La fiesta del Cuerpo de Cristo (o Cuerpo del Señor) se celebra en algunas partes en jueves, pero en otras muchas en domingo. Lo importante es que es una excelente ocasión para tomar conciencia de lo que con ello celebramos.

“No me olviden”

Comentario
a Mc 14, 12-16.22-26

La fiesta del Cuerpo de Cristo (o Cuerpo del Señor) se celebra en algunas partes en jueves, pero en otras muchas en domingo. Lo importante es que es una excelente ocasión para tomar conciencia de lo que con ello celebramos. Después de leer la narración de Marcos, que la liturgia nos ofrece hoy, comparto con ustedes las siguientes reflexiones:

1) Recordar a una persona amada
Pienso que a todos ustedes les pasa. A medida que vamos creciendo, hacemos colección de recuerdos de personas que amamos. Estos recuerdos toman cuerpo a veces en una foto, otras en algunos objetos particularmente entrañables, que representan mucho más de lo que son en sí mismos y que, cada vez que los vemos, remueven nuestras entrañas y nos hacen sentir especiales, porque sabemos que hemos sido amados, que hemos amado y que, de alguna manera, ese amor sigue vivo en nosotros. Yo, por ejemplo, conservo como algo muy valioso una gorra de mi papá y, cuando, me la pongo, me siento unido a él, me siento parte de una familia, de una saga de amor. No soy una persona aislada, sino una persona que vive en comunión con tantas otras, cuya memoria y presencia me enriquecen y me hacen ser más y mejor.

Algo así es lo que ha ocurrido con los discípulos, a parir de aquella última cena, en la que Jesús, antes de afrontar la muerte con gallardía, cenó con los suyos, partió el pan (imagen real de su propio cuerpo), repartió el vino (imagen de su propia sangre) y les dijo unas palabras que suenan así: “No me olviden nunca, permanezcan unidos, ámense unos a otros, continúen con la obra del Reino. Yo sigo siempre con ustedes”. Y los sucesivos discípulos, desde hace 2.000 años, se han mantenido fieles a este recuerdo, a este compromiso de amor. A esto le llamamos “memorial eucarístico”, “cuerpo y sangre del Señor”.

No sé por qué la Eucaristía se nos volvió a veces como una “obligación pesada”, como una “cosa de curas”, como un rito mágico o tantas otras cosas. La Eucaristía es hacer memoria del Amigo y Maestro Jesús, es gozar de su presencia, es entrar en comunión con Él, es sentirse alimentado y fortalecido por un amor que no falla nunca, es jurar cada domingo que no le olvidaremos ni a Él ni a su proyecto para la humanidad, ni a sus preferidos, los pobres.

2) Lo mejor está por venir
La cena de Jesús se inserta en una tradición de siglos que tenía el pueblo de Israel. Los judíos lo tenían muy claro: por su historia había pasado Dios de una manera tangible y extraordinaria: en la liberación de la esclavitud, en la difícil travesía de un desierto estéril e incapaz de sostener la vida, en la victoria sobre enemigos que lo querían destruir, en la superación del trauma del exilio… Todo eso lo celebraban –y lo celebran– cada año en la Pascua, como una fiesta de la Memoria, pero también de la esperanza. Si Dios ha sido grande con nosotros en el pasado, lo será también ahora y en el futuro.

Con ese mismo sentido celebramos los cristianos la Eucaristía: celebramos la memoria de Jesús y, haciendo eso, reafirmamos la esperanza (a pesar de nuestros límites, fracasos y pecados) y el compromiso con un futuro más acorde con el mensaje de Jesús: en nuestra vida personal, en nuestra comunidad, en el mundo. Lo mejor de nuestra vida, en cierto sentido, está por venir.

3) La habitación del piso superior: el cenáculo
Para celebrar la Pascua, Jesús mandó a sus discípulos buscar una habitación. Casi parece recordarnos como José buscó un lugar en Belén para que María diese a luz a su Hijo. Es que Dios para “nacer”, para “hacerse pan y vino”, para mostrarse presente necesita un espacio humano que lo acoja. De hecho, es difícil que una comunidad pueda reunirse si no tiene un espacio, un cenáculo, para ello: puede ser la sombra de un árbol, un salón comunal, una vivienda familiar, un templo rural o una catedral… Pero más que ese “lugar” geográfico, Dios necesita una vida, un corazón, una persona, una comunidad abierta, una familia disponible. Sólo así puede repetirse el milagro de su presencia en las personas, en las familias, en la sociedad. ¿Soy yo un lugar abierto para Dios o me encierro en mi propio orgullo y aislamiento?

