la propia identidad vocacional y de seguir potenciándola, afrontando con fe las múltiples exigencias de la vida misionera.
531. Comboni exigía a sus misioneros, incluso en misión, un compromiso continuo con su propia formación (RV99.5)
532. La formación permanente es un proceso que comporta: la continuidad del crecimiento de la persona; la progresiva maduración en Cristo e identificación con el carisma de Comboni y del Instituto; una actitud de constante conversión para discernir la acción del Espíritu
534. De otro modo, el misionero corre el riesgo de quedarse en simple “objeto” de actualización y no llegará nunca a ser “sujeto” de su formación y crecimiento.
Todos disponemos de tres documentos orientativos que se nos mandaron desde la comisión de Formación Permanente de Roma, y que es de utilidad releer alguna vez:
1. JORNADA SEMANAL DE LA COMUNIDAD
2. COMPARTIR LA VIDA: Para un verdadero crecimiento en la fraternidad
3. CONSEJO DE COMUNIDAD: Espejo de una comunidad misionera...
1. Capacitación
Todos somos muy conscientes de las citas de San Daniel Comboni sobre cómo deseaba que sus misioneros fuesen santos y capaces (Escritos: 3191, 3617, 3710, 6655), y cómo se vanagloriaba de las capacidades y resistencias de sus religiosas.
En nuestra formación inicial distinguimos, prácticamente, entre preparación académica y preparación espiritual. También está la preparación física, pero eso se asocia al deporte, y más como diversión que como ejercicio de mantenimiento de la salud. A tener fácil acceso a cuidados médicos y a la alimentación, nos olvidamos de la importancia del cuidado de los cuerpos para así cumplir el dicho latino “mens sana in corpore sano”. Cuerpos lo suficientemente fuertes como para estar expuestos a situaciones difíciles e incomodas (RV 2.2; 90.2; Escritos 2592, 3617, etc). Y para ser capaces de contribuir con el trabajo manual en el propio mantenimiento (RV 93.1).
La preparación espiritual la relacionamos con el camino a la santidad, y la asociamos al trabajo de los formadores que tienen que instruir a los candidatos en los valores propios del carisma misionero comboniano.
La preparación académica la relacionamos con los estudios en nuestras instituciones para adquirir conocimientos y titulaciones. A veces, más lo segundo que lo primero, y por lo tanto cuando ya no se da la presión de los estudios obligatorios, o el afán de títulos dejamos a parte la preparación académica, que es necesaria para nuestro apostolado misionero.
La formación permanente va más allá de aprendizajes, se concentra en la continua “transformación autodidacta pero acompañada” de nosotros mismos porque no somos personas acabadas, y nunca lo seremos. Esa transformación es un proceso contextualizado a nuestra situación personal y social, es decir: la persona, la comunidad, la pastoral, la espiritualidad.
Nuestra transformación en la jerga espiritual la referimos como “crecimiento, o subida”. Nuestra transformación en la pastoral la referimos como “inserción, inculturación, adaptación, salida”. La transformación personal cuenta con términos como “adecuación, sanación, aptitud, actitud, mejora, etc.). La transformación comunitaria implica “compromiso, apoyo, corrección, consenso, relaciones”.
Todo proceso de transformación positiva es un crecimiento orgánico. Sabemos que las plantas crecen de acuerdo a lo que son, cada rama a su aire, pero según lo que ellas son. De todos modos, para que el crecimiento sea organizado se necesita poda, guías, cuidado. En la formación permanente eso se hace de un modo personal, pero con la colaboración de los hermanos con quienes se convive.
En las cartas de San Daniel Comboni descubrimos cómo él estaba preocupado por encontrar misioneros capaces para la misión africana, muy desafiante; y cómo quería preparar a laicos, laicas y religiosos africanos que fuesen capaces llevar adelante la evangelización del Vicariato de Centro África. Esas preparaciones se hacían en El Cairo y en Malbes, para reemplazar las iniciativas anteriores en Nápoles o Verona. Esa preocupación sigue constante en nuestro Instituto Comboniano de tal modo que no sólo se preocupa de la capacitación de los jóvenes antes de los votos perpetuos, sino que también está interesado de la capacitación de todos sus miembros de acuerdo a los contextos culturales y ministeriales donde son enviados. Es por eso que todas las circunscripciones mencionan en sus directorios provinciales los procesos de inserción a la realidad local de la provincia (especialmente los recién incorporados). El hecho que se mencione oficialmente no quiere decir que se cumpla con regularidad, porque a veces las urgencias impiden realizarlos. Esta deficiencia institucional no ayuda en la capacitación de los hermanos y consecuentemente afecta a la realización personal en su ministerio y a la calidad de servicio misionero que se ofrece.
La capacitación de los misioneros a las nuevas destinaciones cae bajo la responsabilidad del superior provincial. Pero además de esa capacitación general, encontramos la necesidad de capacitarnos a la realidad de la comunidad local donde nos inserimos y a sus gentes. Para eso necesitamos interés personal en conocer las culturas y los idiomas, así como la historia de la gente, de la iglesia local, de la presencia de los Combonianos en el lugar.
Literatura y documentales oficiales se encuentran con cierta facilidad (harina de otro costal es que estén actualizados); sin embargo, estamos muy deficitarios en la documentación de la presencia y del trabajo de los Combonianos en nuestras misiones. Se ha perdido la práctica de los diarios y crónicas de misión, o de las parroquias, justo ahora cuando es más fácil y más rápido hacerlo: preparar archivos gráficos, de fotos, de escritos, etc. Puede ser el caso que los jóvenes Combonianos no hayan sido educados en esta tradición, y que no se les haya preparado para hacerlo de un modo rápido y eficaz, porque no se trata de escribir novelas, sino de enumerar acontecimientos… cosa que se puede hacer en un par de horas al mes. San Daniel Comboni es un ejemplo preclaro en este compromiso testimonial y en su compromiso epistolar. Y, por lo tanto, a nosotros, como sus discípulos, nos corresponde aprender de él.
