Viernes, 9 de agosto 2024
El 27 de julio, en la Curia General de los Misioneros Combonianos, en Roma, se concluyó la Asamblea General de la Formación, en la que participaron más de 50 formadores –de los noviciados, escolasticados y Centros Internacionales de Hermanos (CIF)–, y también el P. Tomás Herreros Baroja, que recientemente ha dejado la formación en el escolasticado de Lima para asumir el ministerio de superior de la comunidad de la Curia. Como él había participado en la Asamblea General de Formación hace 25 años en Pesaro (Italia), pensó en hacer una reflexión que publicamos a continuación.

25 años después
de la Asamblea General de la Formación en Pesaro

Casa de los Misioneros Combonianos en Pesaro (Italia).

El 31 de julio de 1999 concluía la asamblea de la formación en Pesaro (Italia), una asamblea importante para los combonianos porque se intentó actualizar los valores formativos primordiales para los misioneros combonianos de entonces y el futuro. Esta tarea se realizaba en obediencia al Capítulo general de 1997, que tuvo como título general, a modo de sumario “Recomenzar desde la misión con la audacia del beato Daniel Comboni”. Después de la unificación de los dos institutos combonianos, este ha sido el encuentro más emblemático de los últimos tiempos, y no conviene olvidar sus contenidos: ni los del capítulo ni los de la asamblea de Pesaro.

Las conclusiones de todos aquellos días de asamblea fueron publicadas en el Boletino Comboniano (MCCJ Bulletin, n° 204, Ottobre 1999, pp. 11-18). Quizás muchos de nosotros las leímos; pero recibimos tanto material que nos cuesta asimilar, o notar las diferencias. Aprovecho la circunstancia del aniversario para recordar los valores importantes del carisma comboniano que son válidos tanto para los jóvenes en formación inicial, como para los que continuamos en la formación continua.

En Pesaro, los formadores formularon un sueño, un deseo para el ser de los misioneros combonianos del futuro: el comboniano ideal para la misión comboniana hoy. Ese ideal se resume en “una persona llena de amor a Cristo y los pobres, capaz de vivir entre los pobres a los que es enviado por el Señor, que tiene espíritu comunitario, que es contemplativo en la acción, profeta de justicia y paz, competente, humilde, abierto a las culturas en las que se integra, identificado con la misión de la Iglesia y con el carisma comboniano histórico”.

Quisieron soñar porque los sueños ilusionan, no porque fueran ciegos a la realidad de nuestra misión, de nuestro material humano, y del mundo en el que vivimos. Sin embargo, sin tener bien definida cual y como debe de ser nuestra misión hoy, aquellos sueños pueden convertirse en pesadilla, es decir: ideales inalcanzables.

Apuntaban a “cambios que había que hacer en la formación en aquel momento histórico” porque la situación de entonces retaba la síntesis conseguida en la Ratio Fundamentalis Studiorum, que apenas tenía ocho años de existencia. Síntesis que se quiso empaquetar en la Asamblea Intercapitular de 2000, y que inspiró el documento “Revisión de nuestra formación” (Roma 2001).

Las conclusiones de Pésaro fueron programáticas, y por lo tanto indicaron cuales eran las prioridades sobre las que debíamos trabajar en el futuro inmediato. Indicaban sabiamente que eran retos, es decir que no se estaban cumpliendo en nuestras comunidades combonianas al nivel deseado. No era su tarea analizar el “por qué de esas carencias”, y nadie nos tomamos las molestias de descubrirlo. Aunque por todas partes oímos que ese tipo de retos responden a la inestabilidad del mundo actual, a los cambios de valores, a la globalización, a la situación de la Iglesia -un tanto insegura ante las consecuencias que las reformas del Concilio Vaticano II le han traído-, a la nueva geografía de las vocaciones, a la visión de misión después de Redemptoris Missio, etc. Si eso era el marco contextual de la asamblea de la formación de entonces, mucho más se puede decir hoy considerando las aportaciones de los dicasterios de la santa sede, los cambios de paradigmas de la misión de la iglesia, la descristianización del mundo europeo, las culturas consumistas, de descarte, las guerras que vienen ocurriendo en el mundo, el papado del Papa Francisco, el auge de las iglesias jóvenes que ya han pasado a mayoría de edad, etc.  

