Viernes, 6 de septiembre 2024
“Hace dos años publiqué el segundo diálogo de Comboni con el P. Sembianti. No es que estos diálogos sean reales, son más bien una figura literaria en la que utilizo contenidos de las cartas de Comboni al P. Sembianti, el formador de los seminaristas de su instituto en Verona. El dicho español dice ‘no hay dos sin tres’.” (…) [P. Tomás Herreros Baroja, misionero comboniano]

CONSTANCIA EN LA MISION

Hace dos años publiqué el segundo diálogo de Comboni con el P. Sembianti. No es que estos diálogos sean reales, son más bien una figura literaria en la que utilizo contenidos de las cartas de Comboni al P. Sembianti, el formador de los seminaristas de su instituto en Verona. El dicho español dice “no hay dos sin tres”. Así que también preparé el tercero, solo que lo dejé escondido en el tintero del disco duro. Entonces estábamos en vísperas de capítulo general, por lo tanto era mejor que todos reflexionásemos según lo que el Espíritu de Dios y de San Daniel Comboni nos iban a decir por aquellos meses. Como a mí no me gusta trabajar en balde, me ha parecido bien publicar el tercer diálogo de Comboni con Sembianti, puesto que ya estaba hecho.

Es de todos conocido que Comboni apreciaba mucho a este padre estigmatino, aunque ellos dos fueran muy diferentes. De hecho, el consideraba que las diferencias eran enriquecedoras.

Jartum, 13 de agosto de 1881

[6939] Le pido perdón, querido P. Sembianti, por causarle estas y otras muchas molestias. Pero ¿con quién puedo desahogar mi dolor sino con la persona que se consagra a prestarme la más seria y valiosa ayuda en mi santa Obra, que es toda de Dios?

30 de agosto de 1881

[7004] Debo decirle, por otro lado, que tengo en mucha estima al R. P. Sembianti, si bien es testarudo como todos los santos, y pesimista y escrupuloso en exceso, porque además de ser un pío sacerdote y un hombre de bien, me prepara muy buen personal, y sin duda mandará a la misión gente de inmejorable espíritu y dispuesta a morir por África.

En estos textos es curioso ver como Comboni en los dos últimos años de su vida le escribía con mucha frecuencia, queda claro que esas cartas son como su diario espiritual. Algunos temas son recurrentes en la espiritualidad de Comboni, otros son más novedosos; pero todos ellos por el hecho de ser mencionados en los últimos años de su existencia muestran que son la quintaesencia del carisma personal de San Daniel Comboni, y que por lo tanto quienes hemos sido invitados por el Espíritu de Dios a seguir sus huellas, nos toca adaptarnos a sus pasos y sus pisadas.

ABNEGACION

Fiel a su optimismo realista al respecto de sus misioneros y misioneras colaboradores escribía en febrero de 1881 al P. Sembianti:

[6473] La Hermana más santa que tenemos es la sacristana de Jartum, Sor María Josefa: ¡es una santa de verdad! Y el misionero más santo y virtuoso es Francisco Pimazzoni, … También D. Dichtl y D. José Ohrwalder son y resultarán dos misioneros de primer orden, por abnegación, virtudes, devoción, oración, actividad y disposición a sacrificar totalmente la vida.

Y en otra noche de insomnio volvía a insistir sobre la abnegación de otro sacerdote de su equipo:

[6686] Sin embargo, en cuanto a abnegación, D. Losi es algo excepcional. No necesita nada: ni cama, ni vestido, ni comida. Es un portento: por un alma se priva de todo, y dice que quiere morir en África. Aunque ciertamente comete errores garrafales por falta de cabeza y de criterio…

La palabra abnegación aparece 42 veces en los escritos, el número puede añadir algún matiz o no, pero en sí es una cualidad muy relevante para Comboni, de hecho, ahí está en el prefacio de las reglas de del Instituto de las misiones para la Nigrizia:

[2868] El Apostolado de la Nigricia es de por sí sobremanera arduo y laborioso. (por eso) Hay que educar y formar al obrero evangélico antes de exponerlo a los trabajos apostólicos. Es preciso inculcarle la abnegación y el sacrificio, y trazarle, por así decir, el camino hacia ese gran fin por el cual debe consumir toda su vida; y para hacer esto se requiere tiempo y una labor perseverante.

Esta palabrita junto con otras de este diálogo resulta muy esclarecedora para comprender las expectativas que Comboni tiene sobre nosotros. Cuando regresó a el Cairo en enero de 1873 decía a sus misioneros con quienes no había estado por cuatro años y medio (aunque estaba en constante contacto epistolar)

[3125] Por fin ha llegado el momento tan suspirado por mí y por vosotros, oh hermanos y hermanas en Cristo, en que poder desahogar el prolongado deseo de nuestro corazón. Os doy las gracias por la paciencia con que me habéis esperado en mi larga ausencia, por la abnegación con que habéis soportado tantas privaciones, incomodidades y pobreza. Todo me garantiza lo mucho que puedo contar con vuestra cooperación en la magna y ardua empresa que la Santa Iglesia se ha dignado confiarme. Los pasados sacrificios quizá no son más que un ensayo de tantos como nos quedan aún que sufrir para conseguir plantar en el corazón de África el estandarte de la Redención; pero no temamos, porque ese Dios que nos ha sostenido en las pasadas penalidades no nos abandonará en las futuras.

