Monseñor Jesús Ruiz, obispo misionero comboniano en Centroáfrica, apóstol de los akas

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Domingo, 14 de abril 2024
«Cuando vuelvo a España me siento totalmente perdido». Monseñor Jesús Ruiz, misionero comboniano (La Cueva de Roa, Burgos, 1959) lleva 37 años de misionero en África y su corazón y su vida ya son más africanos. Sobre todo, desde que, hace tres años, el Papa le nombró obispo de Mbaïki, la diócesis de los pigmeos akas en la frontera con el Congo. Por ese pueblo vive, sufre, llora, canta y baila: «Intento respirar y caminar al ritmo de este pueblo».

Un «pueblo bueno» al que intenta ayudar con todos los medios a su alcance y al que defiende con uñas y dientes. «La verdad es que están considerados como no personas, asimilados a los animales. Por eso, las humillaciones y las vejaciones que sufre este pueblo son diarias: Son golpeados, son maltratados, son explotados, son marginalizados».

Tres años como obispo de Mbaïki, ¿ya le ha tomado la medida a su diócesis africana?

Pues sí, llevo aquí tres años.  Este mes se han cumplido tres años, y realmente es una diócesis que conocía bien de antes, ya que trabajé durante nueve años como párroco en una de las diez parroquias de la diócesis. Así que conocía la región, conocía al clero y conocía a la gente. De modo que no he sido un desconocido. En este tiempo, en estos tres años, he recorrido casi el 95% de la diócesis, aprovechando que ahora tengo un poco más de fuerza que cuando sea mayor. Creo que conozco unas 150 comunidades, de las 160 que tiene la diócesis.

En enero estuve en una zona muy difícil, donde los sacerdotes no entran, y organicé toda una expedición para entrar en la zona de la Alessia. Allí descubrí siete comunidades que llevaban ocho años sin la eucaristía. Así que hemos hecho todo un programa para ver cómo podemos acceder a esta zona a partir de ahora. Acabo de llegar de Botoro, donde me dijeron que era la primera visita pastoral de un obispo a esta zona. Una zona difícil. Así que estoy intentando conocer, escuchar a la gente, ver la realidad, dormir en sus casas, comer lo que me ofrecen, ver sus sufrimientos. Y, de alguna manera, intento respirar y caminar al ritmo de este pueblo. Creo que ésta es la misión, no otra. Amar a un pueblo tal como es, e intentar compartir algo con él, caminar con él.

A pesar de todas las dificultades que tengo en mi vida y de todos los defectos, siento que amo a este pueblo, y trato de caminar con él. Y así, cuando te conoces, puedes amar. Puedes amar, y amar en consecuencia, no románticamente, desde lejos. Amar el dolor, amar el sufrimiento de este pueblo, amar la pobreza de este pueblo, pero también amar los deseos de liberación, esos pasos que estamos dando hacia adelante, estos frutos de esperanza que estamos viendo en tantos lugares.

¿Cómo es este pueblo en lo humano y en lo espiritual?

Bueno, a nivel humano, es uno de los pueblos más pobres de la tierra. Siempre estamos en el ranking mundial de desarrollo y ocupamos el último lugar, el último entre los tres últimos. Con una esperanza de vida de 50 años, con una renta per cápita de menos de un dólar al día, es una pobreza extrema que los que no están acostumbrados a ella, están muy desorientados cuando llegan aquí. Pobreza es poco decir, porque muchas veces es miseria, ya no es pobreza.

No tengo cifras, pero calculo que más del 60-70% de los niños de mi diócesis no van a la escuela. La salud, bueno, ¿quién ha visto a un médico? ¿Quién ha visto a un médico de verdad? Pues nadie. Las carreteras, ni te cuento. Por algunas es imposible transitar. Y todo esto a pesar de las grandes riquezas que tiene este pueblo. Porque tenemos un pueblo inmensamente rico en yacimientos de oro, diamantes, madera, bosques. Es un pueblo bueno, digo, muy rico en su naturaleza y muy pobre en su realidad cotidiana.

