Viernes, 14 de agosto 2020
Como cualquier otro término, “salida y ad extra” con el tiempo y uso su significado puede corromperse, o perder la incisión originaria debido a las diversas interpretaciones. Recordamos que Ad extra, además de salir, implica “dejar”, como dejó Abraham, la casa paterna, la cultura propia. Poner a un lado el país, la familia, la cultura de origen con sus seguridades, para ir a lo desconocido. Como misioneros no se trata de ir a explorar o migrar, sino adquirir una actitud de movimiento hacia la gente (otro significado de Ad gentes), hacia el pueblo donde Dios nos envía.
CENÁCULOS DE APÓSTOLES EN SALIDA
PRESENTACIÓN
El título no está inspirado por el papa Francisco que habla de ser cristianos en salida con mucha frecuencia desde que publicara su primera carta apostólica una Iglesia en “salida misionera” (EG 17, 20), una iglesia de discípulos misioneros (EG 24) en la que los agentes pastorales estén en “constante actitud de salida (EG 27), especialmente hacia las periferias y hacia los nuevos ámbitos socioculturales (EG 31). Que también sale de sí misma porque se centra en el Señor Jesús más que en sus regulaciones (EG 97), y da prioridad a la persona que encuentra por el camino y que acoge como hermano (EG 179). Una iglesia que además de salir también es acogedora de los que vienen puesto que tiene las puertas abiertas (EG 31).
Ese breve elenco de contenidos ya eran familiares a los misioneros Combonianos, puesto que el término ad extra implica salir (RV 20, en nueva corrección). Bien que Comboni no utilizara el término “salida”, pero bien sabemos que estuvo en constante movimiento, y que dejó su familia, cultura, seguridades para arriesgarse por la regeneración y salvación de los pueblos africanos.
Algunos capítulos generales han mencionado la necesidad de que nuestras comunidades sean acogedoras, no solo de los hermanos que el Señor nos asigna -tal y como se menciona en la Regla de Vida- sino también de las personas que nos visitan, en especial los pobres a quienes anunciamos el Evangelio, y a los agentes de pastoral con quienes colaboramos en la actividad evangelizadora que el mismo Señor nos ha encomendado (especialmente el capítulo general 2003 n. 69, 71).
Como cualquier otro término, “salida y ad extra” con el tiempo y uso su significado puede corromperse, o perder la incisión originaria debido a las diversas interpretaciones. Recordamos que Ad extra, además de salir, implica “dejar”, como dejó Abraham, la casa paterna, la cultura propia. Poner a un lado el país, la familia, la cultura de origen con sus seguridades, para ir a lo desconocido. Como misioneros no se trata de ir a explorar o migrar, sino adquirir una actitud de movimiento hacia la gente (otro significado de Ad gentes), hacia el pueblo donde Dios nos envía.
Porque salir también implica “ir donde el Señor nos muestra”, no se trata de ir de turismo, o de hacer mi propio plan de viaje. Por lo tanto, quien no “deja” su cultura, no puede transformar su historia personal, y está cumpliendo con el Ad extra comboniano defectuosamente. Bien que nadie lo hace correctamente en su totalidad; pero cuando no hay actitud de compromiso, resulta muy difícil que la gracia de Dios nos transforme a nuestro pesar.
El título de esta presentación apela a la visión de “grupo, o institución” que Comboni tenía para los miembros colaboradores directos en su misión apostólica en favor de la nigrizia. Podría decirse que es el sueño de Comboni para la vida comunitaria de sus discípulos… como lo fue para Jesús cuando los llama amigos, y no sencillamente discípulos (Jn 15,13-17).
La visión de que la vida comunitaria está inspirada por “el cenáculo” es un icono que a los Combonianos entusiasma, porque nos gusta enfatizar la vida comunitaria comprometida, el trabajo en equipo, la colaboración, la continuidad en los compromisos, el compartir de los dones personales y bienes materiales. Compartir sin esperar recibir, y recibir como regalo de Dios, casi inesperado… lo que Jesús explicaba cuando dice “Al socorrer a un necesitado, hazlo de modo que ni siquiera tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha” (Mat 6,3). O cuando Jesús nos abre los ojos para reconocer la generosidad total de la viuda “porque todos los otros echaron lo que les sobraba, pero ella, dentro de su necesidad, ha echado cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44).
Todo eso aparece implícitamente en la Regla de Vida de 1988; luego se ha ido explicando en la práctica que los diferentes Capítulos Generales han visto necesario utilizar para actualizar el carisma comunitario a los tiempos de hoy y a la pastoral misionera que estos exigen.
Sin embargo, ¿por qué hacer una reflexión sobre un tema que tantos otros han tratado? Se podría decir “a vueltas con el cenáculo” – y por la misma ecuación… con la colaboración, con la ministerialidad, con los más pobres y abandonados, con la oración-. Pues sí, hay que ser conscientes que es un “a vueltas” para las generaciones maduras, pero un mensaje nuevo para las nuevas generaciones.
El texto principal que Comboni utilizaba es el siguiente:
Este Instituto se vuelve por ello como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigrizia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno. Y estos rayos, que juntos resplandecen y calientan, necesariamente revelan la naturaleza del Centro del que proceden. (Es 2648)
En este breve párrafo encontramos “cenáculo, apóstoles, nigrizia, misioneros” cuatro términos viejos que, junto con los mencionados en el párrafo anterior, se pueden desarrollar como vino, o como barriles. Según sea nuestra respuesta, las nuevas generaciones serán contenido o continente. En cualquiera de los casos, esos términos no se pueden botar porque son parte constituyente de nuestra identidad comboniana.
Como estamos hablando de generaciones, somos conscientes que los dos próximos capitulares generales representarán un cambio muy substancial y crucial en el instituto fundado por Comboni (hoy San Daniel Comboni, nomenclatura que también daría pie a interpretaciones estimulantes). Tal y como van las cosas, y todo es bendición de Dios, durante los siguientes doce años las iglesias de antigua cristiandad europeas pasarán el testigo del carisma comboniano a las Iglesias de África, que con más de un siglo de existencia ya no pueden ser llamadas jóvenes. Todos sabemos que en una carrera de relevos ese traspaso es delicado, se puede caer el testigo y al recogerlo alzar uno que sea equivocado, que no corresponda al carisma original, o perder tiempo en todo ese proceso.
Es todo un ejercicio delicado en el que todos estamos involucrados. De hecho, la reflexión que estamos haciendo sobre la Regla de Vida es más esencial de lo que nos creemos, porque corresponde actualizarla a los nuevos tiempos, sin traicionar el espíritu de un documento que era casi una “refundación” puesto que recuperaba la “catolicidad” del instituto comboniano. Catolicidad que ha aumentado exponencialmente, como muestra de la predilección que el Espíritu de Dios tiene por las instituciones fundadas e inspiradas por San Daniel Comboni. Hay que hablar de instituciones, como lo hacía él mismo, que es un término más amplio del Instituto de las misiones africanas, hoy “misioneros Combonianos del Corazón de Jesús”.
También corresponde considerar que los colaboradores africanos que Comboni quería para la evangelización del interior del continente (y todos conocemos las razones) tienen poco que ver con los actuales miembros combonianos de origen africano. Estamos hablando de otra cosa. Sin embargo, cuando Comboni menciona que quiere que África sea la diadema negra de la corona mariana (Es. 2314) se referiría a la hermosura de la fe cristiana encarnada en las poblaciones africanas y sus culturas (también otro tema de reflexión que corresponde que los mismos africanos hagan). Hoy diríamos que aquel sueño de Daniel Comboni se ha hecho realidad, mutatis mutandis.
UN TÉRMINO QUE CAUTIVABA A COMBONI
Cenáculo de apóstoles fue un término que Comboni aplicó a su primer instituto de Verona y que con el paso de los años también aplicó a las fundaciones de Egipto. Ciertamente, es un término que le inspiraba, aunque nunca elaboró el por qué: si bien primero lo aplicó a la obra del Buen Pastor y el seminario de Verona, luego lo extendió a todas las instituciones bajo su responsabilidad:
Los Institutos de los Misioneros y de las Pías Madres de la Nigrizia en Verona
Las Hermanas de San José de la Aparición, en El Cairo, Hartum y El Obeid
La orden Camila (4115-4119)
Cuando menciona los cenáculos lo hacen en relación a los detalles prácticos para cumplir el plan para la regeneración de la Nigrizia”. Es preferible hablar de Nigrizia más que de África porque hoy por hoy su significado sería más amplio y no se limitaría al continente africano, ni a las poblaciones -más o menos- negras del mundo. Más aún cuando también hay que considerar la situación cultural, social y religiosa “nigrizia” de entonces y de ahora. De entre todas las situaciones de sufrimiento del tiempo de Comboni, fuese en la Europa industrial, en las plantaciones americanas, en las minas, o en el mundo rural donde los campesinos seguían sometidos a las aristocracias, el Espíritu de Dios inspiró a Comboni que se preocupase por las poblaciones más abandonadas entre todas ellas. Y el colmo de los sufrimientos lo encontraba en las mujeres y madres esclavas para las que dedicó lo mejor de sus discípulas de modo que les llevasen el consuelo de la salvación y la cercanía de Dios. Nigrizia es palabra mágica: la podemos limitar a la geografía del continente; limitar al color de la piel de la población; limitar a la situación de abandono… todo eso pueden ser “características que la definen” como a la vez “fronteras que delimitan y por lo tanto también acaban apresando al Espíritu”, de ahí la necesidad de continuar analizando su significado para el presente.