P. Antonio Villarino
Bogotá

La Eucaristía,
fuerza y modelo de transformación del mundo

Éxodo 24,3-8; Salmo 115; Hebreos 9,11-15; Marcos 14,12-16.22-26

Reflexiones
La Eucaristía es el don divino para que toda la familia humana tenga vida en abundancia (cfr. Jn 10,10); es el don nuevo y definitivo que Cristo confía a la Iglesia peregrina y misionera en el desierto del mundo; un don que es preciso descubrir y proponer a otros: “si tú conocieras el don de Dios…” (Jn 4,10). La Eucaristía es fuente y sello de unidad: siendo comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, debe llevar a todos los que participan en ella a vivir la comunión fraterna. De la Eucaristía nace necesariamente un generoso y creativo impulso al encuentro ecuménico y a la actividad misionera, “para que una sola fe ilumine y una sola caridad reúna la humanidad extendida por toda la tierra” (Prefacio). La persona y las comunidades que hacen la experiencia viva de Cristo en la Eucaristía se sienten motivadas a compartir con otros el don recibido. La misión, en cuanto anuncio y presencia de Cristo, nace de la celebración eucarística, aquí halla su fuerza para atraer a todos en torno a esta mesa.

La Eucaristía enseña y da la fuerza para derribar las barreras que impiden o dificultan el desarrollo de la vida: 1. enseña a defender la vida de cada persona, con el convencimiento de que ‘¡nadie sobra!’ en la aldea global de la humanidad; 2. da fuerza para vencer la espiral de la violencia mediante el diálogo, el perdón y el sacrificio; 3. impulsa a romper las cadenas del acaparamiento de bienes, mediante el compartir, la solidaridad y unas relaciones más justas entre las personas y entre los pueblos.

En una palabra, la Eucaristía es proyecto y motor de auténtico desarrollo y promoción humana y cristiana de las personas y de la sociedad. En efecto, Jesús instituye la Eucaristía como don de amor justamente en la noche en que es traicionado, abandonado, condenado. La Eucaristía cambia la misma muerte en amor, hasta tal punto que la muerte ya está superada y vencida en la resurrección: el amor vence al odio, el amor vence a la muerte, porque el amor transforma a las personas desde dentro. El Papa Benedicto XVI nos ofrece una densa reflexión sobre la Eucaristía como fuerza de transformación de cada persona y del mundo entero: “Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo”. (*)

¡Son reflexiones importantes para sostener una actividad y una espiritualidad misionera abiertas al mundo! En la ‘aldea global’ - que es el mundo de hoy - todos los pueblos deben participar en el banquete global; en esta mesa nadie debe estar excluido o discriminado. Desde siempre, este es el proyecto del Padre común de toda la familia humana (cfr. Is 25,6-9). Es este el sueño que Él confía, para que se haga realidad, a la comunidad de los creyentes, los cuales tienen el “derecho-deber” a celebrar la Eucaristía, haciendo memoria de la muerte y resurrección de Cristo. Este es el banquete al que están invitados todos los pueblos, unidos y animados por el único Espíritu.

El testimonio de algunas personas apasionadas de la Eucaristía nos estimula más que las bonitas ideas.

El Ven. Francisco Javier Nguyen Van Thuan (+ Roma, 2002), obispo de Vietnam, encarcelado por el régimen comunista en Saigón de 1975 a 1988, narraba que durante los 13 años de prisión logró, gracias a unos subterfugios, celebrar a menudo la Eucaristía a escondidas: sin ornamentos, ni libros, ni cáliz…: solo con un pedacito de pan y tres gotas de vino sobre el palmo de la mano. Y junto con otros presos logró hacer también unos turnos de adoración nocturna. ¡Y con tanta emoción!

He aquí el testimonio de un adolescente quinceañero, el B. Carlos Acutis (1991-2006), alegre e inteligente, enamorado del fútbol y de la música, genio del ordenador. Era un gran amante de la Eucaristía, su «autopista para el cielo»; fue beatificado en 2020.

S. Kateri-Catalina Tekakwitha (1656-1680), joven indígena de etnia iroquesa en el Quebec actual (+ 1680), recibió el bautismo a los18 años y se refugió en un poblado apartado, donde pudo dedicarse libremente a la oración, a la adoración eucarística y a obras de caridad.

Palabra del Papa

(*) «Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres… El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas del pan y del vino, es el mismo que viene a nuestro encuentro en los acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que sufre e implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y espera nuestra acogida… Está en cada ser humano, también en el más pequeño e indefenso. La Eucaristía… es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy, lo sabemos, es un problema cada vez más grave. Que la fiesta del Corpus Christi inspire y alimente cada vez más en cada uno de nosotros el deseo y el compromiso por una sociedad acogedora y solidaria».
Papa Francisco
Angelus en la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, 7-6-2015)

Siguiendo los pasos de los Misioneros

6.   Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (más conocida como Corpus Christi); Pan Vivo, para que todos tengan vida en abundancia (cfr. Jn 10,10).

