Lunes, 15 de septiembre 2014
Con este mensaje queremos celebrar los 150 años del Plan para la Regeneración de África, Plan en función del cual Daniel Comboni advirtió la necesidad de fundar en Verona el Instituto de las Misiones de África, con la variedad de sus miembros: hombres y mujeres, religiosos y laicos. Nosotros, los responsables de los Institutos fundados por él – Hermanas Misioneras Combonianas Pías Madres de la Nigricia y Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús – y otras expresiones misioneras que se inspiran en su carisma – Misioneras Seculares Combonianas y Laicos Misioneros Combonianos – hemos querido escribir esta carta para compartir una pequeña reflexión sobre el Plan que sigue acompañando nuestra vida misionera y nos desafía a dar una respuesta a las distintas situaciones misioneras que vivimos hoy en todos los lugares en los que estamos presentes.

 

EL PLAN  EN LA HISTORIA
DE LOS HIJOS E HIJAS DE COMBONI
A LO LARGO DE ESTOS 150 AÑOS

 

Desde 1857, cuando me encontraba en la Misión de los Kich, en el Nilo Blanco, aquí en África Central, pasé por todas las pruebas de este difícil apostolado. Y habiendo estado once veces a punto de morir a causa del clima y de las enormes fatigas, me vi en la necesidad de regresar a Europa, donde, al cabo de unos años, ya restablecido, pensé en el modo de volver a este campo de batalla para sacrificar en él la vida por la salvación de los negros. Fue el 18 de septiembre de 1864 cuando, al salir del Vaticano, donde había asistido a la beatificación de Margarita Mª. Alacoque, se me ocurrió presentar a la Santa Sede la idea del Plan para reanudar el apostolado de África Central. El Sdo. Corazón de Jesús me hizo superar todas las enormes dificultades para realizar mi Plan orientado a la Regeneración de la Nigricia con la Nigricia misma”.
(Escritos 3302)

A los miembros de los Institutos combonianos
A todos/as aquellos que se inspiran
en el carisma de san Daniel Comboni

1. Un saludo cordial

Muy estimadas, muy estimados,
Con este mensaje queremos celebrar los 150 años del Plan para la Regeneración de África, Plan en función del cual Daniel Comboni advirtió la necesidad de fundar en Verona el Instituto de las Misiones de África, con la variedad de sus miembros: hombres y mujeres, religiosos y laicos.

Nacidos del Plan y para el Plan, no podemos olvidar que esta es la herencia que nos dejó el Padre Fundador, una herencia preciosa que, hoy todavía, la Familia comboniana desea acoger y conservar con profunda gratitud, responsabilidad y empeño.

Nosotros, los responsables de los Institutos fundados por él – Hermanas Misioneras Combonianas Pías Madres de la Nigricia y Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús – y otras expresiones misioneras que se inspiran en su carisma – Misioneras Seculares Combonianas y Laicos Misioneros Combonianos – conscientes de que hay muchas otras personas y grupos de laicos que, cada vez más numerosos y a título diverso, viven con nosotros la pasión misionera comboniana, hemos querido escribir esta carta para compartir una pequeña reflexión sobre el Plan que sigue acompañando nuestra vida misionera y nos desafía a dar una respuesta a las distintas situaciones misioneras que vivimos hoy en todos los lugares en los que estamos presentes.

Con esta carta queremos también expresar nuestro deseo de mostrar la actualidad y la vitalidad de las instituciones que san Daniel Comboni ha sabido recoger en las páginas del Plan, reconociendo que fue un verdadero y eficaz instrumento para el trabajo misionero desarrollado por tantos hermanos y hermanas durante estos 150 años, primero en África y luego en otras partes del mundo.

Queremos que nuestra reflexión sea también, si es posible, un modo de celebrar este aniversario, dejándonos tocar por las urgencias de la misión que, no obstante los esfuerzos considerables realizados para llevar el Evangelio a todos aquellos que están lejos, siguen desafiándonos.