El Cenáculo es para Comboni una “proyección” de sus deseos para sus apóstoles, pero es una proyección inspirada por el Espíritu Santo. Es parte de esa forma peculiar que tiene el Espíritu de Dios de transmitir su mensaje. El Espíritu de Dios le inspiró a Jesús su insistencia en el Reino de Dios; inspiró a Comboni “el cenáculo”, aunque como frase no aparezca con frecuencia en sus escritos, tanto como la cruz, el sagrado corazón, el buen pastor. De todos modos, sí da pie para comprender lo que pueden ser las comunidades combonianas que Comboni desearía: unidas al buen pastor, pendientes de lo que ocurre fuera de aquel recinto, porque no se trata de permanecer allá, sino de irradiar y de salir para alumbrar (Mc 4,21).
Como tantas otras inspiraciones del Espíritu Santo de Dios, el enunciado es sólo la punta de iceberg de todo lo que puede significar e implicar. Dado que es un iceberg, aquí no trato de recorrer todo lo que podría implicar, sino sólo algún rasgo que considero importante para nuestra situación de Combonianos hoy.
Se podría decir que Comboni se deja llevar por el “imaginario colectivo” de un cenáculo idílico propio de los cuadros de Da Vinci… pero irreal. Que él quiere recrear las buenas relaciones que tuvo con D. Mazza y que después ya no pudo mantener con aquel instituto porque la misión africana sangraba en demasía aquella pequeña institución que no podía existir sólo para las necesidades que Comboni veía en Nigrizia.
Por una parte, Comboni quería la camaradería de los cuadros de la última cena, o la armoniosa expectación que aparecía en los cuadros de la venida del Espíritu Santo. En el primer caso, los once apóstoles alrededor de Jesús el maestro. En el segundo caso, todos ellos alrededor de María.
Por la otra, no deseaba la excesiva organización de las congregaciones religiosas que miraban por su propia subsistencia primero, o por su propia gloria más que la de la Iglesia. Lo que él llama espíritu frailuno. Antes de acogerse a la protección del Mons. Canossa también había buscado la colaboración de D. Bosco, o de los Franciscanos, que no le habían apoyado porque el plan de Comboni les parecería demasiado utópico. En realidad, lo era, y de hecho nunca se realizó tal y como lo escribió el mes de septiembre de 1864.
Aquel cenáculo, que también es válido para las comunidades combonianas de hoy, presenta a todos los discípulos celebrando un banquete y escuchando al Señor que les instruye por última vez. Y al discípulo amado reclinado sobre el pecho de Jesús, donde reside el corazón del Buen Pastor, ese corazón que palpita por la infeliz Nigrizia, que luego será traspasado para que de su sangre brotase la salvación de la humanidad, y que Comboni quiere canalizar para que también llegue a empapar a las poblaciones más abandonadas y tan sufridas de África.
Son los discípulos que Comboni quería para la misión:
Ellos se forman en esta disposición esencialísima teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente y procurando entender cada vez mejor qué significa un Dios muerto en la Cruz por la salvación de las almas. Y renovando a menudo su total ofrecimiento a Dios, incluidas la salud y la vida, en ciertas circunstancias de mayor (Es. 2892).
Por eso, ese discípulo amado, que sería Comboni mismo, mira a la cruz que le toca cargar, y en la que sabe tendrá que morir -porque ese es el final de la cruz de Cristo, la muerte que va seguida de resurrección, pero sin la certeza de que se vaya a experimentar de inmediato-. Justo en esa certeza de un triunfo final Comboni pronostica “mi obra no morirá” después de mi muerte. Es como si dijera, yo muerto pero mi obra resucita. Y la verdad es que después de la Mahdía, después de la transformación del Instituto en Congregación; después de la división; después de la reunión, etc. después de todas las crisis que sus Institutos han ido pasando, se nota que tiene la resiliencia de la profecía. Cuando Comboni hablaba de los cenáculos fue antes de las muchas cruces que tuvo que llevar; pero nunca contradijo aquel proyecto que él tenía para sus institutos. De hecho, considerando las dificultades que encontró con sus colaboradores, bien pudo identificarse más con aquel cuadro: porque tuvo sus traidores, sus ambiciosos, sus discípulos fieles, sus discípulos comprometidos, sufridos y capaces (especialmente las religiosas). De todos los malentendidos que descubrimos en sus escritos conocemos sobre todo la versión de Comboni, también hay verdad en las otras partes, pero el hecho que Propaganda Fide optara por él para continuar con la misión africana, muestra que había más verdad por su lado.
DINÁMICAS DEL CENÁCULO
¿Qué ocurre en el cenáculo donde está Jesús con sus discípulos que nos sirve a los discípulos de Comboni en estos tiempos de cambio “epocal” y generacional?
Ya se ha dicho, que están al lado del maestro, en actitud de escucha y contemplación. Pero también lo están con segundas intenciones. Los evangelistas muestran cómo hasta el llamado día de la ascensión ellos esperaban que empezase su reinado donde ellos tuvieran privilegios. Es por eso que el lavado de los pies de Jesús descrito por el cuarto evangelio no sería una acción tan suave como Juan la menciona, sino más bien un arrebato de impaciencia del Señor similar a la expulsión de los mercaderes del templo (Lc 19,46). Es como si Jesús se hubiera cansado de la dureza de entendederas de sus discípulos y se viera obligado a mostrarles prácticamente lo que implicaba ser servidor. Cuando los cristianos seguimos a Jesús como Dios encarnado, nuestra cercanía a Él es oración, una oración que no puede ser egoísta, porque entonces nos convertimos en ladrones, o en pastores asalariados. Una oración que, si le quitamos el elemento contemplativo y nos concentramos en los ritos, hacemos de ella escenificaciones rituales. Una oración que, si le quitamos el servicio, la transformamos en momentos de relajación, como si fuera una técnica más de yoga.
Todo eso para decir que el cenáculo al lado de Jesús no es el salón de estar en la casa de mamá, sino la cena apresurada de los Israelitas antes de partir para su liberación y la de aquellos a quienes acompañaban. Cuando se sale de marcha el camino es fatigoso, y es por eso que Comboni continuamente insistía en la preparación ardua que sus misioneros debían recibir.
Aquel grupo de apóstoles de Jesús mostraba el abanico de espiritualidades judías de entonces: zelotas, fariseos, liberales, simpatizantes de Qumran, seguidores del bautista. Un conglomerado de tendencias en parte contradictorias, pero que con Jesús resultaban complementarias. Les unía la espera de la inminente venida del Mesías. Discípulos que Jesús intentaba preparar para enviar cuando él hubiera regresado al Padre.
Algo parecido le pasa a Comboni con todos sus colaboradores. No es que él se compare con el salvador, ni mucho menos, pero a juzgar por lo que le pasó en vida se le parece, puesto que Comboni siempre quiso motivar a sus colaboradores para que dieran lo mejor de sí mismos para el beneficio de la Nigrizia. Y para motivarles prefería resaltar sus virtudes antes que sus defectos, tanto para ellos mismos como para terceros. Era una treta optimista que convencía a los bienhechores y daba ánimo a unos operarios misioneros muy expuestos a situaciones realmente severas y tensas.
Pero Comboni no se pone en el centro de la cohesión de sus equipos, porque el centro lo ocupa el corazón del Buen Pastor, y este traspasado. Así explica las actitudes contemplativas que él espera de sus colaboradores:
[2721] Fomentarán en sí esta disposición esencialísima teniendo siempre los ojos fijos en Jesucristo, amándolo tiernamente y procurando entender cada vez mejor qué significa un Dios muerto en la cruz por la salvación de las almas (Es. 2721)
Si con viva fe contemplan y gustan un misterio de tanto amor, serán felices de ofrecerse a perderlo todo y a morir por El y con El. Al separarse de su familia y del mundo han dado sólo el primer paso: tratarán de ir cada vez más lejos hasta consumar su holocausto, renunciando a todo afecto terreno, habituándose a prescindir de sus comodidades, de sus pequeños intereses, de su opinión y de todo lo que los concierne; pues incluso un tenue hilo que permanezca puede impedir a un alma generosa elevarse hasta Dios. Será por ello continua la práctica de la negación de sí mismos, aun en las pequeñas cosas, y renovarán a menudo el ofrecimiento completo de sí a Dios, incluida la salud y hasta la vida Alto también bastante peculiar pero que pone en peligro la cohesión y la identidad. (Es. 2722)
Entre los discípulos de Jesús los hubo pretenciosos como Pedro, ambiciosos como Santiago y Juan, visionarios como Andrés, pragmáticos como Felipe y Tomás, traidores como Judas. Pero Jesús fue comprensivo con todos ellos. Y así también lo intentaba hacer el mismo Comboni, que buscaba colaboradores que se comprometiesen, aunque no tuvieran muchas capacidades; pero que, con la experiencia de los abandonos, algunos fracasos y algunos problemas, se dio cuenta que tenía que exigirles competencia y dedicación. Sabía que la misión del interior de África eliminaría a muchos; pero él quería evitar precisamente eso, por eso que aumenta las exigencias y pide a sus formadores que hagan buena selección.