La abnegación era cualidad indispensable en la selección de los candidatos, y era una prueba de la autenticidad del compromiso misionero que daba garantías de perseverancia, como después quedó demostrado durante la Mahdia, y en la historia del instituto.

La cita del n. 2868 de arriba debió asustar a un joven sacerdote que al final de los años noventa era novicio y que me escribía que había decidido no continuar el camino comboniano (después de dos años de formación). Decía que negarse a uno mismo es muy difícil, que él no era capaz. Como por entonces ya teníamos poquitos candidatos quise quitar fuego al hierro candente, para darle ánimos… pero en realidad tenía razón: sin abnegación es imposible la obediencia, la pobreza, la virginidad. La abnegación es voluntaria, y además gozosa, de lo contrario es un suplicio… y de eso no se trata. Basta que veamos el significado etimológico de la palabra: Espíritu de sacrificio y de renuncia unido a una dedicación absoluta al bien de los otros, a un ideal, a una causa.

Todos sabemos que las madres son muy abnegadas. Y también en occidente vemos que los jóvenes retrasan la paternidad justo porque rechazan la abnegación. Por lo tanto, una consagración misionera que no sea abnegada no puede ser trasmisora de vida. Recordemos las palabras de Comboni en Khartum a los pocos meses de la cita anterior en El Cairo, en las que confiesa su sentimiento paternal:

Sí; yo soy ya vuestro Padre, y vosotros sois mis hijos, y como tales por vez primera os abrazo y estrecho contra mi corazón. (Escritos 3157)

DEDICACION TOTAL

En febrero del último año de su vida (no hay que olvidar que la correspondencia con Sembiante es durante los dos últimos años de su existencia), Comboni se permite recordar de vez en cuando el tema de su dedicación total a las poblaciones de África Central.

[6461] No se tuvo en cuenta en que África es la misión más difícil del mundo, y que entre los sabios de Europa y de Verona no se encontró ninguno dispuesto a venir a morir a África.

Los contenidos son muy conocidos en todos sus escritos, pero hay que resaltar la fidelidad que él tuvo a Nigrizia hasta su último suspiro. Su lema “África o muerte” no es otra cosa que vivir para África, desgastarse para el beneficio de los pueblos africanos… sean cuales sean sus condiciones, pero resaltando “la dificultad de la misión”. Eso quiere decir que los discípulos de Comboni son fieles a su maestro cuando se dedican a esa misión difícil. Se puede discutir qué es difícil, porque hay situaciones que son fáciles para unos y difíciles para otros. No obstante, siguiendo el método de las estadísticas veríamos que el average definirá lo que los combonianos entienden por dificultad. Y por lo tanto, la disposición a la misión difícil es una característica comboniana. Entre el clero diocesano que he encontrado en varias partes de África y de Ibero América y entre los bienhechores y colaboradores, esta característica es bien clara.

La dedicación total que Comboni tuvo con frecuencia se encontró con ingratitud o incomprensión por eso que en marzo de 1881 escribía.

[6519] El camino que Dios me ha trazado es la cruz. Pero si Cristo murió en la Cruz por la injusticia humana, y tenía la mente recta, es señal de que la cruz es una cosa buena y una cosa justa. Carguemos, pues, con ella, y adelante.

No es que Comboni buscase sufrimientos, aunque en un alarde de valentía diga “dame cruces” para que mi ministerio sea más eficaz, puesto que la cruz es el instrumento de salvación. Lo que sí nos indica que en el ministerio misionero no faltan cruces, y si intentamos evadirlas resultará muy difícil ser fiel a la vocación comboniana.

Era su último cumpleaños. Los aniversarios son fechas importantes en nuestra vida. Más aún si son 10 para un niño o 25 para un joven o 50 para un adulto. Así es como Comboni llegó a sus cincuenta años:

[6561] Hoy cumplo 50 años. ¡Dios mío!, se vuelve uno viejo a la carrera, sin hacer nada. Bien es verdad que me encuentro ante un Vicariato —el más laborioso y difícil del mundo— que marcha bastante bien y llegado a un punto, merced a la gracia divina, que hace ocho años yo no habría creído nunca ver, dados los enormes obstáculos que vislumbraba, y a cuyo progreso Dios ha querido que yo también pudiera contribuir con mi granito de arena. Pero después de todo es una gracia si no he servido sólo de estorbo y puedo exclamar con toda razón lo que el Apóstol: servus inutilis sum.

[6585] El 15 del corriente he cumplido 50 años: ¡Dios mío!, nos hacemos viejos, y a mí se me acrecientan las penas y las cruces. Pero como todas estas cruces las manda Dios, confío en su divina ayuda. O Crux, ave Spes Unica.