En lo espiritual, es un pueblo bueno. Como todos los pobres, son buenos. A pesar de que hemos vivido una guerra fratricida desde 2013 hasta hace poco. Una guerra que ha sido un baño de sangre, como todas las guerras. Pero éste es un pueblo que tiene muchos valores espirituales, como la alegría por la vida. La gente sabe apreciar la vida. La vida y la muerte. No añoran la muerte, conviven con ella. Es un pueblo que baila la vida, un pueblo que sabe compartir, un pueblo que acoge, un pueblo que tiene una alegría desbordante. Y tantas veces me pregunto, ¿pero de dónde vendrá esa alegría con la que les está cayendo encima?

Este pueblo también tiene una lacra terrible: la superstición, la brujería. La pobreza te lleva a ver situaciones increíbles. Hombres que ven morir a la mujer, a los niños, por falta de medios. Porque no han podido prever un poco de dinero para cuando haya necesidad, por la dificultad de una transformación social, por un cierto fatalismo.

Este año nosotros, como diócesis, el lema que tenemos es de una parábola que les escribí en una carta pastoral. Es la historia de una niña que va buscando agua por todas partes, pero todos, todos los animales de la selva la engañan y, al final, hay unos animales que le dicen:  ‘El agua que estás buscando, porque tu pueblo se está muriendo de sed, esa agua la tienes en tu casa, en la casa de tu abuelo’. La niña vuelve allí y empieza a cavar el pozo y el agua estaba en su casa, y ella se había ido muy lejos. A partir de esta parábola, el lema de este año es ‘mi pueblo se muere de sed’ y tiene dos aspectos.  El primero espiritual: toma y come, es mi cuerpo. Esta es la dimensión espiritual de un Dios que nos alimenta. El otro aspecto:  ‘dales de comer’, que es una implicación.

Cuando visito las comunidades, una de las canciones más bonitas que siempre sale a relucir es ésta: Yara tinsa pa bumbi, Yara tinsa pa bumbi. Cantan ‘tengo hambre de Dios, tengo hambre de Dios’.  Tienen hambre de Dios, tienen hambre de justicia, tienen hambre de felicidad, tienen hambre de desarrollo, tienen hambre de futuro. Este es mi pueblo, con unos valores humanos y unos valores espirituales increíbles, y con un sufrimiento enorme.

¿Lejos de todo y cerca del Congo?

Cuando televisión española vino aquí en el 2011, me grabaron un programa y lo titularon Misión de Frontera. Y yo creo que define de alguna manera un poco la misión de esta diócesis. Es una misión de frontera, porque tenemos el Congo democrático de un lado, el Congo Brazzaville del otro, pero estamos en la frontera de todo.

Me gusta el pensamiento del Papa Francisco, que pide una iglesia en salida, una iglesia allá en las fronteras, donde se pierde a veces toda dignidad. Creo que todas esas características las tenemos en mi diócesis. Estamos en plena frontera del Congo, un país del que siempre digo que es el segundo pulmón de la humanidad, con unas selvas increíbles, unas selvas que están siendo explotadas, destruidas, sin ningún escrúpulo. Y después sus pueblos autóctonos, como el pueblo Pigmeo acá, que está siendo arrinconado, al entrar la industria y la mano de los que quieren aprovecharse de la riqueza de la selva.

Tenemos unos ríos impresionantes, impresionantes. Hay algunos ríos, como el Ubangui, que en algunas partes tiene kilómetros de ancho, varios kilómetros, unas selvas lujuriantes, unas riquezas de oro, de diamantes, de petróleo, de uranio, de bosques, y no obstante una pobreza, que yo digo siempre es una blasfemia. La pobreza de este pueblo es la blasfemia contra Dios. Entonces, bueno, éste es un poco el contexto de este pueblo aquí en las fronteras del Congo.

¿Cómo son los pigmeos akas?

 El pueblo pigmeo aka son los primeros pobladores de África. Son ellos los verdaderos propietarios. Pero la desgracia que viven ahora es que es un pueblo marginado, un pueblo excluido, un pueblo que no cuenta, un pueblo que se desprecia. Ahora, el pueblo aka tiene unos valores ancestrales preciosos, como es la preservación de la naturaleza. El año pasado, en mi diócesis, hemos instaurado el día del pueblo aka, que es el 24 de mayo, con el lema ‘nosotros somos los protectores de la naturaleza’. Pues es verdad. Ellos cogen de la naturaleza sólo lo que necesitan para comer. No acumulan, no acumulan. No destruyen, como hacen las compañías forestales.