Deseamos escuchar también, a través de los pensamientos plasmados en el Plan, el grito de san Daniel Comboni que nos llama a consagrar nuestra vida por aquellos que son en el mundo de hoy los más pobres y los más abandonados, que tienen derecho de recibir el anuncio de la Palabra.

Pensamos que sea también una ocasión propicia para agradecer al Señor por el don del Espíritu que ha trabajado en el corazón de nuestro Fundador y en las vidas de tantos de nosotros que han sabido realizar el Plan para la Regeneración de África con la entrega gozosa de su vida en la misión y para la misión. Deseamos que estas líneas se conviertan en una invitación a seguir viviendo nuestra consagración con la misma pasión que ha movido a san Daniel Comboni desde el momento de la primera redacción.

2. El Plan: una vida más que un documento

Una de las primeras impresiones que se tienen al leer el Plan es de encontrarse ante un texto en el que se respira vida, donde se mueve una pasión intensa y un deseo grandísimo de encontrar los modos más adecuados para responder a la necesidad que los hombres y las mujeres de todos los tiempos tienen de encontrarse con Dios.

El Plan, por lo tanto, no es un documento frío, con reglas precisas, en el que todo ha sido programado y calculado. En sus páginas se respira un aire que expresa el sueño, el deseo y la urgencia de llevar vida y las intuiciones de quien cree en la posibilidad de realizar aquello que muchos consideran imposible. Se percibe una voluntad decidida de no abandonar la misión sobre todo en el momento en el cual crecen las dificultades y el futuro parece incierto. Es un texto que emana el perfume de la fe, que anima a ir adelante, convencidos de que se trabaja para una obra querida por Dios.

En el Plan se habla de un proyecto que acompaña la vida y conduce a concentrar todas las fuerzas en una única empresa, de algo que se apropia de todo el corazón y no deja espacio para otra obra que no sea la de la misión. Es una idea que habita con toda su fuerza más en el corazón que en la cabeza: en este sentido es un modo concreto de traducir en obras concretas el amor que ha sido reconocido en el corazón.

El Plan, en efecto, no nació en la cabeza de Comboni, no es el resultado de una especulación; nació más bien del deseo de ser instrumento de Dios para manifestar el amor al que tienen derecho todos sus hijos e hijas. Si recordamos lo que Comboni escribe en su carta del 31 de julio de 1873 a Mons. De Girardin, vemos con claridad que el Plan ha sido antes que nada una experiencia vivida y luego una propuesta escrita.


3. Una respuesta misionera nacida en la realidad

Volvamos a escuchar lo que dice Comboni: “Pasé por todas las pruebas de este difícil apostolado... pensé en el modo de volver a este campo de batalla para sacrificar en él la vida por la salvación de los negros” (Escritos 3302).

El Plan no es una simple estrategia pastoral, sino una lectura y una asimilación de la realidad cuyos desafíos vuelven a san Daniel creativo y capaz de dar cuerpo a una obra que tenga la posibilidad de éxito para la misión.

Éste nace entonces de la capacidad de leer y entender la realidad en la que estamos presentes e interactuar con ella. Una realidad marcada por la esclavitud, por criterios de ganancia y explotación, por la imposibilidad de que los africanos vivan según su dignidad. Una realidad en la que los valores del Reino eran ignorados o negados. En aquel contexto el Plan se revela una obra humilde e inteligente al mismo tiempo.

Mirando nuestras presencias misioneras y la realidad de los ambientes en que trabajamos, ¿cuantas veces nos vemos obligados a reconocer que la realidad, también hoy, no es muy distinta? Efectivamente, también hoy somos testigos de la violencia, de la violación de los derechos humanos, de la exclusión y de la esclavitud de tantos hermanos y hermanas nuestros.

4. Una gran intuición

Leyendo el Plan, es fácil descubrir un multiplicarse de ideas, proyectos, medios por utilizar que giran alrededor de una única intuición: es una obra a la cual todos los que se sienten interpelados por la misión están llamados a contribuir, haciendo de la misión misma una obra de la Iglesia.

La Obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres negros, porque una nación sola no puede socorrer a toda la estirpe negra. Las iniciativas católicas, como la del venerado Olivieri, la del Instituto Mazza, la del P. Ludovico, la de la Sociedad de Lyón, etc., sin duda han hecho mucho bien a un número de individuos negros; pero, hasta ahora, todavía no se ha comenzado a implantar en África el Catolicismo y hacerlo arraigar allí para siempre. Por el contrario, con nuestro plan, nosotros aspiramos a abrir la vía de entrada de la fe católica en todas las tribus de todo el territorio en que viven los negros. Y para obtener esto, me parece, se deben unir todas las obras hasta ahora existentes, las cuales, teniendo desinteresadamente ante los ojos el noble fin, deberán dejar a un lado sus intereses particulares” (Escritos 944).

Se trata de una obra en la que no hay espacio para los protagonismos o para la pretensión de querer actuar solos. El Plan es una obra de colaboración que involucra a todos los que responden con un corazón generoso y permite entender que la misión es un don recibido y ofrecido gratuitamente en la alegría. Comboni pensaba en un gran “movimiento misionero” para involucrar a todos y a todo en la misión en favor de África, esperando encontrar “aprobación, apoyo y ayuda en el corazón de los católicos de todo el mundo”. Por eso viajó a lo largo y a lo ancho de Europa, pensando inclusive de llegar a América, en busca de colaboradores, medios económicos y apoyo espiritual…

De este ímpetu surgieron los Institutos combonianos y, más tarde, el Instituto de las Misioneras Seculares Combonianas y los Laicos Misioneros Combonianos. Pero la obra es todavía más amplia y no cesa de inspirar y de mover tanto a quien ha abrazado una forma de vida consagrada como a quien, como bautizado, se descubre llamado a la misión. A todos queda el desafío de como unir intenciones y fuerzas para colaborar y dar impulso continuo a la misión.

5. Inspirado por un encuentro

Creo que este plan es obra de Dios, porque me vino a la mente el 15 de septiembre, mientras hacía el triduo a la Bta. Alacoque; y el día 18 de sept., en que esa Sierva de Dios fue beatificada, el Card. Barnabò terminaba de leer mi Plan. Trabajé en él casi sesenta horas seguidas” (Escritos 926).

El Plan, entonces, es el resultado de un largo camino de búsqueda, de interrogantes, de consultaciones y de experiencia hecha en primera persona, aunque no es sólo esto.

Hay otro factor que no hay que olvidar: es fruto de la experiencia de encuentro con el Señor, de las horas pasadas en oración y de la búsqueda de la voluntad de Dios en toda aquella aventura.

Comboni no duda en reconocer que el Plan haya sido don de Dios, gracia obtenida por mediación de María y fuerza del Espíritu que se ha manifestado generoso con sus inspiraciones. En este sentido, el Plan es un modo concreto de decir que la obra misionera no es asunto humano. La misión es obra de Dios y, como todas sus obras, exige una gran fe, que sólo puede nacer en el silencio de la oración, en el encuentro que permite la escucha de la voluntad de Dios.

6. Una experiencia vivida por las hijas e hijos de Comboni

6.1 Una mirada al pasado para trazar mejor el futuro

No han sido pocos, estos hijos e hijas, comenzando por los primeros 22 que el 29 de noviembre de 1867, guiados por Daniel Comboni, salieron de Marsella rumbo a Egipto. Eran 16 “morenitas” – de las cuales 9 provenían del Instituto Mazza de Verona –, tres religiosas de San José de la Aparición y tres religiosos camilianos.

La primera etapa del viaje era El Cairo, donde iniciaría la actuación del Plan dando vida a los primeros “institutos preparatorios” que habrían debido “rodear África”.

Dos años después, en 1869, siempre en El Cairo, Daniel Comboni confió la dirección de un tercer instituto, la “Sagrada Familia”, a cuatro institutrices africanas, una de las cuales era la joven denka Domitila Bakhita. Se trataba de una escuela parroquial femenina y pública, abierta a chicas de cualquier rito y religión, comprendida la musulmana.

