Miércoles, 25 de agosto 2021
Los retos de hoy me recuerdan a los de Comboni. No es que sean lo mismo. Por supuesto, en la época de Comboni era mucho más difíciles. La travesía del desierto, las diversas malarias, las fiebres, el brazo roto que hubo que volver a romper para ponerlo en su sitio (me estremece solo pensarlo), etc. Pero ahora también vivimos una época de desierto. La expectativa del viaje a África, el envío de documentos, la pandemia, la espera por la vacuna, la solicitud de renovación de documentos y de nuevo la espera. Todo por una causa mayor, que es Jesús.
Pero durante todo esto, no puedo quejarme. Me acogieron con mucho cariño y el trabajo está dando sus frutos. Después de una parada por la vida: porque el virus no se anda con chiquitas y valoramos el bienestar y la vida de nuestra gente, el pueblo de Dios. Poco a poco, y siguiendo todas las orientaciones de la OMS, vamos retomando algunos trabajos pastorales.
Hemos vuelto a poner en marcha el coro de adultos y de niños, pero con sólo dos miembros cada vez. La catequesis la realizamos online para preservar la salud de los niños. La participación es muy buena, incluso a pesar de algunas dificultades como la falta de Internet en algunas familias. Para que estos niños no se vean perjudicados, hemos optado por visitar sin entrar en las casas y sin que salgan. Es una catequesis desde la puerta de la casa, en la calle, sin contacto físico, sin proximidad.
Hemos retomado la formación litúrgica con el equipo de la comunidad, ya que son pocas las personas, lo hacemos de forma presencial sin olvidar los cuidados. Participamos en el triduo del mártir P. Ezequiel Ramín, junto con la parroquia y el grupo parroquial de espiritualidad comboniana. Hemos hecho y participado en algunas videoconferencias. Para los próximos días celebramos la semana nacional de la familia en la parroquia, el encuentro de catequesis con el grupo de confirmación, además de los trabajos ya existentes.
Hace unos días descubrí un nuevo talento oculto, me descubrí como pintora de paredes. Junto con la familia Camey de Guatemala, pintamos la fachada de la Casa Comboni. Modestia aparte, ¡quedó precioso!
En el trabajo social estamos juntos registrando y distribuyendo cestas de productos básicos. Se trata de una colaboración con la diócesis. Estas cestas proceden de la multa que la empresa minera Vale pagó por el desastre de Brumadinho.
Y así seguimos la misión de la manera que el Señor nos la presenta. Es gratificante y puedo decir con certeza que echaré de menos Ipê Amarelo, a su gente y especialmente a los niños.
Maria Regimar, LMC en la Casa de la Misión de Santa Teresinha, en Ipê Amarelo, Contagem/MG. Brasil