Lunes 4 de marzo 2019
“Me han pedido escribir un artículo sobre la reunificación de las dos Congregaciones -FSCJ y MFSC- en un solo Instituto misionero comboniano, con en fin de aportar algunas reflexiones útiles para el tema que tenemos este año 2019 sobre la “interculturalidad”. Me limito a presentar unas breves notas desde mi limitada experiencia personal”, dice P. Alois Weiss, mccj. En la foto: el abrazo de los dos superiores generales, el P. Tarcisio Agostoni (izquierda) y el P. Georg Klose.
Voy a empezar comentando una gigantografía que he visto el 19 de enero pasado en el templo de nuestra parroquia de Lima-Chorrillos, con ocasión de la ordenación diaconal de Alessio Geraci, de manos de nuestro hermano comboniano, Mons. Luis Alberto Barrera Pacheco, obispo de Tarma. En la parte superior de la foto se veía el abrazo de los dos superiores generales, los Padres Tarcisio Agostoni y Georg Klose, el día de la reunificación, en la fiesta del Corazón de Jesús, el 22 de junio de 1979; en la parte baja de la imagen, una ilustración referente a los 80 años de presencia comboniana en el Perú y en América Latina; al pie de la gigantografía, nuestro fundador, San Daniel Comboni, con el dicho: “Si tuviera mil vidas, las daría todas para la misión”.
Las tres escenas no se pueden explicar sin ese abrazo significativo que sellaba la reunificación y la reconciliación después de 56 años de división, acaecida en 1923, después de la primera guerra mundial, una guerra de nacionalismos enfrentados. Sin el hecho de la reunificación, no se hubiera llegado a celebrar tampoco los 80 años de la provincia del Perú, que hasta hoy sigue con bastante vitalidad, gracias a que la interculturalidad es ya una experiencia compartida. En la asamblea provincial de enero de este año, tomaron parte combonianos de 13 nacionalidades de cuatro continentes, para reflexionar juntos sobre el tema: “Se entendían en el idioma del amor”, teniendo como paradigma el cenáculo de Pentecostés. Sin la reunificación, tampoco se hubiera llegado a la proclamación de Comboni beato (1996) y santo (2003), porque es sabido que para la beatificación de un fundador, hace falta una renovación del Instituto.
Renovación estructural
En nuestro Instituto se dio una renovación, que podemos llamar estructural, con el hecho del Capítulo General extraordinario de 1979 -hace exactamente 40 años- en el cual tomaron parte los miembros capitulares de los dos Institutos hasta entonces separados. Juntos, se elaboró una nueva “Regla de Vida”, con los estatutos de la nueva Congregación; se creó un nuevo nombre, resultado de un largo e intenso discernimiento, como se lee en la “Carta sobre el nuevo nombre del Instituto” anexada a la Regla de Vida, con fecha del 29 de julio de 1979.
Soy consciente de que hay grupos de combonianos que apenas han notado este paso a nueva congregación, porque pertenecen a generaciones más jóvenes o por otras razones. Para la mayoría el paso se hizo de manera automática. Sin embargo, los misioneros que trabajaban en las provincias del Perú y en la de Sudáfrica fueron impactados fuertemente. Ambas se han transformado en provincias internacionales con una creciente experiencia de interculturalidad; en efecto, ambas tenían solo misioneros de idioma alemán y empezaron a recibir a misioneros de diferentes idiomas, naciones y continentes.
Experiencias positivas en España
El que escribe estas líneas es ahora, con sus 78 años cumplidos, el más joven de los combonianos provenientes de la DSP en el Perú. Cuando me tocó asumir la dirección de la provincia en 1984, la convivencia no era aún tan pacífica ni se comprendía bien por qué se daba tanta importancia a la animación misionera, a la promoción vocacional y a la formación. Se decía: hemos venidos a evangelizar, no para preocuparnos del futuro; si un día llegamos a viejos, nos vamos y se acabó nuestro servicio en este país. Por tanto, dentro de poco yo sería el encargado de apagar las luz como último que se quedaría en nuestro querido Perú. Me tocó -lo digo de paso- ya en España en 1980 al salir como último alemán. Lo hice feliz y contento, porque se dejó una provincia floreciente.
España vivió el proceso de la reunificación como protagonista de relieve. A mediados de los años ‘50 -sin saber unos de otros- los combonianos italianos y los alemanes llegaron a España para fundar. Los primeros comenzaron en San Sebastián (1954), luego rápidamente se extendieron a Corella (Navarra), Madrid (1958), Barcelona, Valencia, Granada, Santiago... Los alemanes, con mucho menos personal, se quedaron en la provincia de Palencia, en Castilla la Vieja, con la fundación del seminario menor en Saldaña y la casa de Palencia, junto con una grande finca para la autosustentación desde 1960.
Tarde o temprano llegarían a encontrarse o, quien sabe, a chocar. El encuentro fue a raíz del ofrecimiento de una casa a los italianos para una fundación en Sahagún a 30 kms. de Saldaña. Como esa era área de los alemanes, el superior de Madrid, el P. Enrique Faré, consideró oportuno consultar primero con el superior de Saldaña, el P. Francisco Kieferle, de modo que juntos fueron a conocer esa casa, que resultó ser un viejo castillo en ruinas, totalmente inútil para una fundación nueva. Ambos regresaron contentos de haberse encontrado en esa extraña y providencial circunstancia. P. Faré y P. Kieferle eran personas de gran corazón, que rápidamente entablaron una buena amistad: de ahí en adelante, los padres alemanes fueron siempre bienvenidos en la casa de los italianos en Madrid.