Fue un momento importante: el objetivo principal del Plan – regenerar África con África – empezaba a ser una realidad. Una realidad que Comboni reforzó cuatro años después, cuando incluyó a las jóvenes maestras africanas en la expedición que, en 1873, condujo él mismo, primero de El Cairo a Jartum y luego de Jartum a El-Obeid, donde confió a Domitila, Fortunata Quascé y Faustina Stampais la fundación de la “Obra femenina” del Kordofán.

Finalmente, en 1881, el obispo Daniel envió como párroco en la prometedora comunidad de Malbes, en el Kordofán, a don Antonio Dobale, de la etnia de los galla, uno de los once “niños negros” que el Instituto Mazza había acogido en 1860 y que en 1878 Propaganda Fide había ordenado presbítero para África Central.

A tal punto, Daniel Comboni se decía satisfecho de sus misioneros: sacerdotes, religiosas (Pías Madres de la Nigricia), laicos y laicas. Confianza bien merecida, como demostró el trágico acontecimiento de aquel otoño de 1881, la muerte inesperada del Fundador.

En aquel momento brotó fuerte, para las Pías Madres de la Nigricia, la figura de la madre María Bollezzoli que en la carta del 18 de octubre de 1881 exhortaba con firmeza a las hermanas a permanecer firmes tras las huellas trazadas por el Fundador: “no se echen atrás; caminad seguras tras las huellas trazadas por el magnánimo padre vuestro”. Y continuó llevando adelante la inspiración del Plan, formando con el pasar del tiempo a centenares de hermanas que partían para la misión en África.

La irrupción de la Mahdía, cuando los misioneros y misioneras tuvieron que afrontar la prisión, el martirio, el éxodo forzado, fue una fuerte experiencia que dejó su marca y puso a prueba la fidelidad al Plan de Comboni.

Quien logró refugiarse en Egipto con Mons. Sogaro, tuvo que afrontar también el momento delicado del “paso”, de la transformación del Instituto originario en una congregación religiosa masculina (1885).

Y cuando los primeros Hijos del S. Corazón llegaron a Egipto, fue evidente que algo había cambiado también en la escala de valores indicada por el Fundador: ahora, antes que las exigencias de la misión, era el espíritu religioso – tan subrayado durante el noviciado por los jesuitas – el que tenía que inspirar y guiar la vida de la comunidad.

Se estaba creando una dolorosa y sufrida tensión entre institución y carisma. En aquel tiempo de cambios, quienes más sufrían y cargaban las consecuencias, fueron sobre todo los laicos y las “negritas” que en cierto modo fueron excluidas de la institución. No fue éste el único momento en que pareció derrumbarse la fidelidad al carisma: no podemos dejar de reconocer la dolorosa vicisitud de la división de los combonianos en dos Congregaciones separadas.

6.2 Del Plan a África y al mundo

Seguimos dirigiendo nuestra mirada a la historia: si bien la fidelidad al Plan no era tan evidente entre las nuevas levas que seguían llegando de Egipto durante todo el tiempo de la diáspora, no se podía ciertamente decir que hubiese disminuido el amor por la misión y la pasión por África.

En efecto, la conclusión de la Mahdía, en 1898, encontró a todos – Hijos del S. Corazón y Pías Madres de la Nigricia – listos para volver. Ante todo porque el Sudán había sido confiado, como territorio misionero, a la joven congregación masculina (1894).

Basta recorrer las páginas de Nigrizia para ver cuánto se prodigaron, por ejemplo, los vicarios apostólicos Antonio María Roveggio y Francesco Saverio Geyer. La famosa embarcación de la misión, reflotada con un nombre diverso, emprendió de nuevo, a lo largo del Nilo, la exploración del territorio que la Madhía había obligado a abandonar. En 1902 se abrió no muy lejos de Gondókoro, entre los shilluk, la estación misionera de Lul.

Costanza Caldara (superiora general de las Pías Madres de 1901 a 1931) estuvo atenta a las exigencias que la apertura de las nuevas estaciones misioneras exigía; Francesca Dalmasso y María Bonetti, en 1900, abrieron las filas de las hermanas listas a volver a Sudán y, si era necesario, ir más allá. En los años sucesivos nuevas comunidades se abrieron en otros países de Europa y Oriente Medio; luego, a partir de los años cincuenta del siglo pasado, las combonianas y los combonianos extendieron su presencia a las Américas.