Después, su sentido del bien común. O sea, la propiedad privada no existe para ellos. Todo es de todos. A veces tienen hambre y van a coger para comer. La gente les golpea  y les dicen: ‘esto es mío’. Ellos no comprenden. Es el sentido del bien común: Todo pertenece a todos. Ellos, cuando cazan un animal, no lo guardan para ellos, sino que hacen la fiesta con todo el pueblo y todo el pueblo se reúne, para compartir. Es el bien común, es el compartir. No pueden ser felices en solitario, sino compartiendo con todos.

Un pueblo, pues, con muchos, muchos valores, pero muy explotado. Están considerados como no personas. Incluso la misma denominación, pigmeo, es despectiva. Yo intento que se les llame aka, que significa el pequeñito. La verdad es que están considerados como no personas, asimilados a los animales. Por eso, las humillaciones y las vejaciones que sufre este pueblo son diarias: Son golpeados, son maltratados, son explotados, son marginalizados.

A pesar de que tenemos unas convenciones preciosas. Dentro de un mes, vamos a trabajar la convención 169, que nuestro Gobierno ha firmado en defensa de los pueblos autóctonos, según la cual tendría que haber sanidad y educación gratuita para estos pueblos. Esto en nuestro día a día es una mentira. Están excluidos del poco sistema sanitario que existe y excluidos de la educación. Lo único que existe es lo que la Iglesia hace para ellos.

Por eso, este pueblo sufre mucho la cohabitación. Ellos vivían en la selva. Era su hábitat, su paraíso. Pero se les obligó a salir. Se les obligó a salir para cohabitar, porque la industria entró. Y el cohabitar, pues no es fácil para ellos, porque van siempre como minoría. Como minoría y con todas las de perder. Entonces, es muy difícil para ellos esta cohabitación.

Y, además, también se está destruyendo la cultura de este pueblo, Muchas veces les pagan con alcohol y con cigarros. El choque cultural que sufre este pueblo es increíble. A veces, te das cuenta que lo están perdiendo todo. Están perdiendo la cultura, están perdiendo su identidad. Por eso, nosotros como iglesia hemos hecho una opción preferencial por este pueblo.

¿Son proclives a recibir la buena noticia del Evangelio de la misericordia?

El pueblo Aka es un pueblo abierto al Evangelio de la Misericordia. Claro está, hay todo un camino por recorrer en este sentido. Cuando hacía las catequesis con ellos, me centraba solamente en explicar un Dios bueno, Dios Padre, que nos envía a su Hijo, y lo que hizo en la tierra, y que después nos alienta con su Espíritu. Y cuando rezábamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, les decía que ellos, tú y yo, somos hermanos. Y ellos me decían que no, eso no puede ser. Eso no puede ser posible. Y es que ellos han vivido durante siglos una serie de vejaciones o de ser considerados como no personas, que esto es muy difícil para que ellos salgan de esta postración.

Cuando estuve de párroco en aquella zona, donde trabajaba con los Akas, intenté hacer una catequesis simple, para acercarme a ellos a partir de los elementos culturales que ellos tienen. En mi misión en concreto abrimos las puertas. Cuando llegué, no había ningún Aka que viniese a la iglesia. Cuando me marché, había ya un buen grupito, unos 50 o 60, que nos rodeaban todo el tiempo a mí y a las misioneras, porque sabían que nosotros estábamos con ellos.

En el año 2015, cuando vino el Papa, yo me fui con ellos a pie a recibirlo a la capital Bangui. Fueron 150 kilómetros. Ellos era la primera vez que llegaban a la capital. Y para mí fue una experiencia muy bonita de vivir con este pueblo a su ritmo, porque eso es lo que necesita la evangelización del pueblo Aka. Desgraciadamente aquí hay muchas sectas, que intentan acapararlos por todos los sitios. Sectas que llegan, los bautizan en dos días, les dan una prenda de ropa, un pantalón, una camisa y se marchan. Hay una labor muy importante que hacer con el pueblo Aka.

