Roma, martes 9 de octubre 2012
“Estamos casi en la víspera de la fiesta de San Daniel Comboni – 10 de octubre de 2012 – y como en años pasados he pensado de enviarles unas líneas para invitarlos a celebrar esta fiesta con corazón lleno de gratitud por el don de nuestro padre y fundador”, palabras iniciales de la carta del Superior General, padre Enrique Sánchez González, dirigida a todos los Misioneros Combonianos. “A todos les deseo una buena fiesta y que San Daniel Comboni les permita experimentar de nuevo la belleza de nuestra vocación misionera”, concluye padre Enrique. Publicamos a continuación el texto de la carta.

Queridos hermanos,
Estamos casi en la víspera de la fiesta de San Daniel Comboni y como en años pasados he pensado de enviarles unas líneas para invitarlos a celebrar esta fiesta con corazón lleno de gratitud por el don de nuestro padre y fundador.

Esta fiesta es siempre una bella ocasión para renovar nuestro deseo de continuar viviendo con alegría el carisma heredado de San Daniel y para reforzar nuestro sentido de pertenencia a la misión y al Instituto.

En este día me siento afortunado poder escribir este pequeño mensaje desde la casa de Limone, donde no faltan motivos para recordar con afecto y gratitud la figura y el ejemplo misionero de San Daniel que van más allá del tiempo y nos invitan a vivir hoy nuestro compromiso como fieles continuadores de su obra.

En esta casa ha nacido Comboni y en este ambiente su vocación misionera comenzó a diseñarse como un proyecto que continúa hoy a través del testimonio de tantos de sus hijos e hijas esparcidos por el mundo.

La casa de Limone se ha vuelto demasiado pequeña para acoger a cuantos viven su pasión misionera. Esto es seguramente motivo de alegría, pero al mismo tiempo un desafío que nos obliga a comprometernos para que el don de Comboni y su carisma sean de verdad una gracia para toda la Iglesia y para el mundo.

Estoy convencido de que Comboni tiene mucho que enseñarnos todavía y no sólo a sus misioneros. Su espíritu misionero y su capacidad de consagrarse a aquéllos que él consideraba los más pobres de su tiempo son dones y lecciones de los que todos tenemos hoy necesidad.

En verdad Comboni en este tiempo tiene mucho que decirnos y a nosotros nos toca preguntarnos si efectivamente somos los misioneros que él soñó para su misión.

Las casas de Comboni se han multiplicado hoy y las encontramos allá donde están sus misioneros, sus misioneras y todas las personas que viven con gozo su carisma en modos tan diversos y en situaciones apenas imaginables. El espíritu de Comboni se ha difundido muy lejos y no ha sido posible contenerlo bajo el techo de su casa en Limone.

Yendo por el mundo es muy bonito encontrar personas que viven el espíritu de Comboni de modo ejemplar sin hacer votos en ningún instituto. Gracias a Dios, los combonianos de corazón son tantos que es imposible calcular su número. Muchos de ellos son un verdadero ejemplo de pasión misionera y no pocos se esperan ver en nosotros un ejemplo, que los animemos porque ven en nosotros los herederos de su carisma.

Desde hace tiempo, nos estamos dando cuenta de que Comboni ha ido más allá de sus Institutos y son muchos los que hacen referencia a él no sólo como ejemplo de vida misionera, sino como inspirador para vivir la vida cristiana y el esfuerzo por convertirse en discípulos del Señor.

Comboni es ya un santo que, poco a poco, se está ganando su espacio en el mundo, pero también hemos de reconocer que es un desconocido también aquí, muy cerca del lugar que lo vio nacer. Esto es un desafío para nosotros y para nuestra animación misionera en todas las partes del mundo donde estamos presentes, pues somos nosotros los responsables de hacer conocer su santidad, sobre todo a través del ejemplo de nuestra vida.

La familia que vivió entre los muros del Teseul se ha convertido en una familia presente en cuatro continentes y el carisma de Comboni es hoy una realidad compartida por muchísimas personas, pero no podemos sentirnos satisfechos y debemos estar atentos a no favorecer aquellas dinámicas que intentan encerrarnos en nosotros mismos.

La presencia del carisma comboniano en el mundo es un motivo de gratitud y al mismo tiempo un desafío para que nos sintamos particularmente herederos de su carisma, de su espiritualidad y sobre todo de su misión.