La norma principal que se han marcado estos Institutos, aparte de las prescritas para formar el espíritu y cultivar las buenas disposiciones de los alumnos y alumnas, es la de hacer una buena selección de los aspirantes y educarlos en el espíritu de sacrificio, por depender de esto no solamente la feliz puesta en marcha, el florecimiento y la duración de los Institutos, sino además su propio y máximo interés, junto con el interés de los misioneros y misioneras, así como el de las almas y de las misiones que les serán confiadas en la Nigricia. (Es 2885)
En el Insto. de los Misioneros se inculca profundamente, y se trata de imprimir y hacer arraigar bien en el espíritu de los candidatos el verdadero y preciso carácter del misionero de la Nigricia, el cual debe ser una perpetua víctima de sacrificio destinada a trabajar, sudar y morir, acaso sin ver ningún fruto de sus fatigas (2886)
La selección y la preparación son importantes, pero también lo es la constancia en el empeño de continuar mejorando y de nunca abandonar. Para que eso ocurra entre los discípulos de Cristo y de Comboni la oración es la clave, y entre todos los estilos de oración la “adoración del Santísimo” ocupaba un lugar preeminente, y todavía debería serlo en los cenáculos apostólicos porque ahí es más fácil concentrar la atención de la mente y el corazón, y presentar al Señor nuestras preocupaciones en silencio, para que él transforme nuestro pensar y sentir como lo haría al discípulo amado. Porque en la adoración eucarística no tratamos de preparar planes de apostolado, ni reflexiones bíblicas, sino más bien intentamos experimentar a Dios en nuestras vidas, y dejar que sea El quien aparezca en nuestras acciones futuras. En la adoración, las palabras del maestro calan en nuestro corazón y el modo de hacer el Buen Pastor se mete en nuestro ser para que luego actuemos sin darnos cuenta de un modo parecido a como lo haría él. De ese modo, actuando en semejanza a Cristo Buen Pastor todos mostraremos cohesión en cualquier circunstancia.
En todas nuestras comunidades hay capillas reservadas para el Santísimo Sacramento, es ahí donde mejor se siente la experiencia del cenáculo que Comboni intuía. Ahí es más fácil descansar, proponer nuestras inquietudes al Señor de la mies; sentir que todos estamos unidos, que todos nos recostamos a pecho del maestro y le preguntamos “seré yo acaso maestro” porque en humildad reconocemos que nuestra textura no es muy diferente de la de Judas, Pedro o de los demás. En la oración contemplativa no nos distraemos con mucha palabrería y gozamos del maestro que es el anfitrión de nuestra reunión y banquete; tal y como él nos lo dice constantemente “no son ustedes quienes me han elegido, yo los elegí a ustedes” (Jn 15,16).
El hecho que el Señor nos haya elegido, como también eligió a Comboni, no se puede entender con arrogancia, sino como participación en la tarea salvífica de Jesús, y que por lo tanto suele traer consigo dificultades y cruces. De eso Comboni sabe más que muchos: “Tenemos motivos de tribulación, pero también satisfacciones. Mas ¡ay, cuantas cruces! Y yo soy el que más lleva, porque todo gravita sobre mis hombros. ¡Es tan rara en el mundo la caridad!” (Es. 6601)
Es toda una experiencia mística que fundamenta su misión evangelizadora para “anunciar las proezas del Señor”, de tal modo que se es consciente de que está regenerando un nuevo pueblo de acuerdo con los planes de Dios en medio de un mundo hostil.
Este nuevo pueblo se caracteriza por el servicio y por la humildad. Servicio a los necesitados, humildad para no ser impacientes, porque “ el Misionero de la Nigricia debe con frecuencia reflexionar y meditar que él trabaja en una obra de altísimo mérito, sí, pero sumamente ardua y laboriosa, para ser una piedra escondida bajo tierra que quizá nunca saldrá a la luz, y que entra a formar parte de los cimientos de un nuevo y colosal edificio, que sólo los que vengan después verán despuntar del suelo y elevarse poco a poco sobre las ruinas del fetichismo” (2701).
La falta de esa humildad es la que Comboni achaca al espíritu frailuno que veía en congregaciones religiosas y que le asustaba tanto que no lo quería para sus institutos. De ahí, que siempre tiene que ser un criterio de juicio sobre cómo llevamos adelante nuestro servicio misionero.
EL ESPÍRITU FRAILUNO
Es de todos conocido cómo Comboni empezó su instituto como “Colegio de las Misiones para la Nigricia (que era) una reunión de Eclesiásticos y de Hermanos coadjutores, que sin el vínculo de los votos, sin renuncia a los propios bienes, sin profesión obligatoria de reglas especiales, pero siempre bajo la dependencia absoluta de los legítimos Superiores, se dedican a la conversión de África, y especialmente de los pobres negros, que todavía yacen sepultados en las tinieblas y en las sombras de la muerte.” (Es. 2646)
Se sabe que Propaganda Fide de entonces tenía malas experiencias con las congregaciones religiosas y que eso influyó en Comboni para no pensar que fundar una fuera la solución a la hora de implementar su Plan en favor de la Regeneración de la Nigrizia. Su sueño de involucrar a congregaciones religiosas de diversas nacionalidades era admirado, pero a su vez considerado como ilusorio por eso que nadie se comprometía a ayudarle. Al final, el obispo de Verona le ofreció su protección para que empezase su obra bajo su patrocinio como institución diocesana. El texto del primer párrafo del primer capítulo de las Reglas del Instituto de las Misiones para la Nigrizia bajo el subtítulo de Naturaleza y objeto del Instituto equivale a lo que hoy en día decimos “visión y misión”. De lo que Comboni menciona, se podría decir que fue un precursor de los sacerdotes Fidei donum, y por la osadía que mostraba, el talante de todo un profeta.
En aquel entonces las empresas misioneras ad gentes podían tener tres formatos:
Sociedades de vida apostólica
Asociaciones misioneras
Congregaciones religiosas
Comboni pudo embarcarse en la fundación de una congregación religiosa (como había hecho Don Bosco), o una sociedad de vida apostólica como las Hijas de la caridad (como hiciera Vicente de Paul), pero prefirió seguir los pasos la asociaciones e institutos misioneros del siglo XIX, porque estaban en línea con lo que él mismo había experimentado en el suyo propio de Don Mazza. Ese formato le ofrecía un campo de acción más amplio fuera para conseguir personal, como para conseguir medios. Dos aspectos importantes para una empresa tan exigente como la evangelización del continente africano tan calamitoso por las enfermedades, los idiomas, el tribalismo, la trata de esclavos, el islam y después los intereses coloniales. Propaganda Fide estaba de su parte, pero le pedía acciones concretas, organización dentro de la jurisprudencia eclesiástica del momento y una diligencia que Comboni tenía de sobra. Realmente, el Espíritu del Señor encontró en Comboni la persona ideal para emprender tamaña tarea.
Sin embargo, Comboni tuvo que darle un matiz menos clerical a su Instituto para las misiones de África, tal y como aparecen en las reglas de 1871. Instituto a quien aplica el término “cenáculo”, pero que luego especifica que serían tres cenáculos: En Verona, el Instituto de los Misioneros de Nigrizia y el de las Pías Madres de la Nigrizia; en El Cairo, Jartum y El Obeid, la congregación de las Hermanas de S. José de la Aparición; y la orden Camila. De todos modos, el número no es importante, lo que cuenta es la intuición carismática que estamos comentando (ver Es. 4115-19) (puede que el número de cenáculos cambiase según las peculiaridades de los interlocutores de Comboni).
A Comboni le decían que una congregación religiosa ofrecía más garantías de continuidad y seguridades económicas que cualquier otra forma de organización. Pero también le indicaban que los religiosos tienden a centrarse en los intereses de la congregación en vez de trabajar para la gloria de Dios (para mejor explicación sobre este y otros puntos similares ver Comboni en el corazón de África, del P. Fidel Gonzalez pg-326 ss). Tanto era así que hasta los obispos de congregaciones estaban muy influenciados por sus superiores dificultando de ese modo la implantación de las iglesias locales. Razón por la que los institutos y asociaciones misioneras en África han preferido, hasta recientemente, fomentar el clero diocesano por encima del crecimiento de sus propias filas (algo que no ocurrió así en la evangelización de continente americano).
Lo que asustaba a Comboni de las órdenes religiosas y similares era su espíritu frailuno, el improperio que escribía al final de agosto de 1881 en una carta dirigida al P. Sembianti: “
¡Maldito mundo! ¡Y maldito egoísmo frailuno religioso! Todo en el mundo es engaño, mentira, tentación. No hay nada firme y estable, excepto Cristo y su Cruz. (6989)
Si bien ese exabrupto le sale del corazón al final de su vida en medio de las calumnias al respecto de la honestidad y competencias de su administración, cómo a chismes que le han puesto sobre el aprecio personal a la Hna. Virginia, que le hacen pronunciar palabras muy bonitas sobre la verdadera pasión de su vida en favor de Nigrizia, era una espina que llevaba dentro desde el inicio de su obra cuando escribía a Mons. Canossa:
Por lo demás, haga lo que mejor le sugiera el espíritu de Dios, del que está informado un Superior, como es V. E., puesto por El. Origen de todo esto es ese maldito egoísmo religioso y frailuno que impera en casi todas las Órdenes religiosas: «la Orden, y luego Cristo y la Iglesia». Es una dura pero ineluctable verdad, ya conocida desde los tiempos de los Apóstoles, y de la que habla San Pablo... No es gran cosa el bien que se hace, dice el fraile, si no proviene de la Orden. (Es. 2387)
No podemos olvidar esa experiencia negativa sobre la colaboración de las órdenes religiosas sobre todo porque la transformación de su Instituto en congregación fue experimentada por algunos de sus miembros como una traición al fundador. Que, si bien pudo serlo en la forma, no lo fue en el espíritu; pero sigue siendo un reto para todos nosotros que la forma de las estructuras de vida consagrada y eclesiástica ahogue el espíritu misionero que Comboni quería para sus instituciones, que sirven mejor al Espíritu de Dios cuando son maleables y flexibles en vez de rígidas.
Comboni buscaba eclesiásticos, laicos y religiosas dispuestos a dedicarse totalmente hasta la muerte en favor de la obra de la regeneración de Nigrizia. Se trata de una consagración espiritual más que canónica, puesto que la segunda sin la primera tiene poco sentido; pero se puede vivir la primera sin la segunda, tal y como quieren hacer los actuales Laicos Misioneros Combonianos, estén en actividades concretas de evangelización ad gentes, o estén educando a sus hijos y viviendo su fe cristiana como cualquier otro profesional.
