Padre Gian Paolo Pezzi: “De la muerte viene siempre nueva vida”

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Sábado, 16 de abril 2022
Paz y bien para ti y todos tus seres queridos por la Pascua que se acerca. Después de unos meses en el Congo, ¿qué puedo decirte? Todo me hubiera esperado menos que las semanas entre enero y febrero de 2022 fueran una experiencia de muerte y resurrección en hechos y recuerdos. Un camino de preparación para la Pascua.

En hecho fue el asunto de Ivan Cremonesi, el hermano de nuestra comunidad. De pronto su salud, ciertamente ya no excelente, empezó a decaer: tres días aislado en la habitación, análisis y perfusiones a escondidas, dentro y fuera del hospital. Luego, dificultad de concentración, incapacidad para ponerse de pie, sospecha de doble trombosis en las venas femorales con regreso inmediato a Italia. Butembo solo tiene vuelos hacia Goma por pequeños aviones. Un cúmulo de problemas y sufrimientos para el hermano ya muy robusto por naturaleza e hinchado por la insuficiencia renal, descubierta luego en el hospital de Goma, con añadida sospecha de embolia pulmonar y oclusión abdominal en curso: una situación médica complicada por la presión arterial completamente desajustada. En Goma fueron días de angustia: el viaje a Italia suspendido, la búsqueda de medicamentos de emergencia, decisiones de intervenciones inmediatas y decisiones en contra por el cuadro clínico cambiante. En la noche del 7 de febrero, una súbita e ilusoria mejoría que predispuso al intento para resolver la insuficiencia renal que se interponía a cualquier otra intervención. Luego, en la madrugada del día 8, la muerte inesperada.

H.no Ivan Cremonesi

Siguieron días convulsos. En Goma no tenemos comunidad; se tomó la decisión de trasladar el cuerpo del hermano a Kinshasa. Por ende, problemas de documentos, del ataúd que la ley exige en estos casos, de un vuelo-carga, de largas e inciertas horas de espera entre un asunto y otro y, por fin el viaje entre cabina y zona de carga en el avión cargo, el traslado a la morgue, el funeral y el regreso Kinshasa-Goma, Goma-Butembo con todos los inconvenientes, aunque esta vez en un ambiente de “normalidad” siempre difícil en este País.

Había estado en Goma una vez en 1971 como turista desde Burundi y de paso camino a Butembo unos meses antes. No conocía ni la ciudad ni a persona alguna. Sin embargo, todo se me hizo más fácil: Gianni, el representante de la embajada italiana que ni siquiera conocía a los combonianos, se desvivió por resolver todos los problemas de ambulancia, habitación de hospital, anticipos de gastos. El dueño de Busy Bee, la aerolínea que une Butembo a Goma, casado con quien hace varias décadas fue ayudada por un comboniano, nos consiguió cupo para salir de Butembo y organizó el vuelo-cargo Goma-Kinshasa. En el hospital, médicos, enfermeras y religiosos hasta entonces desconocidos nos ofrecieron acogida, simpatía y asistencia incondicionales. Por ende, decidí continuar, al menos por un tiempo, el compromiso de Iván en la escuela de carpintería para adolescentes en situaciones difíciles. Todo esto ha arrojado sobre las primeras semanas de 2022 un rayo de luz que tiene el calor de la esperanza pascual: de acontecimientos tristes y a sabor de muerte puede renacer vida.

Como algunos ya saben, aquí se lo digo a todos, nació la idea de crear Flickr, un archivo fotográfico on line que todos pueden consultar y en el que revisito mi misión. La idea de empezar con la primera misión, Burundi, hizo que apareciera la foto de Miduha: un recuerdo inolvidable.

Era una zona donde se "amontonaban", unos cientos de "inmigrantes". En realidad eran Barundi que habían emigrado al Congo para trabajar en las minas de Katanga –que algunos tildaban de minas de oro del rey Salomón– y habían vuelto al País al iniciar la revolución de los Simba que en los años 1964-65 ensangrentó el Congo y condujo a Mobutu al poder. Después de cruzar la frontera, se instalaron apresuradamente en una explanada "vacía", para descubrir pronto que pertenecía a una empresa algodonera. Parecía que la empresa los acogía con bondad: sin pagar "renta", alimentos y herramientas anticipados, a la condición de cultivaran solo algodón. Con su venta devolverían los préstamos.

Era el 1972. Acababa de llegar a Cibitoke. Fui a visitarlos con un catequista. Partiendo de Rukana, una de nuestras capillas, se entraba en una explanada negra, típica de los cultivos algodoneros, que se extendía aparentemente a perdida de vista porque terminada en cerros áridos de rocas negras bajo el sol abrasador del día. La acogida fue más bien fría, si no hostil: después de todo, ¿no era yo un blanco, un muzungo, como los dueños de la empresa algodonera?  

Para hacerme amigo, el verano siguiente, era el 1973 creo, llevé allí al grupo de jóvenes de África 70. Sucedió lo inesperado que encuentro documentado en mis descoloridas fotos. Una madre viene a mi encuentro, me pide que bautice a su bebé porque está enfermo. No le hago mucho caso, le digo que venga el domingo a la capilla de Rukana. Intrigada, una joven del grupo toma al pequeño en sus brazos y me grita asustada: Bautízalo, no ves que se está muriendo... de hambre. Sorprendido, improviso la ceremonia y luego cuestiono al pequeño grupo de los presentes sobre lo sucedido. Me cuentan. Llevan años viviendo allí casi como esclavos: préstamos, algodón vendido a la empresa para empezar con nuevos préstamos. Sin escuela, sin centro médico, sin mercado, sin campos para cultivar: sólo algodón, deudas, préstamos, pocos y magros alimentos comprados de la empresa o en el mercado.

Tomé una decisión, fui donde Mgr Ntuyahaga, nuestro obispo. Fui tan contundente que él mismo me llevó al director de la empresa algodonera. Como buen tutsi no necesitó alzar la voz para dejar claro que o aceptaban nuestra propuesta o se enfrentarían a una denuncia. La gente de Miduha fue autorizada a cultivar sus campos de alimentos a las orillas del arroyo que bajaba a lo largo de los campos de algodón.

Cuando unos meses más tarde les visité en Land Rover - ya tenía acceso a los caminos de la empresa-, era una espléndida tarde de sol que las lluvias acababan de refrescar. Me recibieron con alegría, me hicieron recorrer toda la zona antes de la cena comunitaria que habían preparado.

Me señalaron la cabaña para pasar la noche y me dijeron que pusiera el landrover en el hangar del algodón, “para que no te roben algunas piezas”, dijeron.

Al día siguiente la gente estaba toda en los campos de algodón, pero un enjambre de chicos me arrastró corriendo hacia el pequeño río para mostrarme "las maravillas". Plantas de plátano y bananas de varios tipos, verduras frescas, frijoles, algunas plantas de naranja y limón. Una belleza. Tuvo una duda. "Ayer me hicieron poner el landrover en el hangar para evitar robos, y aquí ¿cómo lejos del campamento como evitan los robos?". Con el tono serio de la madre de casa, una mocosa de unos 8 años me dijo: "¡Pero aquí está prohibido robar!".

El ritmo de vida y muerte que vuelve a dar vida para los que creen, ilumina también la última guerra a la que asistimos consternados. ¡Tal vez también necesitemos la sabiduría de esa niña que acepta las limitaciones y el egoísmo de los que está imbuida la humanidad y que sabe decir, “aquí paciencia”, pero “allá no”, de lo contrario la convivencia se torna imposible.

Feliz Pascua de Resurrección
P. Gian Paolo Pezzi