Hoy que el carisma y la espiritualidad de Comboni está asumiendo un rostro nuevo que comienza a expresarse en modos y lenguajes diversos, creo que debemos estar muy atentos para no sofocar la acción del Espíritu y cada uno tiene que sentirse responsable del don que ha recibido y compartir la gracia de la pasión misionera de Comboni.

Es cierto que no estamos llamados a repetir su experiencia y a hacer sus mismas obras, pero no podemos renunciar a dar una expresión nueva a su carisma traduciéndolo en respuestas actuales a las necesidades de nuestra humanidad.

Esto nos obliga a tomar en serio la cuestión de cómo ser misioneros y auténticos combonianos hoy en el mundo en el que vivimos nuestra vocación. Y creo que no haya mucho tiempo a nuestra disposición.

Durante estos días he tenido la posibilidad de contemplar la casa de San Daniel y siento que estos muros nos hablan todavía hoy y conservan el recuerdo y el espíritu que nutrió la vocación misionera de nuestro fundador. Estos muros hablan de pobreza como si quisieran recordarnos que las obras de Dios no se manifiestan donde se satisfacen todos los caprichos de la comodidad y el bienestar que intentan ofrecer las cosas de este mundo.

Ciertamente no podemos no preguntarnos cómo vivimos nuestra solidaridad con una humanidad que en estos tiempos pasa por una gran crisis económica que golpea a los más frágiles y que ya sufren. ¿Cómo nos interpela la pobreza del mundo en nuestras opciones ordinarias y nuestros estilos de vida, nuestras exigencias personales, comunitarias y de Instituto?

¿Cuánto estamos experimentando la pobreza y la precariedad de nuestros contemporáneos?

Aquí la pobreza vivida se ha vuelto apertura y fiducia a la Providencia de Dios que fue compañera inseparable en la vida de San Daniel.

¿Dónde se encuentran ahora nuestros corazones? ¿En nuestras programaciones, cuánto contamos con la Providencia que hace crecer nuestra confianza en Dios y nos lleva a asumir nuestro trabajo con más responsabilidad?

Las habitaciones de esta casa han conservado el olor del sacrificio y del dolor padecido en el silencio de la fe; sacrificio que Comboni supo asumir durante toda su vida hasta convertirlo en energía para sostener la obra a él confiada.

Detrás de la casa está la montaña de roca que va hacia las alturas, como indicando la imposibilidad de salir de este ambiente. Parece un cuadro pintado simbólicamente para expresar las dificultades y la cantidad de obstáculos que no faltaron en la vida y en la misión de Comboni. Es una pared escarpada y dura que puede transformarse en motivo de desánimo para quien sueña llegar a la cima.

Podría significar también el mundo con todos sus problemas, sus dificultades, sus grandes desafíos; una montaña que parece caerte encima y ante la cual hasta el más fuerte podría sentirse un enano.

Comboni no tuvo miedo ante ningún obstáculo, nunca dudó que tras la montaña hubiese un mundo que lo esperaba como testigo de la esperanza.

Enfrente, más allá de los muros y de la limonera, que hace pensar al trabajo pesado y tantas veces no suficientemente retribuido, hay el lago con su serena majestad, con su provocación a soñar y a un mundo sin confines.

En ese horizonte, casi sin límites, es donde seguramente San Daniel diseñó su proyecto misionero, donde dejó ensanchar su corazón para amar con todas sus fuerzas el África, la única pasión de su vida. Cuánto tenemos que aprender de su capacidad de soñar con los pies bien fijos en la tierra y los ojos abiertos para contemplar los dramas de nuestra humanidad.

Deseo que también nosotros, recordando a nuestro fundador, nos convirtamos en hombres llenos de confianza, con un corazón grande, capaz de seguir amando nuestra vocación y nuestra misión con la misma pasión de San Daniel Comboni.

Le pido a él una bendición particular para todos nosotros de modo que nos ayude a vivir nuestro tiempo con gran generosidad y nos conceda responder a los desafíos de la misión con un espíritu nuevo. Que nos conceda asimismo asumir con valor el compromiso a favor de los más abandonados, convencidos que en esta hora Dios quiere servirse de nosotros para manifestar su presencia.

A todos les deseo una buena fiesta y que San Daniel Comboni les permita experimentar de nuevo la belleza de nuestra vocación misionera.

Con afecto fraterno.
P. Enrique Sánchez G. mccj
Superior General
Limone, 3 de Octubre 2012