Tanto el que estuviera en África -la frontera de la evangelización- como el que se dedicara a la formación de candidatos eran igualmente misioneros contribuyendo a la regeneración de Nigrizia, a la transformación del mundo en el Reino de Dios, porque el ser misionero para Comboni era una constante vital en cualquier lugar donde estuviera, fuera como obispo en Jartum, o como sacerdote recorriendo las capitales europeas cuando era más joven, o como sacerdote intentando involucrar a la Iglesia oficial en beneficio del África negra. Por encima del lugar y de los medios está el interés de las personas abandonadas que necesitan los beneficios de la redención de Cristo, y de la justicia del Reino.
Los seguidores de Comboni asumieron la estructura de Vida religiosa a finales del siglo XIX para ser fieles al espíritu del fundador que los quería con una dedicación total en favor de la nigrizia, y para garantizar la continuidad de la institución. Desde entonces han sido diversas las reformas que tuvieron que ocurrir: fue el cambio en congregación, luego la división (como solución, aunque fuese una traición a la catolicidad que quería Comboni), la reunión, los conceptos de misión y metodología, la apertura a América, luego a Asia, ahora a Europa. Se podría decir que son cambios propios de un ser vivo que sigue creciendo y que necesita adaptarse. Serían cambios de una persona jurídica dirigida por el Espíritu de Dios, del que Jesús mismo dijo que sabes de donde viene, pero no a donde te lleva (Jn 3, 8).
Durante varios de los últimos Capítulos generales se ha venido denunciando el peligro del aburguesamiento y la disminución del celo apostólico. Puede que sean comentarios sujetos a la percepción de quienes los dicen, o que reflejen el alto nivel de búsqueda de excelencia que los Combonianos quieren para sus miembros, siguiendo aquel otro dicho de Comboni que quería misioneros “santos y capaces”.
No es este el lugar para juzgar sobre la objetividad de esas frases, pero sí resulta un dato incuestionable que han disminuido los candidatos a Hermanos consagrados en la congregación, tanto que casi se vaticina su desaparición en nuestras comunidades. Por más que se quiera cambiar el número 12 de la Regla de Vida para que la congregación deje de ser “clerical” no va a cambiar la situación. Sobre todo, considerando que la cantera vocacional de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús hoy está en África, y entre los candidatos africanos no parece ser que haya atractivo a ese tipo de vida misionera consagrada.
Esto no quiere decir que la vocación del Hermano consagrado no sea actual, sino que por la razón que sea su versión de misionero comboniano no está resultando atractiva a las juventudes africanas. A decir del capítulo general 2009, el clericalismo también afecta a los misioneros Combonianos (DC 2009, 49). A eso se añade que tampoco los Laicos Misioneros Combonianos encuentran vocaciones entre las juventudes africanas; que las Hermanas Misioneras Combonianas (las Pías Madres de Nigrizia de las que Comboni estaba tan orgulloso) tampoco están creciendo en los números que serían necesarios.
A la mención de los misioneros Combonianos, las Hermanas misioneras combonianas, y los Laicos misioneros Combonianos hay que añadir las Misioneras Seglares Combonianas, y a una gran legión de bienhechores y bienhechoras que han estado apoyando las instituciones combonianas por muchos años. Es decir, toda una serie de matices de compromiso misionero que estarían comprendidos en aquella primera fundación de Comboni “la obra del Buen Pastor y el Instituto para las Misiones de Nigrizia”, que con el paso de los años se habría clericalizado en demasía, adaptaciones que fueron necesarias para responder a los desafíos de aquellos tiempos. Sin embargo, también podría ser que a mediados del siglo XXI sea más conveniente asumir al estructura de una sociedad apostólica que favoreciese la dedicación de fieles a la misión Ad Gentes siguiendo una variedad de posibilidades de compromiso misionero bajo la inspiración de la santidad y el celo apostólico de San Daniel Comboni para la regeneración de “poblaciones nigrizia” sea cual sea el lugar geográfico donde se encuentren, pero dentro de las posibilidades de un grupo de discípulos de Cristo que no es numeroso, ni dispone de muchos medios económicos. El desarrollo de estas propuestas iría en sintonía con el carácter osado de Comboni y darían a sus institutos un matiz profético que ayudaría a cumplir su sueño de contar con misioneros dedicados totalmente al evangelio y a los pobres en necesidad de Dios, de evangelización, libertad y justicia. De ese modo quedaría demostrado que los cenáculos de apóstoles Combonianos están en salida, de acuerdo a la terminología que utiliza el Papa Francisco.
La presencia de cristianos laicos comprometidos ad vitam (no tanto en lo que el término pueda indicar como duración temporal sino como modalidad de compromiso, sin que el tiempo y el modo resulten contradictorios) ayudará a los clérigos en su consagración religiosa sin caer en el espíritu frailuno que tanto hastiaba a Comboni, o el aburguesamiento que tan mala propaganda hace de las instituciones eclesiásticas católicas. Gracias a Dios, los medios de comunicación no acusan a los misioneros Combonianos de esas dos características, sino que al contrario reciben un merecido reconocimiento, que, si bien es cierto, no lo es tanto como pareciera. Es por eso, que estos años de traspaso del relevo antes mencionado, son delicados.
Un elemento importante en la misión Ad Gentes del siglo XIX y XX ha sido su dimensión liberadora y de promoción humana. Desde los tiempos de Comboni esas dimensiones han implicado gastos económicos a los que la Providencia divina no daba la espalda. Hay muchas citas al respecto en Comboni, y esa confianza en Dios fue también prueba de su santidad, baste un ejemplo:
Es verdad que son enormes los gastos necesarios para las construcciones, para las dos Congregaciones religiosas introducidas, para los viajes, para el mantenimiento de los misioneros, para los transportes, etc.; pero la divina Providencia siempre socorre en las necesidades, por lo cual ninguna deuda pesa sobre el Vicariato. Las principales fuentes de mantenimiento del mismo tanto en sus principios como en sus rápidos progresos, y que lo mantendrán en el futuro, no son tanto los bienes propios de cada Instituto y las generosas limosnas de mis bienhechores privados como las ordinarias contribuciones de las Sociedades benefactoras de Colonia (4113).
La última década ha significado para la congregación de los misioneros Combonianos la afirmación estable del Fondo Común Total, que sería una puesta al día del “compartir económico y personal tan frecuentemente mencionado en la Regla de Vida 1988. El capítulo general de 2003 lo menciona (DC 2003 102); al igual que el de 2009 (DC 2009 150), y el último DC 2015 48.5, del que cito las guías de implementación:
Al paso, decidido en el 2009, de extender el Fondo Común Total (FCT) a todas las circunscripciones, siguió la conciencia de que “es necesario crecer desde una perspectiva de compartir provincial a la solidaridad con todo el Instituto” (DC 75).
El segundo tema enfocado por el Capítulo es el de la sostenibilidad. No seguramente porque la Providencia haya cesado de acompañar nuestro trabajo, sino por sentido de responsabilidad en la administración de los recursos. Ha motivado la reflexión sobre la sostenibilidad la conciencia del deber de promover la responsabilidad eclesial (DC 78).
El Capítulo dice que la auto-sustentación puede ser alcanzada a través iniciativas que, además de los compromisos pastorales y de animación, puedan ser generadoras de recursos; al mismo tiempo pone en alerta sobre el riesgo del espíritu mundano y especulativo y sobre la necesidad de una estricta disciplina administrativa plenamente transparente (DC 79).
El Fondo común total va de la mano de un estilo de vida sencillo y conductas sobrias en lo que respecta al uso de bienes materiales que corresponde compartir con los más pobres (DC 2009 153, 154), tal y como el voto de pobreza de la vida consagrada quiere cumplir.
En los tiempos de Comboni la Obra del Buen Pastor se preocupaba de todos los gastos de los misioneros, como se ha insinuado anteriormente al mencionar a la Providencia divina. La práctica de las intenciones eucarísticas y los bienhechores personales ayudaba; pero eso ya no está ocurriendo hoy en día debido a la descristianización de Europa y a los cambios de dirección de la solidaridad que ahora encuentra otros cauces en las ong’s y en los fondos solidarios de los estados que se distribuyen según intereses políticos. Las provincias africanas viven con cierta angustia la escasez de medios económicos propios mientras que las provincias de la vieja cristiandad no aportarán el apoyo económico que solían hacerlo en la segunda mitad del siglo pasado… y sin embargo los gastos siguen creciendo.
Es cierto que los católicos africanos se esfuerzan en llegar a mantener a la iglesia local, pero falta la mentalidad misionera ad gentes, o los institutos misioneros todavía no saben cómo motivar la generosidad de los católicos hacia la actividad evangelizadora de la Iglesia, que también les concierne a ellos. Se hacen muy buenas campañas de propuesta vocacional, las personas son la riqueza y fuerza que más importa, pero no tanto campañas de animación misionera para conseguir fondos con qué mantener a los estudiantes, o los gastos de envío de los misioneros.
A esa reducción de ingresos hay que añadir que las implicaciones prácticas del voto de pobreza no quedan tan claras a las nuevas generaciones. Esto no es por falta de explicaciones, pero la presión materialista y consumista del mundo globalizado al que tienen acceso los jóvenes en formación ejerce una fuerte influencia. Comboni pedía a sus misioneros vivir en frugalidad; las condiciones de vida y de transporte de finales de siglo XIX forzaban un tipo de vida del que un misionero no quería escapar porque lo había aceptado dentro de una espiritualidad de abnegación y martirio, como nos muestran dos citas de sus cartas escritas en 1879:
Le agradezco infinitamente su preciada carta del 16 de enero último. Las cruces y las grandes tribulaciones son la marca de las obras de Dios. Muchos lo dicen de boquilla y lo predican desde el púlpito; pero, llegadas las cruces, pierden el ánimo, quedan desolados y flaquean. El misionero y la Hermana de África Central deben ser carne de cañón, gente destinada a padecer grandemente por Jesucristo; y tienen que ser así, porque de lo contrario no serían apóstoles, sino que resultarían allí unos flojos y unos ineptos. Querría que se inculcase esto en nuestros Institutos Africanos de Verona, y no estaré satisfecho hasta conseguir que salgan de allí con tal espíritu. Y se conseguirá con la gracia de Dios (Es.5683).