De las “negritas” que Daniel Comboni había acompañado con tanto cuidado para que pudieran “ser apóstoles en su Nación sobre la base de mi Plan” (Escritos 2012), desafortunadamente no se habló más. Esto nos permite entender cómo, en un determinado momento, un aspecto de la institución de Comboni haya sido dejado de lado. En parte es así todavía hoy: también en la actualidad nos cuesta salir de un cierto protagonismo institucional para valorar la catolicidad del Plan como lo había deseado y previsto Daniel Comboni.

El Plan, sin embargo, no había sido olvidado del todo. Hacia 1938, mientras en varias prefecturas y vicariatos apostólicos de África Central confiados a los Hijos del S. Corazón se multiplicaban los seminarios que acogían a jóvenes africanos, un grupo de jóvenes ugandesas manifestaba su deseo de consagrarse a Dios en la joven Iglesia particular.

Gracias a la sensibilidad de los combonianos y combonianas en el acompañamiento de estos grupos – y otros, surgidos en el curso de los años – vemos hoy con alegría que muchos grupos se han convertido en congregaciones locales autónomas, algunas con un fuerte espíritu misionero expresado en la apertura de comunidades en otros continentes, concretando así el sueño de Comboni.

Ello significa que, aunque esté ausente cierta intencionalidad, había entre los hijos e hijas de san Daniel una espiritualidad que sostenía la fidelidad al espíritu del Plan. Los capítulos generales especiales de los Institutos y las celebraciones de los centenarios de fundación han sido momentos fuertes en que se ha realizado una profunda reflexión sobre la identidad carismática, sobre la espiritualidad y sobre el Plan de Comboni. Estos acontecimientos han dado impuso a la búsqueda y al conocimiento directo de los Escritos de Comboni y de la historia de los Institutos. A la luz de los documentos del Concilio Vaticano II y de la expansión de las congregaciones fuera del continente africano, se abrió una profunda reflexión sobre la identidad del carisma en fidelidad al Plan que ha involucrado a todos los miembros.

En el curso de los años, el trabajo conjunto de “hombres y mujeres”, como religiosos y religiosas, misioneros y misioneras, ha aportado alegría, ayuda recíproca y crecimiento, lo mismo que fatigas, incomprensiones y hasta algunas divisiones y heridas. Con la nueva conciencia de la mujer respecto a sí y a su papel en la Iglesia y la sociedad, también las “Pías Madres de la Nigricia” han revalorizado el perfil que Comboni quiso para ellas dentro del Plan: “yo he sido el primero en hacer que colabore en el apostolado de África Central el omnipotente ministerio de la mujer del Evangelio y de la Hermana de la caridad, que es el escudo, la fuerza y la garantía del ministerio del misionero” (Escritos 5284).

Yendo adelante en nuestro itinerario histórico, vemos que en los años cincuenta del siglo pasado, debido a la intuición de un misionero comboniano, se inició el Instituto de las Misioneras Seculares Combonianas, en vistas de la cooperación misionera, es decir, de suscitar iniciativas e involucrar a todos en la misión. Esta intuición fue confirmada por el Concilio Vaticano II, que trajo consigo una nueva conciencia del laicado, de la vocación específica a la misión y de su protagonismo a título pleno en la misión.

Así lo demuestra la última expresión, en orden de tiempo: el nacimiento de los Laicos Misioneros Combonianos y la formación de grupos de laicos y laicas que, inspirándose en el carisma comboniano, se perciben como un enriquecimiento para toda la Familia comboniana y para la Iglesia misionera.

El fruto más evidente de que el espíritu del Plan ha seguido dando es la abundancia de vocaciones religiosas y laicales para la misión, provenientes de países considerados en otro tiempo “tierra de misión”. Estamos ante un gran don que debemos mirar conscientes del hecho de que nos desafía para que abracemos sin reservas y con entusiasmo la interculturalidad de la misión hoy.