Ahora, en el sínodo hemos trabajado mucho estar a la escucha de este pueblo. Yo aquí en la diócesis tengo todo un proyecto pastoral para el pueblo Aka, que está basado en toda esta pedagogía que el Papa Francisco nos ha expuesto para los emigrantes. Y son los cuatro verbos famosos. Acoger al Aka. Estamos trabajando muchos estos aspectos del acoger. Protegerle. Promover su identidad, su cultura e incluirlo. Son los cuatro pasos en los cuales estamos trabajando en la pastoral Aka.

Evidentemente, insisto mucho en no caer en proselitismos y no caer en paternalismos. Creo que el Aka, cuando va poco a poco va descubriendo su dignidad, él mismo encuentra el camino de ese Dios misericordioso, muchas veces a través de la Iglesia. A decir verdad, somos la Iglesia los que estamos con ellos más cercanos, a pesar de que luego vienen las sectas y se los llevan.

 La violencia y la inestabilidad han afectado y siguen afectando mucho en Centroáfrica. ¿Cómo ha impactado esto en la diócesis de Mbaïki y en la población pigmea?

Aquí en Centroáfrica, desde el 24 de marzo del 2013, no ha habido ninguna región que se escapase a la violencia y a la destrucción sistemática. Todo el país estuvo sumidos en esta violencia. Todavía en estos momentos contamos con un millón y medio de desplazados internos y externos. Hasta el año pasado, era el obispo responsable de migrantes y teníamos un tercio de la población en estas condiciones. En mi diócesis de Mbaïki, hemos tenido muchos, muchos refugiados que atravesaron al Congo, sobre todo al Congo democrático y al Congo Brazzaville.

No quedó prácticamente ningún núcleo de musulmanes. Se destruyeron decenas de mezquitas. Solamente en una ciudad donde están los diamantes, en Boda, ahí se atrincheraron los musulmanes y han resistido pagando un alto precio. O sea que la fractura social fue y sigue siendo muy fuerte. Y las heridas tardarán mucho en cicatrizar. En estos momentos, en mi diócesis, no llega el radar humanitario. El radar humanitario funciona allá donde hay conflicto fuerte. Pero mi diócesis en estos momentos no está en zona de conflicto fuerte y, por tanto, está olvidada.

La semana pasada estaba hablando con la responsable de UNICEF, que es una vasca, y hablábamos de esto. Ellos enviaron una delegación para estudiar un poco la situación infantil de mi zona y se dieron cuenta de que teníamos un nivel de desnutrición alarmante. Eso sin contar la pobreza de la población y otros aspectos, como pueden ser las infraestructuras de carreteras.

Pero el caso es que, al ser una zona que no está detectada por el radar, quedamos olvidados del mundo humanitario. Llevamos ya cuatro años que Cáritas no tiene ningún proyecto. Nosotros vivimos de proyectos de los otros grupos humanitarios y llevamos ya cuatro años que nadie viene en nuestra ayuda. Estamos intentando salir adelante buscando por nuestra parte. Pero, este conflicto armado que hemos vivido tan fuerte nos ha llevado a una vuelta a estados de superstición de los más arcaicos posibles. Y, sobre todo, esto está afectando mucho a la población aka. O sea, cuando no hay una sanidad, cuando no hay una educación, cuando te encuentras con la enfermedad que no comprendes, la muerte que no comprendes, una muerte que no has comprendido, hay que buscar un chivo expiatorio, el causante de ese mal. Y ese chivo expiatorio, desgraciadamente, es el pueblo aka.

Por eso, muchas veces son acusados, maltratados, asesinados, para exorcizar el mal que existe en la sociedad, un mal endémico por falta de desarrollo, por falta de sanidad. Por otra parte, la explotación salvaje de los recursos mineros en nuestra zona, que como he dicho es la cuenca del Congo, está produciendo una catástrofe ecológica sin precedentes. Creo que las generaciones futuras hablarán de lo que ha ocurrido. Son sobre todo los rusos y  los ruandeses los que están destruyendo todo el sistema ecológico que teníamos. Éstas son las consecuencias de una guerra y las consecuencias de no tener desarrollo.

¿La diócesis cuenta con proyectos humanitarios, educativos, sanitarios, y sanitarios, para asistir a esta población tan vulnerable?

