Lunes 13 de enero 2014
“¡Pobre Centroáfrica, no ya al borde del precipicio, sino bien dentro! Ni la misa de Navidad, ni las fiestas de Año Nuevo han hecho parar el crepitar de las balas ni han atenuado el miedo de los indefensos, mordidos sin piedad por los dientes de una violencia indiscriminada”, escribe en una carta Mons. Juan José Aguirre, comboniano español, obispo de Bangassou en Centroáfrica. En anexo, publicamos (en francés) el mensaje de los obispos de Centroáfrica, del 8 de enero, intitulada “Reconstruyamos nuestro País juntos en la paz”.
Ya sabéis que Centroáfrica fue “conquistada” por un grupo islámico (Seleka) desde hace un año. Ya expliqué en otras ocasiones cómo en un solo año han llevado el país a la ruina, han destrozado los edificios gubernativos, han atacado y saqueado sin piedad las misiones, también la nuestra de Bangassou, han desmigajado un pan horneado con el trabajo de muchos años. No me canso de decir que éstos rebeldes de lengua árabe y turbante nos han robado casi todo menos la fe. A principios de diciembre, casi un año después, hemos visto que muchos de los miles de mercenarios chadianos y sudaneses que los acompañaban en la odiosa ida, se volvían a casa, llenos sus petates de ilusiones rotas y teléfonos portátiles robados.
El pueblo centroafricano, durante 10 interminables meses, ha sido como un escuálido sparring con guantes de juguete delante de un gorila sin escrúpulos, recibiendo golpes sin verlos venir e incapaz de escabullirse del cuadrilátero. Sin mercenarios, los Seleka se quedaron en posición de vulnerabilidad y el pueblo llano, los que han aguantado pisotones, moratones, pillajes y violaciones sin número durante este tiempo, se han envalentonado y atacan los Seleka por todos los flancos.
El mes de diciembre 2013 ha sido caótico: centenas de miles de desplazados, cientos de ejecuciones, rapiñas y violencia contra barrios de musulmanes, sobre todo en Bangui, la capital y en el norte, en ciudades como Bossangoa, Bouca, Bossanbele…
Visto el baño de sangre que se venía encima el 5 de diciembre pasado, (me pilló por casualidad en Bangui y me metí sin quererlo en un “fregao” en donde las balas pasaron rozando mi coche), el país necesitó ayuda de militares franceses y de otras nacionalidades (MISCA) para sosegar esa sed desenfrenada de venganza. Los dos bandos estaban bien delimitados. Por una parte los Seleka, en su mayoría musulmanes. Pero eran confundidos con todo musulmán, el 15% de los centroafricanos, haciendo una amalgama tan injusta como horrible para mujeres, niños y ancianos. Por la otra, los no musulmanes, metidos en una olla que llamaron anti-balaka, que RFI, Francia 24 y otros medios, mal llamaron “cristianos”, y que realmente es un grupo heteróclito no musulmán, compuesto por jóvenes que demuestran su hartazgo de los abusos repetidos durante 10 meses de “reinado” Seleka. Movidos por histerias colectivas y unidos a piratas ocasionales, ese 5 de diciembre los anti-balaka empezaron con una violencia indiscriminada que los militares (llegados a prisa y corriendo) se veían incapaces de parar. Dos soldados franceses y otros africanos pagaron con sus vidas el intento.
Hoy, día 7 de enero de 2014, las cosas en Centroáfrica están estancadas. Un sentimiento de impotencia planea sobre nuestras cabezas como la densa neblina de las mañanas que te impide ver a dos metros de tu nariz. La violencia que hemos vivido desde hace un mes en la capital y en el norte del país, ha sido desmedida y será difícil restaurar lo destrozado: edificios, convivencia inter-étnica, confianza mutua, actividades diarias, mercadillos y costumbres de sociedad… El entramado cotidiano se ha resquebrajado y no hay pegamento para recomponerlo, ni aguja para enhebrarlo, ni dinero para comprarlo nuevo. Tardará años en rehacerse. Actualmente el país no funciona, los funcionarios no vienen a trabajar, nadie es pagado desde hace semanas y el caos es total. Salvo por algunas ONGs que se mueven para situaciones de urgencia, nadie hace nada, como tetanizados por el miedo. Médicos sin Fronteras están desbordados. A veces, confiesan ellos mismos, paralizados por estallidos repentes de violencia. Difícil hablar en positivo en una situación tan desesperanzadora.
El consulado español me dice que nos vayamos. Yo le digo amablemente que aquí está nuestra casa, que aquí hemos plantado nuestra tienda, que, aunque de verde descolorido, tenemos “la cara pintada color esperanza”. Seguimos aquí con la gente sencilla, sentados junto a ellos para escucharlos y animarlos, porque ellos seguro que no han provocado nada, ni han insultado ni matado a nadie, ni han movido ninguna tecla para hacer estallar nada…
Estos viejitos que acogemos en la Casa de la esperanza, ayer acusados de brujería, hoy ya no interesan a nadie, salvo a la Iglesia católica que los sigue cuidando y los mira con ternura. La gente sencilla, las madres de familia que se han refugiado desde hace un mes en alguna de las 23 parroquias de la capital para huir de la quema, ellas y sus hijos simplemente sufren las consecuencias de este zafarrancho de combate generalizado con el 10% de la población blandiendo machetes y kaláshnikov y el otro 90% huyendo y escondiéndose. Seguimos con el colegio abierto para que los niños estén distraídos, aquí en internet (que hemos reconstruido hace un mes después de que los Seleka nos lo hicieran añicos), estamos haciendo cursos de aprendizaje para ocupar el tiempo y que puedan llegar las noticias y las opiniones desde afuera para ser conocidas en Bangassou. El centro de salud funciona normalmente, porque también es verdad que los enfermos de sida en fase terminal no ven retroceder su enfermedad por causas políticas o de guerra de guerrillas. La enfermedad sigue imparable como las hojas del calendario y si no les llegan los antirretrovirales, se mueren. ¡A pesar de que llevamos más de un mes con la pista cortada y no llegan medicinas, ni carburante, ni alimentos, ni nada de nada, mañana será mejor!
Mientras, en Bangassou y toda la zona, vivimos en una calma tensa, pero soportable. Yo he pasado la Navidad en una zona de gente desplazada que han perdido todo (semillas, ropa, camas y enseres) quemadas 400 casas por el fuego de los Seleka. ¡Muchas horas sentado junto a ellos escuchándolos y contando sus lágrimas! Les he dicho que se levanten, que pasen página, que la vida sigue, que recomenzar es la forma de salir. No sentarse a llorar durante meses. Que, como decía el Papa, la Magdalena, cuando tenía los ojos empañados, no reconoció a Jesús, sino que creyó que era “un jardinero”. Sin la fe en el Resucitado es difícil aguantar el tirón…
Mons. Juan José Aguirre
Bangassou, 7 enero 2014