Las prioridades que mencionaron para los combonianos del futuro –pues eso son siempre los cohermanos que se encuentran en formación inicial– fueron:

  • Intensa experiencia de Dios
  • Un espíritu de sobriedad, que fuera señal del “nuevo estilo de ser misionero”
  • Espíritu comunitario de los miembros
  • Experiencia de Interculturalidad e inculturación
  • Asimilación personal de valores.

Esas prioridades las consideraron incambiables e irrenunciables, tenían que ser la llave para entender los valores esenciales de nuestra formación. Después de Pésaro, había que adaptar los programas formativos de nuestros centros a esos criterios.

Lo que los formadores no tuvieron mucho en cuenta fue que esas mismas prioridades estaban retando a todas nuestras comunidades en mayor o menor grado; no era su tarea. Y que los jóvenes en formación más que mirar a los “manifiestos programáticos” –que son escritos bien organizados y profundos– miran a la “realidad pragmática” de los que les preceden en el camino.

En mi experiencia y opinión necesitamos ideales que nos orienten en nuestro caminar, metas que nos atraigan. La Regla de Vida nos los muestra; pero al aplicarlos a nuestras situaciones concretas nos encontramos con que diferimos bastante en cómo hacerlo. Cuando los ideales son metas necesitamos ver cuales son nuestras fuerzas. Y las fuerzas de los jóvenes son distintas a las de los viejos. Los viejos pretendemos que los jóvenes cumplan esos ideales mejor que nosotros. Y los jóvenes quieren que seamos los más experimentados los que demostremos que es posible vivirlos. Los combonianos experimentados, nos comportamos como padres frustrados que exigen a sus hijos cumplir los sueños que ellos no pudieron alcanzar. Y los combonianos jóvenes como hijos que se niegan a que otros les hagan planes para su futuro.

Consecuentemente, vivimos en medio de una gran sima generacional y cultural. No se trata sencillamente que los jóvenes no entiendan a los mayores, sino que esos jóvenes tienen un bagaje cultural y espiritual distinto al de los mayores. La formación de base debe darles claves para entender y aceptar a los que les preceden. Los que vamos por delante les decimos que miren nuestras banderas y que sigan adelante. Sin embargo, ellos miran nuestros pasos. Todos tenemos razón, pero no llegamos a entendernos bien. Fácilmente se preguntan, por qué tienen que cumplir ellos lo que otros no tienen interés en cumplir. Las típicas frases “eso es para la formación”, “yo ya no estoy en el noviciado”, les desorientan. Nuestras nuevas generaciones no son especulativas, y bien que sea así. Y les cuesta comprender la dicotomía entre los ideales de los que hablamos, y la realidad que vivimos.

1. Experiencia profunda de Dios (RV 81)

Los formadores decían que los fracasos y abandonos que nos vienen ocurriendo surgen porque en nuestra formación nos falta vida espiritual: o no hubo una experiencia profunda del Dios de Jesucristo, o no se le ha dado continuidad.

Todos sabemos que ninguno de nosotros hace profesión de votos si el padre maestro ve que no ha hecho una experiencia profunda de Dios. Por lo tanto, en mi opinión parte de nuestra confusión está en determinar el grado de experiencia de Dios y la modalidad en la que pretendemos que esa ocurra o aparezca. Eso lo deben definir los padres maestros. El documento de Pesaro cita varios números del Capítulo del ´97, y en las actas del Capítulo encontramos referencias a nuestra Regla de vida y otros documentos. La inspiración teórica no nos falta. Pero, ¿cómo es nuestra práctica? ¿Qué significa seguir a Jesucristo como el Buen Pastor con el corazón traspasado? ¿A qué aventura de fe nos referimos cuando decimos que Jesucristo nos revela el amor del Padre? ¿Qué tipo de amor apasionado hemos de mostrar hacia el maestro para ser apóstoles del Reino? ¿Cómo vivir con los pobres y compartir su destino como parte de nuestra cruz – una cruz voluntaria?  Esa serie de preguntas nos atañen a todos, seamos de la edad que sea, o provengamos de la cultura que sea.