La pastoral que nos anima aquí son esas frases de Jesús en el Evangelio de Juan (10,10): “He venido para que tengan vida y una vida en abundancia”. Un Evangelio que no produce la vida de las personas, como mínimo puede considerarse un Evangelio sospechoso. Y sobre todo en las condiciones en las cuales vive nuestro pueblo, que muchas veces son las de no personas. Es en este sentido, la diócesis desde siempre, pero ahora, desde mi llegada, de una manera intensificada, nuestro gran caballo de batalla es la educación. Educación, educación, educación. Una vez al año nos encontramos con el presidente de la República y cada año le repito la misma cosa: por favor, educación, educación, educación.

En la diócesis tenemos unas 30 guarderías, en un sitio donde las guarderías no existen. No hay ni una sola guardería del Estado. Tenemos 15 escuelas fundamentales con el ciclo de 6 clases cada escuela. O sea, toda la escuela fundamental en los núcleos más importantes. Después tenemos 5 colegios y un instituto hasta llegar a la universidad, que estamos abriendo para el año que viene.

 También tenemos más de 30 escuelas de integración para el pueblo Aka. Los primeros años están aparte y luego intentamos que se vayan integrando en nuestras escuelas fundamentales. Además de esto, pues tenemos dos estructuras, dos escuelas de magisterio, el IPPF, Instituto de Pedagogía del Papa Francisco, que forma maestros. Aquí la escuela de magisterio prácticamente no existe. Entonces hemos cogido a los jóvenes que tenían el acceso y les hemos becado la Universidad. Este año saldrá la primera promoción con 38 jóvenes que están listos para enseñar el IPPF.

Pero después tenemos la escuela de San Francisco y Santa Clara, que forma a mujeres sobre todo para ser monitoras de la ‘maternel’, de lo que serían las guarderías. Y esto dura dos años, tanto el IPPF como San Francisco y Santa Clara. Entre los muchos proyectos de educación hay dos que son un poco las niñas de mis ojos. Uno es el proyecto piloto de Santa Mónica en Batá, donde tenemos 200 niñas internas. El hecho de que las niñas puedan estudiar en este contexto, para los chicos es difícil. Para las chicas a veces es imposible. Hemos creado este internado y cada año la diócesis paga tres becas nuevas, tres becas que duran 6, 7, 8 años para cada chica. Tres becas nuevas para que las chicas puedan estudiar en nuestro colegio hasta acabar la primaria y la secundaria. Yo sueño, y ese es un gran sueño que, en 5 o 10 años, tendremos 200 chicas universitarias de mi región en la universidad. Ese es el sueño que estamos intentando trabajar.

Y el otro proyecto que estamos comenzando ahora es para el pueblo Aka. Después de casi más de 30 años trabajando en las escuelas con el pueblo Aka, nos hemos dado cuenta que hemos fracasado, que no tenemos poderes, que huyen de la escuela, que a los chavales no les gusta, que se sienten marginados. Entonces, somos conscientes de que si no tenemos líderes, líderes Akas, que sean los artífices de su propia liberación, si no tenemos estos líderes, el pueblo Aka seguirá en situación de esclavitud constante.

Es por ello que a partir del año pasado hemos propuesto que a todos los chavales, chicos y chicas del pueblo Aka, que acaben la primaria, les daremos una beca completa para que sigan estudios en la secundaria y probablemente pues que un día puedan llegar también a la universidad. Este es un sueño. Empezaremos dentro de un mes a construir el internado, donde vamos a acoger a los becarios, que no creo que sean muchos, serán 8, 10, 15 al máximo, pero es necesario conseguir líderes entre el pueblo acá.

En el ámbito sanitario, tenemos un hospital dirigido por las hermanas Combonianas, pero patrocinado por la diócesis polaca de Tarnów. Es un hospital de referencia en toda la zona. Y en casi todas las misiones tenemos un centro nutricional y ahora lo que hemos lanzado desde hace dos años son las clínicas móviles. Hay mucha población que nunca ha visto un médico, que nunca han tenido asistencia sanitaria. Con unos amigos míos doctores, promovemos cuatro clínicas móviles al año. Cuatro clínicas que duran cuatro o cinco días y donde diez doctores se desplazan a una zona imposible de entrar y durante esos tres, cuatro días asisten a la población, la tratan, dan medicinas. Es un hospital que es muy, muy bueno.