El Sagrado Corazón de Jesús palpitó también por los pueblos negros de África Central y Jesucristo murió igualmente por los africanos. También acogerá Jesucristo, el Buen Pastor, a África Central dentro de su redil. Y el misionero apostólico no puede recorrer sino la vía de la Cruz del divino Maestro, sembrada de espinas y de fatigas de todo género: «Non pervenitur ad magna praemia nisi per magnos labores». Por tanto, el verdadero apóstol no debe tener miedo de ninguna dificultad, ni siquiera de la muerte. La cruz y el martirio son su triunfo (Es 5647)
El mundo de hoy no admira el sacrificio y no queda tan claro qué significa sencillez de vida para las nuevas generaciones, si es que alguna vez lo fue. Pero sí se domina la dialéctica que incluye la opción preferencial por los pobres.
Las provincias combonianas son unidades administrativas donde mostrar la solidaridad; pero las comunidades son los “cenáculos de apóstoles” donde vivir la fraternidad. Para que eso sea posible se necesita convicción y empeño ordenado. Hoy en día es fácil adquirir conocimientos gracias a la comunicación digital; pero para que sean medios formativos de la persona, y de evangelización se necesita que a nivel comunitario haya más comunicación de los propios planes de vida y de las vivencias espirituales que fundamentan la vocación del misionero cercano al corazón traspasado de Cristo Buen Pastor. Ese corazón que transforma el del amigo, que se reclina sobre él, en un corazón con la sensibilidad propia del Buen Pastor y que le hace sentir como a Comboni:
Quiero hacer causa común con cada uno de vosotros, y el día más feliz de mi existencia será aquel en que por vosotros pueda dar la vida. No ignoro la gravedad del peso que me echo encima, ya que como pastor, maestro y médico de vuestras almas tendré que velar por vosotros, instruiros y corregiros; defender a los oprimidos sin dañar a los opresores, reprobar el error sin censurar al que yerra, condenar el escándalo y el pecado sin dejar de compadecer a los pecadores, buscar a los descarriados sin alentar el vicio: en una palabra, ser a la vez padre y juez. (Es. 3159).
De modo que se convierte en “el hermano compasivo (empático, solidario, caritativo) de los pobres que necesitan del Reino de Dios. Y de la mano de Jesús hace de puente para agarrarles y decirles “levántate y anda”, “vete en paz”, “tus pecados han sido perdonados”, “tu dignidad ha sido restaurada y mejorada como hijo/a de Dios”. El amigo que ha experimentado eso mismo y que sabe que su valor no son las posesiones, los títulos, las apariencias, los conocimientos, etc.
Los discípulos que viven en cenáculos de apóstoles alrededor del maestro comparten las inquietudes, las dificultades, las alegrías y las penas que encuentran en su vida apostólica y consagrada. Sin embargo, resulta curioso cómo a hermanos que hacen votos públicos de pobreza, castidad y obediencia tiendan a mantener en la esfera de la privacidad cómo viven esos votos, aunque sí estén dispuestos a dar explicación pública, a modo de testimonio, a quienes les piden una entrevista. Compartir esos temas en la comunidad y en la oración refuerzan los lazos de unión y fortalecen las defensas contra las influencias externas, que en otro tiempo se llamaban tentaciones, y que acechan constantemente la fidelidad a los votos de la vida consagrada, porque el mundo sensual de hoy no puede comprender el valor de esos votos emitidos por el Reino.
El capítulo general de 2015 reta a los Combonianos a recuperar o descubrir la comunidad local como el cenáculo donde haya relaciones profundas de amistad hechas posibles por la relación común con el Señor que les ha puesto juntos, porque son los afectos hacia Dios los que hacen posible la sintonía en las relaciones interpersonales. Las comunidades no son meros equipos de trabajo, la actividad misionera acaba desgastando los lazos de unión y saltan cuando hay tensión; pero cuando están humedecidos por la gracia de Dios resisten cualquier dificultad:
Sentimos la necesidad de recuperar el sentido de pertenencia, la alegría y la belleza de ser “cenáculo de apóstoles”, comunidad de relaciones profundamente humanas. Estamos llamados a valorar, ante todo, la interculturalidad, la hospitalidad y la “convivencia de las diferencias”, convencidos de que el mundo tiene una necesidad inmensa de este testimonio. (DC 2015, 33)
CENACULOS AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION
Un misionero que tenía tanto recelo del espíritu frailuno de las ordenes no podía concebir los cenáculos como refugios donde cobijarse, residencias donde concentrarse al estilo de los Benedictinos en la oración, el trabajo, el estudio y la alabanza. En sus cenáculos, como ya se ha dicho, la posición de los comensales es la de los Israelitas la noche de Pascua: están en posición de salida. O como la de Jesús mismo en el relato de Juan: están en la acción de servicio. Por eso el Espíritu de Dios le inspiró verbos dinámicos en la famosa cita: enviar, resplandecer, proceder, salir:
Este Instituto se vuelve por ello como un pequeño Cenáculo de Apóstoles para África, un punto luminoso que envía hasta el centro de la Nigricia tantos rayos como solícitos y virtuosos Misioneros salen de su seno. Y estos rayos, que juntos resplandecen y calientan, necesariamente revelan la naturaleza del Centro del que proceden (Es.2648).
Es importante reconocer que los cenáculos de Comboni son puestos de avanzadilla, no residencias permanentes. A veces, da la impresión que hay misioneros Combonianos que se apoltronan. No es este el lugar de hacer cálculos, pero sí de aclarar las actitudes. En el pasado se criticó el activismo e individualismo porque daba la impresión que a esos misioneros Combonianos les faltaba “espiritualidad”. Tanto es así, que algunos pastores evangélicos decían: “Si usted quiere asistencia para la educación, salud o desarrollo vaya a la Iglesia católica; pero si busca la Palabra de Dios, venga a escucharla en mi iglesia.” Corregir el activismo no quiere decir pasar a la “comodidad”. Corregir el individualismo no quiere decir pasar “al gregarismo”.
Todo ser vivo al crecer adquiere deformaciones, por lo tanto, esos errores son señal de que hay vida; pero de no corregir esas imperfecciones se acaba aceptándolas como la normalidad. Es el viejo adagio: Quien no se propone hacer lo que dice, termina justificando lo que hace.
El capítulo general de 2003 puso pautas para poner en orden los desvaríos apostólicos gracias al discernimiento comunitario, que de por sí también está en la Regla de Vida número 33 y 102:
La comunidad es el lugar donde se realiza el discernimiento, la elección, la ejecución y la evaluación del trabajo y del servicio misionero. Todo esto favorece la continuidad de la obra apostólica y ayuda a afrontar los problemas causados por la rotación, las enfermedades y otros imprevistos. Comboni ha sido el primero que ha querido que la misión fuese llevada a cabo como cenáculo de apóstoles (E 2648), en el que personas diversas estuvieran asociadas por un proyecto común (DC 2003, 85).
La calidad de vida comunitaria se mide en las relaciones interpersonales, en la relación con el Señor (oración) y en el compromiso apostólico. La regla de vida presenta las pautas a seguir para garantizar una vida comunitaria sana y saludable. Entre los criterios aparecen: el número de miembros de la comunidad (RV 40.1), las comunidades apostólicas (RV 68), provisionalidad (RV 71), cooperación (RV 65), ministerialidad (RV 64), solidaridad (RV 60), testimonio (RV 58) y una evangelización que anuncie y libere en diálogo y respeto (RV 59, 61, 57, 67).
El capítulo de 2009 se le podría llamar el capítulo de la “consistencia” (DC. 2009 7.4; 8.2, 8.5; 77; 127.1), palabra que se aplica a: 1. Ser consecuente individualmente con las opciones vocacionales; 2. Disponer de miembros en las circunscripciones en número suficiente para garantizar buen ministerio apostólico y continuidad. En lo que respecta al número uno, hay poco que objetar. No obstante, sobre el número dos ha habido diferentes interpretaciones y aplicaciones: quien lo interpreta para la circunscripción, y quien lo proyecta a las comunidades locales. Es en este último punto donde hay que prestar atención para ser consecuentes con la visión que Comboni tenía para sus cenáculos de apóstoles. Porque el número de miembros en una comunidad no es garantía de mejor servicio apostólico, al contrario, también puede resultar en una “conventualización” de las comunidades locales combonianas, lo que equivaldría a una “frailunización” -utilizando la terminología de Comboni-.
Para ofrecer un servicio misionero consistente se pretende aumentar el número de miembros de una comunidad por encima del mínimo establecido en la Regla de Vida de tres. Esto es una alternativa necesaria allá donde hay trabajo, y allá donde los hermanos ancianos no pueden garantizar un ministerio constante. Pero a su vez puede resultar en trampa, porque al no estar bajo presión es fácil relajarse en los ministerios, encerrarse en el mundo privado de cada persona a través de la ventana digital que se tiene a la mano en los celulares y computadoras, o distraerse en otras actividades que no son parte de la actividad evangelizadora. Igualmente, como no hay se existe la necesidad inmediata de nuestra presencia, puesto que algún otro lo puede hacer, es fácil entretenerse en vacaciones prolongadas sin considerar la situación de la gente que brega para sobrevivir cada día, las poblaciones pobres con las que los misioneros conviven. Son situaciones que ocurren, por eso que las menciono.
