Los contemporáneos de Jesús le preguntaban de dónde venia. Su procedencia era como la certificación de la autenticidad de su mensaje.
Él mismo explica a sus apóstoles que Él es el enviado del Padre…, que quien le ve al Él ve al Padre. Las obras y los milagros que realiza confirman que viene del Padre. Llega a afirmar "…el Padre y yo somos una misma cosa" (Jn 10,30).
También nosotros podemos sentir el deseo de poner esta pregunta a D. Comboni ahora que la Iglesia le proclama "santo", para que seamos implicados y enriquecidos al contacto con la fuente que nos da la certificación de la autenticidad de su mensaje.

¿DE DONDE VENGO?

1. De la certeza de mi vocación

Vengo de la certeza de mi vocación a ser Apóstol de la Nigrizia; vocación que he advertido como deseo en mi infancia y que he cultivado en el Instituto Mazza hasta la decisión definitiva de mi total entrega a Dios para la regeneración de la Nigrizia. Está aquí el secreto de la tenacidad con la cual he vivido la consagración a la causa de la Nigrizia y la constancia con la cual me he quedado fiel a este ideal contra todas las dificultades hasta la muerte.

Vengo de una respuesta vocacional purificada y fortificada en el crisol del desierto. En efecto, no hay respuesta a la vocación sin sacrificio. Así aconteció que lo he dejado todo, me he dejado poseer por el Todo y me he entregado totalmente a Él para la obra a la cual me llamaba. Tengo conciencia que he vivido la vocación como una peregrinación, como un pasaje a otra orilla, en la cual Dios me ha hecho "esposo" y libertador de la Nigrizia.

2. Sí, vengo del desierto

Esta realidad me resulta muy familiar sea en su dimensión fisico-geográfica sea espiritual.

Vengo, en efecto, de los interminables viajes en el desierto, que he tenido que atravesar 7 veces, para llegar en el corazón de Africa. Aquellos viajes eran verdaderamente difíciles. En efecto, nos levantábamos de las esteras extendidas sobre la arena a las 2 de la madrugada al grito del camellero y, en 5 minutos, teníamos que estar en grupa de las cabalgaduras que, tras los azotes, salían a un trote singular que obligaba al viajero a balancearse de modo muy extenuante. Sólo hacia las 11 nos parábamos a la sombra de algún peñasco y a las 15 reanudábamos la marcha hasta el avanzar de la noche. La gana de comer, con el estomago revuelto, desaparecía por completo. Hubiera sido sumamente preciosa y hubiéramos tomado con gusto un sorbo de agua fresca, pero había sólo agua caliente, hedionda y nauseabunda, porque se había podrido en los odres de piel de cabra, a causa del sol que golpeaba con 55 y 60 grados de calor.

La gran superficie del desierto de Korosko a Berber ha penetrado en mi carne y en mi espíritu de "consagrado" a la Nigrizia. Se trata de un desierto "vasto" y de "horrible aspecto", pero a la vez saludable, porque en su soledad, silencio y espacio sin fin, bajo un cielo terso, se eleva y se fortalece el alma. A través de este desierto he caminado buscando aquella otra orilla en la cual Dios me enviaba, poblada por rostros desfigurados de hermanos míos, sostenido por ese mismo Dios, que con su Rostro paterno me tendía los brazos desde lo Alto de la Eternidad…

Así el desierto de las grandes extensiones de Africa Central se ha vuelto parte integrante de mi vida, símbolo de mi desierto interior, esto es de mi "ímpetu" misionero purificado a través de la larga, árida y oscura experiencia del desierto de mi alma.

He vivido el desierto de mi alma de manera muy intensa y hasta dramática en las varias etapas de mi itinerario misionero, culminado con la muerte en la brecha.

El desierto interior, de hecho, es el alma sola, vacía, en aridez y angustia… Es el alma mía enamorada-entregada y sin comprensión, sin compañía, sin agua, sin vida… Es mi situación de hombre "solo" dispuesto a dar mil vidas para la amada Nigrizia; es la experiencia de un apretón del corazón provocado por el ímpetu de la Caridad salida del Corazón de Jesús Traspasado sobre el Gólgota, por el cual me encuentro despojado de todo y lejano de todos y a la vez molido como grano de trigo para tornarme con Jesús pan que de vida a la Nigrizia….

3. Vengo de mi interioridad, donde mora un fuerte sentimiento de Dios

No he entrado en el desierto en busca de aventuras exóticas o de tesoros escondidos, sino dispuesto a perder todas mis seguridades humanas y deseoso de dejarme conquistar y amar por Dios solo ….