Los diarios de misión y los artículos que hemos publicado en la prensa escrita han sido muy útiles para dar a conocer a otros lo que hacemos; pero eso no quiere decir que nosotros los hayamos leído, visto o apreciado. Porque se nota que nos falta interés en conocer lo que ha ocurrido o lo que otros han hecho en las misiones donde llegamos. La tendencia actual es pensar que como el mundo se ha globalizado, ya no es tan necesario conocer la realidad local: ni su historia, ni sus idiomas, ni sus peculiaridades -las folclóricas son sólo para el turismo y las fiestas-. Las comunidades donde nos asignan también encuentran difícil introducir a los recién llegados, y de dejarles el tiempo apropiado para que se preparen, justo por culpa de las emergencias. Esta tendencia no es beneficiosa para la pastoral, de ahí que la comunidad local necesita prolongar un poco más la paciencia para dejar que los recién llegados se insieran adecuadamente. Y que los que llegan muestren interés en conocer y aprender. Este interés muestra la alegría que se tiene en la destinación recibida.
Todos conocemos las grandes capacidades de nuestro fundador: para los idiomas, para el aguante corporal, para las relaciones personales, para escribir, para sobrellevar las penalidades de las cruces, para reconocer los méritos de sus colaboradores, para creer en las posibilidades de los africanos, para sortear las dificultades de las diplomacias eclesiales y políticas. Esas capacidades no sólo las había recibido de la naturaleza como regalo de Dios, sino que también él tuvo que cultivarlas mediante el estudio, el esfuerzo, la constancia, la consulta y el optimismo.
Tenemos cualidades que hemos heredado y otras en las que nos hemos educado, pero todas ellas están sujetas a la ley del desgaste, por lo tanto, hay que reforzarlas y renovarlas. Además, también hay otras capacidades que desconocemos justo porque nunca estuvimos expuestos a realidades que exigían esas competencias; pero cuando nos colocan ahí, el desafío se convierte en estímulo para aprender siguiendo los pasos de Comboni antes mencionados: estudio, esfuerzo, constancia, consulta y optimismo.
¿Cómo sabemos que estamos siendo capacitados suficientemente? Ante todo, hay que tener en cuenta que pocos son expertos experimentados. Por suerte, en nuestra vocación no hay desempleo, por lo tanto, nadie nos pide “experiencia” aunque seamos jóvenes, basta que haya conocimiento e interés. Los títulos que hemos obtenido ofrecen cierta garantía de preparación suficiente. Los cursos y cursillos que seguimos, sean presenciales o en-línea, nos ayudan a seguir aprendiendo sin cansarnos y, poco a poco, estar actualizados. Las lecturas que hacemos consiguen tres cuartos de lo mismo. Es decir, instrumentos para capacitarnos tenemos muchísimos, ahora bien, necesitamos tiempo y metodología.
En el mundo académico antes mencionado, los resultados de los exámenes sirven para determinar los progresos que hacemos, a nivel teórico o práctico. En el mundo de los negocios, los beneficios demuestran nuestra competitividad. Sin embargo, en nuestro ámbito de evangelización las cosas no son tan sistemáticas. La agricultura nos sirve de analogía para comprender cómo el éxito de una buena cosecha no depende sólo de las capacidades del agricultor, también cuenta la calidad de la semilla, la tierra, los abonos, las lluvias, el sol, las plagas, etc. Y una vez que se tiene la cosecha, los beneficios también dependen del mercado, de la estrategia de ventas, de la conservación de los productos, etc. Es decir, hay un montón de factores exógenos al agricultor que hacen que su esfuerzo sea rentable o no. Algo parecido ocurre con nosotros mismos, y con el ministerio apostólico que nos encomienda el Señor.
Si nos concentramos en el objetivo de nuestra capacitación, resulta que Comboni nos quiere capaces para “evangelizar”. Y una vez más nos preguntamos: evangelizar… a quién, dónde, cómo, cuándo, y qué. Porque todos esos condicionantes hacen que el éxito de nuestro esfuerzo no dependa únicamente de nuestras capacidades. Por eso que resolvemos la ecuación diciendo que el éxito de nuestra actividad pastoral es una “bendición de Dios”.
Tal respuesta también levanta otra incógnita: ¿Es el fracaso una maldición? Si el éxito o el fracaso no dependen únicamente de nuestras capacidades y nuestros esfuerzos, ¿por qué concentrarnos en esto ahora?
En el mundo académico se valoran las capacidades de las personas por su inteligencia. En el mundo técnico las capacidades se miden por la “maña”, las habilidades. En la vida real la persona lista es la que es “viva”. Y ¿En la vida apostólica? ¿Qué es lo que caracteriza la competencia de un apóstol? La coherencia. Ser coherente, ser consecuente, con lo que enseñamos o predicamos. La enseñanza abarca todos los aspectos de nuestra labor misionera, desde las catequesis hasta la educación escolar, hasta la preparación de las actividades de promoción humana, o cursos de capacitación. La predicación se concentra en el anuncio de la Buena Noticia del Reino, en iglesias o foros públicos (incluyendo los nuevos areópagos de la comunicación).
Hoy en día, cualquier profesión necesita de cursillos de “puesta al día”. Es decir, una cosa es el mantenimiento y otra la puesta al día, la actualización a las nuevas técnicas, a las nuevas teorías. En nuestro mundo religioso que se concentra en verdades eternas, el contenido del mensaje no cambia, pero sí cambian los métodos de transmitir el mensaje. De por sí, aunque el contenido no cambie, sí necesita interpretaciones a las nuevas circunstancias que surgen en la vida de la iglesia y de la humanidad.