¿Cómo se ve desde ahí, desde la selva africana, la polémica de la ‘Fiducia supplicans’ o del proceso sinodal alemán?

Te diría que para el 99% de la población no es noticia, nadie ha oído hablar de esto. Fue un poco noticia a nivel de la jerarquía, claro está, donde hubo una reacción, como conoces, de todo África. Una reacción muy fuerte en el sentido de que se sienten otra vez ante una imposición colonial. Lo ven así, una imposición, y ahora viene de la mano de la Iglesia esa imposición colonial. Nosotros en nuestra conferencia episcopal tuvimos unos debates muy acalorados.

No llegan a comprender el porqué de esta lógica del Papa de que nadie quede fuera y todo eso. Estamos muy fuera del debate que puede ocasionar allá en Europa. Algunos de mis curas han venido a preguntarme: ¿y esto cómo hacemos? Yo estoy seguro de que mis curas nunca van a encontrarse con este tema en la pastoral. Nunca se lo van a encontrar, al menos por el momento. Y yo les he dicho: ‘Mirad, aunque todas las conferencias episcopales hayan dicho que no, si hay algún caso me lo traéis a mí y ya lo arreglaré yo. No os preocupéis’.

Aquí, más que la homosexualidad, el problema es que el 75 o el 80% de los matrimonios están sin un compromiso social. No están casados por el ayuntamiento, ni étnico, porque el matrimonio étnico que había en otros tiempos ha desaparecido, ni religioso. Con lo cual, hay una desestructuración de la familia terrible, terrible. Yo lo que les dije a mis hermanos obispos, cuando estábamos discutiendo acaloradamente el tema de Fiducia, es que yo me paso todo el día bendiciendo a unos y a otros y nunca les pido la carta de si están casados por la iglesia o no. Yo creo que el evangelio es muy claro a este respecto: ‘Bendecid, bendecid, sí, no maldigáis’.

¿Tiene esperanza de que algún día cuaje la paz en Centroáfrica y los pigmeos y toda la población puedan vivir en paz?

Dice el Salmo que la justicia y la paz se besan. La paz no llegará en Centroáfrica hasta que no haya justicia. Y en este pueblo rico, como uno de los más ricos que pueda haber en el planeta, vivimos la miseria más grande que existe. Esto es causa de una injusticia institucionalizada. En estos momentos siempre hemos sido los títeres de los bloques de poder. Antiguamente el bloque occidental con Francia a la cabeza. En estos momentos los mercenarios rusos de Wagner y ahora están llegando los otros mercenarios de Estados Unidos. Pero en todo somos títeres, títeres y títeres.

El 4 de diciembre de este año los rusos entraron en una de mis misiones, donde no había nadie, porque habían ido todos a hacer la pastoral. Rompieron todas las puertas de la casa de las hermanas, más de siete puertas, las puertas de los sacerdotes, buscando rebeldes. Robaron todo lo que pudieron y se marcharon. Y un mes después fui a protestar al presidente, que me miró y no dijo nada. Tiene las manos atadas, han vendido el país a estas fuerzas internacionales, que son las que nos dirigen.

Entonces la paz en este país llegará cuando empiece el progreso, cuando empiece a haber justicia. No es de recibo que una capital como Bangui no tenga agua corriente, con un millón y medio de habitantes. No es de recibo que no tengamos luz eléctrica, cuando  los ríos más importantes que hay en toda África están aquí. Es una injusticia total que un niño muera por falta de medicinas, por un tratamiento del paludismo, que puede costar diez euros. La injusticia está tan metida en nuestra sociedad, que es difícil la paz. Nosotros somos pequeñas hormiguitas que van trabajando para que un día podamos vivir de otra manera.

¿Cómo está nuestro común amigo, monseñor Aguirre, que acaba de pedir un obispo-coadjutor?

Con respecto a mi compañero, el obispo Aguirre, te puedo decir que está en una diócesis que conozco muy bien, la diócesis de Bangassou, una diócesis muy compleja, puesto que las distancias son enormes. En estos momentos no hay carreteras y solamente se puede desplazar a través de las avionetas de los humanitarios, que ahora han doblado el precio. A nosotros se nos hace imposible pagar esos precios que nos ponen.

