La proclamación de Mons. Daniel Comboni como santo de la Iglesia universal, interpela a los misioneros por un renovado compromiso en el camino de la santidad y en la nueva misión.
Así como Daniel Comboni, fijando la mirada en el corazón abierto de Cristo Buen Pastor, se había dejado traspasar el corazón por la situación del "desdichado Mundo negro", así también hoy los misioneros combonianos en la Iglesia y en el mundo, teniendo la mirada fija en el costado abierto de Jesús, tienen el ministerio de hacerse corazón para la humanidad; corazón de padres y de hermanos, punzados por el abandono y la exclusión del continente africano y de otras situaciones del Mundo negro. Corazones que rebosan compasión, misericordia, y caridad por la humanidad herida y despreciada en los excluidos y en los más pobres de la tierra.
El camino abierto por Daniel Comboni, a pesar de haber superado ya un siglo, sólo está en los comienzos y continúa presentándose también hoy con toda su urgencia y dramatismo.
¡Ha llegado la hora! ¡Ésta es la hora!, parece repetir Comboni. Hora de un compromiso renovado para la regeneración del Mundo negro.
Es la hora del diálogo con las otras grandes religiones de Oriente, con el Islam y con las religiones tradicionales africanas o de los Afro-amerindios.
Ésta es la hora de la acogida y de la convivencia pacífica y respetuosa del extranjero, del diferente, del inmigrante, del refugiado.
Ésta es la hora de la fraternidad y del espíritu de inclusión
Ésta es la hora de la justicia y de la verdad.
Ésta es la hora de la enculturación del Evangelio
Y la hora de la caridad...
Por esto todavía hoy sigue siendo verdadera y actual la llamada que San Daniel Comboni hizo a los combonianos antes de su muerte: "Tener coraje en esta hora dura y más aún en el futuro. No desistáis. No renunciéis jamás. Afrontad sin temor cualquier temporal. Yo muero, pero mi obra no morirá”.