Jueves, 19 de mayo 2016
El pasado 8 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor, la familia comboniana de Costa Rica se vistió de fiesta por la celebración de las bodas de oro sacerdotales del P. Franco Noventa y del P. Baltazar Zárate.  En el altar que han servido por cincuenta años, ambos se dieron cita en nuestra parroquia de la Medalla Milagrosa, en Barrio Cuba, conglomerado en la periferia sur de la ciudad de San José; acompañados por sus hermanos combonianos de las tres comunidades que existen en Costa Rica, representantes de las Misioneras Combonianas y un nutrido grupo de feligreses y bienhechores. En la foto, de izquierda a derecha: P. Franco Noventa, P. Baltazar Zárate y P. Giuseppe Moschetta.

El evento fue también cubierto por algunos periodistas de los medios locales.  La Eucaristía fue animada por un coro parroquial compuesto por más de 40 personas.  Al inicio de la Eucaristía, el padre Franco, resumiendo con ello el sentimiento de ambos festejados, cantó en francés: “Comme un souffle fragile ta Parole se donne, comme un vase d’argile ton amour nous façonne”…. Como un aliento frágil tu Palabra se entrega, como una vasija de barro tu amor nos moldea…

Padre Franco Noventa, nació en Padua, Italia el 27 de abril de 1941. Hizo sus primeros votos en Florencia, el 9 de setiembre de 1962. Los estudios teológicos los hizo en Venegono, Italia, donde profesó públicamente sus votos el 9 de setiembre de 1965. Fue ordenado sacerdote en Padua el 28 de junio de 1966.  Después de unos años en el seminario menor de Thiene, fue enviado a Montreal, Canadá, para concluir una maestría en teología pastoral.  Su primer amor en África, fue la misión de Obo, en la República Centroafricana, de 1971 a 1975.  Otros diez años de su vida los pasaría en Chad, en la misión de Moïssala en dos períodos diferentes.  Allí tuvo que enfrentar los horrores de una guerra civil que por muchos años desfiguró aquel país. El padre Franco ha sido llamado además varias veces a ejercer su ministerio misionero como formador, primero en Nápoles en 1975, como formador de postulantes, más tarde en París, donde acompañará en su proceso de formación a muchos jóvenes escolásticos: uno de ellos, Mons. Odelir Magri, es hoy obispo en Brasil.  Fue también formador de nuestro actual Provincial el padre Víctor Hugo Castillo; por último regresó a Florencia de nuevo con los postulantes.  En 2006 los superiores le ofrecieron la posibilidad de empezar un nuevo campo de apostolado en una parroquia pobre y socialmente conflictiva de la periferia sur de la capital costarricense.  Es así como desde el 26 de mayo de 2006 el padre Noventa se encuentra en Costa Rica, en nuestra parroquia de la Medalla Milagrosa de Barrio Cuba, donde participa activamente de la animación pastoral de esta zona de urgencia misionera.

En su homilía, el padre Franco recordó a todos los presentes algunas anécdotas de su vida misionera.  Hablando de Moïssala, señaló que su parroquia era tan grande como casi la mitad de Costa Rica.  Fueron años difíciles y peligrosos, marcados por la guerra, en los que los musulmanes que detenían el poder militar mataban muchas veces a los cristianos. Cuando la situación se hizo más peligrosa, los Superiores pidieron a los combonianos allí presentes que cerraran las misiones y volvieran a sus países de origen, esperando la paz. Pero todos se quedaron allí para defender y ayudar a la gente.

“Yo sabía dónde estaban los rebeldes, nuestra gente. Cuando tenía que desplazarme, siempre les enviaba un mensaje diciéndoles que en tal día, a tal hora pasaría yo con mi Susuki blanca, para que no me dispararan. Pero naturalmente, mirando siempre por entre las hierbas espesas y altas a las veras del camino para ver si despuntaba el cañón de alguna ametralladora y encomendando mi alma a Dios.”.