Y después, es una zona donde el Estado está totalmente ausente. No hay ni gobernadores, ni prefectos, ni subprefectos. Entonces, los grupos armados siguen siendo los que campan a sus anchas y los que ponen la ley, la ley que quieran. Ponen barreras y tienes que pagar tarifas. Por lo tanto, si se apropian de una estructura privada y no puedes decir nada. Es en estas condiciones en las que la diócesis de Bangassou está intentando seguir anunciando el Evangelio.

Otra característica de la diócesis es la ausencia total de religiosas. Creo que en estos momentos quedan 5 o 6. Antes había unas 15 o 17. En mi diócesis, donde gracias a Dios, en todas las parroquias tengo una comunidad de religiosas, veo el bien que hacen.

El nombramiento de nuestro amigo, el padre carmelita, Aurelio Gazzera, creo que va a ser una bendición total para Juanjo. Aurelio es un hombre de experiencia. Tiene ya más de 30 años aquí. Es un hombre que ha luchado mucho. Denunció a las empresas chinas, que estaban explotando el oro en el río y habían contaminado el río. Estuvo en la cárcel. Es alguien que está rodado. Y sobre todo es alguien muy emprendedor. Y, para estar en Bangasou, tienes que tener un alma emprendedora, porque el Estado está muy, muy ausente. Creo que va a ser una gran ayuda para Juanjo, la llegada de Aurelio. Y creo que poquito a poco conseguirán avanzar en todos los campos. Porque allá casi todo está virgen, por esta ausencia del Estado.

¿Cómo se vive en su diócesis la Semana Santa, que acabamos de celebrar? ¿Echa de menos la de Burgos?

No echo de menos la semana santa de Burgos. Cuando llego allá, a Europa, me siento perdido, totalmente perdido en esas liturgias. Y es que son 37 años los que llevo por aquí, por África. Estoy acostumbrado a otro ritmo. Aquí, ya sea la Navidad o la Semana Santa, es todo como muy en blanco y negro, todo mucho más humano. Mi Semana Santa se traduce, además de todas las liturgias que intentamos hacer, en pequeños gestos. Por ejemplo, uno de nuestros empleados que hace un año que desapareció y que me lo he encontrado ahora en la capital y que me ha dicho que está haciendo la diálisis.

La diálisis ha empezado hace dos años en nuestro país, antes no había. Este empleado lleva ya un año haciéndose la diálisis, pero con el inconveniente de que cada sesión, y tiene que hacer tres a la semana, le cuesta 20.000 francos. Es decir, 30 euros, cuando el salario mínimo interprofesional está en 50 euros al mes. Él no tiene trabajo, claro está. Entonces me decía: ‘he vendido todo, casa incluida, y ya no tengo con qué hacer la diálisis’. He intentado darle un poco de esperanza y he lanzado una cadena de solidaridad en Europa, para encontrar 30 euros para hacer una diálisis y que pueda seguir viviendo. Otro día fui a visitar una fábrica de aceite de libaneses, cuya caldera explotó y se llevó por delante a cuatro obreros y muchos heridos.

Esa fue mi Semana Santa: vivir el dolor con esta gente. Por lo demás, por los oficios, aquí la gente lo siente mucho, pero no hay unas procesiones como puede haber en España, ni mucho menos. El jueves, como cada año, fui a la cárcel e hice el lavatorio de los pies allá, a los presos, luego comí con ellos y me interesé por unos cuantos akas, que están condenados por brujería. Esta ha sido un poco nuestra Semana Santa, ya digo muy distinta, aunque también hacemos nuestras celebraciones. Generalmente, la noche de Pascua son los bautismos. Es una gran, gran alegría.  Cientos y cientos de chicos y chicas, que abrazan la fe en Jesucristo a través del bautismo. Es una fiesta que no se puede describir.

Como la fiesta de domingo de Ramos, que es multitudinaria y vienen protestantes, no cristianos, pero lo viven con mucha fuerza. Es algo que no se puede describir con palabras. Es la alegría de Dios en medio de los pobres, es el signo de que Dios está en medio de este pueblo.

Fuente: Religión Digital