Tanto en lo que respecta los medios y métodos de comunicación, como respecto a los contenidos actualizados el misionero comboniano necesita aprender, capacitarse, independientemente de que las nuevas habilidades adquiridas vayan a producir mejores resultados o no.
2. Medios y mensajes
En nuestro ministerio los instrumentos de transmisión son varios: los hay externos y los hay internos. Los externos son los medios que utilizamos y los conocimientos que adquirimos. Los internos somos nosotros mismos, que somos vehículo de comunicación. Desde que McLuhan cuñase la frase “el medio es el mensaje” algunas teorías de la comunicación han cambiado:
El medio influye en cómo el mensaje es percibido,
Tanto el medio como en mensaje van juntos,
El medio modifica las relaciones entre los comunicantes.
Si aplicamos estas frases a nuestra vida misionera resulta que nosotros somos el medio, y el mensaje son los contenidos doctrinales o conocimientos prácticos que transmitimos. Doctrinales cuando nos concentramos en la fe y en las relaciones humanas. Conocimientos prácticos cuando nos referimos a temas de promoción humana. Hay que hablar así porque como misioneros Combonianos desde los tiempos de Comboni esos dos aspectos han ido de la mano.
Así pues, al decir que el medio es el mensaje estamos recalcando la importancia del testimonio, y la importancia de la persona que transmite ese mensaje. El testimonio es el actuar de acuerdo a las propuestas de Jesucristo y el Reino de Dios. La persona es el modo de ser de cada uno, y ¿qué es lo que somos? El compendio de lo que hemos heredado genéticamente, la crianza, la influencia de las amistades, la cultura donde crecimos, la educación que recibimos, las experiencias que hemos experimentado, la formación comboniana que nos han dado, la religiosidad en la que fuimos introducidos a la fe, la espiritualidad que hemos aceptado, la fe que defendemos, y todo el conjunto de aspiraciones, traumas, éxitos y fracasos… y se podría alargar el párrafo.
Modificamos el testimonio mediante el esfuerzo personal y las contribuciones que recibimos de los compañeros, directores espirituales, personas de buen tino que nos aconsejan, y el propio Espíritu Santo que nos guía. Mejoramos nuestra personalidad gracias a la formación, a las compañías, a la gracia divina.
De cualquier modo, no por mucho que nos esforcemos conseguimos modificar nuestro testimonio tanto como quisiéramos, o mejorar nuestra personalidad para ser idóneos para nuestro ministerio. Esto es una verdad de Perogrullo, que no nos tiene que desanimar. Sencillamente, nos ayuda a ser realistas y por lo tanto tener paciencia con nosotros mismos. Y a su vez humildes para aceptar nuestras limitaciones sin tirar la toalla, y ser agradecidos por las contribuciones que otros nos aportan.
Como transmisores de contenidos de salvación nos importa el impacto que nuestra comunicación y presencia tiene sobre los receptores. Somos medio que a su vez utilizan medios, que también cambian lo que somos, o al menos la percepción que otros tienen de lo que somos. Es decir, una cosa es que nos conozcan en persona; y otra que nos conozcan trámite otros medios: escritos, orales, audiovisuales, redes sociales.
En persona podemos ser auténticos, hipócritas o actores. Trámite otros medios podemos resultar fríos e intelectuales, cálidos, divertidos, comunicativos, etc. En el trato directo es más difícil esconder lo que somos; en la proyección de lo que somos trámite otros medios tenemos tiempo de adaptar lo que somos a lo que queremos que otros comprendan de cómo somos.
En el mundo de hoy vemos cómo cualquier persona publica un perfil suyo propio que no es real. El receptor se entusiasma por el mensaje que recibe -recordemos que el medio y el mensaje van juntos- Pero cuando el receptor se da cuenta que la persona transmitente le estaba engañando, también cae con ella todo el contenido del mensaje (eso es lo que ha ocurrido con las personas consagradas que han abusado de niños; tal y como venía ocurriendo en el pasado con los sacerdotes que estaban del lado del terrateniente o del milico; o la monja que era muy cruel con las alumnas).
Todo eso viene a enfatizar la importancia de capacitarnos para ser medios idóneos para la evangelización. Lo que quiere decir modificar y mejorar lo que somos y los contenidos que transmitimos. Diríamos que si se trata de lo que somos como personas saltamos al adjetivo “santos”, y que cuando se trata de lo que somos como medios, nos referimos al adjetivo “capaces”. Cuando se trata de los contenidos que transmitimos, también estamos en el ámbito de “capacidad”.
3. Capacidad emotiva y espiritual
Recientemente la cónfer de Perú ha anunciado un taller sobre “Inteligencia espiritual”. No sé de qué tratará el tema, pero se ve enseguida que el término está influenciado por el título “inteligencia emocional” de Daniel Goleman. Según este psicólogo la inteligencia de las personas no hay que medirla por el coeficiente intelectual, sino por la combinación de las capacidades intelectuales, técnicas y cognoscitivas con la influencia que las emociones tienen sobre las personas. Luego he visto que “inteligencia espiritual” es un término que se viene utilizando en círculos de autoconocimiento y autopromoción, también en relación con el coaching.
Con frecuencia se caía en la falacia de pensar que a mayor coeficiente intelectual mejor le iba a ir a una persona en la vida y en los negocios. Luego se apreció que hay diversos tipos de inteligencia, según las habilidades que se utilicen, y que esos tipos de inteligencia ayudan a elaborar la información de un modo adecuado al contexto en el que vivimos.
