“Con profunda alegría y gratitud os saludamos con ocasión de la solemnidad de San Daniel Comboni. Esta celebración nos recuerda que debemos hacer «memoria» (anamnesis) tanto de la vida del Fundador, vivida con inmensa pasión, como de su muerte, acogida como don de amor por los más pobres y abandonados, para que la vida y la misión de cada uno de sus hijos e hijas espirituales se conviertan verdaderamente en «amor encarnado» en nuestro servicio misionero.” (El Consejo General)

Un Plan, tan antiguo y tan nuevo

«El Espíritu del Señor Yavé está sobre mí, porque Yavé me ha ungido.
Me ha enviado con buenas noticias para los humildes, para sanar los corazones heridos,
para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta a la luz.
Para publicar un año feliz lleno de los favores de Yavé.» (Isaías 61,1-2a)

«El católico, acostumbrado a juzgar las cosas con la luz que le viene de lo alto, miró a África no a través del miserable prisma de los intereses humanos, sino al puro rayo de su Fe; y descubrió allí una miríada infinita de hermanos pertenecientes a su misma familia, por tener con ellos un Padre común arriba en el cielo […] Entonces, llevado por el ímpetu de aquella caridad encendida con divina llamarada en la falda del Gólgota, y salida del costado del Crucificado para abrazar a toda la familia humana, sintió que se hacían más frecuentes los latidos de su corazón.» (Escritos, 2742)

Queridos hermanos
paz y buena voluntad en el Señor Jesús, misionero del Padre.

Con profunda alegría y gratitud os saludamos con ocasión de la solemnidad de San Daniel Comboni. Esta celebración nos recuerda que debemos hacer «memoria» (anamnesis) tanto de la vida del Fundador, vivida con inmensa pasión, como de su muerte, acogida como don de amor por los más pobres y abandonados, para que la vida y la misión de cada uno de sus hijos e hijas espirituales se conviertan verdaderamente en «amor encarnado» en nuestro servicio misionero.

Esta memoria del nacimiento a la vida eterna (dies natalis) de nuestro santo Fundador nos desafía a profundizar en su carisma, como herencia viva que debe animarnos en toda actividad misionera en el mundo de hoy como «discípulos misioneros» de Jesús, según el estilo comboniano.

Recientemente, hemos recordado el 160 aniversario de la experiencia carismática fundante vivida por Comboni el 15 de septiembre de 1864, durante el triduo de preparación a la beatificación de Margarita María Alacoque, mientras rezaba ante la tumba de San Pedro en Roma. Fue una experiencia que le llevó a concebir el Plan para la Regeneración de África. Este Plan no es sólo un texto, una simple estrategia operativa o un sueño acariciado, sino el fruto de una inspiración «de lo alto», es decir, del Espíritu Santo, que «llamó» a Comboni y le envió a anunciar el Evangelio de Jesús a los más pobres y abandonados.

Por su gran pasión por la salvación de los africanos y su entusiasmo misionero, «encarnó» ese Plan en su vida. Después de él, sus misioneros -auténticos «hijos suyos» al hacer suyo su sueño- siguieron «encarnando» ese Plan en su vida, su generosidad, su espíritu de sacrificio y su valentía apostólica. Hoy, seguimos haciéndolo, ampliando y actualizando la inspiración primordial del Fundador, no sólo en África, sino en todos los continentes, con el mismo espíritu (carisma), en el mundo de nuestro tiempo, habitado todavía por personas y pueblos que sufren, que son marginados, explotados, vilipendiados, víctimas de atroces injusticias, e incluso asesinados. En los últimos meses, la situación en Sudán se ha vuelto particularmente dramática debido a un conflicto que parece no tener fin.

Somos los «herederos» de un verdadero tesoro, «inspirado y vivo» más que nunca. Y nos hace bien volver a recordar las principales ideas de ese Plan. Permítanme enumerar algunas de ellas.

En primer lugar, la convicción de que la evangelización de África debe ser llevada a cabo por los propios africanos, que no pueden permanecer como meros espectadores, sino que deben convertirse en protagonistas de su propia historia nueva de liberación y dignidad.