Esto se lo contaba a su confidente Sembianti. Era todo un obispo, el primer prelado de África central, la diócesis más basta de la iglesia… todo superlativos de poca importancia porque en realidad su misión excedía en dificultades. Él había contribuido a esta gran empresa toda su vida, sin él la iglesia del Sudán no existiría, tampoco los institutos combonianos, tampoco sus miembros de hoy en día, sean del origen que sean. Y ahí está su tarjeta de identidad, nada de monseñor o excelencia, sino “siervo inútil”, como ya lo dijera Jesús sobre su propio ministerio y sobre el ministerio de los discípulos. (Lc 17,10; Mt 20,28). Con este tipo de actitud desaparecerían nuestras ganas de reconocimientos públicos, de titulaciones y de parafernalias. Lo que importa no son los honores sino las oportunidades de servir al Señor y a su pueblo humilde. Que bien suenan las palabras de Pablo a Filemón sombre este y sobre Marcos, Aristarco, Demas y Luca (Fil 1,1; 23). Con una comprensión de este tipo sobre las responsabilidades que se nos encomiendan, sería más fácil la colaboración en la comunidad, la ministerialidad y la sinodalidad, incluso las rotaciones en nuestros cargos, aunque tengamos necesidad de reciclarnos (cosa que es algo inevitable en el mundo de hoy tan complejo y tan cambiante).

Puede ser que de haber conocido las dificultades que encontraría no se hubiera atrevido; pero así son las sorpresas que nos depara el Señor: nos hace madurar en las problemáticas, las exteriores y las nuestras propias, porque nadie es perfecto desde el inicio, y pocos son las personas adecuadas para los servicios que se les encomiendan. Es aquí donde surge la gracia divina que los teólogos clásicos han llamado “gracia de estado”. Sin embargo, esta gracia de estado necesita de nuestra propia disponibilidad y esfuerzo. No son conocimientos inspirados, ni egocéntricos, son capacidades que necesitan de la colaboración de otros, sea en la decisión como en la ejecución. Cuando reconocemos que nuestras buenas intenciones pueden ser un estorbo en la implementación de planes empezamos a ser humildes. En la humildad resulta fácil aceptar las correcciones y las opiniones contrarias a las nuestras propias. Y con ese tipo de actitudes la colaboración se experimenta como una bendición.

El tema de la capacidad, santos y capaces, ya se mencionó en otro diálogo, pero me ha llamado la atención este párrafo escrito en aquel febrero de 1881:

[6479] Yo advertí a Sor Victoria que debe dar primacía a la caridad, sin la cual ni siquiera una santa Hermana puede convertir infieles ni ninguna clase de almas, y ella me prometió corregirse. En cuanto a las otras, son dóciles, obedientes y laboriosas, pero carecen de instrucción.

Es reconocido que el misionero de Comboni necesita tener conocimientos, de ahí los años de estudio, que tienen que ser bien programados y centrados en lo que es necesario para la misión al estilo comboniano. Las cualidades intelectuales de Comboni superaban la media, sobre todo para idiomas, también sus capacidades de relaciones humanas. Lo que Comboni llama “instrucción” no son la cantidad de horas dedicadas a los estudios o preparación, o los títulos que se han obtenido, sino la destreza en el uso de conocimientos.

Es de todos conocido la insistencia que Comboni ponía en la preparación de sus misioneros y ya se ha dicho que no bastan las buenas intenciones. Para concluir esta sección traigo a colación una frase de su diálogo con Sembianti en abril d 1881:

[6654] Porque enviadas (Pias madres de la nigrizia) a África tan humildes, dóciles, sinceras y sencillas como fueron mandadas las que están en Sudán, se modelan para la vida práctica como se quiere.

Los estudios intelectuales han resaltado mucho las capacidades mentales de los seres humanos y de los misioneros, pero la vida enseña que más importante que la inteligencia es la combinación de conocimiento, con emociones, con socialización, con adaptación a las circunstancias, es lo que se viene llamando “inteligencia emocional” (ver. Daniel Goleman en 1995). La praxis de la vida apostólica no se aprende en un aula, sino en la práctica de los campos de trabajo. Se aprende de los maestros y de los compañeros, así como de la gente sencilla con quienes compartimos la existencia, Pero para aprender se necesita la humildad para consultar, de preguntar y de escuchar sin considerar el origen de quien nos aconseja. Podemos pasar exámenes sobre conocimientos intelectuales, y los test psicológicos, pero la sabiduría emocional es más difícil de verificar con cifras objetivas, al final cuentan mucho las intuiciones del que evalúa, y sobre todo la actitud del aprendiz: es más inteligente quien quiere aprender que quien sabe mucho. La actitud de aprender es la actitud del discípulo en camino que sabe que nunca ha llegado, sino que tiene que progresar. La frase citada arriba aparece en la misma carta a Sembianti en la se menciona que sus misioneras deben de ser santas y capaces (E. 6655).

La misión comboniana está definida por Comboni como “ardua y laboriosa”, es decir nada fácil. Que necesita de santos, pero no santurrones, de consagrados, pero no de frailones, porque lo que importa es estar llenos del fuego apostólico de la caridad hacia los demás, y del amor hacia Cristo. Solo en base a ese amor las privaciones y padecimientos son llevaderos, aunque Comboni en su santidad diga que son dulces:

[6656] Una misión tan ardua y laboriosa como la nuestra no puede vivir de la apariencia, con santurrones llenos de egoísmo y pagados de sí mismos, que no se ocupan como es debido de la salvación y conversión de las almas. Hay que inflamar a sus miembros de una caridad que tenga su fuente en Dios, y del amor a Cristo; y cuando se ama de verdad a Cristo, entonces son dulces las privaciones, los padecimientos, el martirio.