Ambos grupos, italianos y alemanes, abrieron sus casas de formación para jóvenes españoles; a finales de los años ’60 se pusieron de acuerdo para juntar los dos noviciados en Moncada-Valencia. España comenzó a ser una providencial escuela de encuentros entre los miembros de los dos Institutos. Los jóvenes españoles no podían comprender -y menos aún aceptar- que hubiera dos Institutos de combonianos en su propio país. El asunto de la reunificación llegó a ser tema importante en los Capítulos Generales de ambos Institutos, hasta que en 1975 los miembros de los dos capítulos generales se encontraron en Ellwangen (Alemania) y el 2 de septiembre decidieron la reunificación a realizarse en el Capítulo conjunto de 1979.
Pequeñas experiencias de otros encuentros de colaboración de los dos Institutos separados hubo también en el Perú (desde 1966), en Ecuador, en Sudáfrica, en Uganda... El 22 de junio de 1979, fiesta del Sagrado Corazón del Jesús, el Cardenal Agnelo Rossi, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y representante del Papa, selló el hecho de la reunificación. Sin embargo, detrás de estos datos cronológicos, hubo resistencias y aún muchos obstáculos que superar, para llegar al gran evento final. En varias personas mayores de ambas congregaciones, que habían vivido el hecho de la división, habían quedado unas heridas y no pocos dudaban que se pudiera llegar un día a un feliz y total reencuentro.
Un testigo de excepción: P. Andrés Riedl
Personalmente tuve la dicha -más aún la considero una gracia- de convivir tres años en Saldaña con el P. Andrés Riedl, uno de los tres pioneros de la fundación de Pozuzo en 1938. Él tenía 20 años y estaba aún en las primeras clases del seminario misionero de Brixen-Bressanone, cuando tuvo lugar la división en 1923. Al enterarse del hecho consumado, se preguntaba con pena: “¿Qué han hecho los de arriba?” o sea los superiores. En efecto, un buen número en la base, tanto en Europa como en África, no estaban de acuerdo con la división.
El P. Andrés la consideró siempre como una desgracia que nunca debió ocurrir en una congregación que se llamaba de los Hijos del Sagrado Corazón de Jesús. Para él la división era una herida que se debía curar lo antes posible. Ya sacerdote, -así me confió- en cada Santa Misa, levantando el cáliz con la Sangre de Cristo, pedía que se llegase de nuevo a la reunión. No es casual que más tarde, en 1956, él decidiera, con el permiso de los superiores, ir a España para una nueva fundación con vistas a conseguir vocaciones de sacerdotes para las zonas pastoralmente abandonadas en los Andes de Huánuco. Esa fundación fue, sin lugar a duda, providencial para que los dos Institutos combonianos, de alemanes y de italianos, se encontraran, estrecharan lazos de colaboración concreta y fraterna; y así se convirtieran en dinámicos motores hacia la reunificación de 1979.
La reunión fue ciertamente un fruto y un don precioso del Espíritu Santo a nuestro Instituto comboniano; una experiencia poco común, se puede decir, mirando a la historia de la Iglesia, donde las separaciones de Institutos abundan más que las reunificaciones. Con ocasión de los 75 años de presencia comboniana en el Perú, hemos vivido la experiencia de una linda y fraterna celebración entre misioneros de más de 10 nacionalidades de cuatro continentes.
El P. Andrés Riedl me manifestó muchas veces su convicción: “Si nos reunimos, tendremos abundantes bendiciones del Corazón de Jesús”. Por todo lo vivido en la historia, la reunificación parecía casi imposible y quizás algunas situaciones le han hecho dudar a él también de la feliz conclusión de este proceso. Como Moisés contempló la tierra prometida desde el monte Nebo, el P. Andrés vió la reunión ya cercana, pero aún no realizada, porque murió el 9 de enero de 1974, un año y medio antes de la decisión de Ellwangen en septiembre de 1975.
Para no pocos la apertura de los misioneros combonianos a América fue como una traición al carisma africano del Fundador, como algunos lo manifestaron en los Capítulos de 1985 y 1991. Hoy sabemos que tales aperturas (a América y también a Asia) aseguran una presencia en cuatro continentes y serán garantía de que el carisma de Comboni nunca será olvidado. Así lo ha manifestado también el Papa Francisco a los capitulares de 2015, explicando cómo nuestro nombre de Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús define también nuestra identidad: somos misioneros, con el carisma de Comboni, que tan solo se entiende desde la contemplación del Corazón abierto de Cristo Buen Pastor. Una fundación es tan fuerte y vital como son vitales sus raíces. En nuestro caso, las raíces han reverdecido con la reunificación de los dos Institutos, con nuevo nombre y nueva identidad.
Si miro mi vida personal y familiar, puedo dar testimonio de la misericordia y de las abundantes bendiciones del Corazón de Jesús. Lo mismo pueden afirmar, ciertamente, los demás hermanos.
En su plan misionero, Comboni quería reunir a todas las congregaciones e insrtituciones para “salvar a África con los africanos”, creando centros de formación alrededor del continente. Hoy, en un mundo que va a pasos agigantados hacia la globalización, con millones de migrantes en todas partes, nosotros como familia misionera tenemos que enfrentar el gran desafío de la interculturalidad, para convertirla en el soporte que nos habilita a tejer amplias redes de contactos humanos y de relaciones constructivas con otros pueblos y culturas, sobre la base del respeto mutuo, aprecio de los valores ajenos, humildad de corazón y verdad evangélica. Condiciones necesarias para la construcción de una humanidad nueva.
P. Luis Weiss, mccj
Palca – Tarma (Perú)