Los formadores dijeron que intentarían fomentar experiencias profundas de Dios mediante la oración; vida sacramental y litúrgica y la integración del apostolado en la oración. Que darían importancia a las características de la espiritualidad comboniana mostrando el hacer del Buen Pastor hacia las gentes ajenas a nuestro entorno por toda nuestra vida (ad gentes, ad vitam, ad extra).

A nivel práctico querían decir:

  • que la Palabra de Dios fuese el criterio central de nuestro discernimiento pastoral, comunitario y personal;
  • que todos fuésemos fieles a la hora de oración personal diaria;
  • que redescubriéramos el sacramento de la reconciliación;
  • que en nuestras liturgias utilizásemos símbolos que signifiquen algo para nosotros;
  • que la Eucaristía unifique nuestro camino espiritual;
  • que leyésemos más a Comboni;
  • que concentrásemos nuestro apostolado hacia los más pobres;
  • que supiéramos encontrar a Dios en nuestra vida con la gente.

Esa es una lista de temas sobre los que podemos reflexionar. Al menos yo así lo hago, pues cuando veo lo precaria que es la oración personal entre los jóvenes, me pregunto, ¿dónde han aprendido eso? Y cuando algunos pocos muestran alergia a acercarse a los pobres, me digo ¿por qué agujero se han colado en nuestro carisma? Y conjeturas parecidas se me ocurren sobre la Eucaristía, la liturgia, los sacramentos. Mi respuesta más espontánea es pensar que han visto ese tipo de incongruencias en nosotros mismos. Nuestra falta de espiritualidad es una enfermedad que transmitimos a las generaciones que nos siguen.

2. La sobriedad es el nuevo estilo de ser misionero (según Pesaro)

2.1 Sobriedad

El término “sobriedad” parece algo bastante reciente en el lenguaje comboniano. Nuestra Regla de vida habla de “estilo de vida sencillo” (RV 27). De compartir la vida de los pobres con los que trabaja lo más posible, en cuanto nos sea posible (RV 28). De dar predilección por los más pobres y abandonados (RV 30.1). Y de usar medios pobres en el apostolado (RV 30.2).

Sobriedad se explica desde las actas del Capítulo n. 146 como “espíritu de auto-control”, de sencillez y de servicio, porque había (y hay) peligro real de aburguesamiento. El capítulo cuestionaba nuestras estructuras de formación, los períodos de vacaciones de los escolásticos/ hermanos y el contexto social de nuestra formación. Decía que la realidad de los pobres debía cuestionarlos. Naturalmente, aquí hay un error de principio, pues esa realidad cuestiona sobre todo a los que ya somos Combonianos plenamente. Pero nosotros sabemos tapar nuestros oídos, o apagar el clamor de los pobres con el ruido de nuestras palabras. Ya han pasado veintisiete años desde aquel documento, y ¿Han cambiado en algo nuestras actitudes? ¿Nuestras estructuras? ¿Nuestras vacaciones?

Los formadores dijeron que a nivel de noviciado había que inculturizar la pobreza; pero de poco sirve que en ese período nuestros novicios sufran las penurias del desierto pensando que al final encontrarán un oasis de delicias. Puesto que eso es lo que ven en bastantes de nuestras comunidades, estén situadas cerca o lejos de los pobres. Ven que primero nos satisfacemos a nosotros mismos. Y después compartimos con generosidad desde la abundancia que nos sobra.

Decían que había que reducir los trabajadores que nos sirven en las casas de formación, esos mismos que nosotros justificamos como necesarios para disponer de más tiempo para el apostolado y la oración –sin que luego lo dediquemos a ello. Decían a los estudiantes que tenían que trabajar manualmente incluso durante las vacaciones. No decían si ese trabajo tenía que ser remunerado o no. En ciertos países es posible conseguir empleo que ayude a la auto-financiación, en otros no. Decían que la ascesis, el ayuno y la auto-negación siguen teniendo sentido porque generan solidaridad y fomentan la inserción con los pobres. Después de estos años, lo cierto es que los neo-profesos tienen dificultad en aceptar esas propuestas. ¿Es porque no lo han escuchado en el noviciado? ¿Es porque nosotros no las aceptamos?