Un laico que había sido seminarista en Uganda me comentaba que no comprendía porqué los Combonianos teníamos que vivir en comunidades de tres o cuatro personas, cuando los Kiltigan Fathers (una sociedad misionera de sacerdotes irlandeses) vivían en solitario, de ese modo podían llegar a más sitios. La explicación que los religiosos dan: continuidad, compañía, testimonio, le pareció convincente; pero tampoco tanto dado la necesidad que él veía de que se llegara a más lugares. Esta anécdota muestra cómo también el testimonio de la vida comunitaria tiene que ser proporcional a las fuerzas de que se dispone y a las exigencias de la misión.
Los cenáculos de Comboni no se componen sólo de religiosos. Si hay que considerar el número para dar consistencia a la presencia misionera, no se puede olvidar que ahí están las comunidades apostólicas mencionadas en la Regla de Vida. Resulta un poco ciego no tenerlas en cuenta a la hora de considerar medios apropiados para la salud personal y espiritual de los Combonianos, y pensar que solo lo que ocurre en la comunidad de varones hay que considerar como “cenáculo de apóstoles”. La inspiración de Comboni era lo que hoy se llamaría “cenáculos de agentes de pastoral”, donde alrededor del maestro Jesús, el Buen Pastor, se sitúan diferentes comunidades concéntricas. Para los misioneros Combonianos el primer círculo es la comunidad local, el segundo la comunidad apostólica, el tercero la comunidad de agentes de pastoral, y así sucesivamente. Para los LMC, en centro permanece el maestro Jesús, el siguiente círculo la familia, el siguiente la comunidad, etc. Y algo parecido se puede aplicar a las Hermanas misioneras combonianas.
La visión de que todos los agentes de pastoral forman parte de los cenáculos apostólicos Combonianos está en línea con lo que hoy en día se llama “ministerialidad y sinodalidad”. Se trata de aceptar que hay simbiosis entre ellos y que el Espíritu de Dios actúa en todos ellos por lo que corresponde escuchar a cada cual en su posición y servicio. Es decir, una madre de familia comenta al párroco cómo debe hacer para hablar a los niños pequeños en sus homilías. Un sacerdote puede explicar a un padre de familia qué parte de la fe tiene que enseñar a sus hijos según la edad y condiciones. Un médico profesional que es misionero aconseja a las religiosas sobre prevenciones sanitarias, etc. Todos se enriquecen espiritualmente en sus comentarios de las escrituras y en el compartir de sus experiencias apostólicas, profesionales, familiares, de oración y de servicio.
No solo se trata de compartir como quien escucha una tertulia radiofónica, sino de un convivir propositivo en el que las opiniones cuentan a la hora de tomar decisiones, y donde cada cual asume la responsabilidad de decidir en su campo de competencia, respetando el principio de subsidiaridad y de especialidad. Porque un médico puede comentar sobre la salud mental, pero le corresponde al sacerdote decidir en lo que respecta la salud espiritual. Una religiosa puede comentar sobre relaciones conyugales, pero les toca a los matrimonios tomar las decisiones. Y así sucesivamente. Sin aceptar con humildad las limitaciones de las competencias profesionales y de la sabiduría adquirida por la experiencia es fácil repetir los errores ancestrales que aparecieron con Galileo Galilei. Ahora nos reímos de aquello, pero algo parecido puede ocurrir hoy si en los cenáculos apostólicos y en la organización de las misiones combonianas no se empodera a los expertos a que tomen decisiones.
Las propuestas organizativas para las parroquias y diócesis a partir del Código de Derecho Canónico de 1983 representaban un avance en la ministerialidad de acuerdo a los criterios que aparecen en el Nuevo Testamento (1Cor 12; 14; Rom 12,6; Ef 5,6ss: 1Ped 4,10s). Criterios que se intentan poner en práctica en los Planes de pastoral de los compromisos Combonianos y sus comunidades. Sin embargo, es de conocimiento público que las reformas pastorales del Vaticano II tuvieron un receso a finales del siglo pasado y principio del presente, tanto es así que ha cierta confusión sobre cómo debe de ser la organización de las misiones para que los procesos iniciados por los Combonianos no se detengan al pasar las parroquias al clero diocesano, o para que haya continuidad a la hora de cambiar el personal comboniano en las comunidades. La desazón que se siente en la ordenación de las instituciones eclesiales también afecta a las nuevas generaciones de Combonianos puesto que son hijos de sus tiempos, y puede darse el caso que se haya perdido la sensibilidad del Vaticano II; sensibilidad que es muy necesaria para una evangelización dialogante y abierta, sin que resulte claudicante a los contravalores del Reino de Dios, que también amenazan la labor evangelizadora, sea fuera de la iglesia católica como dentro; sea fuera o dentro de los cenáculos apostólicos Combonianos. Esta realidad es muy desafiante a la hora de evangelizar las poblaciones con alta educación formal en cualquier parte del mundo, más aún en la Europa descristianizada. Y también a la hora de utilizar las redes sociales y los medios de comunicación de masas, que representan parte de los nuevos areópagos preconizados en los documentos Combonianos de los últimos cuarenta años.
Los cenáculos de Comboni tenían que ser católicos, lo que hoy se llamaría “interculturales” todo un testimonio de entendimiento que muestra la realidad del Reino de Dios. En las comunidades hay variedad en la identidad cultural y étnica, la edad, la mentalidad. Hay mayorías y minorías. Como son grupos humanos están sometidos al tira y afloja de ese tira y afloja que siempre se da en semejante variedad. Hace cuarenta años las minorías combonianas eran africanas, dentro de poco serán mayoría. Vivir en comunidades interculturales se convertirá en un llamado especial puesto que implica la posibilidad de ser minoría, de tener que someter mis gustos a los de otros. Eso representa un ejemplo más de lo que significa “kenosis”, poner a un lado los privilegios de estar en mi mundo conocido y donde yo soy quien regula las decisiones, para dejar que sean otros quienes decidan.
Por eso que ya desde el inicio de la Obra del Buen Pastor y el Seminario de Misiones Africanas el 1 de junio de 1967 escuchamos a Comboni en la boca de Mons. Canossa, de quien su obra dependía jurídicamente:
“Creemos que sea totalmente necesario que Europa, más aún todo el mundo católico, preste aquellas ayudas que se exigen para fundar y mantener casas misioneras para la regeneración de África. Y en ellas formar hombres y mujeres que salgan como de un nuevo Cenáculo los que lleguen a las tierras africanas para poder así emprender la evangelización con el método de salvar África con África” (Decreto Sane Magno Perfundimur Gaudio).
Es una frase menos efusiva que la clásica, pero que presenta el sentir que el Espíritu divino inspiraba a Comboni: cooperación de las iglesias, catolicidad entre los miembros, regeneración como ministerio, comunidades como cenáculos, y protagonismo de los mismos receptores. En 1867 sería la solución más realista en la que pudiese pensar; pero también lo era idealista al querer coordinar iglesias, congregaciones religiosas, laicos, africanos, etc. tal y como la historia luego demostró. No obstante, como las obras de Dios son milagrosas el hecho que la obra iniciada por Comboni continúa a pesar de las tormentas muestra que realmente estaba y está inspirada por el Espíritu Santo. Cuando Comboni escribe lo hace con el corazón en la mano, por eso que a los pocos días de aquel inicio él mismo escribía “Tengo el placer de anunciar que Mons. Canossa ha abierto en Verona un seminario para nuestras queridas misiones africanas, que en tiempos mejores tomará el nombre de Instituto del Buen Pastor para la Regeneración de África; como también ha abierto un instituto femenino para formar buenas misioneras” (Es. 1416).
El celo apostólico mencionado parte de una experiencia profunda de comunión y pertenencia al Señor, entonces “todas las privaciones, los sacrificios continuos, las pruebas más duras se convierten para su corazón en una especie de paraíso en la tierra y la muerte misma y el martirio más cruel se convierten en el más querido y deseado galardón de sus sacrificios
[2891] Movido por la pura visión de su Dios, tiene en todas estas circunstancias con qué sostenerse y alimentar abundantemente su corazón, ya le corresponda en un tiempo próximo o lejano, con mano ajena o con la propia, recoger el fruto de sus sudores y de su apostolado. Y teniendo de esta manera confortado el corazón de puro amor a Dios, y contemplando con la mirada iluminada por la fe lo sumamente beneficiosa, grande y sublime que es la Obra eminentemente apostólica por la que él se sacrifica, todas las privaciones, las fatigas continuas y los más duros trabajos se vuelven en su espíritu un paraíso en la tierra, y la muerte misma y el más doloroso martirio son el más valioso y deseado galardón a su sacrificio. Así pues, el pensamiento perpetuamente dirigido al gran fin de su vocación genera necesariamente en los alumnos del Insto. el verdadero espíritu de sacrificio.
El espíritu de sacrificio es necesario para vivir con autenticidad la consagración misionera de acuerdo a las expectativas de Comboni. No se trata de buscar privaciones, pero tampoco de escapar de ellas. No por una abnegación austera sino por amor a Cristo y a sus ovejas y para compartir sus condiciones y comprender su mentalidad y sentir. Cuando los misioneros y sacerdotes viven protegidos en sus residencias no pueden conocer los sufrimientos de la gente. La conversión de Siddhartha solo se produjo cuando el joven príncipe llegó a conocer y experimentar el sufrimiento de sus súbditos, de ahí empezó su camino de transformación en el Buda. El apóstol que solo trabaja en la oficina, o se concentra en demasía en liturgias no puede responder a la sensibilidad del pueblo y salir al encuentro de sus necesidades, sean física o espirituales.