Para mí, Dios, solo Dios, es la razón única de mi ser misionero. Su presencia en mí es mi Amor, mi Riqueza, mi Libertad. Mi única felicidad es sentirme continuamente habitado por esta Presencia Amorosa, que da calor a mi existencia, también si es de noche; mi única felicidad es vivir para la gloria de este Dios que se hace compañero en el viaje de mi vida, aceitando que se sirva de mí para la felicidad de los Africanos.

Sí, me ha quedado sólo ÉL, única certeza y garantía de mi camino misionero. Quizá eres acostumbrado a pensar en mí como a un hombre preocupado por las cosas de Dios: la Nigrizia para regenerar, los viajes de animación misionera, las fundaciones de los Institutos, los complicados problemas de la gestión de la Misión… En realidad soy apasionadamente ocupado en las cosas de Dios, pero nunca preocupado; vivo, en efecto, como enamorado de Dios, como apasionado buscador de su Rostro y del cumplimiento fiel de su voluntad, así que mi primera ocupación es el trato con Él. Es de Él que recibo inspiración y fuerza para los asuntos de la Misión. He empezado desde mi infancia a buscar únicamente la voluntad de este Dios que me ha "consagrado" a las misiones de Africa; he vivido y vivo siempre dispuesto a sacrificarlo todo con tal de cumplirla y con el propósito de vivir y morir cumpliendo únicamente esta voluntad divina, sostenido por la certeza que cumplirla es la única consolación en las pruebas.

En mi sed de Infinito, la Misión me se presenta en toda su claridad como regalo de Dios. Un Dios que he buscado y encontrado, pero que me ha amado y buscado primero y que, en cuanto me salva, me elige como instrumento de esta misma salvación para mis hermanos más lejanos de ella. He aprendido así a coger mi vida entre las manos con gratitud y alegría filial y a ofrecerla a este Dios de la vida para la regeneración de mis hermanos más pobres y oprimidos.

Mi dedicación total a la causa de la regeneración de Africa Central ha nacido en el "desierto" de mi alma, hecha escucha y abandono en las manos de la Providencia divina, dispuesta a todo, porque pertenece definitivamente a Dios, deseosa de narrar y testimoniar esta grande Historia de Amor, fuente y destino último de cada vida humana.

Vivo mi aventura misionera implicado en esta Historia de Amor: el amor de Dios en mí y para mí me ha consagrado a la Nigrizia, que he comenzado a amar con este amor de Dios; y la he amado cada vez más, hasta el extremo de mis fuerzas, en la medida en que iba creciendo en este amor; y crecía, porque la necesidad de salvación de mi amada Nigrizia me empujaba siempre más hacia el Amor providente y regenerador de Dios.

4. Vengo del Corazón de Cristo

Recorriendo el desierto de mi alma he encontrado un "pozo". Sí, porque también si en el desierto hay sólo arena, también si no ves y no escuchas algo, se encuentra siempre escondido en algún lado un pozo, donde puedes beber y recobrar tus fuerzas (cf. Gen 21, 8-19).

Este pozo es el Corazón Traspasado de Jesús, Buen Pastor.

Avanzando en mi desierto apago mi sed bebiendo en abundancia de este "pozo".

El agua que brota de él, es aquella "Virtud divina" que, penetrando en mi mundo interior, me impele a desarrollarlo sin parar. Es ella que hace en mí cada vez más fuerte el sentimiento de Dios y cada vez más firme mi vínculo de solidaridad con la Nigrizia.

Es de ella que nace aquella vida exterior exuberante, tenaz y coherente que llama tu atención.

5. Vengo del desierto de la Nigrizia y de la solidaridad con ella

El desierto de mi alma se cruza con el desierto de la Nigrizia. En efecto, el desierto fascinante y horrible que tengo que atravesar para alcanzar la región de la Nigrizia, se proyecta sobre ella como una "niebla de misterio". Una niebla que nace de un enredo de fenómenos desconcertantes que atenazan a los Africanos en una vicisitud de "pobreza" radical de hace más de cuarenta siglos, manteniéndoles lejanos de los beneficios del progreso humano y de la fe. Es una pobreza en todas sus dimensiones: ella concierne el ambiente natural, fascinante y a la vez hostil, las almas, los cuerpos y el tejido social, causando la índole desalentada de los negros, "sobre los cuales parece que aun pese tremendo el anatema de Cam". En una palabra, es una pobreza que, al igual que el desierto, cava un vacío horrible todo alrededor y en medio de la Nigrizia y la hace una viva imagen de una alma abandonada por Dios.