Recuerdo que la generación de los ‘70 éramos críticos del modo de vivir que veían en las generaciones anteriores. Pedíamos que se nos dejara vivir más cercanos a la gente. La frase “hacer causa común” surgía de una exigencia espiritual que descubríamos en la persona de Comboni. En aquel entonces se nos permitió vivir un estilo más similar al de la gente normal. De ahí surgieron los pequeños escolasticados internacionales ubicados en barrios populares (o de chavolas), en contraposición con los grandes seminarios. Los responsables de la época aceptaron el deseo de los jóvenes como reto para todos y cambiaron las estructuras formativas. Aquella frase venía de los formandos. ¿Cuáles son sus exigencias hoy?

Además, también a nosotros nos ha ocurrido como a los “hippies”; puede que nuestra espiritualidad estuviera fundamentada más en la “era acuario” que en la persona del Nazareno. Aquellos se han transformado en “yuppies”: consumistas empedernidos y buscadores de comodidades. Nosotros en “burgueses demagogos”. Aquellos hicieron “paternidad responsable”. Nosotros “generosidad calculada”. A veces hasta nuestras propuestas de un mundo mejor tienen más de los programas de. FMI y de las Naciones Unidas que del Evangelio y el Reino de Dios... aunque todos quieran construir un mundo estable, más humano y más equitativo.

Cuando hablamos de individualismo en la congregación solemos referirnos a esos misioneros que trabajan por su cuenta y denuedo, con mucho celo apostólico, por su puesto. Ahora nos damos cuenta que también está el individualismo egocéntrico del que no expone a la comunidad sus planes para que sean corregidos y mejorados; del que hace lo que se le viene en mente y nadie puede ponerle objeciones. Algunos porque tienen medios económicos hacen de su capa un sayo. Otros a base de insistencia y de boicotear propuestas acaban haciendo lo que quieren porque consideramos que eso es el mal menor.

Lo peor es que nadie dice “mea culpa”. Al contrario, justificamos lo que hemos llegado a ser. Aquellos que intentan vivir los ideales de la Regla de Vida, o las adaptaciones de Pesaro y los últimos capítulos generales, se les tilda de ilusos. Sus modos de hacer pasan a ser “experimentos”, compromisos personales pero nunca opciones provinciales, ni metas comunitarias. Hemos desarrollado el arte de la charlatanería Hacemos causa común con los pobres de boquilla, no de hechos. ¿Qué lección queremos que aprendan nuestras nuevas generaciones?

2.2 Un nuevo estilo de ser misionero

El nuevo estilo de evangelización quiere remover las causas de la injusticia, siguiendo un programa divino de los profetas; y el programa de regenerativo de Jesucristo: “El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1:15). Los valores para resaltar son: diálogo, inculturación, colaboración, justicia y paz.

Estos tres temas reciben un trato particular en nuestra Regla de Vida (Inculturación 57.4, 69, 101.2; Diálogo 57; Justicia y paz 61.5,9; 73.3; 169.1). Pero siguen siendo valores sobre los que nos falta experiencia histórica organizada (como lo han sido el catecumenado, preparación de líderes, los sacramentos, el desarrollo y la caridad). Los formadores de Pesaro propusieron un enfoque bastante teórico, para comenzar a hacer algo: que se reflexionase a nivel teológico los nuevos valores de la misión; que se estudiase la doctrina social de la Iglesia; que se hiciera animación misionera. Y pocas propuestas prácticas: una liturgia con fechas significativas para la gente de nuestro apostolado, y experiencias (o experimentos) de apostolado entre los marginalizados

2.3 Justicia y Paz

El tema de justicia y paz recibe particular importancia ya sea porque es una exigencia del Espíritu para nuestra misión, o porque es algo muy dentro de los corazones de los jóvenes. Pero tampoco consigue pinchar. El programa formativo se queda en teorías y estudios. En mi experiencia con neo-profesos veo que este tema los jóvenes del norte lo abordaban muy distintamente a los jóvenes del sur. Ni mejor ni peor. Puede que eso sea una razón más para que no avancemos mucho en este tema, incluso a pesar del documento. Las propuestas prácticas que hicieron (boicots, comercio justo, ecología, consumismo selectivo, etc. están lejos de las mentalidades burguesas, o del afán desarrollista que viene influenciado nuestra metodología evangelizadora, y las motivaciones vocacionales de nuestros jóvenes.