En segundo lugar, el sentido llamamiento dirigido a toda la Iglesia para que se comprometiese íntegramente en la promoción de la evangelización de África, convocando y comprometiendo a todas las fuerzas misioneras existentes en el mundo en aquel momento e invitándolas a cooperar con verdadero espíritu sinodal.

En tercer lugar, la visión de la misión como un binomio inseparable de «anuncio del Evangelio» y «promoción humana». Tuvieron que pasar 100 años para que la Iglesia convocara el Concilio Vaticano II (1962-65) y el Papa Pablo VI anunciara la convocatoria regular del Sínodo de los Obispos (1965). El tercer Sínodo, en 1971, produjo un documento muy sólido, capaz de sostener la acción activa de la Iglesia en cuestiones de justicia y paz globales. Espléndidamente valiente y profética fue la siguiente declaración de los obispos: «La acción por la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presentan claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de todo estado de cosas opresivo» (Justicia en el mundo, 6).

No podemos dejar de captar la profecía, actualidad y urgencia de la propuesta misionera formulada en el Plan, caracterizada por un auténtico espíritu misionero y por estrategias válidas también para nuestro tiempo y la humanidad de hoy. No es indebido percibir en la visión de Comboni una verdadera sintonía también con el tema del Sínodo sobre la Sinodalidad que se está celebrando actualmente en Roma y que nosotros, hoy hijos de Comboni, estamos llamados a hacer nuestro.

Sin embargo, para descubrir la riqueza de la visión del Plan y hacerla operativa en nuestras vidas, debemos asumir la actitud de profunda oración y docilidad al Espíritu que tuvo el Fundador. Pidamos al Espíritu Santo que descienda sobre nosotros como descendió sobre él, permitiéndole «ver la hora de África» y sentir dentro de sí un deseo irreprimible de dedicarse por entero como «don gratuito» a una nueva misión africana que respondiera a las urgencias y desafíos de su tiempo.

Al fin y al cabo, se trata de tener el valor de partir siempre de nuevo del Señor, de dejarse impulsar por su Espíritu, sin caer nunca en la tentación de la autorreferencialidad, que no sólo empobrece la misión, sino que la destruye, tal como nos recuerdan las Reglas de 1871: «El Misionero de Nigrizia, despojado de todo yo, y privado de toda comodidad humana, trabaja únicamente para su Dios, para las almas más abandonadas de la tierra, para la eternidad» (Reglas del Instituto de Misiones para la Nigrizia, 1871; Escritos 2702).

Es evidente que el Plan concebido por Comboni, antes de convertirse en un documento escrito, era también un sueño y una pasión, una fuerza irreprimible en su corazón que se desbordaba en caridad. Podemos decir que el Plan es la expresión de un amor tan genuino y sentido que se convirtió en fuente de misión.

¡Nosotros también necesitamos ese amor! Preguntémonos: ¿qué pasiones me impulsan a vivir la misión hoy? ¿Cómo salta mi corazón cuando me encuentro con la injusticia, la opresión, la fría indiferencia y los muchos otros males de nuestra sociedad actual? En la rutina diaria de mi vida, ¿hay todavía espacio, tiempo y apertura a Dios para que su Espíritu entre en mi corazón y lo sostenga? ¿Hasta qué punto mi amor por los pobres me obliga a darme todo por ellos, suscitando en mí una fuerza tal que transforme mi vida en un don de amor?

En este mes de octubre, «mes misionero», tenemos la oportunidad de seguir y vivir el Sínodo de los Obispos. Aprovechemos esta experiencia de comunión eclesial, en la escucha sincera, en la acogida fraterna y en el caminar juntos, conscientes de que el Espíritu que inspiró a Comboni puede también inspirarnos y ayudarnos a superar nuestras debilidades y a producir frutos que sean expresión de la perenne solicitud que Dios tiene por todos sus hijos e hijas, especialmente por los más débiles y sufrientes.

Pedimos el don de nuestra Familia Comboniana para que se llene de un amor que se haga realidad, como respuesta concreta a los desafíos de la misión de hoy, siempre dispuestos a hacer causa común con los pobres.

Felicidades a todos en esta gozosa solemnidad.

Roma, 10 de octubre de 2024
El Consejo General