Sin embargo la maravillosa aurora del desierto que tiñe de color púrpura el cielo, los montes y la llanura; el sol que puntualmente se levanta majestuoso y inflama el inmenso vacío del desierto, son en mi espíritu signos de la presencia providente de Dios en todos los lugares, también en el reino de la muerte. Esta presencia me impulsa a entrar y me sostiene en esta "niebla de misterio" de la Nigrizia, para hacer causa común con sus hijos e hijas, en la certeza de su regeneración.

Puedo decirte entonces que vengo de una vida vivida en solidaridad con los pueblos pobres y oprimidos de la Nigrizia; unido y en comunión con estos mis hermanos concretos. Vengo de esta vida de olvidados y marginados de la historia, que la sociedad recuerda sólo cuando hacen noticia debido a alguna nueva desgracia que los alcanza o cuándo encuentra alguna nueva vía para explotarlos.

6. Vengo de la comunión con la Trinidad

Prosiguiendo en el camino del desierto de mi alma, implicado en esta "niebla de misterio" que se extiende sobre la Nigrizia y sostenido por el agua que mana del Corazón de Cristo, se dio un momento en que me encontré sobre el Monte del Señor.

No sé de cierto si fuera el Horeb, o el monte de la Transfiguración o el monte Calvario. Quizá todos estos tres montes por una vez se han acercado y me han estrechado juntos en su abrazo, comunicándome algo del Misterio de Dios del cual cada uno de ellos es testigo. El hecho se dio sobre la colina del Vaticano, en cuanto oraba junto a la tumba de San Pedro, contemplando el Corazón de Jesús durante la beatificación de Margarita María Alaquoque.

Se trata de un momento de oración, en el cual me vienen de lo Alto los puntos del Plan para la regeneración de la Nigrizia, que imprimen una transformación definitiva y configuran el resto de mi vida misionera. En él está presente toda la Sacrosanta Trinidad. De hecho, una intensa luz "de lo Alto" ilumina en mi espíritu la comunión con la Trinidad por mi vivida hasta este momento. He empezado a hacer experiencia de la Trinidad de un modo nuevo, en cuanto la percibo como peregrina en el camino de los hombres... Esta percepción que inunda mi espíritu, es la vena escondida que explica y da forma a mi "pasión" para la Nigrizia. Así, puedo decirte con verdad que como misionero vengo del corazón de la Trinidad.

Vengo de la participación en el dinamismo del Espíritu Santo, "Virtud divina", que me revela en el Corazón Traspasado de Jesús en la Cruz el signo y el instrumento perenne del amor salvífico que eternamente brota del corazón del Padre, y la vía de la solidaridad con la vida de todos los hombres.

Soy así introducido en el inagotable diálogo y comunión entre el Padre que ama tanto al mundo hasta decidir de enviar al Hijo, y el Hijo que responde con su obediente entrega redentora hasta la muerte en la Cruz y me merece el don de esta misma "Virtud divina" como llamarada de Caridad que sale de su Corazón Traspasado.

La participación en la acción salvífica de la Trinidad mediante esta llamarada de Caridad, me saca de la "niebla de misterio" que envuelve Africa y del miedo del pasado en que "riesgos de todo género y dificultades insuperables derrotaron las fuerzas y sembraron el pánico " entre las filas de los misioneros. La Nigrizia se transfigura ahora ante mi mirada: empiezo a verla "como una miríada infinita de hermanos que tienen un común Padre arriba en el cielo". El abrazo con el Padre lo experimento marcado por el sufrimiento de estos hijos suyos africanos, y en el necesitado africano descubro un hermano, que todavía no disfruta de la bendición del Padre que sale de la Cruz…, así que necesita ser encaminado hacia Él.

Bajo el influjo del Espíritu Santo experimentado como llamarada de Caridad que sale del costado del Crucificado sobre el Gólgota, siento que los latidos de mi corazón se funden con los de Jesús y se aceleran. En esta sintonía de corazones percibo cómo el Padre, a través de su Hijo encarnado, muerto y resucitado, escucha el grito de aquella miríada de hijos suyos que viven en Africa todavía "encorvados bajo el yugo de Satanás" y entra con todo su ser en su historia y en su dolor.

Esa Caridad me hace sentir hijo amado del "común Padre", que cuida de mí al igual que de mis hermanos oprimidos hasta entregar a su proprio Hijo por nosotros; es esa Caridad que me empuja a estrecharlos entre mis brazos y a darles un beso de paz y amor; me empuja a asumir su historia y su dolor participando en él y haciendo "causa común con ellos", aun con peligro de mi propia vida.

