Sábado, 16 de mayo 2020
“¿Y después de esto qué sigue? Me da la impresión de que no logramos formular la respuesta adecuada, tal vez porque no se trata de lo que sigue, sino de lo que estamos llamados a empezar como algo nuevo. Después de esto, ya no podrá seguir lo que se ha demostrado ineficaz en nuestro ser humanos” (P. Enrique Sánchez). Foto: Marco Calvarese/SIR.
A medida que pasan los días y que nos vamos haciendo a la idea de que también esta crisis ocasionada por el Covid-19 pasará, se hace más recurrente en nuestras mentes la pregunta: ¿Y después de esto qué sigue?
Nuestro instinto de querer adelantarnos al tiempo, o tal vez el cansancio de la espera que ha producido esta larga cuarentena, nos lleva a querer adivinar lo que será nuestra vida cuando nos digan que ya podemos salir, que la vida ordinaria retomará sus ritmos y que ya no habrá riesgos que nos pongan en peligro. Aunque seguramente la sana distancia se quedará entre nuestras conductas de comportamiento y nos obligará a inventar nuevas maneras de estar con los demás para que nuestras relaciones sean más profundas y llenas de vida.
Después de tantos días de aislamiento, parece que hemos perdido algunos reflejos y hemos entrado en otro ritmo, para algunos confortable, aunque siempre inquietante; para otros, desafiante, pues nos damos cuenta de que la vida ya no podrá ser la misma. De alguna manera quedará por ahí la sospecha del regreso indeseado, pero inesperado del virus invisible ante el cual todavía no se descubren las protecciones necesarias. Eso a lo mejor nos hará vivir más atentos a lo que sucede a nuestro alrededor y más prudentes en el cuidado de lo que se nos ha confiado en este mundo y que tendremos que entregar como herencia a los demás.
A quien más o a quien menos, a todos nos urge poder volver, si no a lo mismo que eran nuestros hábitos y costumbres, al menos a lo normal de una vida que está hecha de encuentros e intercambios, de servicios y de necesidades que tejen lo que llamamos lazos humanos.
Queremos volver a lo que hemos aprendido de la vida, pero tal vez nos empezamos a dar cuenta de que estamos al inicio de otro aprendizaje que nos descubrirá un modo diverso de estar presentes en este mundo tan lleno de contrastes, pero tan fascinante que a nadie le vienen las ganas de ausentarse, porque nos damos cuenta de que es fuente de felicidad.
Todos deseamos volver a lo que nos hacía sentirnos bien en una vida en donde los afectos nos eran indispensables y no había dificultad para intercambiarlos, en donde nuestros lazos familiares se extendían a los amigos y compadres; en donde la alegría se festejaba en encuentros fraternales, en donde la música nos permitía experimentar lo gratuito de la existencia, como algo que no se puede comprar con nuestros centavos.
En este momento se mueven muchos sueños y anhelos en nuestro imaginario y nos proyectamos hacia el futuro esperando que sea algo distinto, algo mejor, de lo que conocíamos en antaño. En ese pasado no tan lejano que hemos dejado atrás, a lo mejor sin darnos cuenta, hace sólo unas cuantas semanas cuando se nos aconsejó no salir de nuestras casas para no hacernos daño. Y lo que al inicio, a lo mejor, festejamos, pues íbamos cargando con un cansancio acumulado en los años, con el pasar de las semanas empieza a convertirse en algo incómodo que nos impide continuar el viaje con la libertad que nos hace humanos.
Y nos damos cuenta de que el mañana ya no será el mismo, porque en esta cuarentena se nos han ido miles de hermanos que nos harán falta el resto de nuestros años. Nos faltarán los cientos de médicos, doctoras, enfermeros y enfermeras que se han ido sin hacer ruido, cargando con el virus que ellos no habían buscado. Nos faltará la sabiduría que habían acumulado tantos ancianos.
Extrañaremos la ternura de nuestros abuelos que ya no estarán para seguir consintiéndonos y ayudándonos a no asustarnos ante los desafíos del futuro, que hoy nos parece más inseguro y menos prometedor.
Nos faltarán las personas de servicio en hospitales que fieles hasta el final se han quedado en medio del riesgo, para que otros no corriéramos riesgos. Nos faltarán todos aquellos que han caído en la batalla y que sus nombres no han sido registrados en las páginas de los diarios.