Una vez más aparece el verbo “salir”: de las seguridades de la propia identidad cultural, de la rutina diaria, de la comodidad corporal, e incluso de la propia experiencia de Dios. De hecho, el diálogo interreligioso sincero necesita una actitud libre de búsqueda, y la humildad de recibir. Es todo un modo de ser que se cultiva desde la formación inicial, nunca termina ni se abandona. Es parte del “compartir”, puesto que el misionero comparte su experiencia de fe, sus conocimientos, sus posesiones. Compartir no es lo mismo que “repartir”, implica dar y recibir. Para recibir con dignidad hay que apreciar. Para apreciar hay que sentir necesidad. En verdad, todos necesitamos, solo el necio piensa que puede ser autosuficiente. Y el materialista piensa que las cosas bastan para satisfacerle.
Para compartir hay que ser desprendido. El que comparte es generoso, independientemente de la cantidad que se reparta. El pobre que no comparte es tan tacaño como el rico avaricioso y egocéntrico. Por desgracia, las instituciones tienden a ser egocéntricas para poder sobrevivir. Solo Dios Trino es siempre y no se desgasta en su auto-donación. Por eso la Buena Noticia del Reino parte de la misión y de vida interior de la Trinidad.
Cuando Comboni proclama: “quiero hacer causa común con cada uno de vosotros, y el día más feliz de mi existencia será aquel en que por vosotros pueda dar la vida!” (Es.3159); sólo está llevando a plenitud el sentir de Dios Trino encarnado en la persona de Cristo el Buen Pastor que se desangra en la cruz para que todos, y en especial “la nigrizia” recuperen la vida. Comboni en su generosidad se desprende hasta de su “plan de regeneración” tal y como lo había concebido al principio para conseguir aglutinar a más y más fuerzas para África. Y cuando finalmente muere en el corazón de África, se convierte en mártir a causa del Evangelio, y en un martirizado por las condiciones inhumanas de la “infeliz nigrizia”.
En las cartas de Comboni, llama la atención lo exigente que era Comboni con los candidatos, mejor dicho, “lo exigente que se volvió” porque al inicio no lo era tanto y buscaba la cantidad antes que la calidad (Es.2337; 2894). Después de todo, según su propia experiencia, no se duraba mucho tiempo en la dura misión africana. Sin embargo, comprendió que para no causar mayores males a la misión había que hacer buena selección y exigente preparación, que es lo que le pedía a su formador P. Sembianti.
Esa alta exigencia era obligatoria por las condiciones climáticas, de salud, la presión social y política, la incomunicación (había que saber idiomas), la soledad. Comboni sobrepasó todo eso gracias a sus capacidades intelectuales y humanas, junto con su propia santidad. De las primeras podía ser consciente, de la última no tanto… la humildad es una característica de los santos.
Los escritos de Comboni nos muestran cuanto le costó crecer en santidad; en ellos se descubre su humanidad, eso hace que sea un modelo asequible a cualquiera. Su celo misionero y su santidad debe atraer a los apóstoles de sus cenáculos. Para descubrir el tipo de atractivo que el fundador provoca en sus seguidores basta con imaginar la fotografía que más les atrae: la de joven remangado (el que escribía, el que remendaba y estudiaba), la de hombre maduro con su turbante (el que cabalgaba a lomos de camello y sobre ellos rezaba e investigaba), la del obispo con su solideo (el que alternaba con la alta sociedad europea para conseguir fondos para sus institutos). La imagen que venga a la mente revelará el modelo de misionero comboniano del futuro.
El hecho que la tecnología y la medicina haya mejorado nuestro estilo de vida en todo el mundo, y en especial a los que tienen medios económicos para pagar la tecnología, la medicina, los estudios, no quiere decir que el compromiso misionero tenga que ser menos exigente. De ahí, que los consejos de Comboni al P. Sembianti siguen siendo igualmente válidos. En aquel entonces, los nuevos misioneros que salían de los cenáculos como “rayos solícitos y virtuosos” eran puestos a prueba de inmediato en el duro campo de la misión africana, mientras que hoy en día esa exposición a situaciones extremas es mucho más reducida. Por más que los noviciados quieran escenificar situaciones exigentes, no dejan de ser un fingimiento muy loable, que no obtiene los resultados que Comboni hubiera querido para sus misioneros de frontera y que en este momento crucial del Instituto conviene poner en orden. Puede ser que los misioneros Combonianos no tendrán que estar sometidos a situaciones físicamente extremas -que algunos autores comparan a las que soportan el cuerpo de marines de USA- pero mientras existan en el mundo poblaciones empobrecidas, que sufren la miseria en sus carnes, los misioneros de Comboni no pueden refugiarse en sus residencias y comunidades a gozar de privilegios que no les pertenecen y olvidarse de los hijos de Dios que necesitan ser regenerados por el Evangelio, incluso cuando estos hijos no vivan en condiciones materialmente desfavorables; pero igualmente dolorosas.
A Comboni no le entusiasmaban mucho las estructuras, él tenía una visión apostólica bastante de acuerdo con el modelo paulino, como quien siembra y deja que la semilla crezca por su cuenta. Debido a las condiciones climatológicas de entonces no es que tuviera espacio para muchas otras posibilidades. Es decir, que las posibilidades reales influyen en la concepción de misión que tenemos. Pasaba noches interminables escribiendo y rezando porque la luz del día la reservaba para buscar a sus ovejas, para estar con la gente y para alentar a sus misioneros y misioneras. Los discípulos de Comboni no pueden olvidar este detalle, porque independientemente que tengan que concentrarse en labores burocráticas, de oficina, o meterse en las redes digitales, no pueden dejar a un lado el contacto directo con la gente para asimilar su sensibilidad y de ese modo presentarles un evangelio encarnado que lo puedan comprender.
Ese es el modelo de consagración religiosa que el Espíritu de Dios ha entregado a los Combonianos: consagrados al mayor bien de los pobres, empobrecidos y sufridos de su “nigrizia”. Como ya se ha dicho, una consagración que surge espontánea de la comunicación que los misioneros tienen con el corazón traspasado del Buen pastor. Por lo tanto, la calidad de entrega que muestran en su ministerio, es prueba de la calidad de su oración (sea litúrgica, comunitaria o personal). Las nuevas generaciones de Combonianos tienen un sano celo apostólico, -a algunos pocos les falta-. La institución necesita encontrar mecanismos para vigorizar a los débiles, de modo que continúe siendo una institución que “marcha a ejercer su apostolado entre los abandonados” (4115) y que todos sientan el orgullo de ser seleccionados y enviados a “resplandecer y calentar” a los pobres de Dios que más lo necesitan. Ese es el auténtico orgullo misionero comboniano, y suele implicar dejar a un lado la mentalidad y el hacer tan propio de la pastoral parroquial de comunidades cristianas establecidas. Es decir, quien tenga como modelo de apostolado el cura diocesano no puede ser comboniano, el carisma es distinto.
La institucionalización de los carismas trae burocratización en el modo de organizarse y sedentarización entre los que ejercen los ministerios de autoridad. San Daniel Comboni nos muestra que no tiene por qué ser así, y que es posible establecer su obra de modo dinámico y con estructuras sencillas en las que cada cual también ofrezca su servicio evangelizador directamente al pueblo de Dios.
Desde que las computadoras empezaron a ser parte del mobiliario de las oficinas los bancos redujeron su personal burocrático para ser más competitivos y conseguir más ganancias. Esos instrumentos han pasado a ayudar en las administraciones de toda institución y también de los Combonianos, pero a diferencia de la banca no han representado una reducción de la burocracia. Desde que los celulares están en los bolsillos, las oficinas se llevan en una cartera, y los viajes de negocios son menos necesarios. Pero la organización de los misioneros Combonianos no ha cambiado a pesar de utilizar esos medios. Solo recientemente se ha visto que es posible hacer reuniones virtuales, y que las visitas de los superiores a las comunidades y provincias no es que aporten grandes soluciones a las problemáticas que allá ocurren. Es por eso que el plan de reducir las circunscripciones parece un buen camino a seguir para liberar más personal para la misión directa. Sin embargo, la solución principal pasa por la reducción del aparato burocrático de la congregación, y del modo de funcionar. Cuando se consiga eso habrá menos reuniones y viajes, y los superiores mayores también harán su apostolado directo como hicieron las generaciones antes de los años setenta en Sudáfrica, Sudán y Uganda.
Hay que salir al encuentro del pueblo de Dios más que a las reuniones programáticas que tienen escasas repercusión en la labor apostólico. Por otra parte, es encomiable la labor de los Combonianos que día a día “salen” de sus residencias para visitar a las familias y las capillas. O los que dejan la misión para pasar unos días de “safari apostólico” por los poblados. Un padre mayor comentaba sobre sus compañeros más jóvenes en la comunidad de Chorrillos: “A estos un terremoto no los va a encontrar bajo los muros y los techos de esta casa.” Esos dos padrecitos utilizan las redes sociales para compartir sus reflexiones teológicas desde mucho antes de la pandemia de covid 19; pero no se contentaban con eso y salían a visitar a los enfermos, a los jóvenes, a las capillas porque pocas veces llega la lectura al corazón del que escucha tanto como la voz, la presencia, la caricia amistosa, la mirada empática del misionero que consuela, o del que anima la alegría de una celebración. Es por eso que la práctica de los safaris misioneros, de las marchas por senderos, de las caminatas por las calles, no pueden desaparecer en la metodología comboniana. Comboni navegó, cabalgó, caminó. Los que le siguieron añadieron la bicicleta, luego la moto, después el land rover y los aviones… todo eso para llegar antes y permanecer allí. Los carros son para salir con rapidez, manejando con cautela, no para volver pronto, ni para divagar fuera de rumbo.