6.   S. Norberto de Xanten (Alemania, ca.1080-1134), misionero en Francia y después obispo de Magdeburgo (Alemania). En 1121 se inspiró en la regla de San Agustín para fundar a los Canónigos regulares llamados más tarde Norbertinos o Premonstratenses, por el nombre de la abadía de Prémontré, en el norte de la Francia, donde nació esta Orden con una doble finalidad: la vida monástica y la actividad de evangelización del territorio.

°     S. Marcelino Champagnat (1789-1840), sacerdote francés, fundador de los Pequeños Hermanos de María (Hermanos Maristas), para la educación cristiana de los jóvenes.

°     S. Rafael Guizar Valencia (México, 1878-1938), obispo de Veracruz; no obstante la persecución, ejerció valientemente el ministerio episcopal; sufrió el destierro y otras penalidades.

°     Recuerdo de Martín Martini (1614-1661), misionero jesuita italiano en Hang Zhou (China) durante 17 años. Historiador, geógrafo, pionero en el intercambio cultural entre China y Occidente, seguía el método misionero de su hermano Mateo Ricci y de otros jesuitas.

  1. S. Santiago Berthieu (1838-1896), mártir, sacerdote jesuita francés, misionero durante más de 20 años en Madagascar; murió en Ambiatibé.

°     S. María Teresa Chiramel Mankidiyan (1876-1926), religiosa carmelita de Kerala (India), fundadora de las Hermanas de la Sagrada Familia, dedicadas a los jóvenes y a los necesitados.

  1. S. José de Anchieta (1534-1597), sacerdote jesuita español, nacido en las Islas Canarias; evangelizador de Brasil, lingüista, dramaturgo, fundador de las ciudades de São Paulo y de Río de Janeiro.
  1. B. Eduardo María Poppe (1890-1924), sacerdote belga, licenciado en filosofía, fecundo escritor de temas de espiritualidad y de pastoral social. Se dedicó a la formación de muchos jóvenes con el catecismo y la devoción eucarística; instituyó también la “Liga de la Comunión frecuente” entre los muchachos y las jóvenes obreras.

11.  Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Del Corazón traspasado de Cristo-Buen Pastor nace la Iglesia misionera.

* Jornada mundial para la Santificación de los Sacerdotes.

  1. S. Bernabé, apóstol, uno de los primeros cristianos de Jerusalén (He 4,36-37), misionero en Antioquía (He 11,22s), amigo y colaborador de san Pablo en su primer viaje apostólico (He 13,1-15,38); luego fue evangelizador de Chipre junto con Marcos (He 15,39).

°     B. Ignacio Maloyan (1869-1915), mártir, obispo de Mardin de los Armenios (Turquía), torturado y asesinado, junto con otros muchísimos cristianos al comienzo del holocausto armenio, durante la persecución desatada por el gobierno islámico del Imperio Otomano contra las minorías cristianas.

* En circunstancias semejantes fueron asesinados también dos misioneros capuchinos libaneses, los próximos Bs. mártires: Leonardo Melki (1881-1915), y Tomás Saleh (1879-1917), el cual fue asesinado por haber dado hospitalidad a un sacerdote armenio durante el genocidio. Estos dos capuchinos serán beatificados próximamente. (Véase también 24/4; 29/8).

  1. S. Gaspar Bertoni (Verona, 1777-1853), genial educador de los jóvenes, para los cuales abrió escuelas y oratorios. Fue un experto director espiritual de seminaristas, sacerdotes, fundadores y fundadoras, un excelente predicador y fundador (1816) de los Estigmatinos, “misioneros apostólicos”. También durante décadas de fuertes sufrimientos físicos, fue para todos un ángel de consuelo y de consejo.

°     B. Mercedes María de Jesús Molina (1828-1883), religiosa ecuatoriana, misionera entre los indígenas jíbaros y fundadora. Murió en Riobamba (Ecuador).

°     Día mundial contra el Trabajo Infantil, instituido por la ONU-OIT (2002), para proteger a los niños de formas de esclavitud y reclusión, con los consiguientes sufrimientos físicos y psicológicos.

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A cargo de:  P. Romeo  Ballan, mcci – Director emérito del CIAM, Roma

Sito Web:   www.comboni.org     “Palabra para la Misión”

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El próximo envío será para el domingo 20 de junio