Ya no estarán las sonrisas y el cariño de tantos compañeros de trabajo que han tenido que cargar con el virus de la desocupación y que han sido enviados a descansar, sin salario y sin esperanzas, porque nuestro sistema económico desconoce el vocabulario de la solidaridad y del compartir y sólo le apuesta a intereses y ganancias.
Hemos visto irse a personas famosas, a ricos y pobres. Se han ido banqueros, artistas, pensadores y entre ellos también muchos santos servidores. Nos harán falta todos ellos, que con su espíritu engrandecieron nuestra humanidad y nos enseñaron que al final todos somos iguales.
Todos nos necesitamos y todos pasaremos por la misma puerta que nos lleva a la eternidad, en donde ya no habrá tiempo ni espacio para dolores ni para lágrimas. Pero, cuánta falta nos harán aquellos a quienes hemos amado.
Nos faltarán los familiares y amigos que ya no podrán alegrar nuestros rostros con sus sonrisas, con sus palabras, con sus presencias; nos faltarán porque han dejado un vacío que nadie podrá llenar y que un virus invisible nos los ha robado, sin que nos diéramos cuenta y sin darnos la oportunidad de darles el adiós que nos hubiese consolado.
Seguramente cada mañana al despertarnos levantamos la mirada al horizonte, con la esperanza de ver una luz nueva, una luz que nos diga que la pesadilla ha pasado y que la aurora nos ha traído colores y fragancias nuevas. Nos gustaría ver un amanecer que nos diga que la humanidad no ha sido derrotada y que seguiremos con nuestro caminar confiado, pues nos guía un buen pastor que nos conoce a cada uno por su nombre, que nos llama a que lo sigamos, porque nos ama.
¿Y después de esto qué sigue? Me da la impresión de que no logramos formular la respuesta adecuada, tal vez porque no se trata de lo que sigue, sino de lo que estamos llamados a empezar como algo nuevo.
Después de esto, ya no podrá seguir lo que se ha demostrado ineficaz en nuestro ser humanos. Ya no podrá seguir la indiferencia que nos ha aislado de los demás, no podrá seguir la búsqueda desenfrenada de poder y de dinero que ha engendrado tanta corrupción y ha vaciado el corazón de las personas de sus valores más nobles y sagrados.
Después de esto, ya no podremos seguir viviendo en el mundo de las mentiras que han falseado todas nuestras relaciones enredándolas en mil engaños. Ya no podremos seguir contentándonos con las imágenes y con las apariencias que nos han permitido esconder lo que somos y nos han obligado a vivir detrás de máscaras que nos van asfixiando.
Después de esto, no podremos seguir engañándonos, pensando que el dinero lo puede todo y que el secreto de la vida está en acumular sin medida, pasando indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos.
Después de esto, todos tendremos que hacer las cuentas con los millones de personas que se han quedado sin trabajo y que pasarán años para que encuentren los equilibrios necesarios.
Tendremos que reconocer que vamos en la misma barca, aunque tratemos de inventar que vamos con itinerarios diferentes, pues al final del camino nos encontraremos todos en el mismo destino, llamados a salvarnos como hermanos.
Me gustaría pensar que después de esto nos encontraremos con una oportunidad de vida que nos obligará a sacudirnos de encima todo aquello que nos ha hecho daño, los tropiezos en los que nos hemos roto la cara, los caprichos que nos han alejado de lo bello y de lo auténtico de nuestras vidas.
Después de esto creo que viene un tiempo en el que simplemente estaré llamado a ser una mejor persona, y esto quiere decir, llamado a cambiar mi estilo de vida.
A lo mejor se tratará de un estilo de vida que sea más incluyente, en donde me acerque a quienes no pueden corresponder a mis favores, a quienes no puedan pagar mis servicios, a quienes no les cambiaré la vida, pero si les reconoceré como necesarios para que yo pueda tener vida.
Se tratará de un estilo de vida, que implique capacidad de perder tiempo, aunque eso signifique renuncia a mis planes y proyectos, a mis comodidades, a mis gustos, a mis ideas y a todo aquello en lo que finco mis seguridades.
Ser una buena persona, de alguna manera, creo que significará capacidad de escuchar y de condescender, saliendo de mi pretensión de saberlo todo y poderlo todo. Buena persona lo seré en la medida en que abra mi corazón para amar sin miedos, corriendo el riesgo de dejar pedazos de vida en cada encuentro.
