El domingo pasado veíamos a Jesús junto al lago de Galilea conversando con una multitud de personas hambrientas de verdad sobre las cosas del Reino de Dios en un lenguaje cercano e inspirador. Hoy vemos como, terminada su conversación, al atardecer de aquel mismo día, invita a sus discípulos a atravesar el lago e ir “a la otra orilla”. Para mí esta expresión tiene un valor que va mucho más allá del primer significado literal. (...)

Pasar a la otra orilla

Comentario a Mc 4, 35-41

Superar fronteras
El domingo pasado veíamos a Jesús junto al lago de Galilea conversando con una multitud de personas hambrientas de verdad sobre las cosas del Reino de Dios en un lenguaje cercano e inspirador. Hoy vemos como, terminada su conversación, al atardecer de aquel mismo día, invita a sus discípulos a atravesar el lago e ir “a la otra orilla”. Para mí esta expresión tiene un valor que va mucho más allá del primer significado literal. Sabemos que “en la otra orilla”, habitaban personas de otra cultura y otras prácticas religiosas, con las que Jesús quiere rencontrarse y compartir su cercanía. De hecho, varias veces, en los evangelios Jesús empuja a los discípulos a no permanecer estáticos, a caminar hacia otras aldeas y ciudades, a salir al encuentro de samaritanos, pecadores y paganos.
Esta actitud misionera de Jesús fue asumida por la Iglesia ya desde los primeros tiempos, inmediatamente después de la Resurrección, hasta nuestros días. Pablo fue empujado por el Espíritu a superar la frontera entre Asia y Europa, pasando a Macedonia; Francisco Javier expandió el Evangelio hacia las fronteras de China; Daniel Comboni contribuyó a abrir las fronteras de África a La Iglesia… Y así tantos otros.
También hoy la Iglesia no puede permanecer anclada en lo de siempre. También hoy el Espíritu de Jesús la invita a ir hacia otras orillas, cruzar otras fronteras: para compartir el Evangelio con la humanidad del siglo XXI en los cinco continentes: con los refugiados y emigrantes, con los jóvenes sin futuro, con los ancianos abandonados, con las personas sin un sentido para sus vidas… Todos debemos preguntarnos: ¿Cuál es la orilla hacia la que Jesus me invita a remar? ¿Cuál es la frontera que mi familia, mi parroquia, mi comunidad debería cruzar, para no quedar anclados en un pasado ya superado?

Lanzarse al mar y afrontar la tempestad
Sabemos que el mar en la Biblia representa muchas veces una imagen del mal que hay en el mundo, con sus peligrosos oleajes y tempestades, que pueden destruir nuestra pequeña embarcación personal o la misma Iglesia, muchas veces frágil y temerosa.
De hecho, si uno sale de su pequeño mundo protegido, en el que tiene todo controlado, seguramente va al encuentro de obstáculos y problemas, cuya dificultad no está seguro de poder superar. Cuando uno sale de los muros de la parroquia o de su comunidad (donde nos conocemos y nos protegemos en un ritmo estable de vida y de actividades), puede encontrarse con un mundo hostil, que no acepta nuestro modelo de vida, que se opone o hasta lo ridiculiza. A veces el mundo exterior puede desatar verdaderos vendavales que amenazan con destruir nuestra débil fe o nuestra frágil comunidad.
En esos momentos, los discípulos no actuaron como si nada, no se fingieron súper-héroes, reconocieron su miedo y oraron, como quizá pocas veces lo habían hecho. Era el momento de volverse hacia el Señor y gritar con sinceridad y convicción: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.

Aunque no parezca, el Señor va con nosotros
La narración de Marcos nos transmite la experiencia de los miembros de la primera comunidad que, siendo zarandeados por las persecuciones y otras dificultades, dudaron y pasaron miedo, pero al final experimentaron que el Señor estaba con ellos, a pesar de su poca fe.
Para ello es importante que, para cualquier iniciativa misionera que emprendamos, llevemos al Señor “en nuestra barca”. No vayamos en misión sólo con nuestro entusiasmo o nuestro ingenio y creatividad. Si la misión es solo una iniciativa nuestra, cuando llegue la tormenta, nos hundiremos. Pero, si llevamos al Señor con nosotros (en su Palabra, en sus sacramentos, en su Espíritu, en su comunidad), cuando llegue el momento, sentiremos su presencia, podremos gritar, él nos responderá… y llegaremos a la otra orilla de la misión.
P. Antonio Villarino
Misionero comboniano
Bogotá

Una pregunta Fe y amor para relanzar la Misión
Job 38,1.8-11; Salmo 106; 2Corintios 5,14-17; Marcos 4,35-41

Reflexiones
Insistente recorre los 16 capítulos del Evangelio de Marcos, desde el comienzo hasta el final: “¿Quién es Jesús?” En el pasaje del Evangelio de hoy, Marcos pone en los labios de los discípulos la pregunta: “¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!” (v. 41). Los numerosos milagros de curaciones y la doctrina nueva, enseñada con autoridad por un Maestro tan sorprendente (1,27), confluyen en la profesión de fe en Jesús por parte de dos testigos oculares coincidentes: Pedro y el centurión. En efecto, en la mitad del Evangelio de Marcos, tenemos la solemne afirmación del apóstol Pedro: “Tú eres el Cristo” (8,29); y, al final, el centurión pagano, al pie de la cruz, declara: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15,39). Esta afirmación queda ratificada inmediatamente con la resurrección (16,6).