Como bien se ve, es un largo, rico y a veces trabajoso camino dentro de la Familia comboniana; un camino que merece y exige también hoy atención. Se trata de hacer crecer la conciencia y la firme voluntad de cada uno para trabajar y ser misioneros y misioneras en una perspectiva del Plan en su más profunda vivacidad y originalidad.



6.3 Vitalidad y actualidad del Plan

Todos estamos de acuerdo en reconocer que la Iglesia vive hoy un momento particular respecto a su conciencia misionera.

El Papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, dando a su ministerio de obispo de Roma un tono particular, ha subrayado la urgencia, la importancia y la necesidad, de parte de cada cristiano, de vivir la vocación misionera. Su invitación a salir, a ir a las periferias existenciales y al encuentro de los hermanos más pobres, está despertando en toda la Iglesia un espíritu nuevo, que nos hace conscientes del tesoro que poseemos en el Evangelio y la importancia de comunicarlo para hacer experiencia de profunda alegría.

En este contexto de nuevo envío y de claridad sobre la necesidad de asumir la dimensión misionera de nuestro bautismo, nos hallamos frente a un lenguaje y a una propuesta que permiten ver a la misión como una obra que pertenece a todos en la medida en que nos reconocemos como discípulos de Jesús y asociados a su misión.

Este compromiso – se nos dice – no puede ser responsabilidad sólo de un grupo pequeño o de algunos que se sienten llamados particularmente a dar la vida por la misión; es en cambio compromiso y trabajo de toda la Iglesia: aquí seguramente aparece la grande actualidad y vitalidad del Plan.

6.4 Reiniciar juntos, como Familia comboniana y con el espíritu del Plan

Desde 1996, y especialmente desde el 2003, Comboni santo se nos propone nuevamente más vivo y presente que nunca con su carisma, haciendo que volvamos a encontrarnos juntos para festejarlo. Acontecimientos como la beatificación y la canonización son momentos privilegiados para un encuentro de narración, conocimiento y celebración que ha hecho posible también reconciliación y renovación de fuerzas alrededor del padre común. Con gozo hemos viso que, para celebrar momentos tan importantes, por no decir únicos, de la historia comboniana, estábamos nuevamente todos: Pías Madres de la Nigricia, Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, Misioneras Seculares Combonianas, Laicos Misioneros Combonianos y otros grupos de Laicos y Laicas. Unidos aun siendo distintos, cada uno con sus propias constituciones y un proyecto específico de trabajo apostólico.

El acontecimiento del Aniversario que celebramos este año nos empuja a hacer memoria de cuanto hemos vivido ya para un relanzamiento que recoja las provocaciones y las exigencias que la realidad nuestra y de la vida misionera nos ponen. Comboni nos ha dejado un estilo de ministerialidad fuertemente arraigado en su experiencia mística y en la pasión por la persona y por la misión. Esta experiencia suya y su pasión están inseparablemente presentes en los distintos aspectos – espiritual, místico, profético y metodológico – del Plan para la Regeneración de África.

Los rápidos cambios del mundo de hoy y los desafíos de las Iglesias y de los pueblos con los que vivimos, hacen nacer en nosotros la urgencia de profundizar, a través de una reflexión sistemática, nuestra ministerialidad comboniana vivida como llamada profundamente arraigada en Dios, participación en la maternidad/paternidad de Dios que genera vida en un don total y gratuito, fraternidad con Jesús, entre nosotros y con las personas que servimos en el polvo de su camino, encarnación de nuestra espiritualidad, presencia en la historia al lado de los pobres y de los excluidos, camino con los pueblos para que todos tengan vida en abundancia, conciencia de lo temporal de nuestra presencia y servicio, creyendo en las personas, en su capacidad de regenerarse y en la metodología del disminuir para que otros crezcan.

Es importante entonces para nosotros asumir la justicia, la paz y la integridad de la creación (JPIC) y el diálogo y la reconciliación como valores transversales que impregnan todos los ministerios: el hacer causa común , el ser piedras escondidas para que otros crezcan, la inculturación e inserción, el compromiso de trabajar en red/colaboración (con las Iglesias locales, con la Familia Comboniana, con otras congregaciones y con distintos organismos), abiertos a la novedad que se mueve en la conciencia de la sociedad y en sus expresiones.

