Navidad, diciembre de 2019
Esta Navidad redescubramos los lazos de fraternidad que nos unen como seres humanos y que unen a todos los pueblos. Que el Señor encuentre en nuestros corazones un hogar acogedor, la Casa Común, bien dispuesta a dejarlo vivir siempre y a acoger a todos. Que Él sea la Luz que guíe nuestros pasos a medida que nos acercamos a nuestros hermanos y hermanas.
“Un niño nos ha nacido, será llamado: Maravilloso consejero, Dios fuerte,
Padre por siempre, Príncipe de la Paz, En él serán bendecidas
todas las naciones de la tierra.” (Is 9, 5; Sal 71, 17)
Queridos hermanos,
En nombre de la Dirección General y de todo el Instituto os deseamos una Santa Navidad y un Año Nuevo lleno de gracias misioneras.
Contemplar el misterio de la encarnación de Dios en nuestra historia es recordar a un Dios que se manifestó con un rostro humano concreto, nacido en un tiempo y un lugar. Su encarnación nos muestra que la salvación pasa por el amor, la aceptación, el respeto a cada persona en su diversidad étnica, idiomas, culturas, pero también a todos los hermanos y hermanas y a los seres humanos.
El año de la Interculturalidad que hemos vivido, reflexionado, rezado y celebrado nos confirma que nuestras diferencias no son un daño o un peligro, sino una riqueza. Es como el artista que quiere hacer un mosaico: es mejor tener azulejos de muchos colores que solo de pocos. Y así somos, en nuestra individualidad y en nuestra diversidad, un cenáculo de apóstoles, como decía San Daniel Comboni: “Este Instituto se convierte por ello en un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigrizia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno...” (S 2648).
La comunidad, el cenáculo, es proyecto, estilo de vida y realización, pero la meta es el Reino, entendido como un estilo de vida completamente nuevo, entre las personas más abandonadas. Comboni habla de los rayos que emanan del centro del cenáculo y brillan, llevando el calor allí donde se necesita.
De esta comunidad que vive como Cenáculo de Apóstoles se irradian los rayos luminosos del testimonio de nuestra vida, de nuestra fe: es la luz del Niño Jesús que hemos recibido como don y que llevamos a todos los pueblos en el servicio misionero que realizamos como Instituto en la Iglesia. Es el fuego del corazón del Buen Pastor que llega a toda la humanidad, llevando el calor allí donde se necesita, a los más pobres y abandonados.
Es el testimonio de “... La nueva creación, los cielos nuevos y la nueva tierra, donde habita la justicia, que justificando a cada hombre por la gracia los convierte a todos en hermanos, aboliendo fronteras, muros, odios... En Cristo ya no hay extraños ni huéspedes, sino todos coherederos y socios en la misma gracia: el don de su Espíritu, con el que Dios crea una nueva humanidad, una inmensa humanidad que nadie puede contar, compuesta por personas de “toda nación, tribu, pueblo y lengua”, que reconocen que la salvación pertenece a Dios (no a una institución) y al Cordero (Ap 7, 9-10). Es el fruto maduro del don del Espíritu dado en Pentecostés” (Carta sobre la Interculturalidad).
Sin este don de la fraternidad que nos ha traído el niño Jesús, nuestros esfuerzos por un mundo más justo se quedan sin aliento, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin alma.
Por eso, nuestro deseo de Feliz Navidad es un deseo de fraternidad. Fraternidad entre personas de todas las naciones, culturas, lenguas y pueblos. La fraternidad entre nosotros. Fraternidad entre personas que saben respetarse a sí mismas y de escuchar a los demás.
Esta Navidad redescubramos los lazos de fraternidad que nos unen como seres humanos y que unen a todos los pueblos. Que el Señor encuentre en nuestros corazones un hogar acogedor, la Casa Común, bien dispuesta a dejarlo vivir siempre y a acoger a todos. Que Él sea la Luz que guíe nuestros pasos a medida que nos acercamos a nuestros hermanos y hermanas.
Felices Fiestas a todos.
El Consejo General