Roma, martes 16 de julio 2013
“El mensaje misionero y el testimonio de los misioneros no pueden ser otra cosa que una propuesta gozosa, un mensaje de entusiasmo y una palabra de ánimo”, escribe P. Enrique Sánchez G., Superior General, en una carta para el MCCJ Bulletin, cuatro meses después de la elección del Papa Francisco. A continuación publicamos la carta. En la foto: P. Jorge Carlos Naranjo Alcaide, en el Sudán.
P. Elías Román Arroyo,
en Brasil.
Han pasado casi cuatro meses de la elección del Papa Francisco como obispo de la diócesis de Roma y pastor y guía de toda la Iglesia. Para quien, como nosotros, vive en estos momentos en Roma, no es difícil constatar que en este lapso de tiempo, aunque breve, hay un viento nuevo y un surgir de grandes deseos en el corazón de muchísimos cristianos que quieren vivir la riqueza del Evangelio.
No cabe duda que el Papa Francisco, con su modo de ser, de hablar, de acercarse a las personas, de llamar la atención sobre ciertas situaciones y problemáticas urgentes de nuestro mundo, esté tocando los corazones y sacudiendo, en cierto modo, el estilo de vida y el modo de actuar de los cristianos de nuestro tiempo, invitando a dar razón de su fe en el Señor.
Con sus palabras y sus gestos, el Papa Francisco está delineando la fotografía del cristiano que necesita nuestro tiempo y no ha perdido la ocasión para recordarnos que no podemos ir adelante diciendo que creemos en Jesucristo conformando luego nuestra vida con los modelos que nos ofrece el mundo, con su lógica y sus intereses.
Muchas veces hemos escuchado pronunciar con fuerza palabras como coherencia, radicalidad, confianza, ternura, amor, valor, opción por los pobres… vocabulario que a nosotros los misioneros nos debería resultar familiar, no tanto como lenguaje, sino como experiencia vivida cada día. El Papa Francisco ha repetido en varios modos y en distintos tonos que quiere una Iglesia misionera, una Iglesia al servicio de los más abandonados, lejana de los juegos de poder y del hacer carrera. Quiere una Iglesia en la que el ejercicio de la misericordia y de la compasión, de la bondad y del amor, sean las columnas de la casa en la que todos los seres humanos puedan encontrar un espacio verdadero de vida, de realización, de comunión y de auténtica fraternidad.
Quiere una Iglesia pobre, capaz de mostrar que su única riqueza es el Señor, su Palabra, la vida de la cual es depositaria y custodia, vida de Dios que se nos ofrece cada día en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y en el don de los hermanos y hermanas que se vuelven para nosotros sacramentos de la presencia de Dios entre nosotros.
El Papa Francisco nos está recordando que en la Iglesia de Cristo debemos hoy estar atentos a no caer en la trampa de protagonismos, de autorreferencialidad, de creer que todo dependa de nosotros y que todo sea cuestión de elegir la mejor estrategia. No, el único protagonista, lo ha dicho con mucha claridad, es el Señor que sigue caminando con nosotros, que no nos abandona y no se olvida de nuestras necesidades. También en este caso, el Santo Padre nos recuerda que es el Espíritu Santo el actor principal en la historia de la misión y de la Iglesia.
Recordándonos esto, ha dicho con igual fuerza que nosotros los cristianos tenemos que caminar con la frente levantada, sin triunfalismos, seguros y confiados porque estamos en buenas manos. No tenemos derecho de presentar una imagen desfigurada del Señor con nuestras tristezas, nuestras incertidumbres y nuestras visiones pesimistas acerca del futuro. Hoy más que nunca el cristianos está llamado a dar testimonio de valor, de alegría y de confianza porque es consciente de que el Señor actúa hoy como siempre.
El mensaje misionero y el testimonio de los misioneros no pueden ser otra cosa que una propuesta gozosa, un mensaje de entusiasmo y una palabra de ánimo.
Todo esto está despertando una esperanza nueva que se traduce en alegría y en deseo de participar en la propuesta hecha por el Papa Francisco de vivir nuestro ser cristianos en la vida diaria y en los pequeños detalles de nuestra vida, en los gestos sencillos que nos permiten reconocer que todos tenemos necesidad de los otros y que no podemos seguir invirtiendo nuestras energías en la construcción de una sociedad donde cada uno está convencido que debe pensar en sí mismo, siempre y sólo en sí mismo.
El entusiasmo suscitado por el Papa, manifestado por las multitudes que quieren encontrarlo, verlo, escucharlo, habla del deseo que anida en el corazón de todos nuestros contemporáneos y manifiesta que no es verdad que la humanidad de nuestro tiempo haya perdido el interés por Dios. Hoy más que nunca nos estamos dando cuenta de cuánto sea profunda en todas la personas la pregunta sobre Dios, sobre la fe, sobre el Evangelio. Esto manifiesta también cuánto sea urgente la misión y cuánto todos los cristianos tengan que asumir su responsabilidad en el anuncio del Evangelio como primera exigencia de su bautismo. Ha sido necesario que llegara el Papa Francisco, que habla con sencillez, que se interesa del drama de las personas de nuestro tiempo y va a su encuentro, para recordarnos que el Evangelio no es una teoría, no es una doctrina y no puede reducirse a una ideología.
El Evangelio es una persona con la que estamos invitados a establecer una relación fuerte y estrecha, como condición para una autenticidad de nuestra vida, y esta persona no puede ser otro que nuestro Señor Jesús.
La pregunta que seguramente todos nos hacemos es saber si seremos capaces de acoger el desafío y aceptar de vivir nuestro ser cristianos hoy reconociendo que no se trata de afirmar nuestra pertenencia a un grupo, a una comunidad o a una Iglesia. ¿Seremos capaces de vivir nuestra fe en Jesucristo anunciándolo con nuestra vida a todos aquéllos que lo buscan hoy? No creo que haya un modo mejor de vivir nuestra vocación misionera y no parece que haya un camino mejor para reconocernos auténticos cristianos de nuestro tiempo.
Este aire que se respira en Roma y nos parece que comience a propagarse también más allá de las fronteras, seguramente traerá frutos extraordinarios y será una grande bendición, si logrará transformarse en una ocasión nueva para ser conscientes de la riqueza de vida que llevamos en nosotros, la vida de Dios que vive en quienes están dispuestos a abrir las puertas de su corazón. Este es nuestro mejor augurio.
Julio 2013
P. Enrique Sánchez G., mccj
Superior General
“Más recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis testigos
en Jerusalén, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
(Hechos de los Apóstoles 1,8)