Hno. Adolfo Xilo (13.08.1916-04.01.2007)
Nacido en Molvena, diócesis de Vicenza, el 13 de agosto de 1916, entra en el noviciado comboniano en Florencia en 1945, haciendo la profesión religiosa el 1 de noviembre de 1947. Al año siguiente es destinado a Portugal donde permanece cuatro años, hasta su destino a las misiones del Brasil donde llega en 1952. En Río de Janeiro es el P. Rino Carlesi (futuro obispo de Balsas) el que recibe al primer grupo de Misioneros Combonianos destinados a Sudamérica. Primer destino es el pueblecito de Serra, no lejos de la capital Vitória, en el estado del Espíritu Santo. Mientras los sacerdotes intentan acercar al pueblo a la parroquia, el Hno. Adolfo debe pensar en todo el resto, partiendo de la nada. Poco tiempo después acompaña el traslado de los misioneros al norte, por el camino que lleva a São Mateus, futura diócesis en la zona septentrional del estado. La parroquia de João Neiva, donde ha sido trasladado, desde el punto de vista pastoral estaba más organizada que la de Serra. Aquí colabora con el P. Giovanni Salvadori en el trabajo pastoral.
A mi llegada a Brasil, a finales de 1960, encuentro al Hno. Adolfo en la parroquia de Montanha, encargado de la “fazenda”, una factoría situada a 20 km. de distancia, en la comunidad y futura parroquia de Vinhático, dada por el gobierno del estado a los Combonianos, con vistas a obras sociales y escuelas. Aquí permanecerá durante muchos años, mostrando siempre un gran sentido de responsabilidad.
A los 76 años, después de cuarenta de vida misionera en Brasil, vuelve a Italia, destinado a la comunidad de Thiene donde continúa ocupándose del huerto. Aún cuando la salud comienza a vacilar, intenta siempre hacerse útil, sin ahorrar esfuerzos. Por último llega el momento de retirarse a Verona, al C.A.A., donde muere el 4 de enero de 2007, primer hermano a volver a la casa del Padre en este nuevo año.
Habiendo seguido personalmente muchas fases de su vida, puedo decir que al Hno. Adolfo, con su carácter fuerte y perseverante, le gustaba mucho cultivar el huerto, la tierra y los animales, con la constante preocupación del mantenimiento de la comunidad y, sobre todo, de los seminaristas combonianos. Estaba muy atento a las necesidades de las familias que habitaban cerca de la propiedad de los Combonianos y que le ayudaban en el trabajo agrícola. Les ofrecía oportunidades de trabajo, pero exigía también seriedad en los compromisos.
Siempre lo he visto fiel a la oración comunitaria y personal. En todas sus actitudes hacía comprender cómo cada uno tenía una responsabilidad personal y era el primero en ser coherente y fiel a su deber. Intentaba vencer las dificultades de la vida y los aspectos más difíciles de su carácter que habrían podido alejarlo de la vida comunitaria, dedicando mucho tiempo a la oración.
En mis breves visitas de paso a Verona, he encontrado al Hno. Adolfo siempre sonriente, sobre todo, cuando se le recordaba el tiempo de la misión. Las dificultades de cada día no le llevaron nunca a lamentarse ni a tener dudas sobre su vocación. Siempre testimonió la fe, la donación a Dios, el amor al trabajo y el empeño en el servicio a la comunidad. Comboni lo habría definido “un sujeto bueno para la misión”. Y así ha sido verdaderamente.
(P. Pietro Bracelli)