La contribución de los formadores en este sector resulta pobre porque es algo que debe venir de la práctica del instituto. Sabemos que el mundo de hoy exige nuevos métodos pues los resultados lo demuestran. Estamos en otros tiempos (la aldea global regida por tecnócratas y capitalistas; la velocidad en las comunicaciones; el mundo virtual de internet; las redes sociales), los destinatarios de nuestro trabajo han cambiado (ya están escolarizados), las circunstancias son otras (periferias urbanas, zonas conflictivas), los agentes distintos (ya no somos exclusivamente europeos, al contrario estos son la minoría), etc. Los que estamos en el campo directo todavía no sabemos cómo asumir estos retos. Sabemos que nos piden otro estilo de llevar adelante nuestras misiones (o nuestras parroquias); pero todavía no tenemos el modelo. Las nuevas generaciones pueden aportar la inventiva necesaria, los que están por debajo de los cuarenta (“under forty”) en los últimos seis años. ¿Lo están haciendo? ¿Les animamos a hacerlo? ¿Apreciamos lo que han hecho?

A instancias de los administradores provinciales y del capítulo, los formadores también se propusieron introducir a los jóvenes en las técnicas de una sana, competente y transparente administración. Quizás todavía no estamos logrando grandes progresos si vemos las edades y la idiosincrasia de nuestros administradores provinciales. Además, por ahora a nuestros administradores provinciales les cuesta promover reflexiones que nos ayuden a vivir nuestro voto de pobreza en las circunstancias de nuestras comunidades, como proponia el Directorio General de Financias del 2002 n.30.2. Hemos conseguido avances en el Fondo Común Total, y también en este tema hay mucho que pulir. Cuando los administradores locales son meros contables, y las comunidades no reflexionan con detalle sobre los pormenores de la administración de bienes, los jóvenes entienden que las financias son algo que casi pertenecen al “foro interno” de la persona.

Después de Pesaro han aparecido temas relacionados al cuidado de la creación que han sido impulsados en la doctrina social de la Iglesia con Laudato si’ y Laudato Deum. Fratelli tutti también pertenece a la doctrina social de la iglesia… son documentos que exigen una aplicación concreta en los ambientes donde estamos y un seguimiento constante. Cualquier programación necesita una evaluación sincera, y si el asunto es importante hay que continuar con él mejorando nuestra práctica. Nuestras programaciones no pueden dar bandazos según el documento eclesial del momento, o el acontecimiento propuesto por la Iglesia universal. Lo concreto de las realidades donde vivimos es más importante que lo general. Para conseguir una continuidad progresiva se necesita estabilidad en las comunidades, en los proyectos comunitarios en los planes sexenales.

3. Personas con mentalidad comunitaria

Con gran precisión los formadores indicaban que la insistencia sobre el valor de la persona como individuo y de la libertad individual de la cultura dominante de hoy acarrea dificultades extra en la formación a la vida comunitaria. Y añadían que la vida comunitaria se vive dentro del misterio pascual, es decir no es un lecho de pétalos de rosas, aunque sí sea un hermoso ramo que nace de Pentecostés. Un ramo que mostramos al mundo como testimonio de hermandad viviendo en profunda comunión como cenáculo de apóstoles.