Cuando falta, caridad y amor, cuando la inteligencia emocional es escasa, entonces la vida comboniana se convierte en un suplicio, no en un martirio. La comunidad deja de ser el cenáculo de apóstoles que mencionó Comboni -que no es idílico- para convertirse en jaula de grillos.

ESPIRITU DE SACRIFICIO

Sea por experiencia o porque nos lo han contado todos sabemos que sin espíritu de sacrificio resulta difícil aceptar vivir en las fronteras humanas y geográficas que llamamos periferias de la misión. Lo mismo se puede decir sobre la convivencia con ciertos hermanos en comunidad. No se trata de aguantar o soportar con paciencia, sino de aceptar con realismo los aprietos y apuros de la pastoral misionera, y de la vida comunitaria que también es parte del mensaje sobre el Reino que presentamos.

Las renuncias exigen espíritu de sacrificio. En verdad Comboni nunca habla del espíritu de sacrificio con Sembianti, quizás porque sabía que el responsable de la formación de sus candidatos ya lo estaba impulsando, pero el tema también es clave en las Reglas:

[2885] La norma principal que se han marcado estos Institutos, aparte de las prescritas para formar el espíritu y cultivar las buenas disposiciones de los alumnos y alumnas, es la de hacer una buena selección de los aspirantes y educarlos en el espíritu de sacrificio, por depender de esto no solamente la feliz puesta en marcha, el florecimiento y la duración de los Institutos, sino además su propio y máximo interés, junto con el interés de los misioneros y misioneras, así como el de las almas y de las misiones que les serán confiadas en la Nigricia.

El espíritu de sacrificio se adquiere en la vida familiar donde nos sacrificamos por el bien de los otros hermanos. Si este modo de hacer se toma como valor, no será difícil continuar con él en la vida consagrada. Pero si se toma como mala suerte, entonces es necesario una verdadera conversión personal de modo que podamos purificar nuestras “motivaciones”.

Pocas conversiones ocurren de la noche a la mañana, generalmente son el resultado de un proceso de entrenamiento guiado por los formadores. La etapa de formación en que estemos determinará el tipo de acompañamiento personal. El entrenamiento es clave en conseguir las metas que nos proponemos para la vida misionera. Primero para aceptar esas las metas que vienen determinadas por el carisma y la institución, y segundo para avanzar en la asimilación de los valores que nos llevan a conseguir las metas. Nadie de nosotros puede aceptar bajar las exigencias en su consagración misionera, aunque tenga que adaptarlas a las circunstancias realistas de la vida; es decir, no es lo mismo vivir una vida ascética a los setenta años, que a los treinta, en un contexto humano o en otro. Lo que importa es no bajar la guardia ni nuestras exigencias personales, porque eso afecta nuestra calidad personal y la calidad de nuestro servicio evangelizador.

Como ya se dijo en la abnegación, nos entrenamos “negándonos a nosotros mismos” es decir a nuestros antojos, esos gustos que no son tan necesarios porque los pobres con quienes vivimos sobreviven sin ellos. San Pablo decía que podía vivir en la abundancia y en la escasez (Fil 4,11-13), pero aquí añado que no se trata solo de saber vivir en las duras y en las maduras, sino también no evitar la incomodidad o la escasez, porque de ese modo podremos repartir más con los necesitados, y nuestro mensaje que “solo Dios basta” (en palabras de Santa Teresa) tendrá la confirmación de nuestros hechos. Cualquier cosa nos parecerá basura con tal de tener a Cristo (Cfr. Fl 3,8), y cuando seamos ricos en Cristo podremos repartirlo con auténtica generosidad.

Sin espíritu de sacrificio nos hacemos remolones, tacaños. Caemos en el egocentrismo “primero yo”, repartimos las sobras de lo que tenemos y somos. Nos faltaría la generosidad de la viuda del evangelio que entregó lo que tenía para vivir (Mc 12,44), aunque luego volviese a mendigar. No se trata de aportar “consuelo bobo” sino de ser solidarios, como la viuda que comparte su óbolo en silencio y en el anonimato, no como el fariseo que cumple con la ley y lo pregona. Nosotros compartimos, pero con la prudencia -a veces excesiva- para no perder nuestras seguridades. Nuestra solidaridad es lo que otros nos han entregado porque se fían de cómo administramos los donativos, saben que llegarán a los necesitados. Sin estos necesitados, no recibiríamos donativos, porque lo que recibimos en ayudas materiales y espirituales es para nuestra edificación personal en salud, santidad y capacidad de modo que seamos instrumentos adecuados en las manos del Señor. Sin la conciencia de que somos un regalo de Dios para sus necesitados nos convertimos en parásitos no en apóstoles. Ciertamente los pobres no quieren que caigamos en su miseria -que no es bendición alguna- pero tampoco que nos beneficiemos de ella.