Es por eso que no podemos decir que cualquier persona muy inteligente sirve para ser comboniano, porque primero hay que determinar a qué tipo de inteligencia nos referimos. Podemos distinguir entre diversos tipos de inteligencia, según las habilidades que entran en juego y que nos ayudan a entender y elaborar información de una manera adecuada para utilizarla en favor del objetivo que nos hemos propuesto.
Sin embargo, cuando consideramos la inteligencia emocional nos damos cuenta que las emociones nos ayudan a ser más o menos “vivos” para el ministerio que se nos encomienda. Por lo tanto, si hemos de estar propiamente capacitados para el apostolado necesitamos trabajar el contenido emocional de nuestra personalidad: descubrir las emociones y sentimientos propios, reconocerlos, manejarlos, crear una motivación propia y gestionar las relaciones personales.
Todo eso se hace durante la formación inicial junto con la educación académica, pastoral y espiritual. Pero también hay que continuar perfeccionando esa adecuación emotivo intelectual al ambiente apostólico en el que desarrollamos nuestra vocación.
La adecuación a ese ambiente puede ser natural, la persona que tiene don de gentes, que es simpática. Como también puede ser adquirida, es decir, los esforzamos en llegar al corazón de los demás, no para manipular, sino para ser comprendidos mejor, porque gracias a la aceptación que tengamos como personas, los receptores se sentirán más propensos a escucharnos.
Hay baremos indicativos del aprecio que nuestras personas y conductas producen:
Pero a su vez se necesita tener buen auto-conocimiento de las emociones y de cómo nos afectan personalmente según qué circunstancias. Para ello hay que:
Las personas que son optimistas por naturaleza tienen el camino bastante andado ante estas circunstancias. Son entretenidas, tienen afán de aprender, no se desaniman. Se motivan a sí mismas y motivan a los demás. Están en sintonía con los que le rodean porque captan sus sentimientos y preocupaciones (tienen empatía).
4. El comboniano y sus capacidades
Todo lo dicho está bien para el presente. Sin embargo, no podemos olvidarnos la frase de Comboni para sus misioneros, “santos y capaces” frase que él también se la aplicaba a sí mismo.
De las explicaciones que hace Comboni para sus Hermanas religiosas, candidatos misioneros y laicos colaboradores queda claro que “capacidad” es más que un cúmulo de conocimientos. Y que responde a la combinación entre “actitud y aptitud” de la persona. Estas dos cualidades se complementan una a la otra en un buen misionero comboniano. Tanto una como la otra son modos de ser y de actuar que nunca alcanzan perfección y por lo tanto son constituyentes de lo que en espiritualidad llamamos “camino de santidad”. Pero como Comboni menciona santidad en otro adjetivo, mejor no mezclarlo. Lo que sí importa es considerar que todo candidato tiene un punto de partida mínimo indispensable tanto en las actitudes como en las aptitudes. Y que ese mismo comboniano sigue mejorando sus actitudes y aptitudes a lo largo de su vida motivado por los contextos apostólicos, comunitarios y suyos personales. Esta frase optimista no pretende obviar la realidad de que también sufrimos regresiones, solo que, desde la perspectiva de la gracia divina, sabemos que no son permanentes.
Entre las actitudes que Comboni subraya para sus misioneros las más importantes serían:
Piedad, obediencia, humildad, espíritu de sacrificio, abnegación, celo apostólico, paciencia, dedicación total, aguante, esfuerzo, generosidad, sentido de Dios, optimismo, camaradería, fraternidad, fe, constancia, fidelidad
(Si queremos consultar las fuentes ahí van unos números de los escritos:
Piedad (2709), obediencia (2814), humildad, (2814), espíritu de sacrificio (2720-22 2885), abnegación (2814), celo apostólico (6987), paciencia (6683,2700), dedicación total (7004), aguante, esfuerzo (6406), generosidad (5337, 6656), sentido de Dios (2698, 2887), optimismo, camaradería, Hermano y padre (1861 2495), fe (2698, 2887,6819), constancia (4049,6900), fidelidad (5022, 5332)
Entre las aptitudes más necesarias para los misioneros de la Nigrizia, Comboni resalta:
La salud, valentía, el conocimiento de idiomas, de teología, practicidad técnica, sagacidad, prudencia, comprensión de los otros y de los consejos, celo apostólico, sociabilidad, emprendimiento, colaboración, tesón, rectitud, sinceridad, sociabilidad, emprendimiento y asertividad.
(Para consultar las fuentes de los Escritos: La salud (803), valentía (3111), el conocimiento de idiomas (298,2729,6599), de teología (2235,2667), practicidad técnica, sagacidad (1329,3918), prudencia (2510), comprensión de los otros y de los consejos (1861-62 2665 2680 2684), celo apostólico (2007 3148 3333 3710 6486 6655), colaboración, sociabilidad, emprendimiento, colaboración (2674), tesón (4304, 5075), rectitud y sinceridad, más asertividad (2698 2887)).”
Simplificando, se puede decir que las actitudes son cualidades humanas que vienen bien casi siempre. Las aptitudes son habilidades que, según qué contexto, resultan más necesarias o menos. Esa lista de actitudes y aptitudes puede servir para mayor profundización y reflexión personal en nuestros ejercicios espirituales provinciales, teniendo la conciencia que “todos somos deficientes” y que “los otros me pueden indicar algún truco para mejorar mis actitudes y mis aptitudes”. Pero siempre con la certeza humilde de que por mucho que lo intente nunca podré conseguir las metas que otros me proponen. Y que el éxito en las que yo mismo me he propuesto depende de cómo juzgue los resultados (con benevolencia o con exigencia).