La vida comunitaria nunca ha sido fácil, pero todos reconocemos que es parte de nuestro carisma misionero. Debido a la creciente mezcla de miembros de diferentes orígenes se ha convertido en un reto constante, que a veces puede ser más desestabilizador que integrador. Para conseguir que la vida comunitaria funcione necesitamos actitudes y propuestas concretas de acción. Proponían apertura a la amistad, al compartir de fe y de vida. Decían que la obediencia ayuda a vivir en comunidad. Que el servicio de unos a otros en tareas concretas crea comunidad. Que en los grupos pequeños hay mejor comunicación interpersonal. Y que personas muy independientes o reservadas carecen de condiciones para la vida comunitaria. La composición numérica de nuestras comunidades hace posible todo eso con un esfuerzo mínimo; pero necesitamos organizar bien los servicios que nos damos unos a otros, el como y cuando para compartir nuestra vida, opiniones y vivencias de fe, en reuniones en relaciones informales, en oraciones, etc.

Ligeramente mencionaban que los jóvenes tienen que superar el individualismo y una idea errónea de libertad. Una frase así quiere decir mucho y a su vez no dice nada porque no se explaya en ejemplos de individualismo, ni define qué tipo de libertad es la correcta. Lo que todos estamos experimentando es nuestra gran dificultad en adaptar mis planes personales a las necesidades de la comunidad. El bien común se entiende como la suma de intereses personales en paralelo, como si se tratase de un cuadro de contabilidad de cualquier hoja de cálculo. El bien común exige renuncias, y hoy por hoy no estamos muy dispuestos a aceptarlas. Es una operación de suma y resta en una misma columna. Nos cuesta que nos digan a qué nos corresponde renunciar cada uno, como bien lo estipula nuestro voto de obediencia.

Pero la mentalidad comunitaria no se limita a nuestra comunidad Comboniana como si fuéramos una familia nuclear que sólo tiene que velar por el bien de sus miembros. La razón de ser de nuestras comunidades es la evangelización de los marginados. La verdad de esa mentalidad aparece en el cómo de nuestra colaboración con otras personas: con aquellos que evangelizamos (y nos evangelizan), con los agentes pastorales de nuestras misiones, con la Iglesia local, con personas de buena voluntad, sea cuales sean sus creencias en esa actitud de diálogo tan necesaria para la misión ad gentes hoy.

Ese tipo de colaboración complica nuestra labor pastoral, aunque multiplique los resultados. El documento conjunto de las direcciones generales de las familias combonianas “La colaboración en la misión comboniana” del año 2002, mencionaba áreas sobre las que mejorar: relaciones entre hombres y mujeres, relaciones con otros ministerios (además del sacerdotal), los procesos para tomar decisiones, trabajo en equipo, etc.

4. Formación a la Interculturalidad e inculturación

Resulta fácil decir que la composición variopinta de nuestras comunidades es enriquecedora; pero todos sabemos que también es retadora. Nunca podemos darnos por satisfechos de nuestros logros. Y dado que continuamos rotando, casi cada año nos toca vivir con alguien proveniente de una cultura que desconocíamos. Cierto que nuestro fondo común de valores hace posible la convivencia, aunque la interculturalidad nos la complica un poco.

A menudo presuponemos que hay comunión en una serie de valores que no existe. Basta con que hagamos un listado de los valores importantes en mi vida y les demos un grado de importancia. Ahí veremos las diferencias. Con frecuencia exigimos que los otros se adapten a mi ritmo de vida y a mi escala de valores y nos falta comprender que toda adaptación interpersonal es un proceso. También aquí la rotación salvaje que algunos de nuestros documentos denuncian no ayuda. Nos falta comprender que no somos superhombres que sufrimos shocks culturales (AC 1997, 164). No solamente cuando somos jóvenes, sino también cuando en edad madura nos toca convivir con compañeros muy distintos a nosotros.

La interculturalidad es un área más en nuestra conversión personal. En la formación adquirimos las actitudes básicas para enfrentarnos a ella, pero es una tarea que lleva toda la vida. El capítulo del ’97 al que se refería Pesaro indicaba que la inculturación de nuestras comunidades en el ambiente en que están ubicadas es un elemento unificador de nuestras comunidades (AC ´97 125.1). A saber: hablando las lenguas oficiales del país; conociendo la historia y la cultura del pueblo; adoptando un estilo de vida sobrio, similar a la realidad de los pobres del lugar; dando preferencia a los últimos. Esto quiere decir que la interculturalidad no es una tarea propia de un museo etnológico que recoge el pasado, sino más bien un programa de futuro. Nuestras comunidades desarrollaran un modo de ser peculiar en el que los orígenes culturales de sus componentes se diluyen. En este respecto, la globalización está jugando un papel muy activo.