La práctica de las jornadas misionales que se hacían en la animación misionera de las viejas iglesias nos servía para conocer las condiciones de quienes apoyan nuestra causa misionera. Entonces y ahora, al ver su generosidad desinteresada nos volvemos responsables porque sabemos que su donativo no es para mi persona sino para la causa que yo represento. Que la ayuda no es para mi familia, sino para la gente necesitada que reciben el evangelio en mi ministerio. E incluso cuando dicen “esto es para usted, para que se compre algo que le gusta” sabemos que ese regalo no lo merecemos más que las personas pobres con quienes vivimos que trabajan duro para sobrevivir ellos y su familia, y sin embargo no consiguen levantar cabeza. En justicia no podemos apropiarnos de los donativos que recibimos. Y tampoco podemos acumularlos, porque caeríamos en la presunción del rico inocentón (Lc 12,16.21), nos relajamos en nuestro camino de perfección, nos creemos que tendremos tiempo para la conversión, y nos engañamos, porque no conviene dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.

Muchos de nosotros provenimos de hogares sencillos y a ellos regresamos en nuestras vacaciones en familia. Y lo hacemos con naturalidad porque vamos a casa, a estar con nuestra familia. Son familias que aceptaron regalar a la iglesia uno de sus hijos para evangelizar a otros que están en necesidad de Dios. No lo hicieron pensando que hacían una inversión. He conocido familias en dificultades económicas que han dicho al misionero comboniano “tú no te preocupes por nuestros problemas, el problema es nuestro”… como diciendo tú tienes otros problemas parecidos a estos con la gente a la que sirves, y tienes que dedicarte a ellos primero porque ellos son tu familia ahora (como ocurre cuando un joven se casa, la prioridad es su esposa y sus propios hijos). A veces cuando nos preocupamos por nuestra familia de origen somos nosotros los que no hemos entendido que significa “dejar padre y madre y…” En este campo Comboni es todo un modelo. En sus diálogos con Sembianti nunca hizo mención a su situación familiar, pero él seguía manteniendo relaciones con su padre todavía vivo.

La vida consagrada y la vida misionera es un camino de renuncia. Suele ocurrir que nuestras condiciones de vida no son tan pobres, sin embargo, nuestra renuncia aparece cuando doy prioridad al ministerio y a la gente, y eso suele implicar disponibilidad en cualquier horario, alojarnos en casitas destartaladas, comer lo que nos ofrecen, caminar horas y horas sin manejar un carro, etc. Nada especial para quien se acostumbra, o para quien se compara con otros misioneros del pasado cuando no había vehículos, ni celulares, ni computadoras. Recordemos como viajaba Comboni por el desierto… él hubiera podido quedarse en Europa, pero optó por estar con sus fieles y compartir sus condiciones, no por gusto sino por amor hacia ellos, como lo hace una madre… y así lo explicaba en la homilía de Jartum:

[Es 3157]Sí; yo soy ya vuestro Padre, y vosotros sois mis hijos, y como tales por vez primera os abrazo y estrecho contra mi corazón.”

[3158]Tened la seguridad de que mi alma os corresponde con un amor ilimitado para todos los tiempos y para todas las personas.

ASCESIS

El espíritu de sacrificio va de la mano de otra palabra clave en la vida consagrada misionera y que hoy día no se utiliza “ascesis”. Y que hemos entender por ascesis? Un entrenamiento regular y práctico del espíritu para adquirir virtudes… que suele implicar contradecir nuestros gustos espontáneos. La propuesta de una vida ascética y ordenada (que no tiene que ser de constantes privaciones y penitencias) nos beneficia a todos. Quien quiere ser misionero comboniano tiene que aceptar el método que se aprende en los años de formación inicial y continúa durante toda la vida. La relajación nos aleja de la fidelidad a nuestra vocación y carisma. Quien quiere mantener el cuerpo vigoroso necesita de ejercicios que exigen ascesis. Quien quiera cultivar las virtudes propias de la vida misionera y consagrada necesita de ascesis. No hay crema, ni píldora, ni cinturón, ni cirugía estética para crecer en virtud. Si estamos dispuestos a eso, y nos comprometemos a ello, no queda más remedio que aceptar métodos ascéticos. Si no lo hacemos, no conseguiremos nuestros objetivos.

Como ya se ha dicho en los escritos de Comboni el tema la abnegación o negación de uno mismo, aparece muy en relación con la preparación de los candidatos, en las Reglas del instituto, en la descripción de algunos misioneros, y sobre todo en la correspondencia con el P. Sembianti en los dos últimos años de su vida. Esto demuestra que la importancia que da al tema la ha obtenido por experiencia, no por consejos píos. Sin embargo, la palabra en sí no aparece en sus escritos, lo que no quiere decir que no estuviera preocupado por el tema.

En la misma noche del 20 de abril de 1881 ya citada anteriormente (quizás noche de insomnio) Comboni escribía otra carta a Sembianti:

[6664] Usted piense que adquirirá muchos méritos, y que una gran multitud de apóstoles, vírgenes y negros convertidos le acompañarán triunfalmente al paraíso; pero, repito, tendrá que verificarse en nosotros y cumplirse el pati, comtemni et mori pro te. Tendremos que sufrir, ser despreciados, calumniados (usted no, yo sí), acaso condenados, y morir... ¡pero por nuestro querido Jesús! Por el mundo yo no doy un céntimo, y menos aún por la opinión del mundo; pero por Cristo es poco el sacrificio, el martirio. En suma, valen más todos nuestros sufrimientos por Jesús que todas las glorias y esplendor del Zar,

Quien sabe qué tipo de preocupaciones le llevaron a empuñar de nuevo la pluma para transcribir estos pensamientos. Eran inspiraciones para el formador de sus misioneros futuros, y al mismo tiempo eran un desahogo de su espíritu angustiado.