Ese breve elenco de actitudes y aptitudes que Comboni consideraba importantes para los misioneros de su tiempo necesita ser actualizado, en especial las aptitudes. Y para defender mi posición mejor aclarar la definición que mejor se adapta a lo que digo:
Aptitud: Habilidad para adquirir cierto tipo de conocimientos o para desenvolverse adecuadamente en una materia o contexto.
Dentro del marco de formación permanente aceptamos la necesidad de mejorar nuestras capacidades para nuestro propio bien, del Instituto, comunidad, el pueblo de Dios, la causa de la evangelización, etc. Ya expliqué al inicio qué tipo de organización y método podemos aplicarnos. Es cierto que nuestro bagaje cultural, histórico y genético condiciona las posibilidades de nuestros progresos. Y que la disponibilidad de medios modifica la velocidad para conseguirlos y la calidad de los resultados.
Al igual que Comboni, yo soy optimista y pienso que casi todos nosotros los Combonianos vivimos situaciones y ambientes que facilitan nuestra capacitación. De la misma manera, la selección que la formación inicial ha hecho de nuestros candidatos garantiza que todos disponemos de actitudes y aptitudes suficientes para seguir progresando. En el pasado se dieron conductas proteccionistas respecto a candidatos para la vida sacerdotal y consagrada en la justificación de que para hacer la caridad no se necesitan muchas luces, y que para realizar un buen apostolado el celo apostólico es más eficaz que la erudición. Personalmente, no niego esas afirmaciones; pero tampoco las consiento para justificar la mediocridad en nuestro compromiso personal hacia la excelencia en santidad y capacidad. Pienso que tengo a Comboni de mi parte, si nos atenemos a lo que él escribía al presidente de la APFL, Afrique Centrale:
No acepto un misionero que no esté dispuesto a morir desde el primer momento. Tengo inmensa confianza en la próxima canonización de un gran número de santos africanos, que contribuirán a la conversión de toda África (Escritos 6164).
Todos sabemos cómo Comboni apostó por los africanos para que fueran agentes de su propia evangelización y promoción humana (utilizando su lenguaje, hoy día obsoleto, “civilización”). Por lo tanto, esa frase de Comboni era una profecía de lo que iba a ocurrir. Muchos de nosotros somos testigos de la santidad, y de la profundidad de fe que hay en nuestras iglesias africanas. Entiendo por iglesia el conjunto de los creyentes, porque donde más brilla esa santidad es entre los laicos... las familias de dónde vienen nuestros cohermanos africanos, que hoy en día son la mayoría de nuestras fuerzas más jóvenes. Por lo tanto, la santidad de nuestra gente es la que debe inspirar nuestro propio compromiso (lo que digo de África ahora, también se aplica a Europa y América antes). Es así que, cuando no estamos interesados en nuestra capacitación constante para un mejor servicio misionero, estamos traicionando las expectativas que nuestros fieles han puesto en nosotros; incluso cuando no haya escándalos.
4.1. Abnegación y espíritu de sacrificio
Son muchas las citas donde Comboni habla de estos temas, justo porque él había experimentado que sin estas aptitudes y virtudes resultaba imposible ser fiel a la vocación misionera para África. La misión de frontera africana de entonces era la más ardua de todas las fronteras. De por sí, al ministerio misionero siempre se le consideró de alto riesgo, y si lo era entonces también lo es ahora. No en vano Comboni decía sobre las “excelentes Hermanas de San José son muy recomendables por su sencillez, celo incansable y aptitud para todas las tareas de misioneras, así como por su heroica valentía al afrontar toda clase de riesgos, largos y peligrosos viajes, y hasta la muerte, por desempeñar bien su ministerio (E.3511)”. Algo parecido decía de Sor Emilienne de Pau “que ha sido durante treinta años Superiora en Oriente: una estupenda mujer, modelo de misionera, llena de valentía y abnegación (E. 3827)”. Las alabanzas de Comboni para sus misioneros, y en especial sus misioneras son muchas, y las vamos a concentrar en esta cita que demuestra que las aptitudes de valentía y abnegación no son innatas, sino que surgen del contacto frecuente con el Señor de la mies, el Buen Pastor, y con los santos. Es decir, hay aptitudes que no se adquieren mediante el estudio, sino que requieren oración, buena voluntad y práctica. Porque de siempre la práctica repetitiva y progresiva promociona excelencia. Escribía Comboni:
“Estas prácticas ordinarias de piedad realizadas en común mantienen muy bien el espíritu de los miembros de la misión, fortaleciéndolos y haciéndolos capaces de soportar con alegre ánimo los grandes sufrimientos, las incomodidades, los difíciles y peligrosos viajes, y las cruces inevitables en tan arduo y laborioso apostolado (Escritos 3617).”
(Comboni menciona las siguientes prácticas de piedad:
¿Qué es abnegación? La cualidad por la que una persona sacrifica espontáneamente su voluntad, intereses, deseos y aun de la propia vida por un motivo que le convence. Como cristianos sabemos que Jesucristo es el ejemplo supremo de abnegación (Fil 2,6ss Jn 15,13). El sacrificio es desinteresado, pero no inútil. Tiene como intención conseguir algo bueno para otras personas; si lo fuera para sí mismo sería una inversión. Comboni renunció a muchas posibilidades justo para hacer posible que el pueblo africano llegase al conocimiento de Cristo y a la salvación. Y que de repente gozase de liberación… todo eso ya lo conocemos bien.