Es un encuentro entre hermanos en los cuales se esconde el rostro de Jesús en el desconcertante misterio de su identificación con los excluidos de la historia. En mis hermanos africanos oprimidos me se revela el rostro dolorido y desfigurado del Crucificado, que fija su mirada sobre mí y me llama a evangelizarlos y a trabajar para su progreso y para su liberación de la esclavitud. Al mismo tiempo continuo teniendo la mirada fija sobre el Crucificado para "comprender cada vez mejor lo que significa un Dios muerto en la cruz para la salvación de las almas".

Son los hermanos que recibo de la acción salvífica de la Trinidad, a los cuales puedo finalmente comunicar el evento salvífico del Traspasado–Resucitado, que quiebra su exilio y los pone en el camino de la libertad, pregustación de la Patria Trinitaria.

7. Vengo de la Iglesia, "mi señora y madre mía"  

Como cristiano, como misionero y, por fin, como Obispo soy hijo de la Iglesia, soy "hombre de Iglesia". De ella lo he recibido todo: en ella he conocido al Señor Jesús, "que amó a la Iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,26); en ella y por medio de ella he recibido y vivo con orgullo mi vocación al apostolado misionero en Africa como Misionero Apostólico.

A la escuela de don Nicola Mazza he descubierto sus dimensiones fundamentales: la santidad, la búsqueda de la verdad y el impulso misionero. Entendí así que pertenece plenamente a la Iglesia sólo quien pone su vida al servicio de una doble opción: la de tender a la santidad y la de servir a través de la propia vocación. No me se escapó el hecho de que no todos en la Iglesia logran penetrar en la profundidad de su Misterio y por tanto no son a la altura de sus ideales. Esto concurrió a hacer cada vez más consciente mi pertenencia a la Iglesia y a entender que tengo que amarla así como es y a vivir en ella espiritualmente al pie de la Cruz, que es el "sello de las obras de Dios" (S. 994).

Esta actitud me dio la fuerza de la fidelidad a la Iglesia. He superado las pruebas de la incomprensión e incluso de la calumnia, teniendo la mirada fija en Jesús Crucificado, para aprender a mar con Él y con su Corazón al pueblo que Él mismo me entregaba a través de su Iglesia. Me dio también el valor de practicar una obediencia bajo la insignia de la inteligencia y de la creatividad, haciendo así un uso maduro de la libertad personal en y con la Iglesia.

Vivo mi pertenencia a la Iglesia como un grande regalo de Dios, que no es comparable con algún otro interés.

Sin ella no sería yo mismo. Ella es " señora y madre mía" (S 7001). Por ella me siento amado y acogido. Hacia ella nutro respeto, amor y lealtad en la búsqueda de la verdad; en comunión y participación con ella deseo realizar el Plan venido de lo Alto. Estoy íntimamente convencido que yo mismo, la misión, mis proyectos reciben su garantía solamente en y por la Iglesia. Por tanto, a su autoridad he vendido mi voluntad, mi vida y todo lo que soy y tengo, y en ella diviso la mano providente de Dios que me guía a lo largo del sendero de mi apostolado misionero. Amo a la Iglesia con todo mi ser, no por cálculos humanos sino por adhesión a la voluntad de Jesucristo, que en ella ha depositado el Evangelio que yo por Él mismo soy llamado a anunciar.

8. Vengo del encuentro con la Virgen María

Vengo del encuentro y en compañía de María, la madre del Señor, "rostro materno de Dios", presencia inefable de un amor que se entrega constantemente. Ella tiene un lugar privilegiado en mi vida, porque es Madre de los apóstoles, Precioso consuelo del Misionero sobre el cual vela para defenderlo de los peligros, Estrella Matutina del misionero que se adentra en el corazón de Africa, Maestra en las dudas, Salud y fortaleza en las enfermedades, Guía en los viajes, Luz de los errantes, Puerto de los que están en peligro.

Es la piadosa Reina y la Madre amorosa de la Nigrizia, la madre de los Africanos, de los crucificados de ayer y de hoy sobre el Gólgota del mundo, donde los recibe como hijos quedándose de pie al lado del Hijo Crucificado, para librarlos de la desgracia y sumergirlos en las alegrías de la fe, da la esperanza y de la caridad.