El Evangelio de Marcos, aun dentro de su brevedad y concisión, es una respuesta gradual y completa a esa pregunta inicial sobre la identidad de Jesús, con un mensaje global y cautivador. “El catecúmeno en el Evangelio de Marcos - el cristiano de hoy, cada uno de nosotros - está invitado a comprender que Dios está a punto de tomar posesión de su vida y sale a su encuentro con una misteriosa iniciativa, que él está llamado a aceptar” (Carlos M. Martini). Marcos, en su temática evangelizadora, dedica poco espacio a los discursos y a las parábolas de Jesús; prefiere realzar los episodios de su vida y los milagros, que él sabe narrar con vivacidad de imágenes y emociones.

Esto se ve claramente también en el milagro de la tempestad calmada (Evangelio): el fuerte huracán, la barca casi llena de agua, el grito desesperado de los discípulos, Jesús que duerme tranquilamente sobre un almohadón, a popa... Sin embargo, a Jesús le basta una palabra para que cese el viento. Se acaba el miedo de los discípulos, pero quedan “espantados” (v. 41) por haber presenciado una manifestación del Señor. La narración, rica en elementos para la catequesis, culmina en la oración acongojada de los discípulos, que, al final, profesan su fe en Jesús “a quien el viento y las aguas le obedecen” (v. 41). De esta manera, le reconocen el poder divino, propio de Aquel que ha impuesto un límite al mar (I lectura) y ha roto la arrogancia de sus olas (v. 11).

En la cultura de muchos pueblos, el mar (con su fuerza, los cetáceos, tiburones...) se presenta a menudo como antagonista de la divinidad, símbolo de fuerzas negativas, enemigas del hombre. Por el contrario, el Dios de la Biblia es más potente que el mar, al que domina. Por eso, la escena evangélica de hoy constituía un mensaje de consolación para las primeras comunidades cristianas que empezaban a experimentar la persecución y, a la vez, era una invitación a los catecúmenos a poner su confianza en Jesucristo y en su nueva propuesta de vida. Él es siempre Emanuel, Dios con nosotros, aun en medio de las pruebas y borrascas de todo tipo. Incluso cuando duerme - el sueño del cuerpo o el sueño de la muerte - Jesús comparte con nosotros las situaciones de peligro: ha subido y se queda en la barca con los discípulos. Nunca será derrotado: tiene siempre la última palabra de vida. Significativamente, Marcos usa aquí, por dos veces, el verbo griego típico de la resurrección (egheiro), para indicar que Jesús se ha despertado, se puso en pie (v. 38.39); está vivo, presente. Pero, “el Señor no viene a resolver tus dificultades, sino a vivir contigo en las dificultades. Esta es la liberación, el misterio cristiano, el misterio de Dios” (Siervo de Dios don Orestes Benzi).

La narración del milagro de la tempestad calmada es una página de teología bíblica sobre el misterio del dolor en el mundo, que de suyo reclama la presencia providente y todopoderosa de Dios. Frente al dolor, todas las lógicas humanas claudican. La figura de Job (I lectura) es emblemática. La única ancla de salvación es fiarse de Dios y gritarle, a la vez con dureza y confianza, nuestra desesperación, como el salmista, como los discípulos: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (v. 38). Con la certeza de que - ¡cuándo y cómo Él lo sabe! - Él tiene siempre en reserva la palabra para calmar la tempestad: “¡Silencio, cállate!” 

La experiencia del dolor, el quebranto por la muerte de personas inocentes, la indignación por las violencias e injusticias, nos empujan a elevar la mirada hacia la Cruz, hacia el Corazón traspasado de Jesucristo. El amor de Jesús que hemos recibido y la experiencia de ser salvados por Él nos mueven a amarlo siempre más y hacer que otros lo conozcan, para que todos lo amen. (*) San Pablo (II lectura), usando una expresión fuerte que no es fácil traducir, afirma que “el amor de Cristo nos apremia” (v. 14), nos empuja, nos aprieta, nos domina, nos quebranta el corazón, nos llama a la conversión y a la misión.

Pidamos en la oración que el Señor fortalezca nuestra fe, para que en las tempestades de la vida podamos ver Su presencia fuerte y amable, y demos testimonio de ella con la vida y la palabra.