En la elección de nuestros ministerios, es necesario que nos dejemos interpelar por los desafíos emergentes, particularmente por el fenómeno del tráfico de personas, sobre todo de mujeres y niños y niñas, de la inmigración y de los refugiados, por la situación de los pueblos afrodescendientes, indígenas y pastores nómadas, para dar respuestas significativas hoy.

La reflexión sobre la misión en diálogo es de particular importancia para cada uno/a de nosotros, porque el mundo se está moviendo hacia un pluralismo religioso y cultural, desafiando nuestras convicciones y nuestra metodología.

La herencia carismática plasma nuestro criterio pastoral en los distintos ministerios y abre nuestras mentes y nuestros corazones a la dimensión esencial del diálogo, invitándonos “a ser signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin ninguna exclusión ni preferencia”. Somos llamados/as, por tanto, a ser signo profético en el diálogo y en el servicio, puente entre los pueblos a través de nuestra experiencia cotidiana de misión, viviendo lado a lado con los pueblos de varias culturas y de fe distinta.

Este diálogo se manifiesta en simples gestos cotidianos y en el encuentro con otras Iglesias y Comunidades cristianas, para convertirse en signo y anuncio de Cristo, fuente de unidad; con las religiones no cristianas, particularmente con las religiones tradicionales y el Islam, para ser signo profético en la búsqueda común de Dios; con las culturas, para transformar la humanidad a través del empeño común por un mundo más justo.

La espiritualidad heredada del Plan, este “sentir el propio corazón latir al unísono con el Corazón de Cristo”, nos impulsa a llevar el “beso de la paz” a toda periferia geográfica y existencial, porque el África de Comboni se ha vuelto criterio para reconocer en el mundo en donde están los “más pobres y abandonados” y donde están las “huellas de nuestro magnánimo Padre”, y continuar siendo fieles a su Plan en el hoy de la historia después de 150 años.

7. Conclusión

Muy estimadas, muy estimados,
tenemos pues muchas razones para celebrar este acontecimiento, muchas razones para estar orgullosos y asimismo ser provocados, muchas razones para reflexionar.

Con san Pablo, el grande apóstol misionero, decimos: “Que nuestro Señor Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena” (2 Ts 2,16-17).

Somos muchos a quienes nos mueve el don que Jesús ha hecho a su Iglesia y a cada uno de nosotros en san Daniel Comboni y en el fruto de su obediente creatividad, el Plan para la Regeneración de África. Trabajaremos con la mirada fija en la misma meta que Comboni tenía ante los ojos y en el corazón, aunque no todos hagamos lo mismo o no lo hagamos de la misma manera.

El reconocimiento recíproco, el respeto y la valorización de la diversidad de servicios y tareas reforzarán la comunión y nos permitirán ser testigos, en el mundo misionero, de una diversidad finalmente reconocida y reconciliada.

Queremos, efectivamente, que en la Familia comboniana de hoy haya espacio para la diversidad reconocida en la igualdad del estilo de vida; queremos aprender a reconocer los talentos de cada grupo para hacerlos fructificar en función del Reino, trabajando en red…

Que nos ayuden en esto todos nuestros hermanos y hermanas santos y mártires, partiendo de los prisioneros de la Madhía. Nos ayude, sobre todo, nuestro padre san Daniel que nos quería “santos y capaces”, capaces de relaciones nuevas y verdaderamente evangélicas, capaces de vivir la igualdad en la diversidad, haciendo causa común con los pobres y excluidos, sin quitarles el derecho de ser sujeto de sus opciones de vida y de su camino de fe propio.

Sólo así podremos responder eficazmente a los grandes desafíos emergentes que el mundo nos presenta.

Roma, 15 de septiembre 2014
150º. Aniversario del Plan para la Regeneración de África

Los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús
Las Hermanas Misioneras Combonianas
Las Misioneras Seculares Combonianas
Los Laicos Misioneros Combonianos