El mes de junio nos ofrece la oportunidad de celebrar, con apenas una semana de diferencia, el 157º Aniversario del nacimiento del Instituto (el 1 de junio de 1867 se fundó en Verona la Obra del Buen Pastor para la Regeneración de la Nigrizia, marcando el inicio oficial del servicio misionero de los Misioneros Combonianos) y la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (7 de junio de 2024). [...]
Cuestión de corazón
«Volverán su mirada al que traspasaron.»
(Jn 19,37)
Queridos hermanos
¡Un deseo de paz en el Señor Resucitado!
El mes de junio nos ofrece la oportunidad de celebrar, con apenas una semana de diferencia, el 157º Aniversario del nacimiento del Instituto (el 1 de junio de 1867 se fundó en Verona la Obra del Buen Pastor para la Regeneración de la Nigrizia, marcando el inicio oficial del servicio misionero de los Misioneros Combonianos) y la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (7 de junio de 2024).
Son dos fechas que, con finalidades e intensidad diferentes, nos invitan a recordar – haciéndolos cada vez más presentes hoy – dos hechos importantes que se cruzan y se recuerdan, hasta el punto de convertirse el segundo en parte integrante del primero.
El primer hecho – Desde tiempos inmemoriales Dios se ha dado a conocer como “El que ama” y se vincula fielmente a la humanidad. Pero sólo en Jesucristo se manifiesta plenamente como “Amor”, llegando a entregar a su propio Hijo, quien, exaltando la bondad del Padre revelada en Él, nos repite que vino a consolar a los cansados y oprimidos –porque es «manso y humilde de corazón»– hasta morir por ellos, revelando el Plan de salvación del Padre.
El segundo hecho – Dieciocho siglos y medio después de la revelación definitiva del “Amor de Dios”, un hombre llamado Daniel Comboni se siente tan arrebatado por este Amor – que contempla “consumado” definitivamente por el Hijo de Dios muriendo en una cruz – que se adhiere al “mayúsculo” Plan de salvación del Padre celestial, con toda su voluntad y con una fidelidad estable, sólida y duradera. E, inspirado por el Espíritu, concibió un “minúsculo” Plan para la regeneración de África, que no era más que un intento de “dar carne” al gran plan salvífico de Dios. Hoy, 160 años después de aquella inspiración de lo alto recibida por Daniel, somos nosotros, 1.488 misioneros combonianos, los que seguimos sintiéndonos llamados a compartir el carisma de Daniel, con la convicción de que, al hacerlo, participamos activamente en la gran misión de dar a conocer al mundo entero al “Dios del Amor”, que se hizo “Corazón traspasado” por toda la humanidad.
«El corazón indica el lugar donde el misterio del hombre trasciende en el misterio de Dios... El corazón evoca el corazón traspasado, el corazón angustiado, estrujado, muerto. Decir corazón es decir amor, el amor esquivo y desinteresado, el amor que triunfa en la futilidad, el amor que triunfa en la debilidad, el amor que, muerto, da la vida. Decir corazón es decir el amor que es Dios» (Karl Rahner).
A este Corazón estamos invitados a dirigir la mirada de nuestra fe, porque es el único Corazón capaz de cambiar la humanidad, de suscitar una nueva esperanza. Comboni nos recuerda: «Este Corazón divino, que toleró ser atravesado por una lanza enemiga para poder derramar desde aquella abertura sagrada los Sacramentos de los que se formó la Iglesia, no ha terminado por otra parte de amar a los hombres, sino que sigue viviendo en nuestros altares prisionero de amor y víctima de propiciación por el mundo entero» (Escritos 3324).
En este Corazón los combonianos nos encontramos a nosotros mismos, nuestro destino y nuestra propia forma de vida, que nos es dada como carga o gracia conjunta, y nos es asignada como misión. Una misión que es el servicio de la caridad. Una caridad que actúa, que es activa y práctica, no abstracta, que nos impulsa continuamente hacia el servicio al prójimo. Una caridad impregnada de esperanza, en un tiempo, el nuestro, de fuertes convulsiones que provocan sentimientos de exasperación y desesperación en toda la humanidad.
Benedicto XVI escribió en su encíclica Caritas in veritate: «El anhelo de la caridad auténtica, es decir, de la caridad en la verdad, está puesto por Dios en el corazón y en la mente de todo hombre. Sin la verdad, la caridad se vacía de sentido y cae en un sentimentalismo desagradable; el amor se convierte en una cáscara vacía, que se llena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Cae presa de las emociones y opiniones contingentes de sus súbditos, una palabra abusada y distorsionada hasta el punto de significar lo contrario. La verdad libera a la caridad de las estrecheces de un emocionalismo que la priva de contenido relacional y social, y de un fideísmo que la priva de aliento humano y universal» (CV, Introducción).
La Verdad es Cristo mismo. «Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, y así, arraigados y cimentados en la caridad, seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Ef 3, 18-19). Esto dará lugar a una caridad generadora y responsable, para construir una “historia” de solidaridad, edificando una comunidad fraterna. Para ello, la caridad es el “lugar cotidiano” en el que crece la vida como sacrificio espiritual.
Solidaridad que queremos expresar rezando por todos los pueblos del mundo que sufren guerras y catástrofes, y por nuestros hermanos comprometidos en tantas realidades difíciles.
Que los dos aniversarios se conviertan para todos nosotros en una llamada a vivir con pasión nuestra misión evangelizadora, convencidos más que nunca de que sólo el anuncio de un Dios que es Amor, de un Dios con el Corazón traspasado, puede salvar al mundo.
Roma, 29 maggio 2024
El Consejo General