Seguimos leyendo el capítulo sexto de Juan, que hemos comenzado a leer el domingo pasado con el signo de los panes abundantes. La verdad es que de un domingo a otro nos saltamos una parte que habla de Jesús que desaparece de la vista de la multitud satisfecha, atravesando el mar, y de la multitud que le busca afanosamente. Lo que leemos hoy es parte de la respuesta de Jesús a la inquietud de la gente. Con ello Juan nos explica la fe de los primeros discípulos que creen en Jesús como el verdadero Pan de la vida.

El verdadero Pan de la vida: Más allá de las apariencias

Un comentario a Jn 6, 24-35

Seguimos leyendo el capítulo sexto de Juan, que hemos comenzado a leer el domingo pasado con el signo de los panes abundantes. La verdad es que de un domingo a otro nos saltamos una parte que habla de Jesús que desaparece de la vista de la multitud satisfecha, atravesando el mar, y de la multitud que le busca afanosamente. Lo que leemos hoy es parte de la respuesta de Jesús a la inquietud de la gente. Con ello Juan nos explica la fe de los primeros discípulos que creen en Jesús como el verdadero Pan de la vida.

Para entender esta respuesta, les propongo algunas reflexiones sobre el valor del Pan en la tradición bíblica y en nuestra fe:

1. El pan que permite sobrevivir
Hubo una primera experiencia que quedó marcada en la historia de Israel: el alimento que milagrosamente pudieron obtener en los momentos más difíciles de su marcha hacia la tierra prometida. Todos recordamos la historia del maná, aunque no sabemos cómo sucedió la cosa físicamente, aunque los exégetas hacen varias hipótesis plausibles. Pero lo importante es que lo que sucedió permitió al pueblo de Israel sobrevivir y ellos siempre vieron en este hecho la presencia de la mano providente de Dios.

Pienso que algo parecido nos pasa a nosotros muchas veces: Cuando estábamos desesperados, encontramos un trabajo que nos permite ganar la vida, nos va bien un negocio, encontramos una ayuda inesperada, superamos una enfermedad… En esos casos podemos pensar que es una casualidad, que ha sido todo mérito nuestro… o que Dios está guiando la historia a nuestro favor. Eso es lo que hicieron los judíos y lo que sigue haciendo tanta gente sencilla y llena de fe, yendo más allá de las apariencias y de la superficie de los acontecimientos.

2. Del Pan a la Palabra-Ley
Cuando Moisés presentó a su pueblo la tabla con los diez mandamientos y el conjunto de la Ley, Israel experimentó que la LEY era un favor tan grande como el alimento del desierto. Con la Ley el pueblo crecía, se defendía, progresaba, sabía cómo orientarse en los momentos de duda y encontraba armonía y felicidad. Poco a poco el pueblo aplicó a la Ley su experiencia con el pan físico y afirmó: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Pienso que también nosotros hemos hecho esta experiencia, tanto a nivel personal como comunitario. A veces despreciamos el valor de las leyes, pero una buena Ley puede ayudar a un pueblo a vivir mejor. Sin ley caemos en la anomia y la anarquía, que normalmente favorece a los más poderosos y violentos. Tener una buena Ley (o un buen proyecto de vida personal) es tan importante como tener las necesidades básicas cubiertas.

3. De la Ley a la Palabra-Sabiduría
Pero la Ley no era la única manifestación de la sabiduría divina, que guiaba al pueblo. Estaban los profetas, los salmistas, los poetas, los filósofos de otras culturas, los ancianos sabios… Toda manifestación de sabiduría fue considerada como PAN que alimenta el espíritu. Si el pan es imprescindible para la vida del cuerpo, la sabiduría es imprescindible para la vida del espíritu.

También nosotros necesitamos alimentarnos de toda sabiduría que la humanidad produce en la ciencia y la filosofía, en las religiones y en el arte. Todo pensamiento positivo, toda palabra luminosa puede ayudarnos a vivir mejor.

4. De la Palabra-Sabiduría a Jesucristo
Lo que los discípulos experimentaron es lo que viene explicado en el evangelio de hoy: El pan que nos alimenta en el desierto no es más que la imagen de Jesucristo como verdadero Pan que alimenta nuestra vida espiritual. Su Palabra -repartida en parábolas, sermones, diálogos y dichos-, su cercanía a los enfermos y pecadores, y toda su presencia era como el Pan del Desierto, como la Ley de Moisés, como la más alta Sabiduría de la humanidad. En él se encuentra la plenitud de la Vida que Dios quiere para todos sus hijos.

Cierto, todos nosotros queremos tener aseguradas las necesidades básicas de la vida (pan vestido, techo) y Jesús –como la Iglesia hoy- sale al encuentro de la gente en esas necesidades básicas, pero no se queda ahí: nos invita a aspirar al Pan verdadero que es la Palabra-Sabiduría-Amor de Dios hecho carne en Jesús de Nazaret.

Aceptar esto, “comerlo” y dejar que forme parte de nuestra vida es abrirse una vida en plenitud, capaz de superar las pruebas de cualquier desierto que nos toque atravesar.
P. Antonio Villarino
Bogotá

EL PAN DE VIDA ETERNA
José Antonio Pagola

¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla de un diálogo de gran interés que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.

El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en otra cosa.

Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: «Esforzaos no por conseguir el alimento transitorio, sino por el permanente, el que da la vida eterna». Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie. Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos, que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.

Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre no para hartarnos de comida, sino «para dar vida al mundo».

Este Pan venido de Dios «da la vida eterna». Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.

Jesús se presenta como «Pan de vida eterna». Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero quienes nos llamamos seguidores suyos hemos de saber que creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza imperecedera, empezar a vivir algo que no acabará en nuestra muerte. Sencillamente, seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.

Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: «Señor, danos siempre de ese pan». Desde nuestra fe vacilante, a veces nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizá solo nos preocupa la comida de cada día. Y a veces solo la nuestra.
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