5. Asimilación personal de valores

En vista a lo que decía el Capítulo los formadores se propusieron personalizar más la formación para salir al encuentro de la realidad (o fragilidad) de los candidatos y ayudarles a interiorizar mejor los valores que se les proponía y aquellos que les atrajeron al carisma comboniano. Reconocían que ese proceso es gradual y que cada persona suele tener su propio ritmo.

Al adaptar ese principio los formadores nos dábamos cuenta que hay co-hermanos jóvenes que necesitan de más tiempo para terminar su preparación básica para la misión. Puede ser que les correspondiera prolongar los años de renovación de votos. Que lo hagan en el escolasticado o fuera de él. Hay detalles que están bastante especificados en la Ratio Fundamentalis Studiorum. Sin embargo, todavía persiste la mentalidad de que quien no acaba en el tiempo reglamentado tiene problemas personales. ¿Cuál es el tiempo reglamentado? ¿El tiempo medio común para terminar los estudios? Todos sabemos que nuestra formación es mucho más que los estudios académicos. Esta dificultad la superaríamos si nos aplicásemos a nosotros mismos lo que ya hemos aceptado en la sociedad civil: cada estudiante termina su carrera universitaria en el tiempo que lo desee, basta que cumpla los requisitos de materias y conocimiento. La duración de los estudios está condicionada por muchos otros factores personales (economía, relaciones, intereses, trabajo, etc.).

Los formadores dijeron que era mejor no pasar a la fase siguiente a los candidatos que no parecen aptos del todo. Creo que ningún formador aprueba un candidato sobre el que tiene dudas serias. Lo que pasa es que hay diferentes criterios entre los formadores. Y los hay que son más posibilistas que otros. Tampoco podemos olvidarnos que las personas humanas cambiamos continuamente. Así pues, no hay que poner en juicio a los formadores de las fases anteriores, basta con que nos concentremos en la realidad presente del co-hermano con quien nos encontramos. Nuestra Regla de Vida dice que todos contribuimos en la formación de los jóvenes (RV 86), y en la formación continua de los no tan jóvenes. Puesto que nuestra formación es un proceso continuo, el principio de “aptitud” sobre los candidatos lo hemos de extender a toda nuestra vida. Y no tener miedo en proponer unos a otros metas en las que mejorar.

Pesaro resaltaba un aspecto peculiar “dar más atención a la dimensión personal de la formación” mediante el formador integral y el director espiritual. Este aspecto viene reforzado por el proyecto personal de vida (Pesaro 10.5). Los formadores decían que los escolásticos y Hermanos debían acostumbrarse a la dirección espiritual como medio ordinario de formación continua (AC’97, 131). Solo de ese modo podemos garantizar nuestro compromiso en nuestra conversión personal. Nuestra vocación misionera no es solo dar a conocer a Dios a los que los otros y ayudarles a vivir en su Reino. También es descubrir más y más a ese Dios que nos da vida plena. No se trata de ser profesionales de la comunicación, sino también de nuestra propia calidad de vida. Y sin Dios no tenemos esa calidad y plenitud de vida.

Después de todos estos seis años, ¿Cuántos de los que han terminado su preparación básica continúan con un acompañamiento espiritual? ¿Por qué? Lo cierto es que no resulta fácil encontrar personas que nos ayuden. Y también es cierto que pretendemos demasiado de quienes tienen que hacerlo. Si nuestras comunidades tuvieran ambientes más receptivos de espiritualidad nos resultaría espontáneo hablar de nuestros itinerarios espirituales. Si en nuestras reuniones comunitarias, ayudados por simples preguntas, comunicásemos qué estamos descubriendo, cuales son nuestros logros y nuestros fracasos, etc. la carencia de acompañantes espirituales se vería sufragada; nuestra comunicación interpersonal sería más interesante; y nuestra Interculturalidad más significativa y beneficiosa. A esto hay que añadir la realidad del mundo intercomunicado en las distancias que es positivo, pero a su vez nos desconcentra en las relaciones interpersonales con los con-hermanos con quienes convivimos.