Palabra del Papa

(*) Especial: Retomamos aquí una buena parte de la meditación del Papa Francisco sobre el Evangelio de hoy (Mc 4,35-41), la tarde del 27 de marzo de 2020, en la plaza de San Pietro, vacía, durante el momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia por Covid-19.

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades… Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre - es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo -. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo…

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad… Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos: esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela, se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti… Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida…: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo… Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere… El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual… escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado…

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que solo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a… permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad… Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cfr. 1P 5,7).

Siguiendo los pasos de los Misioneros

20Bs. Francisco Pacheco, sacerdote, y otros 8 jóvenes, mártires de la Compañía de Jesús, condenados a la hoguera en Japón (Nagasaki, 1626). (Véase 6/2; 25/8; 24/11).

°     Día mundial del Refugiado, promovido por la ONU (2000). Hoy en el mundo 80 millones de personas huyen de guerras, violencias y persecución, en busca de asilo y refugio.

21.  S. Luis Gonzaga (1568-1591), italiano de Mantua, hijo de una familia noble y poderosa; renunció a su herencia y a su posición, se hizo jesuita y falleció en Roma a los 23 años, asistiendo a los apestados. Es patrono de la juventud estudiantil.

22.  S. Paulino de Nola (353-431), nacido en Francia, poeta latino y obispo. Evangelizó sobre todo la región italiana de Campania: Nápoles y alrededores.

°     Ss. Juan Fisher, obispo de Rochester, y Tomás Moro, hombre político y magistrado: dos mártires ingleses, asesinados en Londres († 1535). Fueron valientes defensores de la fe católica contra las pretensiones del rey Enrique VIII. Tomás Moro es también patrono de los gobernantes y de los políticos.

°     En 1622 el Papa Gregorio XV creó la Sagrada Congregación de “Propaganda Fide” (hoy Congregación para la Evangelización de los Pueblos), para dirigir la actividad misionera en el mundo entero y liberar a las misiones de las injerencias de las potencias coloniales. Más tarde se crearon el Colegio Urbano (1627) para la formación de los misioneros, la Tipografía Políglota y el Archivo Histórico.

23.  S. José Cafasso (1811-1860), sacerdote italiano célebre por su intenso apostolado, desarrollado en Turín y alrededores, para la santificación del clero y la salvación de las almas, con especial atención a los encarcelados y a los condenados a la pena capital; asistió a 68 condenados a la horca y todos se convirtieron.

24.  Natividad de S. Juan Bautista, precursor del Mesías: lo anunció, preparó el inicio de su ministerio público y dio testimonio de Él hasta el martirio. Es un modelo para los misioneros.

°     S. María Guadalupe García Zavala (Madre Lupita, 1878-1963), de Guadalajara (México), fundadora entregada al servicio de los necesitados y de los enfermos.

°     Recuerdo del P. Vicente Lebbe (1877-1940), sacerdote belga, misionero de los Vicentinos en China, donde fundó dos congregaciones para el apostolado de chinos entre los chinos; propugnó la separación de la misión de las injerencias políticas. Se inspiraron en su pensamiento la carta misionera Maximum Illud, de Benedicto XV (1919), y la decisión de nombrar a los 6 primeros obispos chinos, tomada por el Papa Pío XI, que los ordenó en San Pedro en 1926.

25.  Ven. Melchor de Marion Brésillac (1813-1859) misionero francés, obispo en India y más tarde en Sierra Leona, donde murió. En 1856 fundó en Lyon la Sociedad para las Misiones Africanas (SMA), con el programa de «ir hacia los más abandonados».

26.  S. Vigilio (355-405 ca.), mártir, nacido en Roma, tercer obispo de Trento (Italia). Evangelizó la región tridentina con la ayuda de tres clérigos procedentes de Capadocia (actual Turquía), que el obispo Ambrosio de Milán envió en su ayuda: los Ss. mártires Sisinio, Martirio y Alejandro, quemados vivos por los ‘paganos’ en el Valle de Non (397).

°     B. Santiago de Ghazir (1875-1954), sacerdote capuchino libanés, desarrolló una predicación admirable en Líbano, Palestina, Irán y Siria.  En 1930, fundó la congregación de las Hermanas Franciscanas de la Cruz de Líbano, para curar a desvalidos, huérfanos, personas con enfermedad mental, ancianos e incurables abandonados por sus familiares.

°     S. Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), sacerdote español, fundador del Opus Dei, para promover el ideal de la santificación personal en la vida ordinaria y en el trabajo.

°     Día internacional en apoyo a las Víctimas de la Tortura (ONU, 1997).

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A cargo de: P. Romeo Ballán – Misioneros Combonianos (Verona)

Sitio Web:   www.comboni.org  “Palabra para la Misión”

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