Comboni experimentó la abnegación tan profundamente que supo que solo era posible vivirla como resultado de la gracia divina: “…para trabajar en una viña ardua como ésta de África se requiere una sólida formación religiosa y una escuela de abnegación extraordinaria y según el espíritu de Jesucristo Crucificado, porque la renuncia a sí mismo y a todo lo propio para arrojarse en brazos de la obediencia y de Dios, no se obtiene sin la ayuda extraordinaria de la gracia. Y esto es necesario para África Central (E.3392)”.
Consideramos que la gracia de Dios no falta a quienes Él ha elegido (Jn 15,16; 21,1ss), por lo tanto, la eficacia de esa gracia en nosotros está condicionada a nuestra voluntad de aceptarla y dejar que actúe en nosotros, no con el automatismo de una reacción química, sino con la intencionalidad de quien colabora y asume los ejercicios que se le proponen para mejorar las marcas que va consiguiendo en su carrera misionera (Cfr. 2Tim 4,7; Hch 20,24). La dedicación que ponemos en los servicios que se nos encomiendan, la prontitud que mostramos en llegar a los destinos donde los superiores nos mandan, son índices de nuestra abnegación.
¿Qué es espíritu de sacrificio? La disposición personal que impulsa a una persona a aceptar sin reservas y con ejemplaridad las penalidades y privaciones que surgen del cumplimiento de un deber, incluso si esto implica la entrega de la propia vida. Es decir, supone que encarnar este espíritu no es un placer.
Comboni tenía bien claro que ese espíritu no nace espontáneo pero que si se cultiva crece. Él quería que se plantase en los corazones de los candidatos para trabajar en el África central, “El pensamiento perpetuamente dirigido al gran fin de su vocación apostólica debe engendrar en los alumnos del Instituto el espíritu de sacrificio (E.2720)”. Esto quiere decir que los candidatos que no mostrasen ese espíritu de sacrificio no cualificaban para su instituto.
De nuevo aquí, esta aptitud no se consigue de una vez para siempre, sino que hay que salvaguardarla mediante la práctica. Su consejo -para los candidatos- es igualmente válido para todos nosotros experimentados Combonianos: “Fomentarán en sí esta disposición esencialísima teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente y procurando entender cada vez mejor qué significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas (2721)”. Es decir, el espíritu de sacrificio comboniano es el resultado de la contemplación del corazón traspasado del Buen Pastor crucificado en la cruz. En la contemplación de quien nos quiere recibimos la gracia de querer como Él quiso, y consecuentemente la capacidad de sacrificarnos a nosotros mismos, cuando toca, con la naturalidad de quien es un avezado atleta, o soldado de Cristo (E.3450, 3827) -expresión muy propia de Comboni también, aunque tenga inspiración ignaciana.
El espíritu de sacrificio no es un placer, pero tampoco representa un sufrimiento infructífero. Se resiste el dolor con esperanza y con gozo, no con deleite. Sigue escribiendo en ese mismo texto: “Si con viva fe contemplan y gustan un misterio de tanto amor, serán felices de ofrecerse a perderlo todo y a morir por Él y con Él. Al separarse de su familia y del mundo han dado sólo el primer paso: tratarán de ir cada vez más lejos hasta consumar su holocausto, renunciando a todo afecto terreno, habituándose a prescindir de sus comodidades, de sus pequeños intereses, de su opinión y de todo lo que los concierne; pues incluso un tenue hilo que permanezca puede impedir a un alma generosa elevarse hasta Dios. Será por ello continua la práctica de la negación de sí mismos, aun en las pequeñas cosas, y renovarán a menudo el ofrecimiento completo de sí a Dios, incluida la salud y hasta la vida (2722).”
El texto es de una actualidad inverosímil. No sé si porque lo ponemos en práctica o porque necesitamos ponerlo en práctica. Lo que sí es cierto es que esta aptitud llamada “espíritu de sacrificio” no se consigue a la fuerza, no se puede imponer en la formación inicial, pero sí podemos exponernos a él. Una vez adquirido el sentimiento del crucificado nos saldrá espontáneo ofrecernos a nosotros mismos a los retos más desafiantes, empezando por los pequeños que aparecen en nuestra vida diaria. El deportista que no tiene los músculos a tono, cuando hace un gran esfuerzo se lesiona los músculos. Para estar en forma hay que practicar. Sin embargo, nos hemos acostumbrado demasiado a los deportes sentados, ser espectadores en vez de jugadores. Para conocer el nivel de nuestro espíritu de sacrificio basta que examinemos las prácticas devocionales de nuestra cuaresma. Las propuestas tradicionales de la iglesia pueden estar desfasadas, pero siguen siendo válidas como ejercicios de abnegación y de sacrificio, a las que conviene añadir otros ejercicios más actualizados, pero que igualmente necesitan constancia para que sean eficientes.
Estamos acostumbrados a considerarlas virtudes que se adquieren de una vez para siempre en el proceso de formación inicial, y que por lo tanto después funcionan automáticamente. Sin embargo, como son conductas que van “contra natura” resulta que hay que seguir cultivándolas a base de ejercicios prácticos. Bien que las misiones más duras y complicadas están en zonas lejanas de África y América, pero eso no quiere decir que no las haya más cercanas, sólo que justo porque tenemos las posibilidades de optar, dejamos esos ministerios exigentes, y pensamos que lo haremos cuando estemos en la pastoral misionera.