CONCLUSIONES

La reforma de la vida religiosa promovida por el Concilio Vaticano II obligó a la congregación a cambiar las estructuras formativas en 1969. Tal reforma era necesaria porque los tiempos habían cambiado, ya no estábamos después de Trento, ni en el siglo XIX. También Comboni propuso reformas formativas y evangelizadoras que chocaban con lo que se venía haciendo. Hoy nos gusta mirar en retrospectiva y decimos que “se adelanto a sus tiempos. Más que adelantarse, adelantó, aceleró los tiempos. Hizo posible los cambios que después hemos vivido, porque el Espíritu Santo así se lo pedía; porque las civilizaciones habían cambiado; porque ya había unas ciencias, y una geografía que facilitaban los desplazamientos; porque había una filosofía sociológica que había roto con la esclavitud y todo aquello que la justificara. Sin personajes como Comboni seguiríamos en Trento, y tampoco hubiera habido un Vaticano II. ¡Qué gran frustración para el Espíritu! Que también sabe tomarse sus tiempos.

Con el pasar de los años las instituciones se anquilosan, de ahí que el Espíritu haga surgir personas que las flexibilicen. A veces son personas de fuera que las critican (filósofos, ateos, etc); otras son personas de dentro que las transforman. Otras veces son personas que promueven carismas un poco distintos que descubren la frescura del carisma original; como cuando los restauradores de arte limpian las capas de barniz, humo y polvo que han apagado los colores vivos de una pintura mural. La restauración parece nueva, pero no es más que una limpieza.

Disponemos de preciosos documentos que inspiran nuestra vida cristiana, consagrada y misionera; pero el libro que realmente cuenta es la vida de los combonianos. Ya no necesitamos más manuales para arreglar nuestra pintura, basta que nos dediquemos a restaurarnos siguiendo esos manuales. Hemos de ser prácticos y dejar atrás la poesía. Yo veo que los escolásticos y Hermanos quieren que todos nos involucremos en mejorar nuestro estilo de vida de acuerdo con los ideales que hemos recibido, que seamos fieles a nuestra consagración y a nuestra misión comboniana. Si no remamos todos para llevar adelante este bote, las instrucciones de los formadores son como los gritos del contramaestre en una regata. La piragua avanzará más o menos según el impulso de los que reman, no según el volumen de la voz del que dirige, aunque todos hagan el paripé de estar remando.

Los escolásticos y Hermanos en preparación se comparan con los que ya hemos terminado. A veces no quieren que se les pida un estilo de vida que nosotros no estamos dando. Pero también tienen que comprender que en su entrenamiento hay que desarrollar músculos para luego poder correr con más velocidad. Es como el adolescente al que su entrenador manda correr arrastrando un peso atado a la cintura. El ejercicio parece ridículo, pero multiplica los efectos.

Es cierto que nuestro bagaje cultural influye, que hemos de hablar de la división en la congregación entre norte y sur; este e oeste, centro o periferia. Pero al final la geografía no cuenta, cuenta la mentalidad que mostramos. Uno puede haber nacido en el sur y comportarse como uno del norte; o viceversa; ser de Asia y seguir los valores de Brasil. Crecemos influenciados por el pasado: nuestra cultura; y por el futuro: nuestras expectativas. Si vivimos pendientes de recibir lo que nos corresponde, más que dar lo que debemos, al final nadie se beneficia de nada. El período de formación es tiempo de prueba para los estudiantes y para los formadores. Es como un partido de futbol en el que todos jugamos. Pero como en un partido, al final la gente quiere resultados. Los resultados que esperan es nuestra santidad de vida, y nuestra competencia misionera. Por suerte, santidad y capacidad son el corolario de la acción del Espíritu Santo en cada uno de nosotros, y en toda la congregación.

P. Tomás Herreros Baroja, MCCJ