La vivo como la Inmaculada, la "mujer sin pecado, la "toda santa", la "toda pura", "prodigio de la gracia de Dios" y "milagro de la omnipotencia divina", "santuario de la Trinidad" e imagen ideal de la humanidad, signo de la vida verdadera, "tierra prometida" a la Nigrizia; aquella Nigrizia que se perfila a mi mirada como perdida en una "niebla de misterio" que la vuelve "una viva imagen de la desolación de una alma abandonada por Dios", pero que, acogiendo a Cristo, será en la Iglesia la "perla bruna", que brilla engarzada en la diadema de la Inmaculada.

Viviendo en su compañía, María – Hija predilecta del Eterno Padre, morada del Eterno Hijo, habitación inefable del Eterno Divino Espíritu (S 4003) - me enseña qué cosa es ser Templo de Dios, ermita interior donde se vive sin interrupción la comunión con las Personas divinas de la Trinidad, casa donde el diálogo con Dios y la oración para el adviento de su Reino es incesante.

María, la virgen del "Sí", la fiel Sierva del Señor que tiene la clave del Corazón de Jesús y lo tiene siempre abierto, tiene abierto también el mío, derramando en él el deseo de la escucha de la Palabra, la pedagogía del servicio, de la piedra escondida que quizá nunca vendrá a la luz, la pasión de hacer causa común con los Africanos, en una actitud de respeto y de confianza en ellos, que me ponga a servicio de su capacidad de ser protagonistas de su propia regeneración.

La compañía de María me revela todavía la dignidad y la habilidad de la mujer y la indispensable función de los ministerios femeninos en mi ardua misión. Atribuyo a la presencia de María en mi vida el hecho que soy yo el primero que ha hecho participar en el apostolado de Africa Central "el omnipotente ministerio de la mujer del Evangelio, y de la Hermana de la Caridad, que es el escudo, la fuerza, y la garantía del ministerio del Misionero" (S 5284).

El encuentro con María me hace recordar que el inicio de mi vida cristiana es ligado a los gestos y a la piedad de una mujer sencilla, cuando "pequeño aprendía a hacer la señal de la cruz sobre las rodillas de mi madre " (Cf. E 342). Desde esta experiencia que me relaciona a María a través de la figura de mi madre, nace en mí la convicción de la necesidad de la formación de la mujer africana, porque de ella depende en gran parte la regeneración de la grande familia de Africa.

Son estos los centros vitales de donde vengo: vengo de Dios y de todo lo que he recibido de Él para mi plenitud humana y la realización de la misión que me ha confiado. Cuándo hablo o escribo, hago mención de Él siempre, con franqueza y entusiasmo, y tengo en mis manos numerosas e importantes obras para la realización de la Misión de Africa Central, donde tantos hijos suyos y hermanos míos viven todavía despojados de su dignidad y olvidados. Sin embargo, el deseo más vivo que llevo en mi corazón y que quiero comunicar también a ti, es ¡que mi propia vida en su totalidad sea una palabra que hable de Dios, una palabra que nazca de mi tú a tú con Él!

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Después de haber escuchado D. Comboni, trata de responder tú también a la misma pregunta que ciertamente desean dirigirte las personas entre las cuales desarrollas tu ministerio misionero; porque tu procedencia será también para ti como la certificación de la autenticidad de tu mensaje.

Puede servirte como motivación la afirmación del teólogo Karl Rhaner: "El cristiano de mañana será un místico, esto es uno que ha experimentado algo, o no será nada".

Y otro autor, A. Hortelano, añade: "Hoy el mundo tiene más que nunca necesidad de un retorno a la contemplación… El verdadero profeta de la Iglesia futura será aquel que vendrá del "desierto" como Moisés, Elías, el Bautista, Pablo y sobretodo Jesús, cargados de misticismo y de aquel resplandor particular que tienen sólo los hombres acostumbrados a hablar de tú a tú con Dios".

El "mañana", "la Iglesia futura" son realidades que ya llevamos dentro de nosotros mismos y nos acosan……

Una fuerza apremiante puede ser la actual insistencia sobre el análisis socio-político de los países a los cuales es dirigida la misión ad gentes, unida al esfuerzo de encontrar soluciones mediante estrategias tomadas de ideologías políticas, descuidando objetivamente el testimonio de la fe. Esta tendencia, cuándo exista realmente en la praxis, puede llevar a sustraer a Cristo del cristianismo y por tanto de la actividad misionera, aprisionando así a los cristianos en una especie de "apostasía silenciosa".

Sería trágico que esto se verificara precisamente e incluso al interno del mundo misionero institucionalizado.