Tres meses después

6819] ¡Bendita la Santa Cruz! «Nosotros estamos aquí para sudar, sufrir y penar —me decía ayer Sor Teresina Grigolini— ... Pero nosotros tenemos la gracia de la fe, único consuelo que nos sostiene. Ánimo, pues, Monseñor —me exhortaba Sor Teresina—. Nosotros sufrimos aquí oposiciones y dificultades de las que ninguna misión, ni de China, ni de la India, ni las otras partes del mundo, tienen idea, como tampoco puede tener idea de ellas la misma Propaganda.

6821 En suma, ¡viva la Cruz!, que para los apóstoles y las misioneras de África será siempre la preciosa compañera, como corresponde a quien debe salvar almas.

Son frases lapidarias que todos conocemos, solo que desconocemos lo que implican para nuestra vida cotidiana. Es imposible guardar la ropa y bañarse; sin embargo, en la vida consagrada de hoy hacemos malabarismos para demostrar a nosotros mismos que somos fieles a los votos, que exigen renuncia, sin perder nada. Desde luego que la respuesta de Jesús a Pedro: “Todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre[a], o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.” (Mt 19,29) no significa que a los apóstoles les hubiera tocado el gordo de la lotería por sus renuncias, sino que encontrarían otra forma de suplir las carencias de modo que lo que habían dejado no lo echaran en falta, sino que se alegrasen de otra manera sin que fuera sustitución. Sin embargo, el que hace votos de pobreza, castidad, obediencia no puede aparentar ser fiel a la vez que suplanta la fidelidad con triquiñuelas. El resultado es una insatisfacción constante a nivel personal, y un escándalo público cuando se conocen las incongruencias (Todos hemos leído y conocido las consecuencias de la doble vida y conciencias relajadas, en la historia y en el presente. Y que Dios nos proteja para el futuro).

Una vida consagrada, sea a la misión o a la vida religiosa (valga la redundancia) exige renuncias. Renunciar a los propios planes y voluntad para aceptar las propuestas de la comunidad en las decisiones de los superiores, los diálogos no son para convencer sino para hacer un discernimiento de acuerdo al Espíritu Santo, que a todos nos pide ser fieles al carisma que El ha inspirado al instituto: fidelidad como individuos en singular y como institución en plural.

Renunciar a las riquezas y a las propiedades personales y al mismo tiempo buscar comodidades es una contradicción de términos. Comboni renunció a las comodidades que encontraba en Europa para estar presente entre su gente, sufriendo las incomodidades de los viajes, las fiebres, y los problemas. Además, cuando un misionero comparte lo que es y lo que administra no puede ser comodón en su modo de vivir. Es otra contradicción de términos.

En la vida de los pobres, la pobreza no existe como ideal, se practica por necesidad y para repartir entre todos, y para no tener aspiraciones que sean irrealizables, que nos llevarían a la frustración constante. Contentarse con lo que hay con alegría, ese es el mensaje que nos trasmiten tantos niños de familias sencillas que viven con lo estrictamente necesario y carentes de tantas comodidades, mientras que los que poseen tanto viven la angustia de la insatisfacción. Todos son niños, pero los que Jesús tenía en mente cuando hablaba de ellos eran los primeros, porque él era de esa condición, se relacionaba con esas poblaciones (a parte que entonces eran muy pocos los que nadaban en la abundancia). Si tenemos miedo a la pobreza, a la vida sencilla, también seremos enemigos de la ascesis, que resulta ser un entrenamiento y a su vez se convierte en práctica saludable. Quien quiere tener una dieta adecuada por las razones que sean necesita de ascesis. Para ser felices, la parábola de los niños nos puede servir.

Lo mismo corresponde aplicar a todas las virtudes necesarias en la vida pastoral y en la vida consagrada. La abnegación no consiste solo en un propósito sino en una puesta en práctica constante adquirida con entrenamiento, y mantenida con ejercicios ascéticos. Determinar el tipo de penitencias cuaresmales a seguir como individuos, o como comunidad suele resultar complejo en estos días en los que damos importancia al individuo, y respetamos la riqueza de nuestros valores culturales. De hecho, en las comunidades se practica con mucha deficiencia, lo que demuestra que no hay espíritu ascético. Determinar el ayuno es algo bastante superficial, y puede tener un cariz ambivalente. Todos sabemos que muchos valores cristianos y de la vida consagrada, por más que sean de inspiración divina no van de acuerdo con el mundo o con nuestras culturas. Esto es más cierto aun para las culturas consumistas y hedonistas que envuelven el mundo occidental y sus satélites. El ascetismo es un adiestramiento que nos sirve para dialogar evitando los prejuicios y sin enfadarse; que sirve para salir de la indiferencia; para acoger a lo diferente y probar primeo.