Gracias al crecimiento en número y en calidad de comunidades cristianas en África nos podemos olvidar de la experiencia sufrida de Comboni, sobre todo entre las poblaciones islamizadas que él quiso eludir para llegar al corazón de África. Viendo esas poblaciones y sus reacciones, así como el tipo de asimilación de la fe de las poblaciones cristianizadas, incluso en Malbes, tuvo que aceptar que la labor misionera exige una actitud de siembra paciente y delicada, que pide que los misioneros sean conscientes que les puede tocar ser “piedras escondidas bajo tierra” … es decir que no recibirán reconocimiento público de la labor que están haciendo en la regeneración de las situaciones de nigrizia. Algo que se cumple con bastante fidelidad en el apostolado entre las poblaciones musulmanas de África, o China, o incluso en la Europa de hoy que necesita ser evangelizada, pero que no lo será al estilo de otras evangelizaciones anteriores en ese continente o en otros. Es aquí donde el ministerio de los laicos, que son sal en la sociedad, es tan importante. Laicos misioneros que evangelizan al estilo de la Institución Teresianas de Padre Poveda, más que al modo del Instituto de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, antes mencionado.
Otra circunstancia, que viene a pelo para comprender los nuevos tiempos, es justamente las limitaciones económicas de los cenáculos Combonianos. Porque justo ese punto era lo que hacía que la Congregación para la Propagación de la Fe, tuviera pies de plomo con todo el ímpetu de Comboni mientras no tuviera cubiertas las espaldas con ingresos de donativos. Para conseguir, él se apoyó en sociedades misioneras muy filantrópicas (como la de Colonia), en bienhechores y amigos personales, y en gobiernos europeos -que no eran tan filantrópicos, como tampoco suelen serlo las raciones que se reciben de departamentos oficiales, incluso cuando sean resultado del 0,7% de los presupuestos que algunos gobiernos occidentales dicen que quieren dedicar a los países en vías de desarrollo). A raíz de la insistencia de Comboni el cardenal Barnabó le autorizó allá por 1870 que la asociación del Buen Pastor para conseguir fondos para los planes de Comboni, y que en 1900 se convirtió en la Obra del Redentor. Este sistema de recaudación de ayuda económicas para las misiones gracias a las oraciones por los difuntos por muchos años fue una fuente de ingresos considerable para la misión comboniana; pero hoy en día ya no funciona.
La misión comboniana de mediados del siglo pasado fue muy generosa con las jóvenes iglesias locales, los medios económicos que se conseguían eran para la evangelización y para la promoción humana -que es parte del anuncio del Reino, allá donde sea necesario-. Sin embargo, todo apunta a que hoy en día esa generosidad no puede ir adelante en aquel modo, es parte de la adaptación de los métodos de evangelización de acuerdo a las circunstancias de los hijos de Dios a quienes ofrecemos el servicio. Comboni tuvo que comprar esclavos, tuvo que gastar en viajes y educación. Después los Combonianos han construido escuelas, universidades, seminarios, hospitales… y trabajado en ellos. De ahora en adelante habrá que ver qué corresponde hacer y con qué medios se mantiene.
CONCLUSIÓN
Cuando Comboni empezó, no parece que tuviera la intención de fundar una sociedad apostólica de vida común, ni mucho menos una congregación religiosa. Él era bien práctico, quería una serie de seminarios para el clero secular que le apoyaría en su plan de regeneración. Seminarios que luego aumentaría para aceptar a seglares comprometidos; seminarios que estarían tanto en Europa como en las costas africanas (Es. 1092).
Tuvo que hacer así porque su sueño de coordinar a una posible variedad de congregaciones religiosas que colaborase en la evangelización de África se encontró con muchos obstáculos y pegas que él resume en el término “espíritu frailuno” ya ha comentado.
Desde el inició Comboni supo que sus colaboradores misioneros necesitaban tener un componente especial puesto que tendrían que vivir en situaciones de extrema dureza, cómo él mismo las había experimentado (Es. 1096). Para evitar ese sesgo “frailuno” las reglas del Instituto de 1871 pudieron tener una tendencia demasiado espiritualista y bonachona, pero poco jurídicas, precisas y minuciosas. Por eso que nunca fueron realmente aprobadas por el obispo Canossa, pero sí la versión de 1872). Ese detalle que también es positivo, se repite en la Regla de Vida de 1988, pero con el complemento de los diferentes directorios provinciales (RV 131), y otros tantos directorios de secretariados a nivel general y provincial, que es donde aparecen las peculiaridades concretas asociadas al contexto de la presencia comboniana en diferentes países y culturas. Esta práctica hace posible que la Regla General perdure más en el tiempo y espacio de la congregación, a la vez que se mantiene dinámica y se adapta con regularidad a las situaciones de los misioneros Combonianos en acción.
Eso ocurre no solo en los niveles provinciales, sino también en las comunidades locales. De ese modo hoy por hoy tenemos Planes sexenales, Cartas comunitarias, Planes pastorales, Proyectos personales de vida. Y por si todavía hubiera goteras un Código deontológico. Esa proliferación de documentitos es positiva; pero a su vez implica empeño burocrático en la administración del personal comboniano, que se ve entrampado en la maraña organizativa de la congregación, de las provincias, de las diócesis, de los movimientos eclesiales, de las propuestas del magisterio, de las directrices de los estados, etc. Todo ello muy distante de lo que Comboni hubiera deseado para sus misioneros en quienes confiaba con bastante firmeza; a veces con inusitada candidez; pero no porque fuese inocentón sino para no perjudicar demasiado a su misión africana. Situación ésta que no es viable en el mundo de hoy donde hay tanta comunicación, y donde los fracasos vocacionales de los religiosos se convierten en escándalos que destruyen en un abrir y cerrar de ojos lo que ha costado décadas construir.
Por todo eso, la formación de conciencias personales lúcidas y bien convencidas es una tarea ingente que no se puede posponer. De ahí, que recurrir a los consejos de Comboni al P. Sembianti sobre la preparación de sus misioneros sigue siendo una fuente de inspiración para la formación inicial, y la permanente. La primera bajo la observación compresiva de los formadores; la segunda bajo el compromiso personal de fidelidad exigente.
La norma principal que se han marcado estos Institutos, aparte de las prescritas para formar el espíritu y cultivar las buenas disposiciones de los alumnos y alumnas, es la de hacer una buena selección de los aspirantes y educarlos en el espíritu de sacrificio, por depender de esto no solamente la feliz puesta en marcha, el florecimiento y la duración de los Institutos, sino además su propio y máximo interés, junto con el interés de los misioneros y misioneras, así como el de las almas y de las misiones que les serán confiadas en la Nigricia (Es. 2885).
En el Insto. de los Misioneros se inculca profundamente, y se trata de imprimir y hacer arraigar bien en el espíritu de los candidatos el verdadero y preciso carácter del misionero de la Nigricia, el cual debe ser una perpetua víctima de sacrificio destinada a trabajar, sudar y morir, acaso sin ver ningún fruto de sus fatigas (Es 2886).
Dice el adagio que “hecha la ley, hecha la trampa”, este dicho muestra que el exceso de leyes no es garantía de dedicación misionera y fidelidad a la consagración religiosa. Por eso, el consejo de Comboni sigue siendo válido para todos los combonianos y combonianas, religiosos y laicos, “debe plasmar su mente y su corazón con una madurez tal que luego él sepa regularse, aplicándolos con madurez y juicio en los tiempos y lugares y en las circunstancias, a veces muy diversas, en las que le pone su vocación.” (Reglas de 1871, Es. 2641). Por desgracia, parece ser que la capacidad de auto-regulación, de compromiso apostólico, de escucha al hermano que anima y corrige no está muy fuerte porque el espíritu mundano, egocéntrico, individualista y consumista influye demasiado en las nuevas generaciones, que tienen ante sí el reto de aprender a utilizar la tecnología para transmitir el evangelio y para acercarse al pueblo de Dios; pero que a su vez distrae tanto que, en vez de acercar a los hermanos al pueblo y al Señor, los aleja de ellos.
Que la oración de San Daniel Comboni a San Zenón inspire a los nuevos combonianos africanos, que son el fruto de la santidad de Comboni y de otros combonianos, así como de todos sus esfuerzos para llevar el evangelio, en los campos concretos de situación “nigrizia” donde les tocará ejercer su ministerio, para que el resplandor, que Comboni alcanzó en los altares, sea también el que sus hijos e hijas africanos transmitan en todos los continentes con el vigor de la fe rejuvenecida, re-encarnada, humanizada, inculturizada que se experimenta en las iglesias africanas católicas en ese continente:
Desde esa gloriosa tumba, fuente de tantas misericordias, extiende, oh Zenón, tu piadosa mano sobre ese cenáculo de futuros obreros evangélicos y de sagradas vírgenes, que se forman y preparan para el arduo y laborioso apostolado africano, y que surgió no hace mucho en esta religiosa ciudad, bajo los próvidos auspicios de nuestro muy benemérito Cardenal Obispo, tu dignísimo Sucesor. Dígnate también, oh glorioso Zenón, suscitar en esta sagrada tierra veronesa selectas vocaciones para el arduo y santo apostolado de la Nigricia; y haz que de esta religiosa ciudad y Diócesis, merced a la poderosa ayuda de asiduas y fervorosas plegarias y de santas y generosas vocaciones apostólicas de tus hijos, sea trasplantado a África el precioso tesoro de esa fe católica que tú antes, desde África, nos trajiste a Verona; y esto para que esa fe santísima, que constituye la verdadera gloria del pueblo veronés, convierta a África y a la infeliz Nigricia en hontanar inagotable de redención y de vida (Es. 6081).
Padre Tomás Herreros Baroja