Eso no ocurre así, porque el comboniano valiente del que habla Comboni se expone a situaciones apostólicas exigentes en donde quiera que esté. Es decir que busca esas situaciones en los alrededores donde le toca residir sea en la misión evangelizadora directa, como en los servicios al instituto comboniano, a la formación inicial y a la animación misionera. Cuando no hacemos así perdemos la flexibilidad, la fortaleza y la capacidad, ya no estaremos en forma para asumir los retos duros de la misión de frontera. Si escapamos de la misión alejada para refugiarnos en las ciudades, o en las ciudades evadimos las callejuelas, para acomodarnos en nuestras habitaciones, quiere decir que hemos reducido la aptitud de la valentía. En el centro de estudios ISET Juan XXIII donde los escolásticos de Lima reciben sus aptitudes académicas, llevan organizando desde hace dos años unas ferias vocacionales con el título “¡Valientes!” El título en sí es propositivo y optimista. El peligro está en que se quede en slogan y que también pierda la referencia a la palabra, que por más que se desvirtúe no cambiará de significado. Con esta explicación, más que criticar, quiero proponer cómo mejorar nuestras aptitudes evangelizadoras.
4.2 Celo apostólico
La tercera y última aptitud que quiero considerar en este escrito que sirve de pro-memoria para lo que todos ya sabemos, pues la formación permanente construye sobre los fundamentos anteriores; no es que se proponga levantar un edificio paralelo, es el “celo apostólico”.
Celo es el interés y la preocupación para conseguir algo que se valora. Cuando le añadimos el adjetivo “apostólico” se implica que el objeto de la preocupación es el bien de las personas que reciben el mensaje del apostolado, es decir su salvación.
Resulta curioso que el ardor misionero que tanto caracterizó a San Daniel Comboni y por el que los más insignes misioneros le alabaron, fuera el fruto de lo que él mismo había visto en otros misioneros que le precedieron, y en sus mismos compañeros y religiosas, tal y como aparece en sus escritos cuando tiene que hablar de ellos. Ya sea de Vinco, Rillo, Mazza, Massaia que por ser anteriores a él apreciaba. Como de sus contemporáneos con quienes incluso, a veces, tenía desavenencias, fuesen los camilos (3380), las hermanas (3088), los padres (2508), o los laicos (1719). El celo apostólico es para el misionero como la gasolina para los carros, sin él acaba por perder el sentido de su vocación, y sin ese sentido no disfruta de la felicidad del trabajo que está realizando.
El celo apostólico es una aptitud que adquirimos con la práctica propia y con el buen consejo de otros, que tienen experiencia, o tienen visión. No es que a nosotros nos falte, sino que a la hora de conseguir ese celo necesitamos de la sabiduría y sagacidad de otros (palabras que también a Comboni le gustaba utilizar por lo concretas que pueden resultar).
Es bonito reconocer cómo ese celo apostólico se contagia de unos a otros. Es el trabajo en equipo que hace que se gane la partida. Los ánimos que nos damos unos a otros son lo que nos motiva. Generalmente, la seguridad personal y el pensar de estar en lo cierto, o de ser mejores que otro aviva el ánimo. Esa actitud ha estado muy presente en el espíritu de los misioneros ad gentes a lo largo de los siglos. Hoy en día el diálogo y el respeto han hecho disminuir ese complejo de superioridad, que es lo que dice un complejo que no puede destruir las relaciones con las personas que evangelizamos y de quienes también recibimos beneficios. Esa actitud de superioridad marcaba a Comboni cuando escribía: “La misión de llevar la civilización a todo el mundo, después de haber sido ella misma liberada por la maravillosa fuerza del Evangelio del yugo del paganismo, debe desplegar con renovado celo su gran poderío en el noble ideal de trabajar por iluminar y salvar a este infeliz y abandonado continente, para llamarlo a formar parte del gran rebaño de nuestro común Pastor. (E.2570).”
Él era hijo de su tiempo como nosotros lo somos del nuestro. De cualquier modo, ponemos a un lado el celo apostólico ya tenemos perdida la partida. No en vano, los equipos deportivos y los atletas necesitan de la barra y de los hinchas. Y necesitan de ellos mismos para levantar el ánimo decaído cuando pierden o cuando los aprietos hacen muy difícil conseguir los objetivos. Con frecuencia nos alentamos con frases que dicen “hay que…” “vamos tienen que …” Pero los imperativos no son convincentes si nos falta el resorte para levantarnos del piso cuando hemos caído. El dinamismo de levantarse, de no perder la esperanza, de saber que la partida termina en el último minuto y no antes, es todo un aprendizaje que se adquiere con los fracasos.
Para alimentar nuestro celo apostólico necesitamos del equipo: la comunidad, los agentes de pastoral, el colegio presbiteral, los consejos de pastoral, los amigos, los acompañantes espirituales, nuestras familias, etc. Y el más importante, nuestro Señor el buen pastor que nos enseña, precede, consuela, alimenta, instruye e inspira gracias a su Espíritu Santo.
Cuando Pablo habla en Atenas (Hch 17), o se defiende en Jerusalén (Hch 15), o consigue posponer sus juicios con el gobernador Festo (Hch 25) está siendo astuto y sagaz, cualidades que también Comboni tuvo que explotar para enfrentarse a los traficantes de esclavos, relacionarse con las autoridades políticas, y conseguir apoyos económicos de personalidades y organizaciones. Esas cualidades junto con la amabilidad, buenas costumbres y la palabra convincente hicieron posible que el proyecto de Comboni no se hundiera. En su humildad utilizó sus cualidades para el bien del vicariato y de la Nigrizia no para su propio provecho, y ahí nos enseña cómo hemos de actuar nosotros.
Pero igualmente, aunque Comboni fuera el capitán del equipo, el estratega y la principal autoridad, no podía seguir adelante con su compromiso sin el apoyo de sus misioneros, del P. Sembianti, de Mons. Canossa, y las asociaciones que patrocinaban sus empresas, entre otras. En el juego de equipo hay que dar juego para que el otro haga su parte y todos conseguir el triunfo. El jugador que solo quiere marcar sus goles y espera que le pasen la bola arruina al equipo. Para ser hombres de equipo, de comunidad, de colaboración necesitamos práctica y necesitamos dirección.