Una anéctota que el padre Franco repite incansablemente es su relación cercana con uno de nuestros mártires combonianos: el P. Ezequiel Ramin, asesinado en Brasil por defender los derechos de los “sin tierra” y desheredados de la historia. Con visible emoción narra el hecho así:  “En mi primera Misa tuve como monaguillo a Ezequiel Ramin quien más tarde se haría comboniano y moriría mártir en Brasil a tan sólo 32 años: el sábado 9 de abril de este año el obispo de Padua introdujo oficialmente, con una “rogatoria”, su causa de beatificación. Después de la Misa le regalé a Ezequiel una estampita recuerdo. Cuando murió, sus hermanos entregaron a los Combonianos de Padua su cáliz y la Liturgia de las Horas que llevaba siempre consigo. En el Breviario hallaron todavía guardaba aquella estampita que yo le había dado años atrás. Cuando el superior de Padua me la entregó, sentí una conmoción profunda y ahora la guardo como una reliquia en mi Breviario. Seguramente, cuando iré a celebrar mis 50 años de sacerdocioa Padua, diré al mártir Ezequiel Ramin, ahora que está en el cielo, que realice lo que yo había hecho imprimir en aquella estampita: “Ayúdame con tu oración, a ser siempre como Jesús, sacerdote, amigo y hermano de cada hombre, especialmente de los más pequeños y pobres. Amén”.

Padre Baltazar Zárate Quiroz, nació en León, Guanajuato, en México, un 5 de enero de 1942.  Hizo sus primeros votos en la Ciudad de México el 11 de febrero de 1961, su consagración perpetua para las misiones tuvo lugar el 9 de setiembre de 1965, en la festividad de san Pedro Claver, en Roma. Allí mismo fue ordenado sacerdote el 26 de marzo de 1966 por el obispo comboniano Mons. Diego Parodi.

Después de algunos años en México fue destinado a Uganda, a la misión de Gulu, donde empezó a ejercer su apostolado misionero en la Catedral de aquella diócesis africana. Eran los tiempos difíciles de la dictadura de Idi Amin en Uganda.  No habían pasado aún dos años desde su llegada a la misión de sus sueños, cuando fue expulsado del país, junto con muchos otros misioneros en 1972.  Nunca más volvió a África,  a pesar de haber sido destinado posteriormente al Sudán.  En el período de aprendizaje de la lengua árabe en Egipto y el Líbano, una enfermedad le impidió alcanzar las tierras de Comboni. Tras algunos años de recuperación en España y México, llegó a Costa Rica por la primera vez en 1985, uniéndose a aquel primer grupo de combonianos que trabajaban en el entonces Vicariato Apostólico de Limón. Luego de un período de rotación en su provincia de origen, volvió a Costa Rica en el 2005.  Desde entonces se dedica a la animación misionera en el CAM de San José.

En las palabras que el padre Baltazar dirigió a los asistentes a la Eucaristía de sus 50 años contaba cómo, cuando era un niño de apenas cuatro años, en una tienda de su ciudad natal, un hombre que se encontraba también allí, le preguntó cuál era su nombre.  El respondió solemnemente:  Baltazar.  -¿Y cómo es que te llamas así?, le volvió a interrogar.  A lo que aquel niño respondió con convicción:  -Es que nací el día de Reyes, uno de ellos se llama Baltazar y fueron ellos los que me trajeron en una canasta y me dejaron en mi casa para que mis padres mi cuidaran.  Aquella convicción permaneció en su corazón durante muchos años más.  Es quizás desde ese momento que su vocación misionera empezó a fraguarse.  “Desde mi tierna edad sentí el deseo de ser sacerdote, sin saber muy bien aún qué tipo de sacerdote quería ser.  Estando en sexto grado, un misionero comboniano, el P. Hermenegildo Zanuso, pasó por el colegio, nos habló de Africa y de las misiones y ahí creo, que por primera vez sentí el deseo de ser misionero.  Fui admitido entonces al postulantado de Sahuayo en México, luego el noviciado en la Ciudad de México y finalmente los estudios teológicos en Roma, donde fui ordenado sacerdote hace 50 años, el 26 de marzo de 1966.  El cristiano que descubre su vocación y trata de vivirla, tendrá una vida feliz, una vida no exenta de dificultades.  Así resumo estos cincuenta años de sacerdocio. A lo largo de los años he sentido el apoyo incondicional de mi familia, de mis padres y de mis seis hermanos, quienes sienten la alegría de tener en la familia un sacerdote misionero comboniano”.

No esconde tampoco que en el transcurso de estos cincuenta años haya habido dificultades, sobre todo la enfermedad que le impidió ir a Africa.  Pero desde la juventud de su corazón no dudó en lanzar una invitación a todos los jóvenes presentes:  “A los jóvenes le digo que Cristo, nuestro Señor, esperanza única de la humanidad, sigue llamando.  Acérquense un poco más a él, renuncien a tantas cosas que los distraen, menos tecnología y más corazón que escucha”.
P. Carlos Rodríguez, mccj


P. Franco Noventa.