“En el mundo hay bastantes bienes para las necesidades de todos, pero no bastantes para la avidez de cada uno” (Gandhi). Palabras de un no cristiano, en sintonía con la severa enseñanza de Jesús sobre el uso de los bienes materiales y el peligro de las riquezas. El evangelista Marcos lleva al catecúmeno y al discípulo al descubrimiento progresivo de la “buena nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (1,1), revelando gradualmente su identidad a través de milagros y enseñanzas.

Caridad y compartir: alma de la Misión

Sabiduría  7,7-11; Salmo  89; Hebreos  4,12-13; Marcos  10,17-30

Reflexiones
“En el mundo hay bastantes bienes para las necesidades de todos, pero no bastantes para la avidez de cada uno” (Gandhi). Palabras de un no cristiano, en sintonía con la severa enseñanza de Jesús sobre el uso de los bienes materiales y el peligro de las riquezas. El evangelista Marcos lleva al catecúmeno y al discípulo al descubrimiento progresivo de la “buena nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (1,1), revelando gradualmente su identidad a través de milagros y enseñanzas. En la parte central de su Evangelio, Marcos coloca las exigencias más altas de la moral cristiana, que agrupa en torno a tres temas: las condiciones para seguir a Jesús (negarse a sí mismos, cargar con la cruz: 8,32-38); el uso de los bienes materiales (el peligro de las riquezas, la recompensa para los que dejan los bienes terrenales: 10,17-31); las exigencias de la vida familiar (indisolubilidad del matrimonio, amor y respeto por los niños: 10,2-16).

Los tres temas van acompañados de tres anuncios de la pasión y de la resurrección (8,31; 9,31; 10,32-34); y se encuentran entre dos milagros de Jesús que abre los ojos a dos ciegos: el ciego de Betsaida (8,22-25) y el ciego de Jericó (10,46-52). Altamente significativas son las palabras que Jesús dice a este ciego: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y el ciego, sanado, se hace discípulo y sigue a Jesús. En el Evangelio de hoy, Marcos dice que el camino de la moral cristiana  -y por tanto, la salvación-  “es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo” (v. 27). Él nos abre los ojos sobre el camino a seguir y, con la fe, nos da las fuerzas para seguirlo.

Cristo invita a poner en primer lugar a las personas, no los bienes materiales; Él es para los pobres, pero está en contra de la miseria; la pobreza que Él propone es con miras a la comunión; los bienes tienen sentido solo si son signos e instrumentos de encuentros con los demás en el compartir. (*) Jesús no condena de manera absoluta las riquezas; tampoco elogia la miseria y el hambre, pero enseña cómo usar los bienes: con honestidad, justicia y caridad. Al joven del Evangelio, que “era muy rico” (v. 22) y un fiel cumplidor de los mandamientos (v. 20), el Maestro le dirige una mirada cariñosa (v. 21), invitándole a ir más allá de la observancia de la ley y a dar un salto cualitativo: entrar en la lógica de la caridad y del compartir los bienes con los pobres. De este modo se afianza la propia libertad frente a las cosas, aunque sean hermosas y buenas, sin ser, sin embargo, dependientes o cautivos de ellas. Solo así la vida se vive en la gratuidad: como don que se comparte con otros. En el seguimiento del Señor, se descubre la riqueza y el gozo del Tesoro (v. 21), que no son las cosas, sino una Persona, el Señor.

La persona sabia (I lectura) descubre que la Sabiduría que viene de Dios vale más que las riquezas, más que la salud y la hermosura (v. 9-10). La palabra de Dios “viva y eficaz” (II lectura), que sondea el sentido de las cosas y la profundidad del corazón  humano (v. 12), lleva a entender que en el cristianismo la virtud principal no es la pobreza ni tampoco el dejarlo todo, sino la caridad, entendida como donación de sí mismos y de las cosas para prestar un servicio de amor a los demás. Por eso la caridad es el alma de la Misión: el amor empuja hacia la misión y la solidaridad. La caridad es signo e instrumento de comunión entre las Iglesias, en el intercambio de dones. El joven fue a encontrar a Jesús para recibir, y Jesús le enseña a dar, a compartir, a ayudar a los necesitados. Este es el camino que conduce al Tesoro. (*)  

Las palabras de Jesús al joven rico tienen una resonancia especial en el mes misionero de octubre: Anda, dale el dinero a los pobres, ven y sígueme... La misión es ir, supone siempre una salida de sí mismo, es gozar en el descubrimiento de un Tesoro que te llena la vida, es sentir la urgencia de comunicar un Tesoro tan precioso, es descubrir que los otros son más importantes que nuestras cosas, es compartir bienes espirituales y materiales con los más necesitados. (**) Esta es la misión que da sentido pleno a la vida y sabor nuevo a la familia humana. Dan testimonio de ello grandes misioneros, que el calendario recuerda en el mes de octubre: Teresa del Niño Jesús, Francisco de Asís, Daniel Comboni, Juan XXIII, Teresa de Ávila, Ignacio de Antioquía, el evangelista Lucas, los santos mártires canadienses, Laura Montoya, Antonio M. Claret y los nuevos santos que el Papa proclama en este domingo: San Pablo VI, San Óscar Arnulfo Romero Galdámez, mártir, arzobispo de San Salvador (El Salvador) y otros cuatro beatos.

Palabra del Papa

«Jesús inauguró, ya para hoy, los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser humanos, tantas veces olvidada: Hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor. Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social. La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cfr. 1 Jn 4,19)... Solo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento».
Papa Francisco
Mensaje para el DOMUND-Domingo Mundial para las Misiones, 2021

A cargo de: P. Romeo Ballán, mccj

Marcos 10, 17-30

CON JESÚS EN MEDIO DE LA CRISIS
José Antonio Pagola

Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesús corriendo. Al parecer, tiene prisa para resolver su problema: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?”. No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tiene resuelto.

Jesús lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: “Todo eso lo he cumplido desde joven”.

Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una propuesta sorprendente: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres… y luego ven y sígueme”.

El rico posee muchas cosas, pero le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados podrá seguir a Jesús colaborando en su proyecto.

El hombre se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.

La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.

Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?

Son preguntas que hemos de hacernos en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.
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