Dirección no solo del estratega que indica qué hay que hacer, sino también del general que marcha al frente de la tropa, y con su esmero y esfuerzo demuestra que arrima el hombro como cualquier otro, aunque a él no le toque hacer la proeza más arriesgada, porque no tiene fuerzas o destreza, y porque también hay que protegerle para que siga dirigiendo el equipo o la tropa.
Es el esfuerzo que se hace para levantar estructuras, enseñar, buscar, etc. con tanto ahínco y ganas que le faltan brazos (1338) y tiempo… porque medios nunca le sobran.
Para cooperar lo primero que necesitamos es reconocer las virtudes de los otros, y aquí Comboni fue un gran maestro porque a la vez que animaba involucraba a sus colaboradores y conseguía que hicieran un esfuerzo más: “lo primero que puedo decir es esto: que es un santo, como santa es su Congregación; que trata mis asuntos de África con un empeño, un celo y una caridad mayores de los que yo emplearía al tratar los suyos; que es una auténtica bendición que Dios le haya destinado a cuidar de los intereses capitales de la Nigrizia como Rector de los Institutos Africanos, y que deseo morir antes yo que usted por el bien de África. En cualquier caso, todo sucede por adorable disposición de Dios; aceptémoslo, pues, de corazón, y pongamos toda nuestra confianza en El. Y usted, ánimo y adelante, pues un día cantaremos en el paraíso las glorias de Dios, porque, aunque indignos, nos ha hecho instrumentos de la redención de los negros, que son las almas más abandonadas del universo (6986-87).”
El celo apostólico es responsabilidad de todos y cada uno de los misioneros Combonianos, por lo tanto, a nosotros nos incumbe el mantenerlo en buen estado. Las contrariedades que surgen en nuestro apostolado, vida personal, o comunitaria afectan la calidad de ese celo, y es ahí donde necesitamos asesorarnos con alguien, que, desde fuera, pueda darnos un consejo. Bien que la asiduidad en la oración anima, como le ocurría al mismo Jesús, cuando se pasaba horas orando, o cuando encontró el empuje final para cumplir con la voluntad del Padre en Getsemaní; pero como somos humanos, eso no es suficiente. Los amigos cercanos, o incluso en la distancia, con quienes podemos confrontarnos, recibir alivio, animo o consejo son la barra que nos echa una mano, y que vuelve a calentar nuestro ánimo enfriado. Para que esto sea posible, hay que tener la humildad de buscar el consejo y aceptar cuando nos abruma el desánimo, el cansancio, la soledad, o la desesperación.
Saber tomarse un respiro, un descanso, unas vacaciones, es parte de una buena metodología para mejorar nuestras aptitudes en el celo apostólico. Cuando no lo hacemos con facilidad caemos en el estrés y el agotamiento, que nos puede conducir a la depresión e infelicidad; situaciones estas que son penosas para el misionero, y nefastas para la misión.
No podemos olvidar que, aunque gocemos de buena fama, que tengamos buena preparación para las situaciones de frontera, de tensión, de mucha exigencia, somos seres humanos, y necesitamos cuidarnos para que seamos instrumentos eficaces en mostrar esa predilección que Dios tiene por sus pobres y abandonados justo porque no quiere que permanezcan en esa condición, y que pasen a formar parte del Reino de Dios y de su Iglesia.
El instituto comboniano de hoy, nuestras provincias y nuestras comunidades, a pesar de las deficiencias pueden escuchar las palabras que Comboni decía del suyo propio: “En esta gran Obra se ha visto palmariamente el dedo de Cristo: ha sonado, por tanto, la hora para la redención de los desdichados pueblos de África Central, que todavía hoy yacen sepultados en las tinieblas y sombras de muerte. Es cierto que por tratarse de la misión más difícil y laboriosa de cuantas existen, solamente el celo apostólico suscitado y coadyuvado por la gracia y voluntad divina ha conseguido hasta hoy hacer posible este difícil y laborioso apostolado, que exige las más viriles virtudes, los más duros sacrificios, el martirio (6406).” Que estas palabras respondan a la verdad depende de nosotros nada más.
5. CONCLUSION
Las sugerencias sobre capacitación tienen algo de original en tanto en cuanto consideran la influencia de las emociones en nuestros esfuerzos de capacitación porque la formación permanente no es sólo acumular contenidos. Además, queda evidente la importancia de ser conscientes de nuestra propia coherencia en la transmisión de la Buena Noticia, puesto que el medio y el mensaje van entrelazados. No creo que lo que he mencionado sobre algunas capacidades que Comboni deseaba para sus discípulos tengan algo de original.
De hecho, en la renovación de votos ad devotionis que hacemos todos los años en la festividad del Sagrado Corazón proclamamos “hoy renovamos la ofrenda de nuestra vida al servicio misionero entre los más pobres y abandonados… por el amor que brotó del Corazón traspasado de Jesús, nuestro Redentor, y por la mediación de la Virgen María…” queda bien patente que nuestra vocación es una actualización de la inmolación de Jesucristo. No tendrá efectos salvíficos, pero sí es necesaria para que la salvación sea eficaz en los que reciben el Evangelio y la gracias.
Y la última frase de la oración de nuestra familia comboniana dice: “Haz que, imitando su santidad y su celo misionero, nos consagremos enteramente como comunidad de apóstoles a la regeneración de los más pobres y abandonados para alabanza de tu gloria.” Todo esto para indicar que conocimientos de las implicaciones de nuestra vocación no nos faltan; pero siempre tendremos necesidad de renovar nuestro compromiso en la praxis, nos cueste lo que cueste.
Padre Tomás Herreros Baroja