Para escuchar con novedad, sin prejuicios, sin enfadarse, etc. necesitamos de ascesis para salir de la indiferencia hacia los demás. Ascesis en la acogida y en la escucha (porque sin ascesis caemos en el permisismo de nosotros mismos) La ascesis la ponemos en práctica en la puntualidad, en la espera, en la búsqueda, en el carecer de comodidades, en el autocontrol de nuestros hábitos, en el uso del tiempo, en el modo de relacionarnos entre nosotros y con extraños, etc. es decir en casi todo. Nuestros proyectos personales de vida son una herramienta para las ascesis. Lo mismo hay que decir de los proyectos comunitarios, si programamos con una perspectiva ascética no caeremos en la vida facilona, y nuestra vida será exigente y auténtica. El Señor nos preguntará, “También ustedes me quieren dejar? Y responderemos con Pedro, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68).

FIDELIDAD y PERSEVERANCIA

En julio de 1881 Comboni escribía a Sembiati:

[6886] Viéndome así abandonado y desolado, tuve cien veces la más fuerte tentación (y también incitaciones de hombres píos, respetables, pero sin coraje y confianza en Dios) de abandonarlo todo, entregar la Obra, y como humilde siervo ponerme a disposición de la Santa Sede, del Cardenal Prefecto o de cualquier Obispo.

Esta frase suena bastante a las noches oscuras de los místicos. Es la única vez que lo menciona. Lo mismo ocurre con el cenáculo de apóstoles o con la santidad y capacidad (no así con los temas de abnegación, cruces, dificultades, etc). Es comprensible que lo sintiera así, porque toda la empresa que le encomendaron recaía sobre sus hombros. Cuando estaba en Europa recibiría elogios y apoyos económicos; cuando estaba en África recibía problemas, y pocos le alabarían porque tomarían por supuesto que tenía que ser así, no en vano él era “padre y madre”, es natural que a ningún niño se le ocurra decir a su madre “Gracias madre por ser mi mamá”.

En nuestra vida misionera pastoral hay muchas condiciones que son incómodas y que no reciben el aprecio de la institución mientras estamos en vida, con algunas excepciones. Pero eso no nos puede amilanar porque tenemos la recomendación de Comboni cuando nos explica que nos toca ser piedras de cimiento más que ladrillos de cara vista. [Cfr. Es. 6172] (también es esta una cita única y además dirigida a Sembianti en diciembre de 1880). Honramos a los obispos combonianos, a los superiores, a los formadores, pero nos falta reconocer la labor sufrida de los combonianos en las fronteras de la pastoral que comparten la vida de la gente, que aguantan incomodidades, que sufren enfermedades, que permanecen en medio de las guerras. No hay que esperar que mueran naturalmente, que sean asesinados por una bala perdida, o matados con toda saña para reconocer su fidelidad a su vocación, ese reconocimiento daría ánimos humanos a los hermanos y fomentaría el compromiso auténtico de todos, sea como sacerdotes como Hermanos

Muchos de nosotros somos discípulos recientes, trabajadores de la última hora (en Dios no hay primero ni último). Se nos ha seleccionado para llevar la salvación en Jesús y los beneficios del Reino. Beneficios que nosotros hemos experimentado “espirituales, humanos, materiales”. No podemos apropiarnos de ellos, pues son para repartir. De ese modo otros se alegrarán en el año de Gracia del Señor.

Recordemos la osadía de Comboni que provenía de familia humilde, no buscó hacer carrera, sino que aceptó complicaciones. Ni se asustó por la muerte de sus compañeros; al contrario, aquellos infortunios le daban ánimos. Bajar el nivel de nuestro empeño misionero es una traición a la vocación par al que hemos sido seleccionados por el Espíritu de Dios. En la última década parece que nos da miedo la inseguridad económica, lo que es muy comprensible; este temor no sería una actitud profética, ni propia de los discípulos de Jesucristo. Tampoco la estabilidad sin riesgos lo es. Nuestra Regla de Vida propone como característica comboniana la provisionalidad (RV 71). Queda por ver qué significaría provisionalidad en los tiempos actuales, porque los campos de misión se han expandido mucho.

Corresponde actualizar el término, al igual que los criterios para ceder los empeños pastorales. Estamos al servicio de las Iglesias locales, pero si nos asentamos en un lugar podríamos estar traicionando el proyecto Comboniano. Los pobres necesitan beneficiarse de nuestro carisma (don divino para la humanidad) y nosotros necesitamos adquirir la experiencia religiosa de esos mismos pobres. Recordemos cómo “Jesús y Pablo tenían que ir a otras aldeas” (Cfr. Mt 9,35-38; H Ap. 13-20). Jesús que nos envía a los confines del mundo. Eso ha sido parte de la provisionalidad y del salir misionero que el mundo global todavía no puede sustituir… porque incluso en estos tiempos de cambios tan rápidos hasta el concepto de globalidad está cambiando.

ESPIRITU DE ORACION

No podemos olvidar que la correspondencia de Comboni va dirigida al formador de sus candidatos. La última característica que quiero resaltar en estos diálogos es la insistencia que Comboni pone en la oración, de modo que nosotros mismos veamos hasta qué punto nos conformamos al patrón misionero que Comboni representa.