Me gustaría ser buena persona, haciendo que los demás se sientan contentos en mi cercanía porque no serán juzgados, criticados, señalados, menospreciados, minusvalorados; por el contrario, encontrarán un hermano dispuesto a respetarlos, esforzado en apreciarlos, capaz simplemente de amarlos y lo suficientemente humilde para dejarme enriquecer de la ternura de quienes Dios ha puesto en mi camino como hermanos.
Me gustaría que lo que sigue después de esto sea el tiempo en el que aprenda a darle más espacios a Dios en mi vida, que sea un camino nuevo que se inicia en mi pobreza y en lo miserable y pecador que me descubro. Me gustaría que Dios se vaya convirtiendo en el centro de lo que quiero y de lo que busco.
Ojalá sea una nueva oportunidad que me permita romper con tantas corazas de egoísmo que me pueden paralizar para convertirme en el hombre de Dios que siento como llamado. Me encantaría que el futuro se convirtiera en la ocasión para que salga de mi interior lo mejor que tengo, sin orgullos ni soberbias, simplemente para ser agradecido con el Señor que no se cansa de amarme, sin peros ni condiciones.
Quisiera que lo que viene después sea un tiempo en el que el Señor me permita descubrir su presencia en el rostro de cada hermano y de cada hermana que me va regalando y a los que estoy llamado a amar sin poner condiciones y sin exigir nada a cambio. Me gustaría pasar dejando en mi entorno el aroma de quien me habita, sin necesidad de pronunciar su nombre.
Y si no fuera mucho pedir, me encantaría que lo que sigue después de estos tiempos de cuarentena fuera el tiempo para comprometerme en la construcción de un mundo más justo. Sin grandes pretensiones y sin ilusiones inalcanzables.
Me gustaría contribuir, desde lo pequeño que me descubro, en la construcción de una sociedad, de una iglesia, de una comunidad, más humanas en donde se respire el respeto, la confianza, la solidaridad.
Me gustaría seguir siendo instrumento de la misericordia de Dios, dejándome perdonar y perdonando a quienes, caídos al bordo del camino, tratan de volver a caminar.
Me encantaría seguir siendo un consagrado a Dios, un misionero al estilo de san Daniel Comboni, un sacerdote entregado y sin recortes; sin que esto me obligue a asumir actitudes acartonadas, sin que esto me lleve a levantar barreras en mis relaciones con los demás, sin que esto me impida amar, aunque en el intento deje pedazos de alma y tenga que beber las lágrimas amargas que implican la renuncia, el sacrificio y la cruz.
Me encantaría que lo que sigue después de esto sea una experiencia en donde me descubra más libre y auténtico, más honesto y arriesgado en la maravillosa aventura de amar; pero amar al estilo de Jesús, es decir, buscando que otros tengan vida y la tengan en plenitud.
Lo que sigue, lo pongo en las manos de quien no se cansará de velar por mí porque me ama y siempre lo hará.
Me gustaría que lo que sigue responda a mis anhelos más profundos de verdad, de autenticidad y de apertura a la vida. Me gustaría que fuera una nueva etapa en el caminar de todos los que nos quedamos, por gracia y bendición del Señor que nos ha librado de este virus.
Quisiera que fuera una oportunidad que no dejemos pasar para darnos cuenta de que tenemos mucho por construir juntos para disfrutar de este mundo; que nos demos cuenta de que la felicidad que andamos buscando la tenemos a nuestro alcance a condición de que aprendamos a ver más allá de la punta de nuestra nariz.
Estoy convencido de que lo que sigue será una maravillosa experiencia de vida en la cual el Señor nos seguirá sorprendiendo y nos irá descubriendo la confianza que nos tiene, el amor que nos sostiene y la bondad que nunca nos abandonará.
Lo que sigue, será lo que cada uno de nosotros esté dispuesto a construir dejándose guiar por lo que llevamos dentro del corazón y seguramente será un mañana distinto que nos abrirá a un futuro que no nos habíamos imaginado y que hará que nos demos cuenta de que un pequeño virus no podrá arrebatarnos lo que el Señor nos ha dado.
P. Enrique Sánchez G.
Misionero comboniano