[6474] Otro pecado sería el no hacer nunca la meditación. Pero yo raramente dejé de hacerla en la vida pasada, y desde hace mucho tiempo nunca he faltado a esa obligación, ni una sola vez, ni siquiera en el desierto; y él empeñado en que sí. Del mismo modo quiere que yo no haya rezado casi nunca el breviario; sin embargo, siempre lo he rezado, siempre, salvo las veces que estuve gravemente enfermo, o cuando permanecí cuarenta días sin dormir una hora. Parece que ahora se ha calmado. Por lo demás es un pío y santo sacerdote (extremadamente testarudo), exacto y escrupuloso en el cumplimiento de sus deberes de piedad,

Viene bien recordar esta cita porque con frecuencia los formadores de escolasticados/CIF) se quejan de la perdida de la práctica de oración a medida que se alejan de la conclusión del noviciado. Claro que esta queja puede ser un tiro en la culata, porque les toca a ellos promover y actualizar las prácticas de oración. Esto es cierto no solo durante la formación inicial, sino durante toda nuestra vida misionera. Hay que cultivar la oración, la presencia con el Señor, la calidad de nuestras liturgias comunitarias, el compartir de fe. Si no hacemos eso nos convertimos en colegas de trabajo no en co-hermanos en el carisma comboniano, y co-discípulos de Jesucristo.

Un último consejo que Comboni dio a Sembianti y a todos nosotros “rece y haga rezar”:

El -Obeid, 21 de mayo de 1881

[6756] Por tanto suframos un poco por amor de Jesús, porque la Cruz de Jesús, o un solo pedacito de ella, vale más que todos los tesoros del universo. Mientras, usted rece y haga rezar.

Rezar no es solamente recitar palabras de carretilla, o leer salmos en el horario de la comunidad. Todos sabemos qué es y cómo se hace. Otra cosa es que lo hagamos, que nos mantengamos en constante sintonía con el amigo, que nos inspira y que nos enseña a hacerlo (en palabras, espíritu, estilo, horarios, espacios). El pobre Comboni muchas veces tenía que rezar en la incomodidad de los lomos de camello, luego lo haría en las capillas, iglesias y catedrales… hasta en su lecho en tiempos de enfermedad. Sin la oración ningún comboniano puede permanecer fiel y ser auténtico. En mi experiencia, ningún lugar como las iglesias para estar a solas con Dios, la naturaleza y los espacios privados que menciona Jesús, al igual que el secreto de nuestros corazones o las personas que nos hablan o recuerdan a Dios son complementarios; por eso me resulta difícil comprender ciertas alergias a orar en las capillas de nuestras comunidades y misiones, justo donde nos preceden los feligreses que desean que seamos nosotros los que les esperamos.

CONCLUSION

Comboni siempre apreció al P. Sembianti y le estuvo muy agradecido. Sus relaciones epistolares nocturnas eran un desahogo que le restablecía las fuerzas de un cuerpo desfallecido a causa de todos sus esfuerzos a favor de la salvación del África Central. Sembianti fue su amigo y el amigo del África, como Comboni fue padre para el Sudan, y amigo de todos los ultrajados en aquel continente en su tiempo. A través de Comboni Sembianti fue el amigo de los africanos por aquel otro dicho español que dice: “los amigos de mis amigos son mis amigos”. Qué bonito es ser amigo de Jesús, que nos cuenta sus inquietudes y sus planes. Y ser amigo de las ovejas desatendidas del rebaño del Señor. Quien cuida de ellas es doblemente el amigo de Dios.

Termino los diálogos con Sembianti con una cita que escribió desde el Obeid, 13 de julio de 1881

[6830] Aunque tengo cientos de nuevas cartas que contestar, y ayer me ha sacudido una buena fiebre, y continúa la inapetencia, y no soy capaz de dormir (porque ahora tengo menos fuerzas para soportar las cruces, después de tantos combates sostenidos por la gloria de Dios y el bien de África), sin embargo quiero escribirle a usted (que es el más verdadero, positivo y sólido amigo de África, sin tantas ceremonias, pero con la elocuencia de los hechos, y también el más eficaz promotor de la gloria de Dios y de la salvación de Africa Central, porque en diez años, que pasan pronto, ésta tendrá verdaderos apóstoles de ambos sexos; así que eduque y haga todo a su manera en el formar a los alumnos, según su pensar y los consejos del Superior de los Estigmatinos, y tire adelante.

Tiramos adelante sin desfallecer, y nunca a trancas y barrancas sino con la cabeza bien erguida para ver las ovejas del Buen Pastor que desperdigadas hay que traer al redil y para mirar al Pastor crucificado de donde obtenemos inspiración y fuerzas para serle fieles.

[6884] Así que no se desazone ni se desanime si recibe palos de ciego, destinados a hacerle abandonar su camino, etc.: Tire, pues, adelante, espérese golpes tremendos, y continúe sin desviarse y en silencio.

P. Tomás Herreros Baroja, Misionero comboniano

A continuación, el enlace a los tres artículos escritos por el P. Tomás Herreros:
1) P. Tomás Herreros: “Diálogos con el Padre Giuseppe Sembianti – Conversión de sistemas

2) P. Tomás Herreros: “Diálogos con el Padre Sembianti sobre paradigmas de misión y misioneros combonianos

3) P. Tomás Herreros: “Diálogos con el Padre Sembianti – constancia en la misión